La Orden a ritmo de Reestructuración (Lecea, XI, 2006)
Jesús María Lecea, Sch. P.
Padre General
Noviembre, 2006
Seguir hablando de reestructuración no es ceder a la moda del momento. Conocemos palabras que, en determinados momentos, centraron la atención sobre el presente y futuro de la vida religiosa: adecuada renovación; renovación, sin más; puesta al día (aggiornamento); reforma; refundación.
Así algunos califican estos hechos de modas pasajeras de hablar, sin incidencia práctica en la vida religiosa. Entre estas personas, también hay quien quiere justificar, desde su experiencia, que no es ése el camino para la vida religiosa, añorando quizás épocas pasadas más estables o justificando el propio inmovilismo para evitar que algo cambie, porque incomoda. Hay que revisar dichas experiencias antes de juzgar desde ellas. Concuerdo en que de poco sirven las palabras si no comunican mensajes importantes o llevan a una mejora de la realidad. Por ello, no entramos en verbalismos. Personalmente opino, más bien, que todas aquellas palabras tenían, y siguen teniendo algunas de ellas, un significado importante en el contexto en que nacieron; contexto ciertamente dinámico y preocupado por una mayor fidelidad de la vida religiosa al evangelio, a los orígenes fundacionales propios y a la capacidad de ser significativa para el mundo contemporáneo. No nos escudemos, pues, en las palabras para adoptar posturas escépticas, o para sospechar de todo, o para ironizar o banalizar las cosas “sin propósito de enmienda”. Por el contrario, tratemos de entrar en sus intencionalidades más hondas y en sus intuiciones más lúcidas.
Hay quien se pregunta ¿para qué todo esto? Es mejor trabajar -según ellos cada uno en su territorio, como siempre, y dejarse de nuevas reorganizaciones. Veamos, más bien, cómo asegurar cada uno la continuidad de las Obras, pidiendo, si fuera el caso, colaboración de ayuda a los demás.
Sí y no, respondo. Sí, que nos preocupemos por la continuidad de nuestra misión. No, que nos cerremos en nuestro pequeño mundo y no nos abramos a perspectivas nuevas a través de las cuáles se trata precisamente de conseguir el mismo objetivo. La diferencia está en que lo primero está resultando ya inviable en las actuales circunstancias que vive la Orden y lo segundo es una oportunidad todavía posible.
Pido perdón si a alguno le resulto pesado al volver sobre el tema de la reestructuración de nuestra Orden. ¿Se puede decir algo nuevo, más allá de ir poniendo en acto la reestructuración misma? Seguramente no. Tampoco pretendo novedades sobre el tema, sino solamente insistir, sin agotar vuestra paciencia, de modo que su interés, teórico y práctico, no decaiga entre nosotros para bien de la Orden. Por el momento estamos trabajando, siguiendo indicaciones de la Congregación General, en dos direcciones que deberán, en su día, converger: la de los Sectores y la de los Capítulos. El significado de ambos caminos lo hemos explicado con sendas cartas circulares a todos los escolapios. En medio de todo este trabajo, sectorial y capitular, está la voluntad decidida, pedida y motivada por el Capítulo General de 2003, de crecer, como Orden, en vida y misión. Ahí están implicadas las personas, las comunidades y las obras. Esto es lo importante y la razón de ser de cuanto nos lleve a hacer la reestructuración.
¿Te has preguntado por tu vida como escolapio? ¿En qué se acerca o distancia del modelo o proyecto de nuestra vida escolapia, tan estupenda y sugestivamente descrito en las Constituciones? Son preguntas que me hago a mí mismo y hoy comparto con todos vosotros. Por aquí comienza la reestructuración. Sin tal comienzo también yo veo la pérdida de tiempo y el riesgo del verbalismo estéril o del fracaso más rotundo, dejándonos un poso negativo de indiferencia o de escepticismo. Lo dicho para las personas, la reestructuración lo plantea a las Comunidades. El Escolapio tiene también definido y explicado su proyecto comunitario. ¿Cómo están nuestras Comunidades? ¿Lo reflejan bien o están alejadas del modelo? ¿Cómo proceder para ir encarnándolo en todas y cada una de nuestras Comunidades? ¿Cómo estamos iniciando a los candidatos a la vida comunitaria escolapia? ¿Las comunidades son referencia positiva para ellos? Porque la formación inicial prepara para el futuro que se ha de vivir. Las Comunidades formativas no son invernaderos donde se inculca una vida escolapia que nada tiene en común con lo que viven las demás Comunidades de la Demarcación en su espíritu y estilo sino en las ocupaciones, que por lógica han de ser diferentes. Viendo los estilos comunitarios en unos y otros casos se tiene la impresión de que lo parecido es pura casualidad. Por ello aún no acabamos de desterrar la aspiración malsana de llegar al final de la formación inicial para poder permitirse cosas que, sin ser edificantes para nada o siendo claramente contrarias al modelo de vida escolapio, resultan “privilegios o atribuciones” de los veteranos. Mal camino es éste si queremos mejorar la calidad evangélica de nuestra vida común escolapia.
Más cosas importantes plantea todavía la reestructuración si, dejando lo relativo a personas y comunidades, nos adentramos en la misión, en el ministerio escolapio, en las Obras. ¿Cómo andan las Obras de calidad calasancia? ¿Cómo las personas que trabajan en ellas, empezando por nosotros mismos, encarnamos el perfil del educador escolapio? La escuela en sí es misión cuando el educador y el maestro están en ella ‘vocacionados’. La escuela cristiana es tal sobre todo por la vocación de sus maestros, más allá de las actividades que puedan organizarse con el sello cristiano. Es por esto que el escolapio en la escuela es ya misionero. No lo será, sin embargo, cuando falta el presupuesto: ser íntegramente escolapio.
Junto a todo lo hasta ahora dicho y como en segundo lugar vendrá la organización. ¿Cómo nos organizamos para conseguir pronto y bien las finalidades de la reestructuración: vitalizar más la Orden? Aquí viene el estudio y propuesta de estrategias que, en las actuales circunstancias que nos toca vivir, señalan buenos caminos para conseguir los objetivos.
¿Qué ha pasado y está pasando entre nosotros con el discurso sobre la reestructuración? Que, en la mayoría de casos, nos entretenemos en pensar la inutilidad o, por el contrario, la necesidad de estas estrategias (unificar, redistribuir, simplificar y concentrar estructuras, interdemarcacionalidad etc.). Pero todo esto son medios, herramientas de trabajo, instrumentos.
Hablemos de los porqués, de las finalidades, de lo que queremos y soñamos de mejor para las Escuelas Pías. En su presente y para su futuro.
No quiero ocultar que, en nuestro caso, el tema de reestructuración de la Orden está marcado por una tendencia a la corresponsabilidad, a la unión, a la concentración de recursos, a la ordenación más realista de estructuras vigentes. Cuando se comenzó hace años a hablar de este tema se hablaba de interdemarcacionalidad. Si ahora no recurrimos tanto a dicha palabra, su significado está incidiendo en el tema. No hay que tenerle miedo, ni parapetarnos en la sospecha o considerar que eso no va conmigo.
Estamos tratando de asegurar futuro, futuro mejor si cabe. Por ello, si bien la memoria histórica siempre es instructiva, aunque sólo sea por prevenir errores pasados, no nos sirve para dibujar el futuro. No se trata de repetir experiencias del pasado que han podido crear recelos o ser juzgadas ineficaces e, incluso, contraproducentes. Estamos en clave nueva. Lo que podamos hacer en clave de interdependencia corresponsable es nuevo. La unión de fuerzas planteada por nuestro plan de reestructuración es un reto a nuestra creatividad y capacidad de innovación. Por ello, más que resucitar fantasmas del pasado, somos invitados amablemente a planear algo nuevo. En la novedad, además, hemos de conseguir algo mejor a lo que ya poseemos. En esta clave de perspectiva, que es la clave adecuada para toda reestructuración de la Orden, no me resisto a dejar de copiar unos párrafos de un reciente artículo periodístico de Federico Mayor Zaragoza, antiguo Director de la UNESCO y actual Presidente de la Fundación “Cultura y Paz”: “Si tuviéramos presente el futuro, sabríamos que ha llegado el momento de hacer una pausa para facilitar el encuentro, la conversación, la alianza. ¡Tener presente el futuro! Sólo así, las generaciones actuales, que han aprendido las transformaciones de hondo calado que han acaecido en muy pocos años –en cuanto a demografía, globalidad, interdependencia- podrán pasar airosamente el testigo del relevo a sus hijos -los hijos no tienen apellidos ni faltas diciéndoles al oído: Estamos iniciando una nueva era. La de la gente. La de la voz de todos. El secreto radica en compartir mejor. Y en mirar hacia delante”.
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