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Sunday, June 11, 2006

Os doy la paz - Jn 14, 27 (Enero, 2006)


Jesús María Lecea, Escolapio
Padre General
Salutatio enero 2006


El año nuevo comienza con la Jornada Mundial de la Paz, iniciativa tomada por el Papa Pablo VI. La liturgia une la jornada a la celebración de la octava de Navidad y a la solemnidad de María Santísima Madre de Dios. En la Navidad hemos celebrado a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, como príncipe de la paz. María es invocada por todo el pueblo cristiano como reina de la paz. No se me ocurre mejor saludo (salutatio) al comienzo de este año 2006 que desearos a todos y cada uno la paz. Nos lo hemos repetido estos días pasados, felicitando las Navidades a familiares y amigos. El uso repetido de una palabra, y más si obedece a imperativo social o a costumbre inveterada, puede mermarle significado. No quisiera que fuera este mi caso al saludaros en el año que acaba de comenzar con la palabra paz.

¡Cuántas resonancias tiene la palabra paz! La usan los políticos, la usan hasta los estrategas de la guerra queriendo convencernos de que ésta es, en algunas circunstancias, camino para la paz. Hasta los violentos dicen que sólo con su modo de actuar llegará la paz por la que ellos luchan. La paz está en boca de todos. ¿Quién no se define como persona de paz? No hacerlo es entrar ya en lo incorrecto de las costumbres sociales. Con todo esto, sin embargo, estamos convencidos de que no hay en muchas partes de nuestro mundo una voluntad de paz. Se habla de paz, pero las acciones y comportamientos están diciendo guerra con la fuerza de los hechos. Ya se lamentaba el salmista de ello: “hablan de paz con su prójimo, pero llevan la maldad en el corazón” (Sal 27, 3). Los balances del año viejo 2005 hablan de 34 países actualmente en guerra. Ante una paz deseada nos encontramos con una paz traicionada. Pone el dedo en la llaga de la hipocresía de tantos, que violenta la voluntad mayoritaria a favor de la paz, el mensaje de Benedicto XVI para la jornada de este año: “En la verdad, la paz”. Porque las mentiras son muchas contra la causa legítima de la paz.

Ante los hechos belicistas, como también ante la reacción pacifista en contra, dadas las dimensiones enormes del caso, uno se siente como imposibilitado para conseguir que algo cambie hacia la auténtica paz. No voy a entrar en las definiciones de cuál es la auténtica paz. Seguramente caería en la retórica de tantos discursos, razonamientos y argumentaciones que corren. Apelo más bien a lo que, como humanos, llevamos dentro; a los sentimientos y expectativas de la gente corriente, la que habitualmente sufre las consecuencias dramáticas de la falta de paz. Y me animo, animándoos, a no perder la esperanza. La paz es posible. Cada uno es responsable de la paz de los demás y de la propia. ¿Cómo actuar concretamente para no escamotear esta responsabilidad? En nuestro caso, personas de a pie, con modesta incidencia social, se me ocurre apelar a una parábola evangélica: la de ser semilla o fermento (cfr. Mt 13, 31-33). Sembrar la buena semilla de la paz en el campo en el que trabajamos, aunque sólo sea el campo de nuestro propio corazón, es una posibilidad al alcance de todos.

La llamada, hecha bienaventuranza, a construir la paz es una llamada universal. El empeño es duro y difícil, pero la promesa sobreabunda a los esfuerzos: los que construyen la paz “serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Me atrevo a decir que evangelizar es hoy pacificar. Podemos llamar al hoy de la evangelización el hoy de pacificar. No debe ser leído esto como una infiltración más de la secularidad en la acción cristiana. Os invito a profundizar en el evangelio, comenzando por el mismo anuncio del nacimiento de Jesús como “príncipe de la paz”. Sigamos por el anuncio de los ángeles a los pastores de Belén: “gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz” (Lc 2, 14), para llegar hasta el saludo de Cristo resucitado: “La paz esté con vosotros” (Lc 24, 36).

Hay una aportación específicamente cristiana al tema de la paz. Ante la paz todo hombre se siente interpelado; también los cristianos. En la causa de la paz todos somos solidarios. Por ello compartimos tantas cosas sobre la paz, más allá de nuestras posturas y creencias personales. Manteniendo la comunión con todas las personas que trabajan auténticamente por la paz, como cristianos podemos aportar algo que viene de nuestra fe en Cristo. Por ello no es profano hablar del evangelio en clave de paz. El evangelio es anuncio de paz.

Comenzamos por decir que la paz es un don que viene de Dios: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14, 27) . No hemos asumido suficientemente que la paz es don de Dios (cfr. Gal 5, 22). Hasta nos puede parecer el recordarlo una salida devota y poco comprometida con la causa verdadera de la paz. ¡Qué error! Nos tomaríamos poco en serio el misterio de Navidad que acabamos de celebrar: que Dios se ha hecho hombre anunciando la paz. La paz es algo tan importante que compromete también a Dios. Nuestra fe nos invita a señalarlo, aunque no sea más que para desenmascarar para siempre a quienes quieren meter a Dios entre los señores de la guerra. Es blasfemia invocar a Dios a favor de la guerra. No hay Dios de guerra sino de Paz.

El mundo laico se pregunta y con él también los creyentes: ¿cómo se ha creado la opinión de que las religiones no favorecen la paz? ¿Cómo hemos caído en guerras religiosas? Algo hemos interpretado mal; algo nos ha obcecado si hemos puesto el nombre de Dios, promotor de guerras. La misma palabra bíblica ha ido purificando sus imágenes belicosas de Dios hasta llegar al salvador pacífico, Cristo Jesús. Purifiquemos la historia donde hayamos puesto guerra en nombre de Dios. Ha captado mucho mejor la intencionalidad de Dios en su revelación, la oración atribuida a San Francisco de Asís: “donde haya guerra ponga yo la paz”.

Hoy el creyente de cualquier religión, y claramente el cristiano, se encuentra ante el desafío de desvelar el malentendido. Nuestro hablar y nuestro hacer no han de dar motivo alguno a pensar que la guerra puede acostarse al lado de Dios. Estamos solicitados por los hombre de buena voluntad a demostrar con los actos que las esperanzas de paz de la humanidad confluyen con la paz, don de Dios. Paz en la tierra a los hombre que Dios ama, es decir, Dios ama al hombre y por ello le desea la paz y se la ofrece en el Hijo Jesucristo.

Vuelvo a cómo ser, según todo esto, artesanos o constructores de paz. No le pongamos límites a la paz. Tampoco órdenes cronológicos. Abrámonos a todos los frentes donde está presente la causa de la paz: pacificar la conciencia, erradicando todo deseo o comportamiento malicioso y abriéndose al perdón de los hermanos y de Dios; pacificar el propio corazón, reconciliándose con uno mismo; pacificar las relaciones con los que convivimos cerca, superando toda división y discordia; pacificar los ambientes agresivos y crispados, superando y animando a vencer rencores, envidias, sospechas infundadas, odios...; pacificar nuestras ideologías, para que ni prejuicios ni intolerancias nos dividan o enfrenten; pacificar la cultura a través de una educación de niños y jóvenes a la paz; pacificar a las personas estimulando en ellos deseos de paz, nosotros escolapios, llamados a la misión educativa; pacificar con todos los medios a nuestro alcance las realidades de toda guerra, cercana o lejana a nuestro entorno; pacificar sembrando paz a nuestro alrededor.

¿No os parece que vale la pena afrontar un año más celebrando con esperanza la Jornada de la Paz que le hace de umbral? Empezamos año.

Manos a la obra construyendo la paz. Si lo hacemos, seremos llamados hijos de Dios. ¿No hemos celebrado esto en la Navidad: que el Padre Dios, dándonos a su Hijo, nos hace hijos suyos? Un camino muy práctico y concreto para experimentarlo es construir paz. Que os anime a recorrerlo la convicción de que es buena cosa, alguno ha dicho que la única que vale la pena, el llevar paz a los demás. Esto sólo es posible si la paz está ya en nosotros.

Como nadie damos lo que no tenemos, os deseo que seáis todos personas de paz. Es mi felicitación, acompañada como siempre de un saludo cordial, para este año 2006.

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