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Tuesday, April 27, 2010

Por los niños que no existen

VINOD
Pedro Aguado, Padre General

En mi reciente visita a Asia, de la que guardo un gran y comprometido recuerdo, conocí a un joven llamado Vinod. Es hindú y vive con nuestros escolapios en el internado de Aryanad. Ayuda como un educador más en la marcha del internado, que acoge a más de cincuenta muchachos de edades adolescentes. Quise conocerle y hablé personalmente con él. Tiene 22 años y su historia es extraordinariamente escolapia. De muchacho, vivía en la calle, con su padre. No tenían nada propio, ni tampoco futuro creíble.

Cuando su padre enfermó gravemente fue acogido por los escolapios de Aroor, que le proporcionaron un hogar, cariño y estudios. Hoy día tiene terminados sus estudios secundarios, se prepara para la Universidad y trabaja en nuestro internado, colaborando con todo su entusiasmo en su organización y actividades. Cuando hablé con él, había una idea que me repetía de vez en cuando y que tenía muy clara: “Todo lo que soy se lo debo a los escolapios. Ellos han transformado mi vida. Estoy profundamente agradecido a la Escuela Pía”.

Os cuento esta historia no sólo porque la considero interesante, sino porque me sirve para introducir esta Carta a los Hermanos que os dirijo en este tiempo de Pascua que recién estamos empezando, en el que somos llamados a revivir y celebrar la razón última de nuestra fe y de nuestra vocación: la Resurrección del Señor. Por nuestra vocación escolapia, somos llamados a anunciar esta Buena Nueva de vida plena entre los niños y los jóvenes, especialmente aquellos que más la necesitan.

Como Calasanz en su momento, nuestro desafío es mirar a los niños, niñas y jóvenes y descubrir en ellos la presencia de Dios. ¡Cuántas veces habría visto Calasanz a aquellos muchachos por las calles de Roma!. ¡Cuántas veces habría constatado que no tenían ni escuela, ni educadores ni padres!. Pero cuando su corazón estuvo maduro, cuando sus ojos miraban con la mirada de Dios, vio en ellos el rostro de Jesús y entendió que su vida debía desgastarse para darles vida a ellos. No antes.

Me gustaría dedicar esta carta fraterna a recordar este hecho, esta dinámica de fe y de vocación escolapia, este acontecimiento carismático que engendra nuestra Orden.

Quisiera invitaros a profundizar en esta convicción calasancia: estamos para ellos. Y por ellos escribo. Sobre todo por los niños que no existen, que no tienen a nadie, que no están anotados en ningún registro, que no son ni siquiera un número, que no están contados, que, como me decía Vinod, “no tienen dirección propia”. Sólo son estadísticas, como algunas de las que quiero recordar en esta carta. Pero, como Vinod, aunque no existen para la sociedad, son la razón de la existencia de las Escuelas Pías.

Algo tiene que significar esto para nosotros. Algo hemos de pensar sobre esto, no vaya a ser que vivamos desde la convicción de que ya hemos dado todas las respuestas que podemos dar. Desde Calasanz, esto no es posible. Os aseguro que en esta visita que estoy haciendo a la Orden estoy conociendo respuestas profundamente escolapias pensadas por y para estos niños.

Quiero compartir con vosotros cuatro pequeñas reflexiones que surgen en mí cuando pienso en el núcleo carismático de Calasanz, su respuesta a los niños, en quienes vio el rostro de Jesús.

1ª reflexión:
Necesitamos “saber más”. Es bueno que dediquemos un poco de trabajo a conocer y pensar sobre la realidad de los niños y jóvenes en nuestro mundo. El objetivo de esta carta no es ofrecer estadísticas o números, pero sí el de invitaros a conocer y pensar sobre la educación en nuestro mundo. Es bueno que sepamos que, a pesar de los esfuerzos que se están haciendo y que están dado sus frutos (por ejemplo, en los últimos diez años ha disminuido en más de 30 millones el número de niños sin escolarizar en el mundo, el porcentaje de niñas sin escolarizar ha pasado del 58% al 54% y la tasa de alfabetización de los adultos ha subido en un 10%) el desafío de una “educación para todos” sigue vigente y actual en nuestro mundo. Hay 175 millones de niños malnutridos, 70 millones sin escolarizar, millones de niños acaban la escuela sin haber adquirido los conocimientos básicos necesarios y hacen falta 2 millones de maestros. Todos estos datos están reconocidos por la UNESCO en su informe “Educación para todos, objetivo del milenio, 2015”. Hay que seguir hablando de llegar a los marginados, de sistemas educativos integradores, de pensar un mundo apto para los niños. Y no sólo para los niños. Todavía hoy hablamos de más de 120 millones de adolescentes en edad de cursar estudios secundarios que están fuera de toda plataforma educativa. Esta es nuestra realidad, el contexto mundial en el que los escolapios tratamos de dar nuestra respuesta. Quizá estos datos no os resulten nuevos, pero es importante pensarlos y reflexionarlos.

Una propuesta:
Tenemos que dar pasos que nos ayuden a tener información, poderla analizar, intentar convertirla en respuestas institucionales. Necesitamos “antenas”, “observatorios”, publicaciones, materiales que nos ayuden a “estar al día” de lo que viven nuestros niños, niñas y jóvenes, de lo que necesitan, de lo que piden. Necesitamos escolapios que quieran especializarse en esto, que nuestras comunidades crezcan en esta sensibilidad. Sería bueno que cada año una de las reuniones de comunidad la dediquemos a formarnos sobre esta cuestión, desde diversos puntos de vista. Sólo si vivimos “con los ojos y oídos abiertos” podemos entender lo que está pasando, lo que están viviendo las personas a las que estamos llamados a entregarnos. ¿Sería posible impulsar en las Escuelas Pías un “Observatorio Calasancio para la Niñez y Juventud”? Ya veremos el nombre que le ponemos; de lo que se trata es de pensar si podemos organizarnos de modo que podamos disponer, para nosotros, para la Iglesia y para todos los que se acerquen a nosotros, de una entidad que “piensa y sugiere desde los niños y jóvenes”. Se admiten ideas. Mejor, se piden.

2ª reflexión.
Calasanz dio su respuesta desde Dios. Fue una respuesta de fe. Los niños y jóvenes del Trastevere, fueron, sin duda, parte central de su experiencia fundante como seguidor de Jesús. Desde ellos rezó, por ellos entregó su vida, en función de ellos configuró de modo definitivo su vocación y engendró en la Iglesia las Escuelas Pías, su respuesta esencial. Hemos de pensar sobre ello y sacar nuestras conclusiones.

¿Dedicamos tiempo en nuestra oración personal y comunitaria a orar desde esta experiencia fundante de Calasanz? ¿Oramos por los niños y jóvenes?. ¿Trabajamos nuestra vocación intentando crecer en el espíritu para educar a los niños más necesitados? ¿Cuidamos en nuestra Formación Inicial esta dinámica, desde experiencias y reflexiones concretas? Si los escolapios no nos trabajamos interiormente en esta clave fundamental de nuestra vocación, podemos despistarnos o conformarnos con cualquier vivencia. Nunca olvidemos esta afirmación de Calasanz: “quien no tiene espíritu para enseñar a los pobres, no tiene vocación escolapia o el enemigo se la ha robado” (EP. 1319). Esto no significa sólo que el espíritu de amor a los pobres es definitivo para el escolapio, sino que se puede perder. Como toda experiencia de fe, por central que ésta sea. Lo que no se cuida, lo que no se trabaja, lo que no se pone frecuentemente en manos de Dios, lo que no se vive, deja de ser central, pasa a ser sólo un elemento, una idea, un recuerdo.

Una propuesta.
Que todas las comunidades lean el documento capitular “El espíritu para enseñar a los niños pobres” y traten de sacar alguna idea que les ayude, como comunidad, a vivir con más plenitud, con más consciencia, esta experiencia central del escolapio. Sólo a modo de ejemplo: revisar cómo hablamos de nuestros alumnos, organizar una celebración mensual centrada en esta experiencia central para nuestro carisma, invitar a nuestras comunidades, una vez al año, a alguien que nos hable de la situación de niños y jóvenes, etc.

Sería muy bueno que todas nuestras comunidades dediquen al menos un día al mes, en su oración, a tener presentes las necesidades, esperanzas y problemas de los niños y jóvenes. A través de nuestra oración trabajamos nuestro corazón, cuidamos nuestra vocación y soñamos nuestras opciones. A través de nuestra oración –personal y comunitaria- crecemos como escolapios. Sabemos que el fruto principal de la oración es nuestra capacidad de amar.

3ª reflexión:
Nuestra capacidad de respuesta a necesidades de los niños y jóvenes.

He titulado esta carta “Por los niños que no existen”. Recuerdo que cuando visité La Romana (República Dominicana) me hablaron de muchas familias que ni siquiera están anotadas en ningún registro, que nadie sabe de su existencia. Son muchos los niños que están así, en muchos países del mundo. Son niños a los que las Escuelas Pías les están dando el ser, les están dando identidad, les están ayudando a crecer.

Los escolapios estamos dedicados a que los niños y jóvenes existan, a que sean, que se configuren como personas. En esta misión somos acompañados por muchísimas personas que se han sentido llamadas, como nosotros, por esta realidad. Entre todos tratamos de ofrecer lo mejor de nosotros para que nuestros niños y jóvenes crezcan como personas auténticas y, si así lo descubren, como cristianos.

En todos nuestros colegios, en todas nuestras obras, en todas nuestras plataformas educativas, trabajamos por lo mismo. Sin duda que desde contextos diferentes y desde opciones propias, pues nada es igual en ninguna parte del mundo. En todos los espacios en los que trabajamos es posible dar respuestas escolapias y hacerlo desde la preferencia por los últimos. Son muchos los niños que esperan y piden de nosotros que les ayudemos a conseguir su identidad. Por ejemplo, Niños y jóvenes que buscan sentido para su vida, que desean escuchar y descubrir propuestas que les hagan crecer.

Niños y jóvenes
que viven sin que sus familias les dediquen tiempo, y que necesitan padres y hermanos que les hagan sentirse alguien.

Niños y jóvenes
que desean recorrer un camino de fe y descubrir en Jesús el centro de su vida y poder poner nombre a su vocación.

Niños y jóvenes
que, a causa de las circunstancias en las que viven, están desestructurados como personas y necesitan mucho apoyo y acogida para recomponer lo que son y así poder crecer.

Niños y jóvenes
que reciben de nosotros una educación que quiere ser integral y que busca acompañarles con claridad para que puedan vivir desde los valores del Evangelio.

Damos nombre e identidad a estos niños y jóvenes cuando les ofrecemos nuestra educación, nuestros procesos pastorales, nuestra acogida, nuestros espacios de crecimiento personal. Con nuestra vida y nuestra misión hacemos personas, construimos seres humanos y damos identidad. Hemos de valorar todo lo que hacemos y trabajar más para conocer la diversidad de respuestas que estamos dando. Pienso que necesitamos tener más información sobre nosotros mismos, sobre nuestra realidad. Por eso, desde el Secretariado de Ministerio y Misión Compartida estamos trabajando en la posibilidad de sacar una buena información de las diversas realidades ministeriales escolapias, con el fin de que sean conocidas por todos.

Una propuesta.
Sin duda, la mayor parte de nuestras obras están pensadas para dar respuestas en función de los análisis que hacemos. Quizá algunas hace mucho tiempo que no analizan la realidad de los niños y jóvenes y sus necesidades y por eso las respuestas educativas que dan son las mismas de hace bastantes años, con dudoso éxito o significatividad. Sería bueno que en cada Demarcación se tuviera esto en cuenta y se pensara seriamente dónde están los niños y jóvenes, cuál es su realidad, cuáles son sus necesidades reales de fondo, para poder ofrecerles una propuesta educativa que les ayude y les fortalezca. Es importante, de vez en cuando dedicar tiempo a analizar nuestros contextos y nuestras líneas de trabajo.

4ª reflexión:
vivir esta dinámica como vocación, en lo personal y en lo institucional.

En definitiva, de lo que se trata es de vivir todo esto como vocación, que es lo que realmente es. La configuración de toda vocación cristiana tiene elementos de conocimiento (de reflexión, de “ver”), los tiene también de experiencia de fe (colocar nuestras opciones en la presencia de Dios) y los tiene de respuesta (compromiso, acción, entrega). Tiene muchos más, pero me he centrado en estos tres con el fin de sugerir algo que me parece importante. O los escolapios vivimos la vida como vocación (recuerdo que este era el título de un libro muy conocido, aunque ya de hace un tiempo), o no estamos siendo fieles a nuestro centro.

Andar la vida de modo vocacional supone estar siempre en camino, supone cuidar las opciones, supone vivirlas en la oración y en la comunidad, supone disponibilidad para nuevos envíos, supone capacidad de nuevas respuestas. No es que tengamos vocación, es que la vocación nos tiene, nuestro centro nos moviliza, nuestra vida está en apertura y búsqueda.

Y esto lo hemos de decir de cada uno de nosotros, pero también de la Orden y del conjunto de las Escuelas Pías, de tantas personas que descubren su vocación desde la misma experiencia que tuvo Calasanz. También la Orden debe pensarse a sí misma abierta a nuevas llamadas, necesitada de nuevas respuestas y, por qué no, de nuevos dinamismos que la hagan situarse en en centro, en su alma. Por aquí pasa una de las claves de la “revitalización” de la Orden de que que hablamos con tanto interés y esperanza. Necesitamos enriquecer nuestra vida como Orden con las mediaciones que nos ayuden a vivir activos en las respuestas.

Una propuesta:
Son muchas las cosas que podemos hacer, y os invito a todos a pensar sobre ello. Por mi parte, sugiero que intentemos volver a escribir un libro que hace tiempo que se hizo y que de vez en cuando es bueno volver a redactar: “Los escolapios se interrogan”. Vamos a intentarlo en estos años, contando con la disponibilidad de muchos de vosotros. Espero que en poco tiempo os podamos hacer una propuesta para poderlo realizar.

Os deseo todo bien en este tiempo de Pascua. Pidamos al Señor los unos por los otros, para que podamos vivir desde la extraordinaria experiencia de sabernos llamados y elegidos por Jesús para vivir como escolapios.

Os envío un afectuoso saludo

Pedro Aguado, Padre General

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