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Tuesday, July 04, 2006

Las campanas repican a Pascua

Jesús María Lecea, Escolapio,
Padre General
Salutatio abril, 2006.


El aleluya se entremezcla con el sonido del voltear a fiesta de las campanas la noche de Pascua. Cristo ha resucitado y vive para siempre.

Año tras año, la Iglesia se viste de novia para festejar al esposo triunfante. Lo sabe y reconoce también doliente: distan pocos días, pasos, entre Viernes Santo y Domingo de Pascua. La comunidad cristiana celebra la Pascua de resurrección del Señor, culminando así las celebraciones de su pasión y muerte. Es la memoria anual del Misterio Pascual, centro del año litúrgico.

Muerte y vida, fracaso y éxito, despojo y prosperidad amasan la vida de las personas y de las instituciones, nuestras vidas y la vida misma de nuestra Orden. Contemplamos siempre con la mirada de la fe, que adora, el Misterio Pascual de Cristo para proyectarlo como experiencia de nuestro itinerario por la historia con la esperanza de que también lo nuestro pueda llegar a la misma meta. “Muerte y vida entraron en duelo y muerto, el que es la vida, triunfante se levanta”, se canta en la liturgia pascual.

No debe extrañar al cristiano, lo mismo al escolapio, que su vida y la de la Orden puedan estar marcadas por el Misterio Pascual. De alguna manera, todos pasamos por ahí. ¿Dónde colocamos el hoy de la Orden? ¿Hemos llegado a la estación de pasión y muerte? Si es así, ¿miramos resucitar?.

Se me ha ocurrido para esta salutatio entrar en esta consideración de acercar lo celebrado en el Triduo Pascual, el Misterio de muerte y resurrección de Cristo o Misterio Pascual, a lo que estamos viviendo como Orden. Me parecía, por otra parte, que a esto o cosas parecidas somos invitados todos los creyentes al celebrar la Semana Santa. ¿Nos da miedo enfrentarnos con la muerte del Señor, aún en la fe de que el resucitado es el mismo que murió? Claro que son niveles de percepción distintos: la muerte pertenece a nuestra historia, la resurrección -aun confesándola histórica- traspasa el umbral de lo comprobable. Es normal, por tanto, que nos conmueva más la muerte que el pensamiento de resucitar. Con todo, el realismo de la fe nos lleva a darle entrada en nuestros afanes por la vida, por su presente y su futuro. ¿Cómo se ve la Orden a la luz del Misterio Pascual de Cristo?.

Son sólo consideraciones que me hago y que trato de compartir fraternamente con todos vosotros. Vuelvo a la pregunta: ¿dónde colocamos hoy la Orden a la luz del misterio de muerte y resurrección? La visión más inmediata y la opinión más socorrida están en constatar el declive de la Orden, claramente observado en la disminución numérica de los religiosos en las Demarcaciones que en el pasado tuvieron mayor número de vocaciones. Es un dato indiscutible. Cuando me toca a veces hablar con las Comunidades a lo largo de la Visita a la Orden me gusta dar ánimos y motivar la esperanza. Creo en ello. Pero algunas veces, sobre todo cuando la Comunidad está formada por religiosos con muchos años, con algún que otro más joven solamente, siento como si las palabras de llamada a la esperanza se me quedaran vacías ya en los labios. Pienso, en estos casos, que bastaría anunciar que en la Provincia han entrado seis o más jóvenes al Noviciado para que sobraran todas las exhortaciones a la esperanza. Con sólo este hecho estoy seguro que la esperanza iba a tomar mayor fuerza en ellos, sin necesidad especial de exhortaciones. Pero eso no depende de mi voluntad, ni de la de nadie. Tampoco la esperanza es resultado del voluntarismo. La esperanza es virtud teologal, nos dice la teología de siempre; es decir, se motiva desde y por Dios. Aunque nosotros debamos estar preparados siempre para dar razones de ella (cfr. 1 Pe 3, 15).

Vamos, pues, a aceptar que a la Orden le toca vivir un momento de sufrimiento y pasión. No tengamos miedo, incluso, de hablar de muerte.

Quizás hacerlo nos despierte y libere de cierto determinismo que nos invade o de la inconsciencia que oculta el darse cuenta, con lucidez, de la situación.

Faltaría a la verdad si dijera que todas las situaciones de la Orden son así. Hay lugares donde la Orden crece y crece con fuerza. También digo que, aun en donde se debilita en el sentido numérico de los religiosos, las instituciones y obras tienen una gran vitalidad, gozan de buena imagen y cumplen ejemplarmente con su misión. Hasta se da la paradoja, en algún caso, de crecer en presencias de Obras aun habiendo disminuido en personas. Lo que ya nos indica que hay que ser cautos a la hora de diagnosticar situaciones. Un juicio definitivo no puede venir teniendo en cuenta un solo elemento.

Las presencias más recientes son las que van creciendo ahora con mayor fuerza vocacional. Todavía, sin embargo, estamos entrando en una etapa de consolidación y no de despegue. Pero es una realidad que resitúa la otra en clave de esperanza y anuncio de resurrección. No en vano el Capítulo General pasado ha hablado de reestructuración de la Orden pero con tres palabras: unificación, consolidación y expansión. Las tres nos dan un retrato más perfecto de la situación de la Orden. En las tres dimensiones tratamos de trabajar, impulsando la vida y misión de la Orden. Habrá que unificar, hay que consolidar y pensemos también en expansionarnos.

La Orden, en efecto, vive esta triple situación. No son palabras sin contenido como para endulzar el amargor de la realidad, que merma y disminuye. Los números estadísticos sabemos que pueden ocultar una realidad concreta, a base de cálculos de media. Para una Demarcación no es lo mismo estar en la media teórica y global de la Orden de cinco novicios y no tener ninguno que tenerlos realmente, por debajo o por encima de la media. Consuela saber, también es cierto, que los cinco que uno no tiene y le tocarían en media, los tienen otros, sin duda aumentados, para que las estadísticas cuadren.

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