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Wednesday, January 27, 2010

HOMILÍA, 1º DE ENERO DEL AÑO 2O1O

Msr. Bosco Vivas, Obispo de León (Nicaragua)

Hermanos y hermanas:

La fe contemplativa y la adoración amorosa de la Virgen María, la Madre de Dios, nos dan los sentimientos adecuados en este primer día del año 2010 y octavo día de la Navidad, para acompañar a JESÚS Sacramentado y para establecer con Él este encuentro eucarístico vivificante ya que por medio de las Santas Escrituras y de la Comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor nuestros corazones arden confiados en la misericordia divina (Cf Lc. 2, 19; Lc. 24, 32)

Todos nosotros, hombres y mujeres de esta Diócesis, tenemos la oportunidad de implorar la Bendición Divina que ciertamente nos hará experimentar la paz que cantaron los Ángeles en Belén, si es que no ponemos obstáculo a la acción de la gracia. Estos obstáculos a los que me refiero podrían ser las actitudes de orgullo y de soberbia, el negarnos al perdón y a la caridad con el prójimo y el endurecimiento del corazón por el pecado.

Como los pastores encontraron a Jesús en Belén, encontrémosle nosotros en este altar para que, como consecuencia de este gozoso encuentro de fe, vivamos sin temor al porvenir y sin miedo al futuro este nuevo año que desde ya consagramos al Sagrado Corazón de Cristo por medio del Inmaculado Corazón de la Madre del Salvador y Madre nuestra dulcísima.

No hay motivo, pues, hermanos y hermanas, para comenzar este año con la mente entenebrecida y el corazón abatido. Les recuerdo sencillamente que Dios es Padre Bueno de verdad. Que nuestro Dios es AMOR (Cf Gál, 4, 4-7; 1 Jn. 3, 1-2; 4, 8 y 16).

La humanidad no será desamparada por Aquél que derramó su Sangre para purificarla y salvarla. El Espíritu Santo no se ausentará de este mundo precisamente cuando más lo necesitamos los que en él vivimos.

Podemos estar seguros que si iniciamos este nuevo año unidos a Jesucristo por la fe, por el amor y por la comunión de su Eucaristía, se nos hará más fácil el cumplimiento de nuestros deberes familiares, de nuestros compromisos con la patria y de nuestro servicio a la causa del Evangelio, como misioneros y testigos de Jesucristo.

Roguemos a Dios que tenga piedad y que nos bendiga, que nos muestre su rostro y que nos dé su paz. Que nos conceda el Señor ser continuadores de la maravillosa fe de María Santísima y de San José para creer que es a través de las cosas pequeñas, como son: Los-Sacramentos, la oración, el compromiso con la verdad y el ejercicio de la caridad, como se realiza la obra de Dios Espíritu Santo de transformar el mundo haciéndolo más humano y de cambiar los corazones del hombre y de la mujer para hacerlos vivir en la Divina Voluntad y así se haga realidad el plan de Dios de salvar a todos y de hacer nuevas todas las cosas en Cristo Jesús, Señor Nuestro( Cf Ef 3. 4 ,12)

Jesucristo que vino para perdonar a los pecadores, para sanar a los enfermos, a salvar lo que había perecido, a encontrar lo que estaba perdido, a consolar a los tristes y afligidos y a dar la vida abundante a todos (Cf Mt. 9. 13:L.c. 5. 31: Lc. 15. 1: Mt. 13. 28: Jn. 8. 12) es Quien alienta nuestra esperanza, esperanza de la que tanta necesidad tiene todo hombre y toda mujer en el mundo, en Nicaragua y en cada hogar.

Por lo tanto, lo que yo quiero proponerles es que quienes por la misericordia de Dios hemos sido bautizados y confirmados en la fe católica, renovemos constantemente durante este año los compromisos bautismales comprometiéndonos a fortalecer la convivencia familiar, a revitalizar la vida parroquial, a realizar la misión de anunciar el Evangelio y ofrecer en todo tiempo y lugar la instrucción catequística. Si todo este trabajo lo hacemos iluminados por la Palabra de Dios, en espíritu de oración humilde y perseverante y unidos todos por el vínculo de la caridad en compañía de María, la Madre del Señor, es seguro que podamos ver la gloria de Dios y poner de esta manera las bases de la ansiada paz del corazón que a su vez nos convierta en hacedores de esta paz cristiana (cf Mt. 28, 16-20; Lc. 18, 1-14)


1-. MIRADA DE FE SOBRE NUESTRA REALIDAD DIOCESANA

El Segundo Sínodo Diocesano nos ofrece un apoyo privilegiado para hacer que nuestros buenos propósitos se pongan en obra y, de este modo, se cumplan los objetivos propuestos para la Diócesis.

En estos tiempos en los que las enseñanzas del Evangelio pueden parecer a algunos irrealizables o pasados de moda y cuando el pecado y los vicios condenados por la Palabra de Dios son elevados por la propaganda del mundo a la categoría de virtudes y propuestos como pasos positivos a favor de la humanidad, es cuando más convencidos debemos estar los cristianos de que ningún bien vendrá para la familia humana si esta misma familia se aleja de Dios, que es la única fuente de Vida, de Belleza y de Bondad. Por eso, el olvidarse de Dios y sobre todo el rechazar concientemente su Verdad y Sabiduría, oscurece la mente del ser humano y vuelve insensato el corazón del hombre y de la mujer que creyendo encontrar la dicha, encuentra el vacío y el fracaso de su existencia. (Cf Rm. 1, 18-32).

El Sínodo recién finalizado, les decía, es una gran ayuda para poder echar a andar un plan pastoral más claro y acorde con nuestras realidades culturales, sociales y eclesiales.

Obedientes a la acción del Espíritu Santo, con el auxilio maternal de Maria Santísima y con el trabajo de toda la Iglesia Diocesana, las disposiciones del Sínodo más que cargas que opriman al espíritu, deben considerarse como luces que quieren iluminar el camino y dar motivaciones para que surjan iniciativas de fe que nos permitan a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de la Diócesis responder a Dios que nos envía a cumplir el mandato misionero con libertad, entusiasmos y en comunión.

La historia de la Iglesia enseña que en tiempos críticos por diversas causas -como son los tiempos actuales- toda esperanza de mejoría y superación de las dificultades debe ponerse en primer lugar en el recurso a Dios mediante la oración y la meditación de la Palabra Divina. (Cf Hech. 12, 5 y 12).

Por lo tanto les digo, hermanos y hermanas, que así como nos preparamos a la celebración Sinodal con oración confiada, así también ahora que nos proponemos poner en práctica lo establecido por el Sínodo, no cesemos de orar para poder tener la gracia necesaria con la cual superemos los problemas que puedan surgir y actuemos todos, Sacerdotes y fieles, como teniendo un solo corazón y una sola alma (Cf Hech. 4, 32), nosotros que hemos sido llamados a conservar la unidad del espíritu por el lazo de la paz. (Cf Ef 4, 1-6)

Que este año sea de crecimiento espiritual y, para ello, no nos cansemos de clamar al Señor. Sugiero la lectura y meditación diaria de las Sagradas Escrituras y el rezo del Santo Rosario, como medios privilegiados que nos dispongan al ejercicio de la caridad y a la recepción fructuosa de los sacramentos de la Reconciliación y de la Comunión.

Si nuestra oración es en verdad un encuentro filial con Dios Amor los frutos de conversión personal y familiar y de la parroquia se harán visibles y consistentes en beneficio de la Iglesia Diocesana y del país entero.

Es constatación eclesial también que la reforma del clero tanto diocesano como religioso y de la vida religiosa en general, es factor indispensable si es que queremos construir sobre roca el trabajo misionero y la evangelización que nos hemos propuesto en el Sínodo, sabiendo que es esa la voluntad de Dios.

En vista de que sobre el sacerdocio les he escrito recientemente una carta pastoral no me detendré sobre este asunto. Sin embargo les quiero decir que me agradaría muchísimo que esa carta la conozcan y la lean ya que pienso que hará mucho bien sobre todo a los sacerdotes, sin cuyo servicio alegre y desinteresado, la causa del Señor Jesucristo y del Evangelio no avanzará, como Dios lo quiere, ni se hará sentir la fuerza de la Palabra que vivifica lo que está débil y resucita lo que había matado el pecado. Pero debo recordar que gracias al sacerdote es que tenemos la felicidad no sólo de estar con Jesús cuando lo visitamos en el sagrario de nuestros templos, sino que gozamos del privilegio de unirnos personalmente con El cuando lo recibimos en la Eucaristía.

Somos un pueblo orante y si en los Sacerdotes encontramos guías experimentados en este camino hacia la santidad (que es vivir en amistad, en gracia de Dios) será posible lograr que poco a poco se disipen las tinieblas de la ignorancia religiosa mediante las catequesis impartidas en todo lugar y para todos sin excepción.

Los trabajos apostólicos que exijan más esfuerzos para los sacerdotes y para sus colaboradores, laicos, religiosos y religiosas, deben ser en beneficio de los jóvenes que se preparan a fundar una familia; en favor de las familias ya establecidas (aunque se encuentren en situaciones irregulares o difíciles); en pro de los niños y niñas que deben ser acogidos con respeto y amor en sus hogares y en las catequesis parroquiales; sin olvidar la importancia que tienen la educación religiosa de nuestros centros educativos católicos y en hospitales, centros penitenciarios, hogares de rehabilitación, proyectos de recuperación mental y social etc.


II-. LA FAMILIA

El Papa Juan Pablo II escribió que: “la familia es el primer camino de la Iglesia hacia el hombre”. Es la familia un invento de Dios. “Hombre y mujer los creó”, dice la Biblia, refiriéndose a los seres humanos (Cf Jn. 1 y 2) y, al crearlos, quiso el Señor no solo que ambos -hombre y mujer- se acompañasen con amor y que como frutos de amor nacieran los hijos, sino que quiso también y sobre todo que la pareja del hombre y la mujer con sus hijos fueran con mayor perfección imagen y semejanza de la misma Santísima Trinidad.

Tan valiosa es la familia, tan necesaria para el pleno y armónico desarrollo del ser humano que al realizar Dios la salvación de sus criaturas, muertas a su amistad por el pecado, escogió precisamente el camino de la Encarnación de su Hijo como miembro de una familia en un lugar y en un ambiente cultural concretos, creciendo y desarrollándose como todo ser humano (Cf Lc. 2, 18-20; Jn. 1, 14; Mt. 1, 16-25). Es así como el hogar de Nazaret llega a ser el cielo en la tierra.

Este estupendo plan divino que es la Encarnación del Verbo por ser una manifestación extraordinaria del amor de Dios al mundo (Cf Jn. 3, 16-17), desata el odio más feroz del demonio y de los enemigos de Dios contra la institución familiar y contra la Iglesia significada en la familia. (Cf Ap. 12, 17). Este ataque del mal contra la familia se constata actualmente en las campañas contra la vida humana, contra la santidad del matrimonio y contra la castidad y pureza de vida dentro del hogar cristiano y católico.

Se hace necesaria una reflexión seria y valiente acerca de estos asuntos ya que del respeto y salvaguarda de los valores familiares en los tiempos de hoy dependen la salud integral y la estabilidad del hombre y de la mujer así como también el bienestar de la sociedad civil y, por supuesto, eclesial.

Todo lo que les he dicho se fundamenta en las enseñanzas de las Santas Escrituras, explicadas por la Iglesia en sus catequesis y vividas por muchísimas parejas santas que hicieron vida este Evangelio de la familia.

El objetivo pastoral propuesto por el II Sínodo de la Diócesis nos orienta decididamente hacia el servicio a la familia con el fin de evangelizarla convenientemente para que a su vez cumpla con la misión de evangelizar a otras familias dentro del territorio parroquial principalmente.

Hago notar que cuando se habla de la Pastoral Familiar deben considerarse las relaciones que tienen las familias con la Pastoral de la Infancia y de la Juventud, la Pastoral de la Cultura y la Piedad Popular.

Por lo demás, considero que habiendo recibido y recibiendo aún tantos ataques, burlas y marginación del mundo, las familias pueden ser vistas como “los pequeños”, “los pobres”, del Evangelio que necesitan ser recibidos con amor y ser evangelizados preferentemente (Cf Lc. 4, 16-21; 18, 15-17; Mt. 25). Es por esto también que les pido a todos los sacerdotes, párrocos, religiosos, religiosas, laicos, hombres y mujeres de los Movimientos, Asociaciones, y caminos de conversión y catequesis, es decir, a todos sin excepción, que jamás y por ningún motivo se descuide la atención y formación de quienes se preparan al matrimonio y el acompañamiento y apoyo a las familias en las Parroquias.

En la familia, además, encontrará apoyo importante la Pastoral Vocacional y la Pastoral Educativa.


III-. LA CATEQUESIS

El Evangelio nos ha recordado que, cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado” (Lc. 2, 15)

Nos damos cuenta, pues, que las cosas de Dios para que las podamos conocer y aceptar por la fe, necesitamos conocerlas por medio de alguien que nos las diga. Ciertamente que Dios nos habla en primer lugar y de manera privilegiada a través de su Palabra Encarnada: JESUCRISTO; Jesucristo de su parte, con su muerte y resurrección y ascensión al cielo envió, desde el Padre, el Espíritu Santo a la Iglesia para que, con su autoridad proclamara su Mensaje e instruyera a quienes lo aceptaran con fe. (Cf Jn. 1, 18; Hch. 1, 7-8; Mt. 28,20; Jn. 15, 26 y 20, 20).

Esta sagrada misión de instruir a los cristianos para que conociendo cada vez más y mejor la doctrina del Divino Maestro, la guarden en el corazón y den testimonio de ella en su peregrinación terrena, la cumplimos de manera privilegiada cuando impartimos la Catequesis en los hogares, en las escuelas y sobre todo en las Parroquias.

Es tan Santo el Evangelio de Cristo que se explica en las catequesis, que a nadie le está permitido mutilarlo o aumentarlo de acuerdo a criterios propios o de grupos, como sucedería si alguna persona, aún con la buena intención de hacer el Evangelio más acomodado a las corrientes del pensamiento mundano de la época, se desviara en sus enseñanzas de lo que la Iglesia Católica enseña en su Catecismo y en su Magisterio. (Cf Jn. 20, 21). Es digno de notarse que la solemne promesa de Jesús de estar con la Iglesia hasta el fin del mundo, es una garantía en vista a ayudar a guardar fielmente todo lo que El nos ha mandado (cf Mt. 20, 19-20).

La experiencia nos ha enseñado que sin una base doctrinal sólida -que eso es una catequesis seria y amorosamente impartida- no sólo se lesiona la doctrina católica (lo cual es sumamente grave), sino también se desmorona el comportamiento moral del discípulo de Cristo.

Lo que se nos dice en el Documento Sinodal respecto a la formación en las Parroquias de grupos o equipos de misioneros y catequistas integrados por sacerdotes, religiosos, religiosas, y laicos capacitados en estos servicios, es de indispensable cumplimiento. Cumplimiento que naturalmente debe ir acorde con la formación doctrinal, el espíritu de caridad y el testimonio de fe de los enviados.

Los destinatarios de estas visitas domiciliares como es natural serán toda las personas que habiendo sido bautizadas en la fe católica necesitan conocer a fondo las enseñanzas de la Palabra de Dios y las instrucciones de la catequesis eclesiales plasmadas en el Catecismo Católico, en los documentos del Magisterio sobre todo de los Sumos Pontífices y en la vida y escritos de los santos y santas doctores de la Iglesia. Pero la Buena Nueva es para todos los hombres y mujeres que, de acuerdo a la voluntad divina están llamados también a la salvación eterna y, por lo tanto, a estas personas debemos encomendar en nuestras oraciones y hacerlas igualmente destinatarias del anuncio del amor de Dios y del conocimiento de Jesucristo.

Hago un llamado a todos los hermanos y hermanas, a toda la feligresía diocesana a abrir las puertas de sus hogares y de sus corazones a los misioneros y catequistas de la parroquia y de la diócesis para que la Palabra de Dios habite en sus hogares con toda su riqueza de tal manera que todo lo que hagan o digan sea siempre en nombre de Jesús el Señor y para su Gloria. (Cf Col 3. 16-17)

Revistámonos de entrañas de caridad todos los que estamos llamados a trabajar en la viña del Señor. Demostremos que nuestra caridad es sincera orando por la salvación de todos sin excepción y deseando la salvación de todos señalándoles en la catequesis a Cristo como Camino, Verdad, y Vida. Mientras estamos en el mundo, el mayor amor que podemos demostrar a los que llamamos seres queridos -nuestra familia- y a nuestros prójimos en general es ofrecerles los medios -oración, sacramentos, amor filial a María Santísima, catequesis y sobre todo la Palabra de Dios-, para que eviten la perdición eterna y sean felices con Dios por Jesucristo y en el amor del Espíritu Santo en el cielo.

Una palabra de especial agradecimiento es justo decirla a quienes dedican parte de su tiempo a las catequesis, principalmente de niños y niñas.

Pienso en estos momentos en las personas que en las Parroquias, en las Escuelas y en los Hogares han preparado para la primera confesión y primera comunión a diversas generaciones cristianas. Que el Buen Jesús tenga sus nombres escritos en su Sagrado Corazón y que la Virgen María les consiga la gracia de la perseverancia en la fe y de la protección divina en sus necesidades propias y familiares.

Pensemos, todos, hermanos y hermanas, que Aquel que prometió a sus discípulos la fuerza de su Espíritu Santo para que pudieran dar testimonio de El ante los tribunales de la tierra, ciertamente que no abandonará en las adversidades y en los sufrimientos de la vida a quienes trabajan por extender su Reino de Amor, de Vida, de Justicia y de Paz. (Cf Lc. 12, 11; Mt. lO, 19-20).


IV-. COMUNIÓN PARA LA MISIÓN

Nuestro Señor Jesucristo insiste en la necesidad que tenemos todos de permanecer unidos a El (como unidas están las ramas al árbol) (Cf Jn. 15, 1-17) y de vivir unidos quienes somos sus discípulos. Esta unidad de los cristianos debe ser el signo privilegiado de la presencia del Espíritu de Cristo en el mundo.

Pero también la unidad de los discípulos de Jesús es la que dará fortaleza a la Iglesia fundada por Él y que cimentada por la fe en El, hará que las puertas o poderes del infierno no prevalezcan sobre ella. (Cf Mt. 16, 13-20).

Les recuerdo que San Pablo al hablar de la unión que debe existir entre los discípulos de Cristo dice que somos un sólo Cuerpo unidos a la Cabeza que es el Señor (Cf ICor. 12, 12-30; Rm. 12, 4-5).

No olvidemos lo que advirtió Jesús diciendo que “todo reino o nación dividida perece”.(Cf. Lc. 11, 17)

Si deseamos cumplir la voluntad del Señor que quiere que la Iglesia sea luz del mundo y sal de la tierra debemos esforzarnos por evitar toda división o fractura en la familia, en la parroquia, en la Diócesis, (Cf Mt. 5, 13-16).

La única Iglesia de Cristo testimonia su unión con Jesús si confiesa el mismo Credo, si recibe la gracia en los mismos sacramentos, si acepta el yugo llevadero (y hasta dichoso) de la ley de amor servicial y sacrificado a los hermanos y si al hablar con el Padre lo hace filialmente como Cristo nos enseñó a orar. Puedo decir también que la única Iglesia no puede, por voluntad de Cristo, prescindir de la mediación materna de la Virgen María (Cf Jn. 2, 1-12; 19, 25-27; Hech. 1, 14).

Quien realiza esta unidad eclesial es el Espíritu Santo y es el mismo Espíritu quien la conserva entre las tempestades del mundo si nosotros nos esforzamos por reconciliarnos sinceramente dentro del Corazón de Cristo y nos alimentamos del mismo pan sacramentado, que es en verdad Jesucristo, Alimento Vivo que garantiza vida eterna (Cf Jn. 6, 52-71).

Todo lo que he dicho podría resumirlo en las palabras de Jesús: “Sean perfectos como el Padre es perfecto”, es decir, SEAN SANTOS. (Cf Mt. 5-48)

Les digo claramente que si buscamos la santidad, que es la amistad con Dios, la gracia de Cristo, la fidelidad a la acción del Espíritu, nos estamos colocando en la mejor disposición para hacer realidad el mandato misionero de Cristo.


CONCLUSIÓN

Para terminar este Mensaje, que ciertamente no agota lo mucho que quisiera decirles, manifiesto mi agradecimiento a todos por sus trabajos en las Parroquias y casas religiosas, en las instituciones de caridad y de educación católica, en los Movimientos y Comunidades católicas de oración y de caminos de conversión, en los Medios de Comunicación social y comisiones de justicia y paz. Agradecimiento a los Delegados de la Palabra de Dios y encargados o responsables de las comunidades más alejadas de la sede de cada parroquia; sin olvidar particularmente a quienes con sus sufrimientos en sus hogares y hospitales colaboran extraordinariamente en la misión de la Iglesia y a las Hermanas contemplativas que con su oración y entrega total al Señor consiguen bendiciones especiales para la Diócesis y la embellecen con su testimonio.

En estos momentos pienso no sólo en la Virgen Madre que contempla a su Hijo recién nacido, sino en este mismo Divino Niño que mira a su Madre y en Ella de alguna manera ve reflejado el rostro de su Padre Dios. (Cf Puebla 282). Aprendamos pues del Divino Niño a ver a la Virgen María con ojos de hijos y a amarla filialmente.

De la Virgen aprendamos a vivir en contemplación de la Palabra de Dios durante todo este año, año que par la Diócesis deberá ser AÑO DE LA BIBLIA, precisamente para que se profundice en cada uno de nosotros los católicos y en cada hogar el conocimiento de “la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del Amor de Dios “que se nos ha manifestado y se nos da en Cristo, Palabra Encarnada y Pan de Vida eterna en la Eucaristía (Cf Ef 3, 14-19).

En los Corazones santísimos de Jesús y de su Madre Inmaculada se guarden cada uno de los días de este año; nuestros hogares y los seres queridos que en ellos viven y aquellos que ya viven en la eternidad, nuestra Diócesis y sus proyectos pastorales surgidos o continuados bajo las disposiciones sinodales, la patria con sus presagios negativos y sus esperanzas, la Iglesia que guiada por Benedicto XVI navega en las encrespadas olas de los tiempos actuales y el mundo entero, criatura de Dios y habitación de los seres humanos cuya naturaleza quiso compartir la Palabra de Dios al hacerse hombre. De modo especial les invito a dar gracias a Dios por cumplirse en estos días el cuarto centenario del trasladó de León, nuestra Sede Episcopal, de León Viejo a este lugar actual.

Vivimos en la plenitud de los tiempos. Tiempos que, en el plan de amor de Dios, son de bendición y de gracia para todos los hombres y mujeres que ama el Señor. Por lo tanto: no tengan miedo. No tengamos miedo. No hay nadie como Dios y si Dios está con nosotros somos más que vencedores.

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