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Wednesday, June 13, 2007

No es hora de lamentaciones sino de disponibilidad

(Tiempo poscapitular)
Jesús Mª Lecea, P. General
junio 2007

Ha pasado un año desde la intimación del tiempo capitular que la Congregación General hizo, mediante una Carta circular a toda la Orden, fechada el 25 de marzo del año pasado. Estamos, por lo tanto, a punto de clausurar este tiempo, que allí describíamos como tiempo de gracia y de esperanza. Dura efectivamente hasta el 30 de este mes de junio. “La pregunta surge espontánea”: ¿y después de los Capítulos, qué? He puesto entre comillas la expresión porque en realidad la frase, tal cual, fue de uso exclusivo durante varios años de un renombrado presentador italiano de televisión, cuyo constante recurso a la misma, hasta convertirla casi en una muletilla, suscitaba hilaridad en la comunidad de San Pantaleón. Ante cualquier cosa se reaccionaba diciendo: “la domanda sorge spontanea”. El recuerdo humorístico no quita seriedad a nuestro caso: ¿qué nos toca hacer, celebrados ya los Capítulos?.

Los Capítulos desarrollan un estudio de la realidad local y demarcacional tanto del periodo transcurrido como del momento presente.

¿Qué situación vive la Comunidad a nivel local y a nivel demarcacional? Desde los resultados observados y respondiendo a las necesidades reales, el Capítulo intenta marcar unas líneas operativas para el periodo siguiente.

En los Capítulos Provinciales y en algunos de Viceprovincias se tienen elecciones. La rutina capitular nos hace a veces estar más pendientes de esto último que de la temática. Es comprensible, sin duda, que las posibles candidaturas susciten más expectativas y comentarios que no los asuntos a examinar y programar. Importantísimas son las personas llamadas a ofrecer un servicio de gobierno. Nuestro derecho indica que hay que velar con seriedad para que las personas elegidas sean las que necesita la Demarcación y puedan realizar ejemplarmente el servicio que se les pide. Pero hay que afirmar igualmente que es de gran importancia el marcar las líneas operativas, a modo de guía, que van a ser la orientación y hasta el motor de la Demarcación en los años próximos. Diría que son éstas las que conforman lo que solemos llamar la planificación cuatrienal, las que revisten importancia prioritaria, incluso sobre las mismas proposiciones que aprueba el Capítulo. Las proposiciones suelen ser elementos muy concretos, cuando lo más importante es delinear la posible actuación en el inmediato futuro de la Demarcación. Por ello, las proposiciones no deberían ser muy numerosas, de modo que el Capítulo se centrara en señalar las líneas y prioridades de la Demarcación por las que caminar después todos juntos y ubicar con claridad el campo de actuación de la Congregación demarcacional.

Los Capítulos estudian la realidad del pasado transcurrido; hacen un balance de situación de la realidad presente y, con las elecciones de los Superiores, planifican el periodo sucesivo. Es normal que todo este trabajo provoque reacciones diversas, tanto hacia dentro del Capítulo como en la Demarcación. No se excluye que algunas de éstas sean lamentaciones y quejas. Surgen también las alarmas de cara al futuro e, incluso, del presente:
Demarcaciones que no disponen de recursos suficientes para llenar todos los encasillados de su organización, por ejemplo. A algunos les ha servido la experiencia capitular para advertir con fuerza la necesidad de una reestructuración, como la que indicó el Capítulo General de 2003.

Mirando hacia adelante, creo que valen poco las lamentaciones. La vida sigue y hay que afrontarla. No con escepticismo o fatalismo, sino como algo que, si no todo, está en nuestras manos. Como religiosos, sabemos además que están operando también las “manos de Dios”. A San José de Calasanz le gustaba ver las cosas como venidas de la mano de Dios. Esto le daba entereza y fuerzas para seguir adelante con esperanza. No le debió resultar fácil seguramente. Pero es la lección ejemplar que nos dejó. Para nosotros, escolapios, es bueno estar siempre en la escuela de Calasanz. Hay que dejarse de lamentaciones. No por voluntarismo, sino por coherencia de vida: una vida que hemos querido puesta en las manos de Dios. No es tiempo para lamentaciones. La Orden está siempre en construcción. La viña asignada a la Orden debe dar fruto año tras año. La construcción del edificio de la Orden y el cuidado de la viña encomendada (los niños y jóvenes pobres) requieren braceros en acción. El Fundador los llamó así a los primeros educadores de las Escuelas Pías: los obreros de las escuelas. Actuar, pues, y entregarse plenamente es lo que toca hacer una vez más a partir de los Capítulos celebrados. La actuación se traduce en la práctica en un esforzarse, obrar, proclamar y rezar.

Los historiadores, que saben de cómo la gente se percibía en su momento histórico, suelen comentar que no hay época en la que no aparezcan lamentaciones de este estilo: “nos toca vivir una situación extrema y difícil a causa de la calamidad de los tiempos; nunca se conoció cosa igual”. Algunas de estas lamentaciones se remontan a épocas muy lejanas en el tiempo.

Todavía vivimos. Y no tan mal, a mi parecer; aunque no en todas partes del mundo, cuando dos tercios de la humanidad pasa hambre. Sobreviviremos también a esta época difícil, que es la nuestra. Pero no me quedaría satisfecho si esto fuera a pesar de mí, de mi descontento, de mi inercia, de mi falta de implicación. Estamos, pues, invitados a tomar nuestro “pondus”, la porción de peso histórico que nos toca sobrellevar. Sin fatalismos, con alegría o, al menos, con paz.

Nos va a ayudar a mantener esta disposición de ánimo el cambiar de mentalidad. Los años nos hacen endurecer. Para los de la “media botella vacía”, que siempre los hay y tan realistas como los de la “botella medio llena”, a cierta edad es imposible cambiar. Evidentemente que no podemos cambiar la naturaleza si no interviene un milagro. Los milagros pertenecen en exclusiva a la libertad divina. En nuestra mano, sin embargo, está el deseo de querer, al menos, comprender si se nos escapa el poder cambiar. Esto es aplicable también a los más entrados en años. Me incluyo yo mismo. De joven tenía el convencimiento que los humanos, envejeciendo, habían vencido las pasiones, los embates, rencores, la agresividad de la juventud y habían llegado a la serenidad y sabiduría. Conocí ancianos así. Seguramente fueron estos ejemplos a formar mi imaginario. Pero, ahora, que los años se van acumulando y ya no se es joven, advierto mirándome a mí mismo que la ancianidad es una “tarea”, un desafío; que la serenidad es un don, una conquista moral, si es caso. Como las otras etapas de la vida, la “tercera edad” –qué eufemismos nos hemos creado- requiere fuerza, entusiasmo, fantasía. Esto explica que algunos envejecen, transformándose en amargados o fácilmente irritables. Otros, por el contrario, afrontan con ánimo y serenidad las dificultades; se prodigan paternamente hacia las generaciones jóvenes y saben decir palabras ponderadas y sabias sobre el mundo actual.

Jóvenes, adultos y ancianos somos invitados a poner manos a la obra para seguir dando vida a la Orden y posibilitando su misión en el hoy y para el mañana. ¿En qué dirección enfocar la acción? Intentando acercarse al Evangelio y a nuestro Proyecto escolapio de vida, descrito en las Constituciones. Ojos y oídos atentos también a los “signos de los tiempos”, la expresión que acuñó el Concilio Vaticano II para designar los vestigios de Dios en la historia y en el presente. Una acción que se abre a la sabiduría para quedarse, en las experiencias diferentes de la vida, con lo que es bueno y constructivo (cfr. 1 Tes 5, 21).

No quiero acabar esta salutatio fraterna sin bajar a elementos concretos referentes a la mentalidad nueva que debemos ir adquiriendo y a las actitudes que le acompañan. No sigo un orden de precedencia; es un listado de cosas, a medida que me vienen a la cabeza. Con la espontaneidad de la ocurrencia, unas con más valor que otras, aquí quedan reflejadas:

• Serenidad y paz, tratando de conservar la mente despierta y tranquila.
• Ser propositivos y no sólo denunciadores de problemas y dificultades.
• Asumir actitudes de personas valientes y no temerosas, impulsoras, reflexivas y ponderadas, atrevidas y dispuestas a tomar decisiones.
• Estar abiertos a criterios de la fe, inspirados en el Evangelio y en nuestras Constituciones.
• Superar los miedos, toda clase de miedos, ya provengan de riesgos que no se quieren afrontar, de sospechas o de supuestas maquinaciones.

Nos dejamos condicionar por tantos miedos… Miedo a que se me pida disponibilidad. Miedo a que me toque convivir y colaborar con otros, si me abro a una interdemarcacionalidad. Miedo a la movilidad, a que me trasladen del sitio donde me encuentro tan arraigado y bien. Miedo a perder la acomodación de vida que ya me he hecho a lo largo de los años. Miedo a tener que desprenderme de cosas a las que estoy apegado.

Miremos las “cosas de arriba”, exhorta San Pablo. Hemos aceptado las opciones fuertes de fondo. ¿Por qué aferrarnos a nimiedades? Entremos con esperanza y decisión en este tiempo poscapitular que durará un cuatrienio.

Jesús María Lecea, Sch. P.
Padre General

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