My Photo
Name:
Location: Valencia, Malvarrosa, Spain

Tuesday, June 13, 2006

PALABRAS BUENAS Y NO TAN BUENAS

Virtudes y vicios de la lengua
Jesús María Lecea, Escolapio
Padre General
Salutatio febrero 2006


¿Quién hay que ame la vida y desee ver días felices? Guarda tu lengua del mal y tus labios de la mentira (Sal 33, 13-14). Lo sabemos bien. Nuestra lengua es a veces indomable como caballo desbocado o incontrolable como barco a la deriva; otras veces es como llama que quema o veneno que acaba con las relaciones de las personas. En las Constituciones de San José de Calasanz, el Santo Padre nos previene ante este riesgo tan nocivo para la vida fraterna escolapia: “Está escrito que el religioso que no domina su lengua se engaña a sí mismo” y, en consecuencia, el Santo ordena que “no se murmure ni de los de casa ni de los de fuera” (CC de 1621, nn. 49 y 168). En realidad, Calasanz no hace otra cosa que ser eco de la Carta de Santiago que dice: “Hay quien se cree religioso y no tiene a raya a su lengua; pues se engaña: su religión es vana” (Sant 1, 26). Esta carta apostólica, efectivamente, dedica todo el capítulo tercero al recto uso de la lengua. ¿Por qué todo un capítulo a este tema? Porque la lengua “es un miembro pequeño, pero capaz de grandes cosas” (Sant 3, 5). Lo mismo para el bien que para el mal, por cuanto se explica en el citado capítulo. Bastaría recurrir a la experiencia personal de cada uno. Nos ofende grandemente y nos indigna que se hable mal de nosotros sobre todo si se hace a nuestras espaldas o no es verdad cuanto se dice. Sin embargo, somos todos dados –me incluyo también- a hacer correr decires contra personas e instituciones (Comunidad, Provincia, Orden) sin pararnos mucho a discernir si lo dicho es correcto, adecuado o conveniente. Nos escudamos falsamente en la sinceridad o en que digo las cosas como las pienso. Si esto puede ser aceptable, no puede convertirse en principio, porque hay cosas que se saben, pero que no conviene decir. Son los casos en los que el respeto de la persona no queda a salvo o su fama queda maltrecha. Aunque las cosas tengan viso de ser auténticas o lo sean realmente, el modo como solemos hacerlas correr de boca en boca no siempre delata el buen o correcto hablar de los demás. Se transmiten más fácil y rápidamente los rumores, bulos, chismorreos, que las cosas positivas y buenas sobre las personas, sus actos, las instituciones.

¿Somos conscientes del mal que se hace con este modo de usar la lengua? Nuestra lengua puede convertirse en un veneno que acaba haciendo morir las buenas relaciones entre unos y otros; puede desacreditar a las personas y crear un clima sospechoso y de desconfianza donde resulta prácticamente imposible vivir cristianamente el mandamiento único y supremo del amor mutuo.

Para la convivencia los destrozos de la lengua son los que más hay que temer. Por ello la lengua es la parte del cuerpo más a controlar; con la que los humanos caemos más fácil y seriamente en el pecado contra el amor. Me contaba un adolescente que a la pregunta del confesor sobre cuál era el pecado más horrible y del que había que protegerse sobremanera respondió espontáneamente y sin vacilar: la murmuración. El confesor le quiso hacer ver, sin embargo, que, dada ya su edad, cabría pensar más bien en el pecado sexual. Este adolescente, que ahora es ya mayor, sigue pensando que no se equivocó al responder al confesor.

Hace años, con más tiempo a disposición, se me ocurrió recorrer todo el salterio buscando los versículos que se refieren al decir del hombre y a las cosas que pronuncia por su boca. Encontré 96 referencias al tema dentro de los 150 salmos; lo que está indicando la importancia que tiene en la Biblia. La mayoría tratan de prevenir contra el mal uso de la lengua, de la maledicencia y el engaño; frecuentemente son plegarias del salmista para que Dios lo libre de la lengua engañosa; otras veces se invita a la lengua a alabar a Dios como el más noble de sus fines. Ofrezco sólo unos ejemplos: “Al que en secreto difama a su prójimo lo haré callar; ... el que dice mentiras no durará en mi presencia; cada mañana haré callar a los hombres malvados” (Sal 100, 5.7-8); “líbrame, Señor, de los labios mentirosos, de la lengua traidora. ¿Qué te va a dar o a mandarte Dios, lengua traidora? Flechas de arquero, afiladas con ascuas de retama” (Sal 119, 2-4); “su lengua es una espada afilada” (Sal 56, 5); “sus labios son puñales” (Sal 58, 8).

La crítica devastadora, la murmuración, la intriga y la maquinación son denunciadas en la Escritura como el gran pecado después de la idolatría, porque todas ellas son un atentado a la vida del hermano, imagen de Dios. Hay que mostrar, en consecuencia, indignación, desprecio y rechazo por las maledicencias, las ilaciones o asociaciones de ideas que conducen maliciosamente a insinuar faltas o manchas contra las personas. Son maneras de pecar con la lengua. Por ello es el Libro de la Sabiduría a recomendar: “Guardaos de murmuraciones inútiles, preservad vuestras lenguas de la maledicencia; no haya frase solapada que caiga en el vacío; la boca calumniadora mata” (Sb 1, 11).

Si uno habla mal del hermano, de su prójimo, está dando libertad a esa tendencia mala que todo hombre posee, está dejándose dominar por la fibra destructora que también se oculta en el corazón humano. De lo que rebosa el corazón habla la lengua: de un corazón bueno nacen palabras buenas y de él no derivan a la lengua palabras chismosas contra el hermano. El hablar mal de los demás nos lleva a revisar cómo anda de amor nuestro corazón. “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Lc 6, 45).

El salmista, que representa al hombre justo y sabio, reza así a Dios: “Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios” (Sal 140, 3). Porque el hombre bueno es quien sabe controlar su hablar y utiliza su lengua para bendecir a Dios y para decir lo bueno de los
demás. De un santo se dice que siempre que oía criticar a alguien buscaba alguna cosa buena del criticado y la decía, invitando así a no pensar sólo mal de las personas. Si miramos la finalidad de todas las cosas, desde la mirada de Dios y desde su proyección creadora, la lengua se nos ha dado para alabarle sobre todo y para decir sus “maravillas” realizadas en los hombres y en su historia. San Buenaventura dejó escrito de San Antonio de Padua, cuya lengua se conserva incorrupta: “O lengua bendita, que siempre bendijiste al Señor y a otras hiciste bendecirlo, ahora aparece cuántos méritos acumulaste en Dios”. Lo mismo podríamos decir de San José de Calasanz venerando la reliquia de su lengua también incorrupta. Los ejemplos atraen a la imitación. Rijamos nuestra lengua hacia el buen decir y la alabanza Dios. “Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás” (Sal 144, 21). Que nuestro hablar sea cuanto viene indicado por la sabiduría de la persona buena y justa: su forma de ser es “pura” y transparente y, además, es amante de la paz, “pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera” (Sant 3, 17).

Al repasar cuanto ya he escrito como salutatio para este mes de febrero, yo mismo me digo si no he marcado excesivamente las tintas; si mis propias palabras van a ayudar o no. Nadie vea en ellas queja alguna por mi parte, sino deseo común de purificar nuestro hablar para que nuestros ambientes comunitarios rezumen salud, buena acogida y relaciones mutuas gratificantes y que ayuden a crecer a todos como personas íntegras y religiosas. Los frutos de nuestra misión estarán, además, más garantizados, liberados de la cizaña que los pone en riesgo de perderse. Esta es la única intención de mis palabras: purificar nuestro decir para que el anuncio del evangelio sea más transparente y directo, atrayendo otros a él por la fuerza de la coherencia de quienes lo hemos abrazado como guía de nuestras vidas.
El mes de febrero abre la puerta a la cuaresma: el primero de marzo es este año miércoles de ceniza. La salutatio puede ser como un preámbulo o anuncio de la auténtica Palabra que un año más nos va a llamar a conversión. Acojámosla y no la echemos en saco roto. Con el afecto y estima de siempre hacia todos.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home