Gratitud por nuestros mayores (P. Aguado XI,2010
In memoriam…
Carta a los Hermanos
P. Pedro Aguado, escolapio
P. General
noviembre de 2010
Ephemerides Calasanctianae
Queridos hermanos, permitidme una carta un poco diferente de las que en los últimos meses os he dirigido. Os escribo esta salutatio a los pocos días de recibir la noticia de la muerte del P. Jesús Etxarri, de la Provincia Emaús, en nuestro colegio de Pamplona.
Sin duda que todos tenéis en vuestra memoria y en vuestro corazón el nombre de dos o tres personas de las que habéis aprendido a ser escolapios. Religiosos que han sabido sacar lo mejor de vosotros mismos y que os han servido de ejemplo, de padre, de maestro y de ayuda en el camino. Yo tengo unos cuantos, pero sobre todo dos: Fernando Legarreta (Lekun) y Jesús Etxarri. Jesús nos ha dejado hace pocos días, a finales de septiembre. No pude estar en su funeral porque estaba comprometido en Montecalvo Irpino para celebrar los 300 años del nacimiento de San Pompilio. Desde allí, bautizando a siete niños en la Memoria del Bautismo de San Pompilio, recé a Dios por la Vida plena del P. Jesús Etxarri.
De él aprendí a dar clase, a descubrir la centralidad de la Eucaristía, a celebrarla pensando siempre en aquellos con quienes lo hago, a valorar la vida comunitaria… ¡tantas cosas!
Por eso, en homenaje a él, he pensado escribiros esta breve carta sobre la gratitud que todos debemos a nuestros mayores, a los escolapios que nos han precedido en la Orden y que han entregado lo mejor de sí mismos por las Escuelas Pías, por los niños y jóvenes, y por quienes llamábamos a las puertas de la Orden para ser escolapios y que éramos acogidos con cariño, esperanza y dedicación. Somos escolapios –también- porque otros lo han sido. No lo olvidéis nunca. Sin ellos, sin su tiempo y testimonio, sin su paciencia y entrega, no estaríamos aquí. La Orden es el resultado de una larga cadena vocacional en la que unos pasan el testigo a otros. Seamos agradecidos por quienes nos han precedido, de todo corazón.
Me gustaría ofreceros algunas sencillas sugerencias para poder vivir este agradecimiento. Son pequeñas, pero os las ofrezco deseando contribuir con esta reflexión al gran objetivo en el que estamos metidos: construir Escuelas Pías. La Orden no se construye sólo con ideas, proyectos o estructuras, sino, sobre todo, a través de una red de amor, de vocación compartida, de testimonio entregado.
Por eso agradecemos a Dios por los que nos han precedido en el camino escolapio y duermen el sueño de la paz.
1-Hay una frase muy conocida
de Voltaire –desde luego, alguien nada sospechoso de valorar nuestra vida- sobre los religiosos: “se juntan sin conocerse, viven sin amarse y mueren si llorarse”. Todos la hemos escuchado alguna vez, y a todos, estoy seguro, nos ha hecho pensar. Sabemos que esta afirmación no es verdad.
Pero también sabemos que necesitamos vivir nuestra vida “conociéndonos, amándonos y llorándonos más”. Nuestra vida familiar se teje, en parte, a través de las relaciones humanas, aunque es mucho más que eso, pues el eje central es el testimonio de la fe. Pero esto segundo es imposible sin lo primero, y, más aún, nuestro modo de vida suele ser frecuentemente expresión, clara o contradictoria, de la autenticidad de nuestra razón de existir.
2-Me gustaría resaltar un segundo aspecto
que tiene que ver con nuestros mayores y su recuerdo. En muchas ocasiones solemos hablar de las claves de nuestra vida, y normalmente tratamos de formar a nuestros jóvenes para que vivan con autenticidad lo esencial de la vida religiosa escolapia. ¿Habéis probado alguna vez a explicar nuestra vida hablando de nuestros mayores? Yo os aseguro que es una extraordinaria experiencia. En todas nuestras demarcaciones tenemos ejemplos preciosos de los que podemos hablar. Os invito a pensar en ello.
Os puedo decir que a lo largo de estos meses he recibido ya muchos testimonios, en diversas demarcaciones, de religiosos fallecidos hace poco tiempo cuya vida resalta de modo diáfano alguna característica importante de nuestro ser escolapio. Por ejemplo: el P. Dino Bravieri, como ejemplo de síntesis entre ciencia y espiritualidad, entre Piedad y Letras, el P. Jesús Fernández, cuya vida nos puede servir para explicar lo que significa la santidad en la vida cotidiana del escolapio, el P. José Ramón Ferrís, un maestro en saber acercarse el corazón de los jóvenes, el P. Josef Horvátik, testimonio de amor por la Orden y audacia para hacerla posible, el P. Alejandro García Durán, Chinchachoma, expresión extraordinaria de la centralidad del niño pobre en la vida escolapia, el P. José Mateo, valioso ejemplo de ponderación y de mentalidad de Orden, y tantos otros. No quiero hacer un elenco completo. Sé que la lista podría ser muy larga, pero no es mi objetivo en esta carta; os ruego que lo comprendáis. Sólo quiero proponeros que hablemos a nuestros jóvenes de nuestros mayores. Ellos necesitan saber que sus sueños son posibles, y necesitan verlo en quienes van por delante de ellos. Es un modo privilegiado de construir Escuelas Pías, no lo dudéis. Hablemos de nuestros ideales, pero hagámoslo también presentándolos de modo encarnado; es el modo en el que deseamos vivirlos.
3-Hace un tiempo compartí una asamblea con un grupo de religiosos.
Habían dedicado la tarde a hacer “memoria agradecida” de sus mayores. Habían disfrutado proyectando sus fotografías, habían dedicado tiempo a contar sus anécdotas y experiencias sobre cada uno de ellos, habían preparado algunas presentaciones de la “vida y milagros” de cada uno y habían terminado con una Eucaristía de acción de gracias por ellos y una buena cena fraterna. Al día siguiente tenían comigo la sesión de trabajo. Me pareció un buen ejemplo a seguir, una idea que nos puede ayudar a vivir con más hondura humana y religiosa la despedida de quienes nos preceden.
4-Somos corresponsables con ellos en la construcción de la Orden.
Esta es una afirmación que quiero resaltar con claridad. A lo largo de este año me habéis oído hablar con frecuencia de que estamos “construyendo Escuelas Pías”. Lo digo para resaltar la actitud con la que nos tenemos que situar en este momento en el hoy de nuestra Orden: tenemos que ser escolapios en actitud de corresponsabilidad con los desafíos fundamentales que tenemos planteados. Pues bien, me gustaría resaltar en este contexto el valor de la vida de todos los escolapios. De todos y cada uno. De los que están en las publicaciones de los “escolapios ilustres” y de los que simplemente están en el Catálogo. Todos los escolapios contribuimos al bien de la Orden, y todos hemos de estar mutuamente agradecidos. Cuando recordamos a nuestros difuntos hemos de hacerlo también desde esta perspectiva, agradeciendo a Dios todo lo bueno que nos han sabido dar.
5-San José de Calasanz tiene una frase muy bonita
para hablarnos de la oración por nuestros difuntos. Dice que “no debemos dejar caer en el olvido, tras la muerte, a quienes durante esta vida de observancia religiosa hemos tenido como hermanos en Cristo” (CC82). Nos pide que recemos por ellos y que les recordemos ante Dios. Oramos por los nuestros, con todo el corazón. Sin duda que todos tenemos nuestra propia sensibilidad ante la oración por los nuestros, pero es muy importante que lo hagamos. Con ella aprendemos a ponernos en las manos de Dios, también nosotros. A través de ella crecemos en agradecimiento, en esa oración nos sentimos más escolapios, a través de ella nos hacemos más conscientes de nuestra pequeñez, y por ella nos acercamos al amor de Dios por nuestros hermanos, implorando de Él la plenitud de la Vida para quienes en vida fueron testigos de su amor. Cuidemos esta oración, hagámosla con cariño, con cuidado, con tiempo. También esta oración contribuye a la calidad de la vida de la comunidad y a la conciencia de pertenencia a la Orden.
6-El recuerdo de los nuestros, cariñoso y creyente,
nos ayudará, sin duda, a seguir viviendo, a seguir adelante en nuestra vida escolapia. Orar por ellos, ponerles en las manos de Dios, nos ayuda a entender qué significa vivir desde Dios. Pedir para otros la plenitud de la Vida nos ayuda a vivir con creciente sentido, desde nuestra pequeñez. Sin duda que la convicción de que “quien deja todo por Jesús recibirá cien veces más, y en la edad futura la vida definitiva” (Lc 18, 30) ha sostenido e iluminado el camino de la ancianidad y de la enfermedad de muchos de nuestros mayores. Es muy importante que esta experiencia de fe guíe la vida de todos nosotros, tengamos la edad que tengamos: somos llamados a la plenitud, que se ofrece como don al seguidor de Jesús.
Por eso, el mejor homenaje al que se va es seguir viviendo, y hacerlo en plenitud. Vivir desde las mejores opciones que nos han dejado quienes han sido escolapios antes que nosotros. Nuestra fe nos lo recuerda constantemente, y en la ocasión de las despedidas se nos hace más patente: tenemos un hogar en la presencia de Dios. Él nos espera y nos lo ofrece. Nuestra vida debe ser vivida en plenitud aquí, y será llevada a plenitud por Dios. Lo primero es nuestro desafío; lo segundo es nuestro regalo. Lo primero es tarea, lo segundo es don. Y los dos son inseparables.
De muchos escolapios podemos decir que nos han enseñado esta verdad fundamental: vivir en plenitud aquí, esperar con nostalgia la plenitud de Dios. La fe no es una “respuesta fácil”. Hay que profundizar en ella para que la fe pueda ofrecer esperanza. Hemos de seguir viviendo, como homenaje al que se va, y como respuesta a nuestras propias preguntas. Vale la pena la vida, si lo esencial es hacer que otros vivan, si lo que buscamos es compartir nuestro vivir. Si vivimos la vida como un regalo, nos será más fácil compartirla. Si la entendemos como un don, aprenderemos a entregarla. Ahora, a través de nuestra entrega; luego, confortados por el amor de Dios. Esa es nuestra fe.
Nos cuesta entender eso de las verdades del cielo. ¿Sabéis por qué? Porque no sabemos vivir con plenitud nuestra vida concreta. No podemos entender la plenitud si nuestra vida es pequeña y sin horizontes. Ojalá sepamos vivir nuestra vida escolapia dotándola de pequeños signos de plenitud, de una plenitud que es, para nosotros, la pequeñez habitada por Dios.
De este modo podremos seguir sintiéndonos animados y fortalecidos en nuestra vocación también por quienes nos han dejado. Podemos, por ejemplo, crecer en amor por Calasanz recordando al P. Augusto Subías o en ganas de vivir para trabajar en nuestra misión recordando al P. Nicolás Díaz, o en servicio y dedicación a los hermanos recordando al P. José Antonio García Nuño, o en fidelidad vocacional teniendo presente el testimonio de la vida del P. Hartmann Thaler. Podemos hacer mucho más larga la lista, hasta llegar al testimonio pleno que hemos recibido de lo que significa la confianza incondicional en Dios y la pasión por la misión, agradeciendo a Dios la paternidad de San José de Calasanz para con todos nosotros.
Esta carta llegará a vuestras manos el 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, día en el que agradecemos a Dios el don de la Vida plena que nos concede, y en la víspera de la oración por nuestros difuntos. Me uno a toda esa cadena de oración agradecida con la mía propia, pidiendo a Dios que nuestra oración por nuestros mayores nos cambie y nos transforme.
Padre, danos la sabiduría de lo alto; que sepamos valorar y acoger a los hermanos; haznos sencillos y sinceros con todos, accesibles a los pequeños, comprensivos y serviciales. Bendícenos a todos, para que nos mantengamos en apertura a los valores de tu Reino. Acuérdate de los enfermos y necesitados, de los que sufren más las dificultades de la vida. Acuérdate de los que han compartido ya la muerte de los pobres con Cristo, especialmente de nuestros hermanos escolapios, a quien ponemos en tus manos.
Recibid un abrazo fraterno
Pedro Aguado
Padre General
Carta a los Hermanos
P. Pedro Aguado, escolapio
P. General
noviembre de 2010
Ephemerides Calasanctianae
Queridos hermanos, permitidme una carta un poco diferente de las que en los últimos meses os he dirigido. Os escribo esta salutatio a los pocos días de recibir la noticia de la muerte del P. Jesús Etxarri, de la Provincia Emaús, en nuestro colegio de Pamplona.
Sin duda que todos tenéis en vuestra memoria y en vuestro corazón el nombre de dos o tres personas de las que habéis aprendido a ser escolapios. Religiosos que han sabido sacar lo mejor de vosotros mismos y que os han servido de ejemplo, de padre, de maestro y de ayuda en el camino. Yo tengo unos cuantos, pero sobre todo dos: Fernando Legarreta (Lekun) y Jesús Etxarri. Jesús nos ha dejado hace pocos días, a finales de septiembre. No pude estar en su funeral porque estaba comprometido en Montecalvo Irpino para celebrar los 300 años del nacimiento de San Pompilio. Desde allí, bautizando a siete niños en la Memoria del Bautismo de San Pompilio, recé a Dios por la Vida plena del P. Jesús Etxarri.
De él aprendí a dar clase, a descubrir la centralidad de la Eucaristía, a celebrarla pensando siempre en aquellos con quienes lo hago, a valorar la vida comunitaria… ¡tantas cosas!
Por eso, en homenaje a él, he pensado escribiros esta breve carta sobre la gratitud que todos debemos a nuestros mayores, a los escolapios que nos han precedido en la Orden y que han entregado lo mejor de sí mismos por las Escuelas Pías, por los niños y jóvenes, y por quienes llamábamos a las puertas de la Orden para ser escolapios y que éramos acogidos con cariño, esperanza y dedicación. Somos escolapios –también- porque otros lo han sido. No lo olvidéis nunca. Sin ellos, sin su tiempo y testimonio, sin su paciencia y entrega, no estaríamos aquí. La Orden es el resultado de una larga cadena vocacional en la que unos pasan el testigo a otros. Seamos agradecidos por quienes nos han precedido, de todo corazón.
Me gustaría ofreceros algunas sencillas sugerencias para poder vivir este agradecimiento. Son pequeñas, pero os las ofrezco deseando contribuir con esta reflexión al gran objetivo en el que estamos metidos: construir Escuelas Pías. La Orden no se construye sólo con ideas, proyectos o estructuras, sino, sobre todo, a través de una red de amor, de vocación compartida, de testimonio entregado.
Por eso agradecemos a Dios por los que nos han precedido en el camino escolapio y duermen el sueño de la paz.
1-Hay una frase muy conocida
de Voltaire –desde luego, alguien nada sospechoso de valorar nuestra vida- sobre los religiosos: “se juntan sin conocerse, viven sin amarse y mueren si llorarse”. Todos la hemos escuchado alguna vez, y a todos, estoy seguro, nos ha hecho pensar. Sabemos que esta afirmación no es verdad.
Pero también sabemos que necesitamos vivir nuestra vida “conociéndonos, amándonos y llorándonos más”. Nuestra vida familiar se teje, en parte, a través de las relaciones humanas, aunque es mucho más que eso, pues el eje central es el testimonio de la fe. Pero esto segundo es imposible sin lo primero, y, más aún, nuestro modo de vida suele ser frecuentemente expresión, clara o contradictoria, de la autenticidad de nuestra razón de existir.
2-Me gustaría resaltar un segundo aspecto
que tiene que ver con nuestros mayores y su recuerdo. En muchas ocasiones solemos hablar de las claves de nuestra vida, y normalmente tratamos de formar a nuestros jóvenes para que vivan con autenticidad lo esencial de la vida religiosa escolapia. ¿Habéis probado alguna vez a explicar nuestra vida hablando de nuestros mayores? Yo os aseguro que es una extraordinaria experiencia. En todas nuestras demarcaciones tenemos ejemplos preciosos de los que podemos hablar. Os invito a pensar en ello.
Os puedo decir que a lo largo de estos meses he recibido ya muchos testimonios, en diversas demarcaciones, de religiosos fallecidos hace poco tiempo cuya vida resalta de modo diáfano alguna característica importante de nuestro ser escolapio. Por ejemplo: el P. Dino Bravieri, como ejemplo de síntesis entre ciencia y espiritualidad, entre Piedad y Letras, el P. Jesús Fernández, cuya vida nos puede servir para explicar lo que significa la santidad en la vida cotidiana del escolapio, el P. José Ramón Ferrís, un maestro en saber acercarse el corazón de los jóvenes, el P. Josef Horvátik, testimonio de amor por la Orden y audacia para hacerla posible, el P. Alejandro García Durán, Chinchachoma, expresión extraordinaria de la centralidad del niño pobre en la vida escolapia, el P. José Mateo, valioso ejemplo de ponderación y de mentalidad de Orden, y tantos otros. No quiero hacer un elenco completo. Sé que la lista podría ser muy larga, pero no es mi objetivo en esta carta; os ruego que lo comprendáis. Sólo quiero proponeros que hablemos a nuestros jóvenes de nuestros mayores. Ellos necesitan saber que sus sueños son posibles, y necesitan verlo en quienes van por delante de ellos. Es un modo privilegiado de construir Escuelas Pías, no lo dudéis. Hablemos de nuestros ideales, pero hagámoslo también presentándolos de modo encarnado; es el modo en el que deseamos vivirlos.
3-Hace un tiempo compartí una asamblea con un grupo de religiosos.
Habían dedicado la tarde a hacer “memoria agradecida” de sus mayores. Habían disfrutado proyectando sus fotografías, habían dedicado tiempo a contar sus anécdotas y experiencias sobre cada uno de ellos, habían preparado algunas presentaciones de la “vida y milagros” de cada uno y habían terminado con una Eucaristía de acción de gracias por ellos y una buena cena fraterna. Al día siguiente tenían comigo la sesión de trabajo. Me pareció un buen ejemplo a seguir, una idea que nos puede ayudar a vivir con más hondura humana y religiosa la despedida de quienes nos preceden.
4-Somos corresponsables con ellos en la construcción de la Orden.
Esta es una afirmación que quiero resaltar con claridad. A lo largo de este año me habéis oído hablar con frecuencia de que estamos “construyendo Escuelas Pías”. Lo digo para resaltar la actitud con la que nos tenemos que situar en este momento en el hoy de nuestra Orden: tenemos que ser escolapios en actitud de corresponsabilidad con los desafíos fundamentales que tenemos planteados. Pues bien, me gustaría resaltar en este contexto el valor de la vida de todos los escolapios. De todos y cada uno. De los que están en las publicaciones de los “escolapios ilustres” y de los que simplemente están en el Catálogo. Todos los escolapios contribuimos al bien de la Orden, y todos hemos de estar mutuamente agradecidos. Cuando recordamos a nuestros difuntos hemos de hacerlo también desde esta perspectiva, agradeciendo a Dios todo lo bueno que nos han sabido dar.
5-San José de Calasanz tiene una frase muy bonita
para hablarnos de la oración por nuestros difuntos. Dice que “no debemos dejar caer en el olvido, tras la muerte, a quienes durante esta vida de observancia religiosa hemos tenido como hermanos en Cristo” (CC82). Nos pide que recemos por ellos y que les recordemos ante Dios. Oramos por los nuestros, con todo el corazón. Sin duda que todos tenemos nuestra propia sensibilidad ante la oración por los nuestros, pero es muy importante que lo hagamos. Con ella aprendemos a ponernos en las manos de Dios, también nosotros. A través de ella crecemos en agradecimiento, en esa oración nos sentimos más escolapios, a través de ella nos hacemos más conscientes de nuestra pequeñez, y por ella nos acercamos al amor de Dios por nuestros hermanos, implorando de Él la plenitud de la Vida para quienes en vida fueron testigos de su amor. Cuidemos esta oración, hagámosla con cariño, con cuidado, con tiempo. También esta oración contribuye a la calidad de la vida de la comunidad y a la conciencia de pertenencia a la Orden.
6-El recuerdo de los nuestros, cariñoso y creyente,
nos ayudará, sin duda, a seguir viviendo, a seguir adelante en nuestra vida escolapia. Orar por ellos, ponerles en las manos de Dios, nos ayuda a entender qué significa vivir desde Dios. Pedir para otros la plenitud de la Vida nos ayuda a vivir con creciente sentido, desde nuestra pequeñez. Sin duda que la convicción de que “quien deja todo por Jesús recibirá cien veces más, y en la edad futura la vida definitiva” (Lc 18, 30) ha sostenido e iluminado el camino de la ancianidad y de la enfermedad de muchos de nuestros mayores. Es muy importante que esta experiencia de fe guíe la vida de todos nosotros, tengamos la edad que tengamos: somos llamados a la plenitud, que se ofrece como don al seguidor de Jesús.
Por eso, el mejor homenaje al que se va es seguir viviendo, y hacerlo en plenitud. Vivir desde las mejores opciones que nos han dejado quienes han sido escolapios antes que nosotros. Nuestra fe nos lo recuerda constantemente, y en la ocasión de las despedidas se nos hace más patente: tenemos un hogar en la presencia de Dios. Él nos espera y nos lo ofrece. Nuestra vida debe ser vivida en plenitud aquí, y será llevada a plenitud por Dios. Lo primero es nuestro desafío; lo segundo es nuestro regalo. Lo primero es tarea, lo segundo es don. Y los dos son inseparables.
De muchos escolapios podemos decir que nos han enseñado esta verdad fundamental: vivir en plenitud aquí, esperar con nostalgia la plenitud de Dios. La fe no es una “respuesta fácil”. Hay que profundizar en ella para que la fe pueda ofrecer esperanza. Hemos de seguir viviendo, como homenaje al que se va, y como respuesta a nuestras propias preguntas. Vale la pena la vida, si lo esencial es hacer que otros vivan, si lo que buscamos es compartir nuestro vivir. Si vivimos la vida como un regalo, nos será más fácil compartirla. Si la entendemos como un don, aprenderemos a entregarla. Ahora, a través de nuestra entrega; luego, confortados por el amor de Dios. Esa es nuestra fe.
Nos cuesta entender eso de las verdades del cielo. ¿Sabéis por qué? Porque no sabemos vivir con plenitud nuestra vida concreta. No podemos entender la plenitud si nuestra vida es pequeña y sin horizontes. Ojalá sepamos vivir nuestra vida escolapia dotándola de pequeños signos de plenitud, de una plenitud que es, para nosotros, la pequeñez habitada por Dios.
De este modo podremos seguir sintiéndonos animados y fortalecidos en nuestra vocación también por quienes nos han dejado. Podemos, por ejemplo, crecer en amor por Calasanz recordando al P. Augusto Subías o en ganas de vivir para trabajar en nuestra misión recordando al P. Nicolás Díaz, o en servicio y dedicación a los hermanos recordando al P. José Antonio García Nuño, o en fidelidad vocacional teniendo presente el testimonio de la vida del P. Hartmann Thaler. Podemos hacer mucho más larga la lista, hasta llegar al testimonio pleno que hemos recibido de lo que significa la confianza incondicional en Dios y la pasión por la misión, agradeciendo a Dios la paternidad de San José de Calasanz para con todos nosotros.
Esta carta llegará a vuestras manos el 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, día en el que agradecemos a Dios el don de la Vida plena que nos concede, y en la víspera de la oración por nuestros difuntos. Me uno a toda esa cadena de oración agradecida con la mía propia, pidiendo a Dios que nuestra oración por nuestros mayores nos cambie y nos transforme.
Padre, danos la sabiduría de lo alto; que sepamos valorar y acoger a los hermanos; haznos sencillos y sinceros con todos, accesibles a los pequeños, comprensivos y serviciales. Bendícenos a todos, para que nos mantengamos en apertura a los valores de tu Reino. Acuérdate de los enfermos y necesitados, de los que sufren más las dificultades de la vida. Acuérdate de los que han compartido ya la muerte de los pobres con Cristo, especialmente de nuestros hermanos escolapios, a quien ponemos en tus manos.
Recibid un abrazo fraterno
Pedro Aguado
Padre General
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