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Friday, June 13, 2008

EN COMUNIDAD ECLESIAL

Jesús María Lecea, Escolapio
Abril de 2008
Padre General

El tiempo pascual, que estamos celebrando un año más, nos lleva a evocar una Iglesia que nace, que crece y se desarrolla, que va edificándose por la predicación apostólica y el testimonio de amor mutuo en el seno de la comunidad (He 2, 41-47; 4, 4; 8, 25; 13, 48; 16, 5). El tiempo de Pascua es una invitación a reavivar el sentido eclesial de todo cristiano y, en consecuencia, también el nuestro como escolapios. La Iglesia, por circunstancias varias, diferentes en unos Continentes u otros, corre el riesgo de verse expulsada de la conciencia de muchos cristianos. Desde hace años corren expresiones como ésta: “creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia”. Las encuestas recientes van mostrando cómo en países de vieja cristiandad los jóvenes se van distanciando de las Iglesias instituidas, también de la Iglesia católica. Alguna de estas encuestas ha manifestado un fenómeno curioso, como para llamar la atención: se constata mayor sentimiento religioso entre los jóvenes y, al mismo tiempo, decae su frecuentación de las Iglesias. Sin duda, son realidades que hacen pensar y que plantean las maneras de evangelizar y la pastoral juvenil que se viene haciendo. Pero no es éste el tema de la salutatio. Más bien voy a centrarme en la vivencia nuestra, como escolapios, de la eclesialidad.

Sabemos muy bien que fue una de las preocupaciones de Calasanz, para que los escolapios mantuviéramos con decisión, amor y cordialidad la conciencia de ser parte de la Iglesia, manteniendo la comunión con ella. El tuvo la experiencia personal, nada fácil, pasando por la prueba de su fidelidad a la comunión eclesial. Nunca manifestó duda alguna ni desafección, más bien todo lo contrario, siempre mostró un profundo deseo de comunión y de obediencia a cuanto le venía ordenado. Las “Memorias históricas” de los PP. Berro y Caputi cuentan –y así ha seguido transmitiéndose entre nosotros a modo de tradición oral hasta nuestros días- cómo el Fundador, a punto de morir, mandó unos religiosos para solicitar del Papa Inocencio X, firmante de la Bula de supresión de la Orden dos años antes, su Bendición apostólica in articulo mortis y pasar, después, por la Basílica de San Pedro a besar, en su nombre, el pie de la estatua del apóstol y colocar bajo el mismo la cabeza en señal de obediencia y comunión eclesial. Había vivido como hijo fiel de la Iglesia y quería morir en su seno. La Bendición fue concedida y el gesto se realizó, volviendo los citados religiosos a testimoniarlo ante su lecho de muerte, serenando así, con profundo gozo, el alma del santo.

En situaciones difíciles, como la de la creciente desafección hacia la Iglesia, se hace más necesaria la recuperación, si hubiera quedado también afectado nuestro sentimiento, de la eclesialidad, como dimensión irrenunciable de nuestra identidad cristiana y escolapia. Sin ostentación alguna, pero con gozo y agradecimiento, poder decirnos y confesar: “Creo en la Iglesia”.

Asistiendo a reuniones, tratándose sobre todo de orientaciones o determinaciones a tomar para la Orden, he escuchado a veces preguntas sobre la eclesiología subyacente a algunas de las opiniones allí manifestadas:

¿Qué eclesiología hay debajo de todo eso, de lo que se propone o defiende?

Pregunta, sin duda, importante y a tomarla como invitación a un discernimiento. Clarificar las razones de la pertenencia a la Iglesia, saberlas y tenerlas presentes como guía de la praxis eclesial, ayuda a madurar la experiencia de fe y a enfocar bien nuestro actuar misionero y educativo. No pongo en discusión nada de esto. Sin embargo, en algún momento, preguntas de dicho estilo me han sabido más a discusión teórica o, incluso, a desviar la conversación para no entrar a fondo en los temas planteados. Como si nos previniéramos para evitar que nuestras propias posturas fueran cuestionadas o se nos planteara una verificación de las mismas, abierta a un posible cambio de opinión. En el tema eclesiológico ya el Nuevo Testamento es testigo de una pluralidad de planteamientos y organización. La Iglesia apostólica conoció formas diferentes en ella misma. Hoy sucede lo mismo, aunque si las circunstancias hayan cambiado lógicamente con el pasar de los tiempos y la incorporación de nuevas gentes, de culturas tan diversas, a la Iglesia. El pensamiento teológico resulta igualmente plural. Pero ello no quita que la Iglesia siga siendo, aun en medio de contradicciones y desacuerdos, la “tienda” del campamento abierta a todos. Ensanchándose siempre. O, siguiendo la comparación de Juan XIII, la “vieja fuente” de la plaza del pueblo a la que todos acuden para saciar su sed.

Volviendo a Pascua, la fiesta del Resucitado, lo que me atrae más, incluso por encima de las eclesiologías –que, repito, son tema importante e insoslayable-, es otra cosa. La vida religiosa es en primer lugar seguimiento y discipulado de Jesucristo, muerto y resucitado por todos nosotros. Como escolapios, nuestro seguimiento es a Cristo, no a una eclesiología, aunque seguir a Cristo sea inseparable de ser Iglesia. A Jesucristo se le puede seguir, cuando ello acaece, en planteamientos eclesiológicos diversos y hasta enfrentados unos con otros. Fue así en los comienzos y uno modestamente barrunta que lo seguirá siendo siempre así. Son realidades que obedecen sobre todo a los componentes humanos de la Iglesia. Por ello, para la vida escolapia y la vida religiosa en general –es aplicable igualmente a la vida cristiana- la pregunta cristológica está antes que la eclesiológica. Y aunque la segunda no esté resuelta -¿lo estará alguna vez?-, queda la otra, que es imposible de eludir o evitar. A la pregunta “¿quién eres, Señor?” es a la que hay que atender para reconocerle y seguirle, aunque nos dé miedo formularla, como les pasó a los discípulos ante el Resucitado (cfr. Jn 21, 12). Las otras preguntas tienen valor secundario y entran más en las valoraciones subjetivas, quizás no excluyentes y sometidas a vivir en comunión, acompañadas de discernimiento. Pero nada más.

“La fe sólo puede dirigirse a Dios –escribe el teólogo Juan Martín Velasco-. Pero la fe cristiana, teologal en su término, sólo puede ser vivida eclesialmente, en el interior de la comunidad que continúa sacramentalmente la presencia del Señor en la historia. En ella me ha sido dado creer en Jesucristo y me ha sido otorgado el Espíritu. Sostenido por ella puedo mantener mi fe, mi esperanza y el amor como principio de mi vida... El que esté libre de pecado lance la primera piedra. Por eso las inevitables situaciones de conflicto en la Iglesia nos invitan a todos los implicados en ellas, más que a someter a los otros a juicios severos, a dejarnos juzgar todos por los criterios evangélicos y a contribuir todos juntos a su siempre necesaria reforma”.

Sostenidos por la fe pascual, también nosotros podemos manifestarnos gozosos y agradecidos por venir de esta Iglesia y estar en su seno. Ella que es como “madre feliz de hijos”. Reavivamos la esperanza en sus aciertos; en sus dificultades y pruebas somos solidarios. Perseverantes siempre en el empeño de secundarla responsablemente en el anuncio evangélico, en la atención a los pobres, en la perseverancia en la oración y en la vida fraterna, en el carisma calasancio que nos identifica.

Con gozo compartido, a partir de la presente salutatio, cada vez haré llegar mi felicitación cordial y fraterna a cuantos en el mes celebran algún acontecimiento relevante como escolapios. De esta manera estoy más seguro de felicitar a todos. Con la felicitación va también la cercanía y estima, juntamente con la oración. Feliz cumpleaños a los “noventañeros” P. László Meskó (97) y P. Tolmino Zelli (92). Enhorabuena a los que celebran 50 años de Ordenación sacerdotal: PP. José María Ciáurriz, Adolfo García-Durán, Alfonso López Ripa, István Mustos y Antonio Tort. Igualmente enhorabuena y felicitación al P. Jerzy Góral por sus 25 años de sacerdocio y al Hno. Marian Babiec por sus 25 años de Profesión Solemne.

Feliz y fructuosa cincuentena pascual a todos.

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