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Tuesday, November 24, 2009

REAVIVAD EL DON DE DIOS

“Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
Pedro Aguado, escolapio
Padre General

Siempre me ha impresionado esta afirmación del Evangelio de Juan. Es un mensaje dirigido por Jesús a sus discípulos que me gustaría utilizar como telón de fondo de esta breve comunicación que os ofrezco, centrada en el sacerdocio.

Estamos viviendo en la Iglesia un “año sacerdotal”. Un año destinado a que en todas las comunidades –también en las Escuelas Pías- tratemos de profundizar en todo lo que significa el sacerdocio. Un año en el que todos los sacerdotes –también los escolapios- somos invitados a conceder un poco de tiempo a nuestra propia vocación y a tratar de enriquecerla, renovarla y profundizarla. Un año, en definitiva, en el que podemos intentar ayudarnos unos a otros en esta preciosa tarea que es la de vivir nuestro sacerdocio de modo que testimonie más fielmente a Aquel que es el sentido de fondo de nuestra ordenación.

Sé que escribo, sobre todo, para mis hermanos escolapios. También para numerosas personas que nos conocen y nos quieren, y esperan de nosotros una vivencia clara y evangélica de las opciones que hemos asumido. Y tratando de conservar el tono familiar de estas cartas, me gustaría simplemente presentaros algunas propuestas que me parecen buenas para que los escolapios vivamos nuestro sacerdocio del modo que hoy necesitan nuestros niños y jóvenes y las comunidades a las que servimos.

1 “Sin mí no podéis hacer nada”. Os invito a fortalecer nuestra vinculación personal con Jesús, tratando de crecer en eso que llamamos “vida centrada en Cristo” y que todos sabemos que es nuestro desafío más importante. Pero entendamos bien esta propuesta: Jesús reñía cariñosamente a Marta no porque trabajara mucho, sino porque trabajaba descentrada de lo esencial. Es bueno que seamos capaces de hacer una lectura escolapia y misionera de este precioso pasaje evangélico (Lc 10, 38-42): nuestro sacerdocio se realiza en la misión, pero sólo si estamos centrados en Jesús. De lo contrario, nuestro sacerdocio es sólo una tarea más.

2. Vinculados a Jesucristo, nuestro sacerdocio lo destinamos a hacer posible que quienes Dios ponga en nuestro camino se encuentren con Jesús. Y lo hacemos desde nuestra vocación escolapia, tratando de vivir nuestro ministerio de “evangelizar educando” como nuestra forma de ser y sentirnos sacerdotes. En nosotros, la vivencia del ministerio escolapio es sacerdotal. Sin duda que este carácter sacerdotal se expresa privilegiadamente cuando celebramos la Eucaristía con los jóvenes o cuando les ofrecemos el perdón de Dios. Pero todo nuestro ministerio debemos vivirlo sacerdotalmente; somos sacerdotes y nuestra misión la ejercemos desde nuestro ser, de modo integral.

3 Como escolapios, somos especialmente invitados a no caer en algunas de las “tentaciones” que a veces, somos humanos, son vividas por el sacerdote: el clericalismo, que nos convierte en casta y nos imposibilita la auténtica entrega pastoral desde la experiencia de la Iglesia como una comunidad de hermanos; la en ocasiones insconsciente tentación de “ser el primero” que solemos tener, como los hijos de Zebedeo, pensando que el sacerdocio es más bien un honor que un modo de amar; vivir de modo equivocado la dignidad del sacerdocio, olvidando que ésta se expresa esencialmente en el trabajo humilde y entregado y no en otro tipo de dinámicas; el acrítico “se hace lo que se puede”, que en ocasiones nos convierte en conformistas y acabamos aceptando como bueno cualquier proyecto o cualquier opción o resultado; el poco discernido buen deseo de igualdad y cercanía –o de normalidad- que acaba por hacernos insignificantes para aquellos para quienes debiéramos ser signos de algo mayor que nos desborda. Somos hijos de Calasanz, que supo vivir su sacerdocio desde la humildad, desde la entrega desinteresada, desde la cercanía a los niños, desde una gran exigencia en los procesos educativos y pastorales y, sin duda, desde una extraordinaria identificación con Cristo.

4. Este año sacerdotal nos puede ayudar a “orientar nuestras antenas” para percibir algunas llamadas especialmente significativas para nuestra vocación. Cito algunas que personalmente me preocupan más: mejorar en nuestra capacidad para acercar a los jóvenes a la experiencia cristiana; ser mejores iniciadores y acompañantes de la fe de los pequeños y de los jóvenes; dar respuestas más certeras a las necesidades que nuestra Iglesia tiene en relación con la transmisión de la fe; colocar entre nuestras prioridades la creación y animación de comunidades cristianas escolapias que puedan ser referencia de vida cristiana para las jóvenes generaciones; ser especialmente sensibles a la misión de suscitar y proponer la vocación religiosa y sacerdotal escolapia a nuestros jóvenes; prepararnos más en serio para aquellos servicios para los que somos más necesarios como sacerdotes y educadores escolapios; tratar de que las Demarcaciones de la Orden, en lo posible, faciliten a nuestros religiosos una mejor preparación en aquellas áreas que tienen más que ver con nuestro ministerio y, en definitiva, hacer un esfuerzo por detectar las llamadas que recibimos y las respuestas que podemos dar.

5. Sería muy bueno que las Demarcaciones aprovecharan el año para facilitar que odos nosotros tengamos la oportunidad de “reavivar el don de Dios recibido por la imposición de manos” (2 Tim 1, 6). Sin duda, son muchas las cosas que podemos hacer y pienso que, al preparar los planes de formación permanente (entendida como debe ser, como generación de procesos de crecimiento vocacional) pensemos un poco en esta dirección. Propongo algunas sugerencias sencillas: dedicar una jornada demarcacional a celebrar el don del sacerdocio entre nosotros; que cada uno pensemos, sea cual sea nuestra edad, en qué puedo y debo crecer en la vivencia de mi sacerdocio; aprovechar las posibles ordenaciones sacerdotales que se celebren este año para ayudar a que todas las personas que forman parte de nuestras presencias escolapias las vivan como una buena oportunidad para su fe; leer un buen libro sobre el sacerdocio; dedicar alguna reunión de comunidad a reflexionar sobre las llamadas e interrogantes que recibimos de los jóvenes sobre el tipo de sacerdotes escolapios que necesitan; orientar desde el sacerdocio los ejercicios espirituales de este año, y tantas otras cosas que podemos hacer.

6. ¿Qué fruto podemos esperar los escolapios de este año sacerdotal? Sin duda que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia sensibilidad y apostaríamos por un fruto u otro. Yo quiero aportar uno, bien concreto, basado en el que, al menos para mí, es el mejor icono del sacerdocio que aparece en el evangelio: el Buen Pastor (Jn 10). Os hablo de lo que en la tradición de la Iglesia se ha llamado “celo apostólico” y que nosotros podríamos llamar de muchas maneras: pasión por la misión, entrega radical, dedicación plena, o como queráis. Os hablo del sacerdote entusiasmado por su ministerio que lo vive plenamente en todas las facetas de su vida y que, por encima de todo, se caracteriza por su entrega a las personas a las que Dios le envía, en nuestro caso niños, niñas y jóvenes, especialmente los más necesitados. Me gustaría que nos viéramos reflejados en este “buen pastor” que “llama a las ovejas por su nombre” y que “va por delante de ellas” y del que “ellas conocen su voz y por eso le siguen”. Me gustaría que pensáramos en ese buen pastor que “trabaja para que las ovejas tengan vida” o que “da su vida por ellas”. Ese “buen pastor” será, sin duda, llamada y testimonio para los jóvenes que se sienten llamados a la vocación escolapia, tal y como Calasanz pedía a los suyos: “Enseñen con esmero, sin hacer diferencias entre los alumnos, mostrando con todos talante de padre, enseñando con afecto. Así los alumnos verán que lo hacen por su bien”.

7. Una palabra final para los jóvenes que estáis viviendo vuestros primeros años como escolapios y que os preparáis para, en su día, ser sacerdotes en las Escuelas Pías. No penséis nunca en el sacerdocio como una meta o como el final de un camino; no penséis en el sacerdocio como un añadido a vuestra vocación escolapia, no lo comprendáis como una función o una tarea. Vedlo siempre como lo veía Calasanz: “Exhortamos y rogamos a todos los Ministros que recuerden que ocupan el lugar de aquel Señor que siendo riquísimo se hizo pobre para enriquecer a sus hijos”.


Mi recuerdo especialmente dedicado a Peter, Marcel, Ion, Israel, Jesús, Fernando, Melvin, Géza, Jacek, Rafał, Łukasz, Guy Sibile, Kumar, Anthony Vinto, Siluvadasan, Joy Kutty, Joseph Ojus, Shaji, Anthony Reddy, Guillermo, Nelson, Hilario, José Cruz, Andres, Domie, Manuel, Randy, Melvin, Juan Carlos, Julio Alberto, José Guadalupe (y seguro que algunos más cuya ordenación aún no nos ha sido comunicada). Os deseo que viváis en profundidad vuestra reciente o cercana ordenación sacerdotal y que podáis ser para todas las personas que os conozcan, testigos fieles de Jesucristo. Que Dios, que comenzó en vosotros la obra buena, Él mismo la lleve a término (Flp 1, 6). ¡Felicidades!

Ojalá este año sea para todos una oportunidad para cuidar un poco más nuestra vocación y para, sea cual sea nuestro modo de entender la vocación escolapia a la que nos sentimos llamados, identificarnos más y mejor con Jesús, el Buen Pastor.

Recibid un abrazo fraterno.
Pedro Aguado
Padre General

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