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Monday, December 21, 2009

Carta a los sacerdotes de León (B. Vivas, 27.IX.09)

CARTA DEL OBISPO DE LEON
A LOS SACERDOTES Y FIELES DE LA DIÓCESIS
CON MOTIVO DEL AÑO SACERDOTAL
Bosco Vivas, obispo
DIÓCESIS DE LEÓN
NICARAGUA

León, Nicaragua
27 de noviembre de 2009

CARTA DEL OBISPO DE LEON
A LOS SACERDOTES Y FIELES DE LA DIÓCESIS
CON MOTIVO DEL AÑO SACERDOTAL


INTRODUCCION

Hermanos y hermanas:

Ha sido deseo expreso del Papa Benedicto XVI que celebremos en la Iglesia un año dedicado al sacerdocio católico con motivo del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, Cura de Ars (Francia) y patrono del Clero Diocesano de todo el mundo.

Se nos ofrece, pues, una oportunidad de reflexionar acerca de la importancia del sacerdote en la comunidad eclesial y de la necesidad que tenemos del servicio sacerdotal los hombres y las mujeres que hemos sido llamados por Dios a formar parte de su Pueblo Santo.

Los sacerdotes de manera especial, al reflexionar acerca del Don recibido, de la grave responsabilidad que implica el sacerdocio y al implorar la ayuda divina y el socorro maternal de María Santísima, tenemos una ocasión privilegiada para animarnos en el ejercicio de nuestro ministerio o para recuperar el amor a Jesucristo que teníamos el día de nuestra ordenación si es que nos hemos enfriado en esa amistad santa y santificadora.

Por otra parte, hemos vivido en nuestra diócesis una expe¬riencia realmente alentadora, pentecostal, es decir: llena del Espíritu Santo. Acabamos de celebrar el II Sínodo Diocesano en un ambiente de jubilosa comunión eclesial y de búsqueda serena de la Divina voluntad para con nuestra Iglesia Particular.

Fruto de la oración y del trabajo realizado bajo la mirada de la Madre Santísima de la Iglesia y de la acción vivificadora del Espíritu Santo es el documento que contiene las disposicio¬nes y exhortaciones sinodales.

Todos los que formamos parte de esta diócesis estamos llamados al cumplimiento de estos decretos. Sin embargo, son los ministros ordenados, los sacerdotes, quienes deberán guiar a la feligresía en la explicación y en la ejecución de las normas y esto deberán hacerlo con autentico espíritu de padres y pastores acordes con el Corazón de Jesús, El Buen Pastor y Sumo y Eterno Sacerdote.

Otro motivo para escribirles esta carta es la situación de Nicaragua que esta urgiendo la salvación de parte de Jesucristo ya que solo El puede concederla. Para lograr esta gra¬cia es indispensable la ayuda del sacerdote ya que es él, por voluntad del mismo Cristo, el dispensador de los dones divinos. (cf. 1 Cor. 4, 1)

Además, me impulsa a escribirles acerca del sacerdocio el hecho de haber sido llamado por pura bondad divina a este ministerio sagrado hace ya casi cuarenta años, tiempo largo en toda vida humana.

MI TESTIMONIO

Escribir sobre el sacerdocio Católico es para mí una manera de agradecer este Don que Dios nuestro Señor me ha concedido por la intercesión maternal de la Santísima Virgen María. Si algo tengo claro de mi vocación al sacerdocio es que se me ha dado gratuitamente por pura bondad de Jesucristo y de que la Purísima Madre del Señor –aunque no tengo palabras para explicarlo convenientemente– ha tenido que ver en la mirada con la que Jesús me llamó invitándome a seguirlo.

Si de algo soy plenamente conciente como Sacerdote y Obispo es de que mi respuesta no ha estado a la altura del Don recibido y de que ésta respuesta mía ha sido deficiente de tal manera que, puedo decirlo con toda verdad: si he perseverado hasta hoy ha sido por pura misericordia del Señor Jesucristo y debido a la protección que he recibido de la Bendita Madre de Dios y Madre nuestra.

Cuanta verdad es, hermanos y hermanas, que el tesoro de toda gracia y especialmente el regalo que es el sacerdocio, lo llevamos en los vasos frágiles que son nuestra condición de seres humanos y para colmo, pecadores. Pero ésto, precisamente, es lo que nos debe convencer que todo lo bueno que hacemos, con el inmenso poder espiritual que tenemos, es obra de Dios y no nuestro. (cf. II Cor. 4, 7)

Conviene pues que todos en la iglesia conozcamos la obra Divina que es el Ministerio Sacerdotal, para que siempre la agradezcamos a Dios misericordioso y que, los sacerdotes sobre todo, reconocidos a Quien nos llamó a ser sus Amigos dándonos una dignidad inefable por la intimidad con Jesucristo que supone; No olvidemos que este oficio sagrado se nos entregó en beneficio de todo el Pueblo de Dios.

Los fieles por su parte, agradecidos al Señor por hacerse presente entre ellos sobre todo por la Eucaristía que celebran los sacerdotes, rueguen al mismo Señor por estos hombres que han dado su vida para seguirlo y hacerlo amar con su apostolado y encomiéndenlos al cuidado maternal de nuestra Señora la Virgen Maria para que perseveren fieles al encargo recibido.

Yo, por mi parte estoy conciente de que el motivo más decisivo para haber perseverado hasta hoy en el ministerio sacerdotal ha sido la confianza que Dios me ha dado en su Madre Santísima a la que me ha hecho conocer y recibir como Madre verdadera.

La razón más fuerte para luchar victoriosamente en las tormentas ideológicas, en las penumbras, en las tentaciones y caídas ha sido el no abandonar la oración suplicante y fiel a la Madre Santísima del Señor.

La alegría más pura de mi vida sacerdotal, ha sido el estar con Ella e ir conociéndola y amándola cada vez más. La fuerza que ha impedido que mi existencia fracase estrepitosamente es el haber buscado confiadamente y perseverantemente morar en su Corazón y desde su Inmaculado Corazón contem¬plar a Jesús.

Con esto quiero decirles, no que todos los sacerdotes estén llamados a recorrer este mismo camino, ya que Dios lo da a quien quiera dárselo, pero sí quiero afirmar que el sacerdote no debe prescindir de la presencia de la Madre Santísima en su vida y en su Ministerio. La experiencia nos dice que no perseverará en su fidelidad a Jesucristo el que concientemente aparta de su vida a la Madre Bendita.

La Virgen Maria por lo tanto no solo asiste y cuida a los sacerdotes, sus hijos predilectos, sino que consigue gracias especiales que hacen eficaz su misión sacerdotal de acuerdo al querer divino.

EL SACERDOTE NO ES DEL MUNDO

Desde hace algunas décadas el Sacerdocio Católico ha venido siendo con más intensidad que antes un “signo de contradicción” (Lc. 2, 34-35)

No podría ser de otra manera ya que el sacerdote es el continuador de la misión redentora de Jesucristo que pasó por el mundo haciendo el bien y vino a “salvar lo que estaba perdido”, a destruir el poder del diablo y a dar la vida abundante, es decir, la que no se acaba; sin embargo, muchos no lo recibieron bien y lo trataron como malhechor condenándolo a muerte de cruz. (cf. Hech. 10, 38; Lc. 19, 10; Lc. 4, 34-35; Jn. 10, 10; Mc. 15, 29)

Mientras la Iglesia en su Magisterio fundamentado en las Sagradas Escrituras considera la vocación al Sacerdocio como un ministerio indispensable y necesario dentro del Plan de Salvación de Dios para la humanidad, los adversarios de la Iglesia Católica desvalorizan y hasta consideran inútil al sacerdote en el mundo actual. El celibato por el Reino de los cielos es incomprendido y ridiculizado, a pesar que es una gracia divina. Ciertamente no es esencial para el sacerdocio, pero es, no obstante un signo santo que proclama la radicalidad de la entrega al Evangelio para imitar al mismo Jesucristo y es también un anuncio necesario para los hombres y mujeres de estos tiempos invitándolos a no perder de vista los valores del Reino de Cristo, valores que presagian y preparan la plenitud de la bienaventuranza eterna en el cielo con Dios.(cf. Mt. 19, 11-12)

La piedad del pueblo católico asistido por el Espíritu Santo ha comprendido bien la gran dignidad del sacerdote. Saben que él es un administrador de las cosas santas, es cabeza y guía del Pueblo de Dios en las cosas referentes a la salvación eterna, es representante de Jesucristo en cuyo Nombre y con cuyo poder proclama la palabra de Dios, perdona los pecados y ofrece el Santo Sacrificio de la Eucaristía que también es alimento que da vida eterna (cf. Mt. 28, 16-20; Jn. 20, 21-23; Lc. 22, 19-20; Jn. 6, 56).

Es consolador saber hermanos y hermanas que Jesucristo se nos hace sensible de alguna manera en sus ministros sagrados a quienes El llamó AMIGOS. (cf. Jn. 15, 14-15)

Que fracaso más grande sería para el Sacerdote no trabajar para quitar el pecado del mundo, no entregar los tesoros de gracia a quienes los están necesitando para vencer el mal con la fuerza del Bien.

El Sacerdote, por vocación, debe relacionarse con Dios a quien ha entregado su vida ya que sabe que en esta entrega al Señor consiste su mayor dicha; pero si enfría el amor a Cristo en su corazón, el sacerdote, sin dejar de serlo jamás, puede fracasar arruinándose él y haciendo sufrir a la Iglesia.

Para evitar esta dolorosa situación en la Iglesia hay que orar perseverantemente ya que es a la oración a la que Dios ha dado el poder de lograr todo lo bueno y lo santo que El quiere dar a todos.(cf. Lc. 11, 9-13)

El Sacerdote además como persona de fe que cree en la Palabra de Dios sabe que el apostolado y la misión consiguen su objetivo no principalmente con técnicas, poderes y riquezas de la tierra, sino con el poder del Espíritu Santo que se le ha dado en la unción sacerdotal y que hace eficaz su predicación y sus celebraciones litúrgicas y sacramentales.

Es verdad que los tesoros de los sacramentos que administra el sacerdote, tienen asegurada la gracia por el poder del mismo Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Todos debemos orar, sin embargo por la santificación del Clero para que los sacerdotes sean canales limpios del amor de Dios y para que, por el ejercicio sacerdotal, encontremos, todos, aumento de fe, esperanza y caridad.

Siguiendo el ejemplo del Señor, los sacerdotes tenemos que ser maestros de oración; debemos enseñar a nuestros fieles a orar, a hablar con Dios (cf. Lc. 11, 1).

Invocar a la Virgen, orar con Ella o desde el Corazón de la Madre contemplando a su Hijo Jesucristo y encomendando a la Mediación de la Virgen las intenciones de la Iglesia es tarea bella que nos llenará de confianza y nos animará en todo tiempo y en cualquier circunstancia por muy difícil que ésta sea.

EL SACERDOTE DEBE ESTAR EN EL MUNDO

La razón de ser del sacerdote católico, lo he dicho antes, es perpetuar en la tierra la obra redentora que Jesucristo realizó en la Cruz.

Es por esto que se puede decir que así como Jesucristo entregó su vida para salvar al género humano, así debe el Sacerdote identificado con Jesucristo, entregarse totalmente al servicio de los hombres y mujeres de la tierra. El servicio del Sacerdote, como el de Jesús, debe hacerlo entregando su vida si es necesario. (cf. Mc. 2, 17; Lc. 5, 31-32; Lc. 19, 10)

Sabiendo esto se comprenderá mas fácilmente que la misión sacerdotal influye verdaderamente en la marcha del mundo ya que por su oración, por sus catequesis sobre la doctrina de la iglesia, y sobre todo, por los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía el sacerdote rompe cadenas y hace libres con la libertad de los hijos de Dios a quienes están llamados a cambiar las estructuras injustas y a construir una civilización de paz y de amor. Sabemos que este trabajo de justicia social y económica, de construir la paz con verdad y libertad, que corresponde sobre todo a los laicos hombres y mujeres no está exento de riesgos, de peligros personales o familiares. La ayuda de Dios y la fortaleza de su Espíritu que asisten al sacerdote vendrán también, a través del ministerio sacerdotal, en auxilio de quienes en este mundo tratan de ser fieles a las gracias bautismales y de la confirmación.

Porque conozco la gravedad de la situación del país, se que necesitamos de sacerdotes santos, profetas valientes que se revistan de fe, que se fortalezcan en la esperanza y que se armen de caridad. Es urgente el testimonio del sacerdote, hombre de Dios y en comunión sincera con sus hermanos.

El sacerdote debe alentar la esperanza de quienes están con miedo al porvenir, cansados de esperar y en la terrible sensación de que el avance del mal es imparable y de que no queda sino guardar en el corazón odios y resentimientos. (cf. Mt. 11, 28-30)

La verdad es que sin Jesucristo -y sin santos sacerdotes que son canales de su amor misericordioso– no tendremos cambios en los corazones humanos, en la familia y en la sociedad eclesial y terrenal.

El Señor Jesús por medio de sus sacerdotes, que actúan en su nombre, encenderá la luz para disipar estas densas oscuridades del mal.

La Palabra de Dios que anuncia el sacerdote sobre todo en la Liturgia eclesial, es capaz de sanar la corrupción generalizada y de avivar la caridad que libera al ser humano del egoísmo y la soberbia.

Nuestra Señora, la Virgen Madre que proclamó la grandeza del Señor que exalta a los humildes y sencillos y anunció la derrota del poder del mundo y del orgullo, es siempre la Estrella que guía a la Iglesia entera y es la Madre que cumple con el encargo que le dio Jesucristo en el Calvario de velar por todos sus hijos haciéndolos obedientes a la voluntad de Dios (cf. Lc. 1, 46-55).

LA VIDA DEL SACERDOTE

En este momento quisiera dirigirme especialmente a los sacerdotes para recordarles fraternalmente la obligación sagrada que tenemos de vivir como Aquel que nos escogió desde el seno de nuestras madres y nos llamó a compartir su sagrada misión agregándonos al número de sus íntimos y haciéndonos participar de su único y Eterno Sacerdocio.

Pobreza Sacerdotal:

“Jesucristo siendo rico se hizo pobre” (2 Cor. 8, 9). Esta pobreza asumida libremente por el sacerdote se convierte en un señorío que le da al ministro de Dios una libertad total para hablar la verdad del Evangelio y para testimoniarla con la fuerza del Espíritu Santo ante los poderes de este mundo.

La pobreza vivida con gozo por el sacerdote animará para que los hombres y las mujeres luchen contra la codicia, la avaricia y el egoísmo que son las raíces de los males que destruyen al ser humano conduciéndolo a su ruina eterna. “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde?” (Mc. 8, 36).

Junto a la Virgen María acostumbrémonos a hacer que Jesucristo llene totalmente nuestro ser.

b) Caridad Pastoral:

Por la caridad pastoral del Sacerdote toda su actividad y sus acciones por muy pequeñas que sean, son santas y santificadoras para el mismo sacerdote y para los demás. No se debe olvidar que el amor no termina nunca (2 Cor. 13, 13) y es el que da valor de eternidad a toda actividad y vivencia humana (cf. Mt. 25).

Pero la gracia pide la colaboración de quien la recibe y por eso la santidad o el pecado del sacerdote, su virtud o maldad, influyen en lo que realiza para el bien o para el mal de los demás. De aquí sacamos la tremenda responsabilidad que tiene aquel que ha sido puesto en una dignidad tan alta. No podemos los que representamos al Buen Pastor y lo hacemos pre¬sente en nuestros altares y ante la comunidad eclesial, actuar como patronos abusivos de los demás hermanos ya que eso seria olvidar que nosotros hemos sido elegidos libremente por el Señor para servir y que hemos sido perdonados misericordiosamente por El gratuitamente para enseñarnos a perdonar. (cf. Jn. 10, 11-18; Mt. 18, 21-35)

c) Castidad Sacerdotal:

El sacerdote es sobre todo para la Eucaristía. Hacia este sacramento se ordena su misión y esta misión llega a su cumbre en la Santa Misa (cf 1 Cor. 11, 23-29).

Celebrar la Misa, realizar la Eucaristía es algo tan sublime y santo que pide del Sacerdote un amor a Jesucristo indiviso que se manifiesta en el celibato que es, en sí mismo, una entrega total a Aquel que nos llamó a estar con El de manera particular y a unirnos a El de tal manera que lo reproducimos en nosotros y continuamos su obra salvadora con sus poderes que nos fueron dados.

d) Obediencia Sacerdotal:

“Jesucristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz por nosotros” (Filip. 2, 8-10) “Quien no se niegue a si mismo y cargue su cruz detrás de mi no es digno de mi” (cf. Lc. 9, 23) dijo el Señor. Este negarse a si mismo se refiere principalmente a la obediencia que es la virtud por la cual se entrega al Señor la propia voluntad y el criterio personal (cf. Mc. 10, 28). Es precisamente por medio de la obediencia como las demás virtudes se fortalecen. Por lo demás, esta virtud que prometimos cumplir el día de nuestra ordenación sacerdotal nos pone en camino de perfección si la cumplimos y además hace fuerte el testimonio de la Iglesia que se presenta al mundo como un Cuerpo unido (cf 1 Cor.12, 12-13 ;Rm. 12, 4-6; Lc. 11, 17)

Mejor es la obediencia que el sacrificio (1 Sam. 15, 22) (cf. Fil 2, 8-10). El obediente cantará victorias. (Prov. 21, 28) Debemos estar convencidos de que si no obedecemos hacemos un gran mal a la Iglesia ya que creamos el caos (que es del demonio) en la casa de Dios, que es la Iglesia.

CONCLUSION: LOS SEMINARISTAS

No hay duda que los años de seminario son muy importantes ya que encauzan la vida de los seminaristas hacia la entrega generosa en el ministerio sacerdotal, siempre y cuando el ambiente del seminario sea de verdadera oración, de meditación diaria de la Palabra de Dios y de humilde practica del amor fraterno y servicial; siempre y cuando el equipo formador de los seminarios esté integrado por sacerdotes equilibrados, sacrificados y alegres en el trabajo eclesial encomendado a ellos.

En un ambiente así y con sacerdotes virtuosos se derrama abundantemente la gracia del Espíritu Santo que, como lluvia en terreno bien dispuesto, producirá frutos de santidad que al fin y al cabo son los frutos que necesitan la Iglesia y la humanidad.

Muchos fracasos sacerdotales son causados por la deficiente formación recibida en el aspecto humano, doctrinal y sobre todo en el campo espiritual durante los años del seminario.

Siendo la vocación una llamada del Señor, nuestra diócesis debe estar abierta para apoyar y cuidar con amor a los que se preparan al sacerdocio, así como también debe estar dispuesta a defender esta vocación de todo aquello que pretenda distanciarla o hacerla aparecer desligada de Cristo y privada de las exigencias que el mismo Cristo ha establecido a los que quie¬ran seguirlo. Estemos convencidos que no faltaran los sacerdotes necesarios y sobre todo santos en la Iglesia si lo pedimos en la oración, si trabajamos por la santificación de la familia, y si todos en la diócesis apoyamos espiritual y materialmente la obra de vocaciones sacerdotales.

Para terminar vuelvo la mirada nuevamente a la Mujer que dio el Sí más coherente que una criatura ha dado a Dios: La Virgen Inmaculada. Su disponibilidad fue total al misterio de la Encarnación del Verbo. Su fe fue única entre los seres humanos ante el altar del sacrificio de Cristo en la Cruz (cf. Lc. 1, 38; Jn. 19, 25).

Todo esto nos esta diciendo que la Iglesia necesita de la acción maternal de la Virgen María; que los sacerdotes debemos estar cerca de Ella en nuestra acción ministerial para beneficiarnos de su poderosa mediación ante su Hijo Jesu¬cristo, el obispo de nuestras almas y el Sumo y Eterno Sacerdote.

Queridos hermanos sacerdotes: Sean las últimas palabras de esta Carta para ustedes especialmente. Quiero hacer un reconocimiento a sus esfuerzos pastorales que realizan en la Diócesis a favor de las comunidades parroquiales, de la feligresía en general y particularmente de los laicos, hombres y mujeres, integrados en grupos de oración, misioneros, catequistas, asociaciones laicales, movimientos, apostolado de la familia, etc. Deseo testimoniarles a todos y cada uno de los sacerdotes diocesanos y religiosos mi agradecimiento.

Dios tiene en cuenta sus sacrificios y buenos deseos y El, que es rico en misericordia sabrá bendecirlos por medio del Espíritu Santo haciéndolos Buenos Pastores y Santos Sacerdotes a imitación de su Divino Hijo Jesucristo, muerto y resucitado para darnos Vida y para capacitarnos para que en su Nombre lo podamos dar a los demás.

Bajo el manto de Nuestra Señora María Inmaculada reafirmemos nuestro SI al Señor Jesucristo.

León, 27 de Noviembre de 2009
Fiesta de la Medalla Mila¬grosa.

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