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Friday, June 25, 2010

UNA MISIÓN CON ALMA

Pedro Aguado, escolapio
Padre General
junio 2010

Queridos hermanos, quiero dedicar esta carta fraterna a uno de los temas que tienen más importancia a la hora de pensar sobre nuestra misión escolapia y sobre las opciones que más tenemos que cuidar y reflexionar. La he titulado “Una misión con alma”, porque creo que aquí radica uno de los desafíos a los que tenemos que saber responder con claridad y nuevos planteamientos.

Poco a poco voy avanzando en esta rápida primera visita a la Orden y estoy viendo la diversidad de situaciones en las que nos encontramos, las diferentes preocupaciones que tenemos en cada Demarcación, en función del momento institucional de cada una, y las variadas sensibilidades que tenemos a la hora de abordar nuestras decisiones y prioridades. Pienso que esto es normal, pues estamos viviendo en contextos muy diferentes y las situaciones de las Demarcaciones son bien distintas. Por eso no podemos caer en la simplificación de pensar que a todos nos valen las mismas soluciones ni creer que todos debemos resolver los problemas de la misma manera.

Pero también me doy cuenta de que hay desafíos comunes y de que la Orden puede y debe ser capaz de pensar en común algunas respuestas esenciales. Hemos de saber convertir la diversidad en suma que enriquece –nunca en diferencias que dividen-, pero también hemos de saber abordar los temas centrales desde convicciones compartidas.

Una de estas cuestiones centrales que tenemos planteadas en nuestra Orden es la necesidad de que nuestras Obras, nuestras presencias, reciban desde las Escuelas Pías su “aliento de vida”, de modo que lo escolapio sea su motor y su referencia esencial. Hemos de construir nuestras Obras de modo que tengan “alma escolapia”. Yo pienso que el “alma” de un proyecto o de una institución es aquello que le aporta la razón fundamental de ser, lo que hace que tenga vida y aporte vida alrededor. De la necesidad de ser y de constituir esta “alma escolapia de nuestras Obras” es de lo que os quiero hablar en esta carta fraterna. Y tengo que decir que escribo porque el tema me preocupa, porque no se es “alma” de cualquier modo y porque sin esta “alma” nuestras Obras dejarán de aportar la propuesta esencial que nuestros niños, niñas y jóvenes esperan y desean recibir. Iré poco a poco acercándome al concepto y a su significado, tal y como yo lo entiendo.

1 - Cuando pensamos en los colegios,
a todos nos preocupa su calidad, su futuro, su identidad evangelizadora, su sostenibilidad…

Cuando nos acercamos a nuestras parroquias pensamos en su carácter escolapio, en su capacidad de acompañar la fe de nuestros hermanos, en nuestra capacidad real de hacer un verdadero proyecto de parroquia con itinerario y horizonte…

Cuando impulsamos un internado o un hogar o una doposcuola o cualquier otra obra e educación no formal, nos ocupamos con todo interés en que los muchachos y muchachas a los que atendemos de verdad reciban allí lo que necesitan para crecer de modo integral…

Todo esto nos preocupa. Pero creo que hoy hemos llegado claramente a la conclusión de que el futuro de nuestras Obras y su capacidad de respuesta a las necesidades de nuestra gente depende esencialmente de su identidad. La identidad es la clave de la calidad, de la capacidad de evangelización, de la misión compartida y de nuestra capacidad de hacer proyectos significativos. Yo quiero situar en el primer plano de las preocupaciones de la Orden el esfuerzo por dotar a nuestras Obras de una auténtica identidad escolapia. Este es la primera afirmación que deseo hacer en este escrito.

Pero del reconocimiento de que nuestro reto mayor hoy es seguir siendo nosotros mismos -seguir siendo escolapios-, surge la necesidad de discernir cómo tenemos que ser hoy escolapios, qué rasgos de la identidad escolapia es hoy urgente subrayar para afrontar nuestra misión. Tenemos poco que hacer si a lo que ofrecemos a nuestras familias, a la sociedad y a la Iglesia no incorporamos lo más específico de nuestra identidad escolapia y, sobre todo, un proyecto educativo cristiano que tiene vocación de permanencia y de fidelidad.

2 - Pienso que en ese “cómo”
hay, al menos, dos aspectos, dos dinámicas que debieran estar ya básicamente claras entre nosotros. Y digo debieran porque todavía tenemos caminos que recorrer y pasos que dar. La primera tiene que ver con el “proyecto educativo y evangelizador escolapio”; la segunda con la “misión compartida”. Pienso que hoy debemos asumir e impulsar con claridad que ambas dinámicas son simultáneas e interdependientes:

tenemos un proyecto que es claro y específico, y sólo lo podremos llevar adelante desde la incorporación real, formada y vocacional de cuantos educadores, agentes de pastoral y colaboradores diversos lo descubran como propio y lo impulsen en comunión con las Escuelas Pías.

Nuestra misión o es escolapia y es compartida o no será.

Una carta fraterna no es el lugar para desarrollar con amplitud estos dos aspectos de nuestra misión: su carácter escolapio y su carácter compartido. Tenemos mucha literatura escrita sobre ello y os invito a repasarla o a estudiarla con atención. Me limito a afirmar que nuestro proyecto educativo y evangelizador sólo será escolapio si, entre otras cosas, busca la educación integral, se inspira en el evangelio y lo propone, hace su aportación a la transformación social, vive y se desarrolla en red escolapia y es llevado por personas convencidas y entusiasmadas con lo esencial de su propuesta, de modo que la asuman como vocación. Por eso los religiosos escolapios no tenemos sólo la responsabilidad de hacer las cosas bien, sino de provocar, acompañar y consolidar la identidad escolapia de las personas que comparten nuestra misión y se comprometen con ella. Es hora de que en las Escuelas Pías asumamos que el adjetivo “compartida” forma parte de la identidad de nuestra misión y saquemos las consecuencias que sean necesarias. No se trata sólo de una característica ni es simplemente una opción estratégica; la misión compartida es nuestro modo de entender e impulsar nuestra misión.

Ciertamente, las circunstancias y las condiciones de posibilidad son diferentes en los contextos en los que estamos, pero esto no nos debe despistar de lo esencial: trabajemos desde nuestra identidad y acompañemos el camino de tantas personas, buscadoras de esta misma identidad desde una vocación diferente. Esto es posible, y necesario, en todos los contextos en los que vivimos y trabajamos los escolapios.

3 - Pero todo esto debe ser “reconocible”.
Nuestros niños y jóvenes, nuestras familias, nuestros educadores, necesitan ver que todo esto, todas las convicciones desde las que trabajamos, todas las propuestas desde las que les animamos, pueden ser vividas, de hecho, por aquellos que les hablan de ellas o que se las proponen como horizonte vital. Nuestras Obras escolapias serán creíbles si en su núcleo vital están las “personas que responden de todo”, viviendo y acogiendo, trabajando y escuchando, animando y celebrando. Para que nuestra gente perciba realmente que nuestra propuesta educativa y evangelizadora es real, deben vernos comprometidos con ella. Sólo podremos educar en cristiano y acompañar la fe de los niños, jóvenes y familias, si en nuestras Obras palpitan comunidades cristianas vivas que les permiten verificar, por propia experiencia, la alternativa que supone para sus vidas el Evangelio.

Es por ello que la condición de posibilidad de un centro que eduque y evangelice, como pretendemos los escolapios, es que, al estilo de las rutas que salían desde San Pantaleo, se trate de acompañar a los niños y jóvenes desde la escuela hasta la vida de creyentes adultos. Si entonces eran imprescindibles esas rutas para que el niño no se perdiera o “lo perdieran” por el camino, en nuestro hoy, quizá sólo desde unas comunidades cristianas adultas que asuman la tarea del acompañamiento integral de niños y jóvenes podamos garantizar en nuestras Obras una mayor fidelidad a nuestra misión original. Forma parte de nuestra misión construir esas comunidades cristianas que, desde el carisma que nos es propio, ofrezcan a los niños y jóvenes un horizonte posible y esperanzador. Estas comunidades han de ser el alma que anima la presencia escolapia en un lugar. “Hagamos lo posible para que los alumnos, padres, profesores, el diverso personal que trabaja en nuestras Obras, amigos, sacerdotes, religiosos, exalumnos, todo el Pueblo de Dios que gravita en torno a nuestras Obras, sea convocado a vivir la propia fe en una comunidad eclesial que, sin duda, tendrá el signo y el carisma calasancio” (P. Ángel Ruiz, 1983).

4 - Esta tarea será siempre prioritaria
para la comunidad religiosa escolapia, cuya función esencial es ser alma de la Obra. Ha de trabajar para serlo siempre. Sin duda de diversos modos, no sólo desde la estructura propia de la comunidad local. Las diversas circunstancias en las que vivimos nos obligan a pensar esto de modo nuevo. Pero nunca debemos olvidar que pertenece a nuestra vocación ser el alma de la misión. Las comunidades religiosas escolapias han de ser siempre alma de la misión, y han de trabajar para que a esta alma se sumen más personas. Me atrevería a decir que allí donde vamos consiguiendo, con el compromiso corresponsable de tantos laicos y laicas escolapios y de tantas Fraternidades Escolapias, que vayan surgiendo comunidades cristianas escolapias, los religiosos escolapios somos llamados a ser el “alma del alma”, si es que se puede decir así.

Construimos comunidades cristianas escolapias para fortalecer la identidad escolapia de nuestras Obras y ofrecer a la Iglesia esos espacios de vida cristiana y misionera, de los que tiene tanta necesidad, y para expresar a todos los destinatarios y colaboradores de nuestra misión que hay un lugar desde dónde se puede vivir todo aquello que buscan. Estas comunidades no sólo no sustituyen, sino que necesitan y piden, la presencia de los religiosos.

No somos tan ingenuos ni estamos tan despistados como para creer que los religiosos podemos hacerlo todo y ser la referencia para todos, pero lo que nunca podemos hacer es perder -o vivir a medias- nuestra razón de ser: dar vida a nuestras Obras, acompañar su camino como escolapios y hacerlas crecer en fidelidad al carisma que nos fue regalado en San José de Calasanz.

Los religiosos escolapios, las comunidades escolapias deben vivir y trabajar siempre como alma de de la misión y provocar que esta alma sea cada vez más compartida.

Por eso, la vida religiosa escolapia es parte constituyente y esencial de la comunidad cristiana escolapia y de su misión. Me he atrevido a decir que es “el alma del alma” de la presencia escolapia y por ello su responsabilidad es fundante y fundamental. Las comunidades escolapias están llamadas a ser el espacio desde donde se anime esta realidad comunitaria más amplia, donde se puedan aprender las claves de la vida comunitaria y misionera, donde todos nos conectamos a una historia carismática de siglos y a una realidad institucional global que nos hace verdaderamente escolapios y católicos.

En este año, dedicado al sacerdocio, diría, además, que el sacerdote escolapio tiene una misión ingente pero preciosa: liderar, junto con quienes desde su vocación laical asuman el ministerio de acompañar a la comunidad, este entramado comunitario que debe ser el nuevo rostro escolapio y eclesial que convoque y permita mantener abierto el camino hacia Jesús a tantos niños y jóvenes en tantas partes del mundo.

5 - He empezado esta carta reconociendo
la diversidad de situaciones en las que nos encontramos. Tenemos Obras y presencias en las que no hay una comunidad religiosa local, otras en las que hay varias comunidades, otras en las que hay comunidad religiosa, pero escasa dinámica de misión compartida, otras en las que los religiosos se sitúan, desde estructuras diferentes, en el alma de la misión, muchas comunidades religiosas que verdaderamente impulsan con vigor la vida de los colegios, Demarcaciones que tratan de dar respuesta a estas necesidades desde el horizonte y el marco de la propia Provincia… Pienso que en todos los casos, hay que buscar maneras diversas para que nuestras Obras tengan alma escolapia real y sean animadas desde personas y comunidades que hagan posible que todos los que conforman la Obra sientan que existe un espacio eclesial y escolapio desde el que el colegio (o la Obra que sea) se sostiene y que es su referencia y fuente de vida. Aquí tenemos tarea todos, en todas las Demarcaciones. A ello os invito con todo interés.

Termino esta carta con algunas reflexiones finales, que están en relación directa con lo que expreso en este escrito. Son tareas que tenemos pendientes, según mi modo de pensar. Habría muchas más, pero sólo quiero dejar cuatro sugerencias a modo de ejemplo:

• Nuestro último Capítulo General dejó sin abordar
el tema de “la comunidad escolapia y la misión”. Desde la Congregación General deseamos retomar este asunto y ofrecer a la Orden un documento al respecto, cuando nos sea posible. Ojalá que también seamos capaces de proponer itinerarios de crecimiento en la capacidad de misión de nuestras comunidades.

• Nuestra Orden tiene un proyecto institucional
del laicado escolapio recogido en el documento “El laicado en las Escuelas Pías” del año 1997.

Muchas de las propuestas que se recogen en él siguen siendo tareas que tenemos que abordar para configurar el alma escolapia de nuestras Obras.

• Nuestra pastoral vocacional crecerá
con vigor y posibilidades si en nuestras Obras trabajamos más y mejor desde nuestra identidad y las configuramos con una creciente vida escolapia. Muchos jóvenes se acercan a nosotros convocados por nuestra misión, pero se acercarían más si estuviesen transformados por ella.

• Tenemos pendiente una reflexión
sobre el papel del religioso en nuestras Obras, porque no se puede formar parte del alma de una Obra de cualquier manera. Desde luego, nunca desde dinámicas de poder, sino de servicio, nunca desde un “hacer lo que a mí me parece que debe hacerse”, sino desde un trabajo en equipo, nunca desde una Obra aislada, que se define y se basta a sí misma, sino desde un proyecto más amplio que se configura e impulsa desde la Provincia y desde la Orden. Hemos de pensar mucho más sobre todo esto.

Queridos hermanos, la construcción del alma escolapia de nuestras Obras y nuestra vida religiosa como fuente de vida de las mismas son desafíos comunes a todos nosotros, estemos donde estemos y tengamos la realidad que tengamos. Desde nuestra situación y con el acompañamiento de la Orden, tratemos de dar respuestas auténticas, respuestas que provoquen vida.

Os envío un afectuoso saludo
Pedro Aguado
Padre General

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