EL MISTERIO DE LA CRUZ
Carta pastoral del obispo de León (Nicaragua)
Mnsr. Bosco Vivas Robelo
3 de Abril de 2009
Pascua, 2009.
Al Clero Diocesano
A los Religiosos y Religiosas
A los Catequistas y Delegados de la Palabra
A toda la Feligresía Diocesana
Queridos hermanos y hermanas:
Agradecidos a DIOS PADRE que nos hace vivir en nuestra Iglesia Diocesana la hermosa experiencia sinodal de caminar juntos con María Santísima a un encuentro personal y vivo con Nuestro Señor JESUCRISTO y experimentando en nosotros y sobre nuestra IGLESIA la asistencia del Espíritu Santo, he querido escribirles esta Carta acerca del misterio de la Pasión del Señor y de la Santa CRUZ, carta que durante mucho tiempo he venido preparando como fruto de la meditación y de la oración sobre esas verdades de la fe en las que pienso con frecuencia, y que personalmente me han hecho mucho bien espiritual.
La cercanía de las fiestas solemnes de la Pascua en las que el Misterio de la Pasión y muerte en la Cruz de Nuestro Señor es algo central en la Liturgia ya que una vez que el VERBO DIVINO se hace CARNE en el vientre virginal de SANTA MARÍA, Él puede ofrecer el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre en la Cruz para redimirnos del pecado y para hacer posible que ese Cuerpo y esa Sangre se nos entreguen como alimento de vida eterna en la Eucaristía. Además, es de la Cruz que bajan el Cuerpo muerto del Señor para sepultarlo y de esa manera, -garantizada la muerte de Cristo,- se manifestó el poder divino en la RESURRECIÓN que se convierte así en garantía de la Divinidad de JESUCRISTO y en motivo supremo de esperanza para quienes creemos en Él aceptando el testimonio de los Apóstoles que es claro y decisivo para la Iglesia. (Cf. Jn. 1, 14; Heb. 10, 5-10) (Cf. 1 Cor. 15, 12-26). (Cf. 1 Cor. 15, 12-26; Jn. 19, 35-36 y 20, 8-9; Hech. 2, 22-24; 1 Pe. 1, 3-5; Ap. 1, 4-8).
Si en esta carta insisto especialmente sobre el misterio de la Cruz, es para que, guiados por la Sabiduría Divina que Dios da a los que se le acercan con humildad (Cf. Mt.11, 25-27), entremos al discipulado del Maestro Divino que nos enseñará sus secretos de amor más profundos y nos hará saborearlos para lograr convertirlos en vida como lo han hecho los santos y santas en la Iglesia.
Pero también les quiero hablar de la Cruz de Cristo, porque, según el apóstol San Pablo, la Cruz es una fuerza de Dios que efectivamente salva. (cf 1 de Cr 1,17, 25). Y los nicaragüenses, rodeados de densa oscuridad a causa de tantos problemas de toda índole, necesitamos ser salvados por Cristo de todos estos males ya que por nuestras solas fuerzas nos es imposible. El demonio ha logrado entrar en muchos corazones y en muchos hogares y solamente la Gracia que nos mereció Jesús en su pasión y con su resurrección nos harán experimentar que efectivamente todo es posible para el que tiene fe y que todo lo podemos con Cristo que nos fortalece (Flp.4, 13). En las circunstancias actuales de la nación con tantas familias viviendo la angustia de una economía hogareña precaria, y, en muchísimos casos, hasta de pobreza extrema, es muy común desgraciadamente que se tensionen las relaciones de unos con otros dentro del mismo núcleo familiar y en la misma sociedad humana, llegándose incluso a la impaciencia que se trasforma en cólera, en violencia verbal o física. Especialmente contra los más débiles como son las mujeres y los niños, los ancianos y enfermos.
Se llega a esta situación extrema porque, a las normales preocupaciones y a las comprensibles tensiones emocionales se junta un enfriamiento en la vida espiritual causado por la lejanía de Dios, a causa del pecado, a la falta de oración y, en una palabra, al endurecimiento del corazón motivado por la crisis de la fe o el abandono de la misma.
Yo quiero decirles, hermanos y hermanas, que no es en la búsqueda de los placeres, ni en el alcoholismo o en el uso vicioso de las drogas, ni matando la sensibilidad humana (a lo que puede llevarnos el afán de ver u oír noticias aberrantes y escandalosas de sexo y de violencia y también de contenido satánico en algunos casos); no es en estas cosas, repito, que encontraremos serenidad y lucidez para buscar soluciones. Es la ayuda de Dios, es a Jesucristo a quien debemos buscar. Es dejándonos atraer hacia su cruz como podremos superar problemas y realizar obras de transformación hacia el bien en las familias y en el país. Por lo demás es verdad que a mayores males que nos golpean hay gracias mayores para superar esos males. Recordemos que “donde abundó el pecado sobreabundo la gracia.” ( Rm. 5, 15-20 ).
Les invito a todos ustedes, hermanos y hermanas, a entrar en el Corazón de la Virgen María para poder, desde allí, contemplar fijamente con profundidad y con amor agradecido, las insondables riquezas del Corazón de su Divino Hijo y recibir de Él la invitación a estar en su intimidad y cenar con El ( Ap.3. 20).
I PARTE: LA CRUZ ES PRUEBA DEL AMOR DE DIOS
Es cierto y debe considerarse de fe el que el Amor de Dios se manifiesta en la muerte de su Hijo en la Cruz: “De tal manera amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que el mundo se salve creyendo en Él” (Jn.3, 16).
1. La Cruz en la vida
Es admirable e impresiona fuertemente el constatar que la cruz, con toda su historia infamante y atrocidad como instrumento de suplicio, haya llegado a ser para la Iglesia Católica algo no sólo valioso sino incluso algo bello, sagrado y amado. La razón para que esto suceda es porque la cruz fue elegida por el Hijo de Dios como la manera más adecuada según su sabiduría divina (que es totalmente opuesta a la sabiduría del mundo) para entregar en ella libremente su vida por nosotros y por nuestra salvación.
Emociona pensar que en la cruz -convertida en trono real- es donde Jesucristo quiere que lo contemplemos y nos sintamos atraídos hacia Él (Cf. Jn. 8, 12).
Viendo sufrir a Jesús en la cruz nosotros, hombres y mujeres de la tierra, podemos sentirnos comprendidos y amados por Él (ya que el sufrir por alguien es signo de amor verdadero). “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama”(Jn. 15, 13). Pero además, el hecho de que el Hijo de Dios sufra, nos garantiza que la experiencia de dolor y de sufrimiento de Cristo ha santificado el sufrimiento humano y le ha dado al dolor la capacidad de ser medicina e incluso victoria sobre los males que nos aquejan incluyendo a la misma muerte. (Cf. Juan Pablo II, SD, 16,19).
Debo decir, no obstante que sería ofender a Dios el pensar que a Él, -Padre, Hijo y Espíritu Santo,- le agrade vernos sufrir o que sea indiferente a nuestros sufrimientos y sea sordo a nuestros gritos de auxilio y de súplica (Cf. Sal. 85).
El mal, el dolor y la muerte no han sido creados por Dios; somos nosotros, (los seres humanos) los que, desobedeciendo a Dios por el pecado los integramos a nuestra existencia terrena. Dios con su Sabiduría infinita y su omnipotencia ha sacado del mal el bien, del dolor la redención y de la muerte la vida eterna feliz y, todo esto, gracias a Jesucristo el Señor.
Así como las penas que sufrimos por las personas que queremos manifiestan la seriedad y la profundidad del amor que les tenemos y así como ese sufrimiento por los que amamos hace que ese sentimiento amoroso sea más puro y noble, así podemos decir que el dolor y todos los sufrimientos de esta vida y las contrariedades que el dolor conlleva (si son asumidos por la fe en el amor de Dios y ofrecidos a Él como respuesta de amor a su amor), nos conducen a la madurez espiritual, a la santidad por medio de la bendita infancia espiritual que no es otra cosa sino vivir en toda ocasión, alegre o triste, en la Voluntad Divina como lo hizo la Virgen Santísima.
Efectivamente esta infancia espiritual es una manera de hacer efectiva en nosotros la salvación que nos ha conseguido la Sangre de Cristo y es también una oportunidad de cooperar como excepcionalmente lo hizo la Virgen y como lo han hecho los santos, a la salvación del prójimo y esto es así porque nuestro dolor y enfermedad unidos a la pasión de Cristo sacan eficacia para el bien de toda la Iglesia y del mundo entero. (Cf. Col 1, 24)
No quiero pasar por alto lo que podríamos llamar dolores o sufrimientos espirituales como son las congojas del alma, el asedio de las tentaciones con el peligro de traicionar al Señor, también la contrición de haberle ofendido y las mortificaciones voluntarias o no. Estas son “cruces” que, unidas a la de Jesús y por virtud de su pasión, fortalecen el alma y garantizan la victoria sobre el demonio y el mal del mundo; se puede constatar, que estas “cruces” originan muchas veces alegrías espirituales inexpresables.
2. La Cruz en la Biblia
Sabemos que en las Sagradas Escrituras Dios nos habla su Palabra Divina en lenguaje humano, es decir, comprensible para nosotros si dóciles al Espíritu Santo y obedientes al Magisterio de la Iglesia, nos disponemos a escucharlo.
En el Antiguo Testamento Jesucristo es anunciado como Siervo sufriente de Dios, (Cf. Is. 49, 3) de Corazón manso y humilde (Cf. Zac. 9, 9), perseguido (Os.11, 1), traspasado por el pecado del mundo y con las manos y pies taladrados por clavos (Cf. Is. 46; 54; Sal. 22) elevado en un madero (Num. 21, 8), Victima que se ofrece sobre la madera que El mismo carga (Cf. Gen. 22, 6-8) y Victima sacrificada cuya sangre salva de la muerte y cuya carne sirve de alimento (Cf. Ex.12, 1-14). Jesús es anunciado como Dios con nosotros (Is. 7, 14) como un ser humano –Hijo del hombre- que es llevado a la muerte como Cordero (Cf. Dan. 7, 9-14; Is. 53, 7) y que vendrá con gloria a renovar la historia y el mundo entero; como heredero del trono de David (2 Sam. 7, 1) nacido de una Virgen (Cf. Is. 7, 14) y como vencedor de la muerte (Cf. S. 18, 6; s. 16, 8-11; Sal. 110, 1) El Mesías Hijo de Dios (Sal. 2, 1-2).
En el Nuevo Testamento tenemos la constatación del cumplimiento de estas Escrituras. En realidad en Jesucristo toda la revelación de la Antigua Alianza llega a su culmen y todo lo anunciado por los profetas se aclara y se cumple.
En nuestro Credo, que resume la doctrina de la fe Católica confesamos que Cristo, murió y resucito según las Escrituras por nosotros y por nuestra salvación.
Quien por la fe descubre ese “excesivo” amor y cree en él, llega a experimentar que toda sabiduría de este mundo es necedad y que lo que mas importa es la sabiduría divina que consiste en saborear el amor de Cristo crucificado (Cf. 1. Cor. 2, 2) porque fue en la Cruz que el clavó el documento que nos acreditaba como esclavos del diablo y lo borró con su propia Sangre (Cf. Col. 2, 14). De esta manera se nos enseña que Cristo nos amo cuando nosotros éramos sus enemigos.
Es tan inmenso este sacrificio de Amor de Jesucristo por nosotros que El ha querido perennizarlo en el memorial que nos mandó celebrar,(en la Eucaristía) en el cual, por lo demás, se llega al colmo del amor que consiste el unirse al Amado comiéndolo sacramentalmente y haciéndose así una sola cosa con El. (Cf. Cor.11, 26)
Fue precisamente para esta HORA que el Verbo se hizo Carne (Jn.1, 14) tal como Jesús lo afirmó en diversas oportunidades (Cf. Jn. 2, 4; Jn.3, 19; 8, 21; 11, 9).
3. La Fe de la Iglesia
Esta es una enseñanza segura que, si la hacemos nuestra por la fe y el amor, es capaz de salvarnos: la Cruz es Sabiduría de Dios y es Fuerza de Dios que nos consigue el perdón y la vida eterna. Si con El morimos, viviremos con El (2 Tim. 2, 11).
La Iglesia siempre ha enseñado, fundamentando su Magisterio en la Biblia, que si es cierto que el pecado nos hace desagradables para Dios e incluso nos aleja de Él, los infinitos méritos de Cristo son más poderosos que todos los males y que todos los pecados y, por lo tanto (dados esos meritos a nosotros por la Gracia y Sacramentos de la Iglesia) son capaces de conseguir para nosotros el perdón y hacernos así no sólo agradables en su presencia sino también participes de su naturaleza divina (Cf. 2 Ped. 1, 4).
Por lo tanto, estemos convencidos de que todo lo que pueda darnos miedo o perturbar nuestra vida o hacer nuestra existencia desdichada o amargarnos el alma, no puede ser mayor que el Amor de Jesucristo que nos asegura el remedio y la salvación de todos los males señalados.
Quien tuvo amor para perdonar a quienes lo crucificaban con mayor razón tendrá amor para recibir y perdonar a quienes lo miramos elevado en la cruz y lo invocamos con confianza. (Cf. Lc. 23, 34; Lc. 23, 40-43)
II PARTE: LA CRUZ SABIDURIA DIVINA
Quien contempla a Cristo crucificado con fe viva se pone en camino seguro para llegar a conocer las insondables riquezas del Corazón de Jesús y experimentar la fuerza que tiene esa “locura divina” que es más sabia que los hombres y esa “debilidad divina” que es más fuerte que los hombres” (1 Cor. 1, 25).
La Cruz: Secreto Divino
Pero una vez que hemos mirado a Aquel que fue traspasado por nuestros delitos y hemos conocido por sus llagas la inmensidad de su caridad para con nosotros, es indispensable implorar, en oración constante y confiada al Espíritu Santo, el don de la perseverancia en el amor a Dios y la gracia de la fortaleza para testimoniar que somos discípulos de Cristo, haciendo que sea realidad en nosotros la salvación que Jesucristo quiere darnos y que tanto sufrimiento le acarreó (Cf. 1 Tim. 2, 4-4) (Cf. Col. 4, 2-5).
Estas verdades meditadas y aceptadas en el corazón nos darán mucha serenidad y nos irán conduciendo a la paz interior, de tal manera que aunque ruja la tormenta de traiciones, tentaciones, dudas y problemas, la barca de nuestra existencia estará protegida por la paternal Providencia de Dios y hasta podremos llegar a decir con San Pablo; “nada ni nadie nos podrá apartar del Amor de Dios manifestado en Cristo Nuestro Señor” (Rom. 8, 35-39) “Por lo demás, hermanos y hermanas, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom. 8, 28).
Maestra excepcional por su experiencia única en vivir la Palabra (Cf. Lc. 38; Lc. 1, 45; Lc. 11, 27-28) es la Madre del Señor; Ella es además, por voluntad de Jesús, Madre nuestra que nos mira, nos ama y nos ayuda. De nadie mejor que de Ella podemos aprender a escuchar y a poner en práctica la Palabra de Dios. Nadie mejor que ella nos conseguirá la dicha de encarnar en nosotros la Palabra.
Dice Jesús que el PADRE revela sus secretos más íntimos a los humildes. (Cf. Mt. 11, 25-26). Conocer los secretos divinos es la verdadera Sabiduría que Dios da a los que llama al seguimiento de su Hijo. Se puede decir que es el ESPIRITU SANTO el que nos hace vivir en CRISTO. Es tan grande esta dicha de la comunión con Cristo que, quien la consigue, está dispuesto a perderlo todo antes que perder o traicionar al Señor (Cf. Rom. 8, 14-15) (Cf. Fil. 3, 7-11).
La Cruz: Camino de Santidad
Pues bien, un camino de salvación que no se presta a engaño a causa de la profunda humildad que exige y que por lo tanto, es imposible que el demonio, espíritu esencialmente soberbio, pueda falsearlo o falsificarlo, es el amor a la Santa Cruz de Jesucristo; mejor aun: El amor a Jesucristo crucificado. Esta es una constatación que los santos y santas de la Iglesia Católica nos ofrecen.
San Juan de Ávila escribe que si alguien se condena no es porque no tenga quien le libere de la eterna ruina. En efecto, Jesucristo nos consiguió el poder ser liberados del mal y de la perdición, si tomamos para nosotros sus méritos infinitos y los hacemos nuestros por la fe, la esperanza y la caridad.
En la cruz demostró Jesús que nos amo más de lo que sufrió, es decir, que tenia amor suficiente para padecer hasta el fin del mundo si hubiera sido necesario. Así explican algunos escritores de la Iglesia la herida del Corazón de Cristo causada después de su muerte por la lanza del soldado; herida de la que salió Sangre y agua y que fue la manifestación de que nos seguía amando aun después de muerto. (Cf. Jn.19, 34).
San Francisco de Sales dice que el amor de Jesús fue tan intenso que, si nos acercamos a El, sentiremos que ese amor tiene una fuerza tal que nuestros corazones se oprimirán de tal modo que de ellos tendrá que salir un amor tan violento que cuanto es más fuerte es tanto más deleitoso.
San Alfonso María de Ligorio por su parte explica la institución de la Eucaristía, memorial de su Pasión, como el más amoroso invento del Redentor a favor de sus criaturas humanas ya que por la Santa Misa podemos realmente hacer nuestro el Amor de Jesús.
Hermosa es en este sentido, la enseñanza del Papa Juan Pablo II en su Carta sobre la Eucaristía: “En el memorial del Calvario esta presente todo lo que Cristo hizo en su Pasión y con su muerte. Por lo tanto no falta lo que Cristo ha realizado también para con su Madre en nuestro favor. A ella en efecto, le entrega a su discípulo predilecto y, en ese discípulo, nos entrega a cada uno de nosotros diciéndole “He ahí a tu Hijo: De la misma manera nos dice a cada uno de nosotros: He ahí a tu Madre”. (J.P.II, EE, 57).
III PARTE: LA CRUZ BUENA NUEVA
Dios no prueba a sus hijos más allá de lo que puedan resistir ni permite que la tentación sea más fuerte que su gracia. La razón de esto es porque Dios es un Padre Bueno que da su Espíritu Santo y con El, todos los bienes necesarios para la salvación a sus hijos que le piden esos dones en nombre de su Hijo Jesucristo.
La Cruz es Medicina
Por lo tanto, hermanas y hermanos, no debemos ni siquiera pensar jamás, habiendo muerto Jesucristo por nosotros, que Dios se comporte como si fuéramos sus enemigos, o que su mirada nos vigila para descargar su castigo sobre nosotros en el instante que fallamos o caemos en el pecado. Tampoco es cierto que a Dios le agrade vernos sufrir.
Según la Biblia Dios es un “Padre rico en misericordia, lento a la cólera y rápido para perdonar”. Si, como Buen Padre que es, tiene que corregir nuestros errores lo hace “no como merecen nuestros pecados”. Sus sanciones siempre serán medicinales para curarnos de nuestras enfermedades espirituales y para fortalecernos cuando nos toque llevar la cruz detrás de Jesús.
Este amor se hace incluso misericordia cuando Dios trasforma nuestros males (los sufrimientos, dolores, caídas en el pecado, vicios, limitaciones de toda índole y hasta la misma muerte), en bienes (la virtud, la purificación espiritual, la liberación del pecado, la alegre experiencia de la gracia y también los dones del Espíritu Santo, la devoción mariana y hasta la vida eterna).
Dios es capaz, pues, de sacar el bien aún del mal. Saber esto debe levantar los corazones a la esperanza…. Todo es posible para quien, como la Virgen Maria, cree en la Palabra de Dios y se entrega en obediencia de amor a servir al prójimo.
La Cruz es Vida
Para toda persona que se acerque a Cristo hay un ofrecimiento de vida abundante. Para darnos esta Vida vino Jesús al mundo. (Cf. Jn.10, 10).
Estemos, pues, convencidos de que a mayor acción del demonio, más fuerte será la ayuda divina y la acción de su gracia en nuestros corazones, en nuestras familias y nuestra Diócesis y en todo el País.
Se puede afirmar también que en toda crisis hay algún aspecto que puede considerarse positivamente ya que nos ofrece la ocasión de realizar acciones solidarias en favor de los demás y de dialogar leal y sinceramente para llegar a consensos que nos permitan superar obstáculos de cualquier clase y prevenir situaciones extremas. De este modo podemos “vencer el mal con el bien” (Rm. 12, 21).
Puedo asegurar que si nos revestimos de humildad nos estamos colocando en el camino adecuado para vislumbrar soluciones realistas y eficaces. Así será con la bendición del Señor, cuyo Pueblo somos.
Cierto es que el esfuerzo que tengamos que hacer nos exige sacrificios; sacrificios que, a veces, podrían ser como pesadas cruces. No olvidemos, sin embargo, que esa cruz, esa carga se hará ligera y llevadera si la asumimos como una manera de responder al Señor Jesucristo que nos invita a ir hacia El en los cansancios y agobios. (Cf. Mt. 11, 28-30). Bien dijo S. Teresa de Jesús que si nos resistimos a llevar la cruz nos será muy pesada pero que si nos decidimos a tomarla, es cierto que se nos hace llevadera.
Quizás nos sorprenderíamos de lo que es capaz la acción de Dios cuando un pueblo (Cf. Sal. 81, 14-15) que cree en El, da testimonio de su fé. Seriamos testigos de verdaderos milagros si realmente creemos. (Cf. Sal. 81, 14-15)
Entonces con la admiración de sentir a nuestro Dios actuando visiblemente en nuestra historia, confesaríamos con el apóstol: “Lejos de nosotros gloriarnos en otra cosa que no sea la cruz de Jesucristo” (Gal. 6, 14)
La Cruz es Luz
Nos levantará el animo saber que aunque el pecado, desgraciadamente, llegara a entrar en nuestra vida, en nuestro hogar y en la sociedad eclesiástica o nacional no llegará nunca el demonio a posesionarse totalmente ni del alma, ni de la familia, ni de las comunidades eclesiales o grupos sociales si, como la Iglesia lo pide (sobre todo en estos días de cuaresma y pascua), buscamos al Señor y, con María Santísima, nos colocamos junto a la cruz en perseverante oración.
Sabiendo, pues, que el Evangelio como luz que es, brilla más en las tinieblas; así también debemos estar ciertos que la Buena Nueva se escucha mejor en épocas difíciles como la nuestra. Les animo por tanto a seguir trabajando para llevar a feliz culminación el II Sínodo Diocesano y a no dejar pasar oportunidades de dar testimonio de Cristo y de invitar a todos con alegría y audacia, a poner la mirada en Cristo muerto y Resucitado que es el único que tiene Palabra de Vida eterna (Cf. Jn. 6, 67-68).
Nuestro anuncio debe hacerse no como lo hacen los enemigos de la cruz del Señor ofreciendo riquezas, bienes materiales o felicidades falsas fundamentadas en sabiduría y bienes mundanos que terminan decepcionando a quienes han puesto su esperanza en esas cosas, sino más bien proclamando valientemente a Cristo crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
Les repito que la verdad del amor de Dios, su misericordia para con nosotros, se prueba con la verdad de la pasión y de la muerte en Cruz de su Hijo. También nosotros tenemos que demostrar nuestro amor al Señor llevando (con su gracia que nunca nos falta) grabada en nuestro espíritu la Pasión de Cristo.
Apostolado de la Cruz
Nunca se pierde, pues, el trabajo y los sufrimientos padecidos con amor. Por el bautismo llegamos a hacer nuestra la muerte de Cristo (muriendo al pecado) e igualmente su resurrección (la vida de la gracia que es semilla de vida eterna).
Además por el bautismo y la confirmación podemos estar ciertos que todo lo que hacemos, sufrimos y trabajamos, llega a ser no solo bendecido por Dios, sino una actividad santa y santificadora para nosotros y para el prójimo.
Habiendo nacido por el bautismo a la vida de la gracia se nos invita a ponernos a salvo de la perversidad del mundo y esto lo hacemos mediante el cumplimiento de los compromisos bautismales. Este tiempo de cuaresma y el tiempo Pascual especialmente son propicios para revisar nuestro compromiso con Cristo y con la Iglesia (Cf. Hech. 2, 37-40).
Siguiendo el ejemplo de la primitiva Iglesia dispongámonos a cumplir la misión encomendada por el Señor, no nos ausentemos de nuestras Asambleas Eucarísticas para que así no decaigamos en la caridad y en el servicio eclesial siempre bajo la mirada de María, la Madre de Jesús. (Cf. Hech 1,14).
Sabiendo que un corazón enamorado es el más dispuesto a sacrificarse si fuera necesario por el ser querido, amemos a Jesucristo y cumpliremos mejor con el apostolado misionero. Pero también es cierto que si trabajamos en la misión eclesial ese mismo trabajo, hará más intenso nuestro amor al Maestro.
Les recuerdo que tendremos que dar cuenta a Dios de los dones recibidos entre los que el ser cristiano católico es un don de privilegio. ¡Hay de nosotros si no evangelizamos ¡(Cf. 1, Cor. 9, 16)
IV PARTE: JUNTO A LA CRUZ ESTABA SU MADRE
Nadie como la Santísima Virgen María está unida a la Cruz de Cristo, su Hijo. Cuando el anciano Simeón anuncio a la Madre de Jesús la Pasión que le esperaba al Niño Dios, le dio a conocer el lugar que ella debía ocupar, por voluntad de Dios, en el misterio de la Redención: su dolor unido al de Jesucristo y causado precisamente por el mismo Hijo que sufre, era parte del plan de Dios que la quería corredentora junto a la cruz. (Cf. Lc. 2, 34-35)
La Virgen en el Misterio de Cristo.
Aunque Jesucristo realiza la Salvación del género humano Él solo y aunque su obra redentora tiene una capacidad infinita de salvación, no obstante, el designio divino era que la Madre del Mesías que le dio al Verbo la naturaleza humana capaz de sufrir y morir, debía unirse (obediente a la voluntad divina) al sacrificio de Jesús, dejando a un lado sus derechos de Madre y aceptando positivamente la pasión y muerte de su Hijo. (Cf. LG, 58; Jn, 1, 12; Jn. 19, 25;)
Bellísima es la afirmación del Papa Juan Pablo II que escribe en su Encíclica sobre la Madre del Redentor: “Su Hijo agoniza en la cruz….¡Cuan grande, cuan heroica de esos momentos es la obediencia de la fe demostrada por María ante los insondables designios de Dios! ¡Como se abandona en Dios sin reservas, prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad de Aquel cuyos designios son inescrutables! Y, a la vez, ¡cuán poderosa es la acción de la gracia en su alma! ¡Cuán penetrante es la influencia del Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza! (RM 18).
En la Encíclica sobre el dolor humano el Papa escribe que en Nuestra Señora “los numerosos e intensos sufrimientos fueron prueba de su inquebrantable fe, fueron también una contribución a la redención de todos”….Fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo” (SD,25).
En palabras de S. Luis de Montfort “Dios Hijo comunicó a su Madre todo lo que El había adquirido por su vida y su muerte, sus infinitos méritos y sus virtudes admirables y la hizo tesorera de todo cuanto el Padre le había dado en herencia”.
La Virgen Madre de la Iglesia
Porque las obras de Dios son perfectas y armónicas la maternidad proclamada por Jesús desde la cruz al decir “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre” (Jn.19, 26-27) no tiene fin y se continua ahora con nosotros como una “Mediación Materna” (RM 40) ya que, como enseña el Concilio Ecuménico Vaticano II: “con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada” (LG. 62)
Muchas veces en mis años de Obispo de esta amadísima Diócesis de León y Chinandega les he hablado y escrito acerca de la Virgen María, Nuestra Señora. No me es posible, ni lo deseo, callar lo que considero que es parte importante del Evangelio: La presencia de la Virgen Inmaculada en la vida de Cristo y en su actividad redentora; la presencia de la Madre de Jesús en la vida y acción de la Iglesia Católica (Hch. 1,14); la presencia maternal y el socorro eficaz de la que es invocada confiadamente por los que caminan hacia la imitación de Cristo y por los que quieren salir del pecado y soltar las amarras de los vicios que les impiden caminar hacia el Señor.
Dan testimonio de todo esto las generaciones cristianas representadas por los que han vivido el Evangelio: los santos y santas de la Iglesia.
No olvidemos que es voluntad de Cristo que le hagamos a la Madre suya y nuestra, un espacio importante en nuestra vida y que es el mismo Espíritu Santo quien nos hace clamar a Dios llamándolo “Padre” (Gal,4, 6-7), el que nos da sentimientos filiales hacia la Madre del Señor y Madre de la Iglesia ( Cf. LG.53 y 61) poniendo en nuestros labios y el corazón la palabra “Madre”.
Pues bien, hermanos y hermanas: como la Virgen María estuvo al pie de la cruz para recibir de su Hijo y Maestro las últimas lecciones que El impartía desde la cátedra y altar del sacrificio, busquemos siempre, como el discípulo amado y las piadosas mujeres, la compañía de Santa María para contemplar al Divino Salvador del mundo en la cruz y escucharle y para que, (siempre que nos sea posible) conversemos con Jesús sacramentado y nos unamos a El en la celebración Eucarística, memorial de la muerte y Resurrección del Señor Jesús.
CONCLUSION: EL CRUCIFICADO HA RESUCITADO. ¡¡ALELUYA!!
Meditando la pasión y muerte de Cristo, hermanas y hermanos, se produce en nosotros los cristianos estupor pero no miedo; conmoción pero no repugnancia; dolor pero no desesperación. Al contemplar con amor al Crucificado desearíamos tener la capacidad de sostener la mirada de fe hasta entrar a través de la herida del costado (Jn. 19, 31-36) y permanecer en el Corazón de Jesús y esto que digo no es porque el dolor y el sufrimiento sean por si mismos atractivos, ni porque ante tanto conflicto y situaciones limites del corazón humano queramos evadirnos; todo lo contrario: del reposo en el Corazón de Cristo con María (que vive en ese Corazón), sacaremos con gozo (Cf. Is. 12, 3) el agua – que nos recordará el Bautismo y la fuerza para cumplir los compromisos adquiridos en el sacramento - y la Sangre para purificarnos en el Sacramento de la penitencia y para darnos en la Eucaristía los sentimientos del mismo Cristo en la lucha por la transformación del mundo. (Cf. Fil. 2,5)
Para el que no tiene fe, el ver a Cristo crucificado le puede producir un sentimiento espantoso – aun en estos tiempos en los que nos estamos acostumbrando a ver en las noticias sensacionalistas, en las distracciones y las películas y en los que se catalogan juegos para niños- imágenes aberrantes, monstruosas, repulsivas y hasta satánicas. Aun ahora la Cruz es escándalo y locura para el mundo (Cf.1 Cor.1, 18) como lo era en tiempos del apóstol Pablo. Pero para nosotros, los que tenemos fe y creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, la meditación y la representación en imágenes o pinturas, de Cristo en agonía, muerto en la cruz o en brazos de su Madre, suscita – y esto es una muestra de lo que puede la fe,- paz, dulzura, confianza, satisfacción ante una belleza sobrehumana, fuerza para realizar obras que realmente contribuyan al cambio social, político y económico del país y a un compromiso eclesial humilde y alegre.
Precisamente este cambio y trasformaciones de que hablo deben ser la manera mas decisiva para que los cristianos demos testimonios de la victoria sobre la muerte, es decir de la Resurrección de Cristo.
Toda la luz que irradiaba la vida y la enseñanza de Cristo; luz que momentáneamente se oscureció en las horas de la pasión y muerte y sepultura del Señor, llega a ser en su Resurrección una claridad triunfal y apacible, indescriptible por su capacidad de alumbrar sin dañar (a pesar de su potencia) hasta las fibras mas intimas del ser humano y de producir gozo, fortaleza y una sensación maravillosa de libertad interior, todo lo cual es la mejor disposición para trabajar en la Misión que consiste en entregar a otros la luz de la fe.
Cristo esta vivo. Si El no hubiera resucitado vana seria nuestra fe. Si hemos muerto con Cristo al pecado por el Bautismo, también por ese mismo sacramento o por el sacramento de la Reconciliación, resucitaremos a una vida nueva.
Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza (Col. 3, 16).
Con la mirada puesta fijamente en Cristo podemos decir con la Iglesia “Feliz la culpa que nos mereció tal Redentor”.
Con mi bendición,
FELICES PASCUAS DE RESURECCION
León 3 de Abril de 2009
Mnsr. Bosco Vivas Robelo
3 de Abril de 2009
Pascua, 2009.
Al Clero Diocesano
A los Religiosos y Religiosas
A los Catequistas y Delegados de la Palabra
A toda la Feligresía Diocesana
Queridos hermanos y hermanas:
Agradecidos a DIOS PADRE que nos hace vivir en nuestra Iglesia Diocesana la hermosa experiencia sinodal de caminar juntos con María Santísima a un encuentro personal y vivo con Nuestro Señor JESUCRISTO y experimentando en nosotros y sobre nuestra IGLESIA la asistencia del Espíritu Santo, he querido escribirles esta Carta acerca del misterio de la Pasión del Señor y de la Santa CRUZ, carta que durante mucho tiempo he venido preparando como fruto de la meditación y de la oración sobre esas verdades de la fe en las que pienso con frecuencia, y que personalmente me han hecho mucho bien espiritual.
La cercanía de las fiestas solemnes de la Pascua en las que el Misterio de la Pasión y muerte en la Cruz de Nuestro Señor es algo central en la Liturgia ya que una vez que el VERBO DIVINO se hace CARNE en el vientre virginal de SANTA MARÍA, Él puede ofrecer el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre en la Cruz para redimirnos del pecado y para hacer posible que ese Cuerpo y esa Sangre se nos entreguen como alimento de vida eterna en la Eucaristía. Además, es de la Cruz que bajan el Cuerpo muerto del Señor para sepultarlo y de esa manera, -garantizada la muerte de Cristo,- se manifestó el poder divino en la RESURRECIÓN que se convierte así en garantía de la Divinidad de JESUCRISTO y en motivo supremo de esperanza para quienes creemos en Él aceptando el testimonio de los Apóstoles que es claro y decisivo para la Iglesia. (Cf. Jn. 1, 14; Heb. 10, 5-10) (Cf. 1 Cor. 15, 12-26). (Cf. 1 Cor. 15, 12-26; Jn. 19, 35-36 y 20, 8-9; Hech. 2, 22-24; 1 Pe. 1, 3-5; Ap. 1, 4-8).
Si en esta carta insisto especialmente sobre el misterio de la Cruz, es para que, guiados por la Sabiduría Divina que Dios da a los que se le acercan con humildad (Cf. Mt.11, 25-27), entremos al discipulado del Maestro Divino que nos enseñará sus secretos de amor más profundos y nos hará saborearlos para lograr convertirlos en vida como lo han hecho los santos y santas en la Iglesia.
Pero también les quiero hablar de la Cruz de Cristo, porque, según el apóstol San Pablo, la Cruz es una fuerza de Dios que efectivamente salva. (cf 1 de Cr 1,17, 25). Y los nicaragüenses, rodeados de densa oscuridad a causa de tantos problemas de toda índole, necesitamos ser salvados por Cristo de todos estos males ya que por nuestras solas fuerzas nos es imposible. El demonio ha logrado entrar en muchos corazones y en muchos hogares y solamente la Gracia que nos mereció Jesús en su pasión y con su resurrección nos harán experimentar que efectivamente todo es posible para el que tiene fe y que todo lo podemos con Cristo que nos fortalece (Flp.4, 13). En las circunstancias actuales de la nación con tantas familias viviendo la angustia de una economía hogareña precaria, y, en muchísimos casos, hasta de pobreza extrema, es muy común desgraciadamente que se tensionen las relaciones de unos con otros dentro del mismo núcleo familiar y en la misma sociedad humana, llegándose incluso a la impaciencia que se trasforma en cólera, en violencia verbal o física. Especialmente contra los más débiles como son las mujeres y los niños, los ancianos y enfermos.
Se llega a esta situación extrema porque, a las normales preocupaciones y a las comprensibles tensiones emocionales se junta un enfriamiento en la vida espiritual causado por la lejanía de Dios, a causa del pecado, a la falta de oración y, en una palabra, al endurecimiento del corazón motivado por la crisis de la fe o el abandono de la misma.
Yo quiero decirles, hermanos y hermanas, que no es en la búsqueda de los placeres, ni en el alcoholismo o en el uso vicioso de las drogas, ni matando la sensibilidad humana (a lo que puede llevarnos el afán de ver u oír noticias aberrantes y escandalosas de sexo y de violencia y también de contenido satánico en algunos casos); no es en estas cosas, repito, que encontraremos serenidad y lucidez para buscar soluciones. Es la ayuda de Dios, es a Jesucristo a quien debemos buscar. Es dejándonos atraer hacia su cruz como podremos superar problemas y realizar obras de transformación hacia el bien en las familias y en el país. Por lo demás es verdad que a mayores males que nos golpean hay gracias mayores para superar esos males. Recordemos que “donde abundó el pecado sobreabundo la gracia.” ( Rm. 5, 15-20 ).
Les invito a todos ustedes, hermanos y hermanas, a entrar en el Corazón de la Virgen María para poder, desde allí, contemplar fijamente con profundidad y con amor agradecido, las insondables riquezas del Corazón de su Divino Hijo y recibir de Él la invitación a estar en su intimidad y cenar con El ( Ap.3. 20).
I PARTE: LA CRUZ ES PRUEBA DEL AMOR DE DIOS
Es cierto y debe considerarse de fe el que el Amor de Dios se manifiesta en la muerte de su Hijo en la Cruz: “De tal manera amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que el mundo se salve creyendo en Él” (Jn.3, 16).
1. La Cruz en la vida
Es admirable e impresiona fuertemente el constatar que la cruz, con toda su historia infamante y atrocidad como instrumento de suplicio, haya llegado a ser para la Iglesia Católica algo no sólo valioso sino incluso algo bello, sagrado y amado. La razón para que esto suceda es porque la cruz fue elegida por el Hijo de Dios como la manera más adecuada según su sabiduría divina (que es totalmente opuesta a la sabiduría del mundo) para entregar en ella libremente su vida por nosotros y por nuestra salvación.
Emociona pensar que en la cruz -convertida en trono real- es donde Jesucristo quiere que lo contemplemos y nos sintamos atraídos hacia Él (Cf. Jn. 8, 12).
Viendo sufrir a Jesús en la cruz nosotros, hombres y mujeres de la tierra, podemos sentirnos comprendidos y amados por Él (ya que el sufrir por alguien es signo de amor verdadero). “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama”(Jn. 15, 13). Pero además, el hecho de que el Hijo de Dios sufra, nos garantiza que la experiencia de dolor y de sufrimiento de Cristo ha santificado el sufrimiento humano y le ha dado al dolor la capacidad de ser medicina e incluso victoria sobre los males que nos aquejan incluyendo a la misma muerte. (Cf. Juan Pablo II, SD, 16,19).
Debo decir, no obstante que sería ofender a Dios el pensar que a Él, -Padre, Hijo y Espíritu Santo,- le agrade vernos sufrir o que sea indiferente a nuestros sufrimientos y sea sordo a nuestros gritos de auxilio y de súplica (Cf. Sal. 85).
El mal, el dolor y la muerte no han sido creados por Dios; somos nosotros, (los seres humanos) los que, desobedeciendo a Dios por el pecado los integramos a nuestra existencia terrena. Dios con su Sabiduría infinita y su omnipotencia ha sacado del mal el bien, del dolor la redención y de la muerte la vida eterna feliz y, todo esto, gracias a Jesucristo el Señor.
Así como las penas que sufrimos por las personas que queremos manifiestan la seriedad y la profundidad del amor que les tenemos y así como ese sufrimiento por los que amamos hace que ese sentimiento amoroso sea más puro y noble, así podemos decir que el dolor y todos los sufrimientos de esta vida y las contrariedades que el dolor conlleva (si son asumidos por la fe en el amor de Dios y ofrecidos a Él como respuesta de amor a su amor), nos conducen a la madurez espiritual, a la santidad por medio de la bendita infancia espiritual que no es otra cosa sino vivir en toda ocasión, alegre o triste, en la Voluntad Divina como lo hizo la Virgen Santísima.
Efectivamente esta infancia espiritual es una manera de hacer efectiva en nosotros la salvación que nos ha conseguido la Sangre de Cristo y es también una oportunidad de cooperar como excepcionalmente lo hizo la Virgen y como lo han hecho los santos, a la salvación del prójimo y esto es así porque nuestro dolor y enfermedad unidos a la pasión de Cristo sacan eficacia para el bien de toda la Iglesia y del mundo entero. (Cf. Col 1, 24)
No quiero pasar por alto lo que podríamos llamar dolores o sufrimientos espirituales como son las congojas del alma, el asedio de las tentaciones con el peligro de traicionar al Señor, también la contrición de haberle ofendido y las mortificaciones voluntarias o no. Estas son “cruces” que, unidas a la de Jesús y por virtud de su pasión, fortalecen el alma y garantizan la victoria sobre el demonio y el mal del mundo; se puede constatar, que estas “cruces” originan muchas veces alegrías espirituales inexpresables.
2. La Cruz en la Biblia
Sabemos que en las Sagradas Escrituras Dios nos habla su Palabra Divina en lenguaje humano, es decir, comprensible para nosotros si dóciles al Espíritu Santo y obedientes al Magisterio de la Iglesia, nos disponemos a escucharlo.
En el Antiguo Testamento Jesucristo es anunciado como Siervo sufriente de Dios, (Cf. Is. 49, 3) de Corazón manso y humilde (Cf. Zac. 9, 9), perseguido (Os.11, 1), traspasado por el pecado del mundo y con las manos y pies taladrados por clavos (Cf. Is. 46; 54; Sal. 22) elevado en un madero (Num. 21, 8), Victima que se ofrece sobre la madera que El mismo carga (Cf. Gen. 22, 6-8) y Victima sacrificada cuya sangre salva de la muerte y cuya carne sirve de alimento (Cf. Ex.12, 1-14). Jesús es anunciado como Dios con nosotros (Is. 7, 14) como un ser humano –Hijo del hombre- que es llevado a la muerte como Cordero (Cf. Dan. 7, 9-14; Is. 53, 7) y que vendrá con gloria a renovar la historia y el mundo entero; como heredero del trono de David (2 Sam. 7, 1) nacido de una Virgen (Cf. Is. 7, 14) y como vencedor de la muerte (Cf. S. 18, 6; s. 16, 8-11; Sal. 110, 1) El Mesías Hijo de Dios (Sal. 2, 1-2).
En el Nuevo Testamento tenemos la constatación del cumplimiento de estas Escrituras. En realidad en Jesucristo toda la revelación de la Antigua Alianza llega a su culmen y todo lo anunciado por los profetas se aclara y se cumple.
En nuestro Credo, que resume la doctrina de la fe Católica confesamos que Cristo, murió y resucito según las Escrituras por nosotros y por nuestra salvación.
Quien por la fe descubre ese “excesivo” amor y cree en él, llega a experimentar que toda sabiduría de este mundo es necedad y que lo que mas importa es la sabiduría divina que consiste en saborear el amor de Cristo crucificado (Cf. 1. Cor. 2, 2) porque fue en la Cruz que el clavó el documento que nos acreditaba como esclavos del diablo y lo borró con su propia Sangre (Cf. Col. 2, 14). De esta manera se nos enseña que Cristo nos amo cuando nosotros éramos sus enemigos.
Es tan inmenso este sacrificio de Amor de Jesucristo por nosotros que El ha querido perennizarlo en el memorial que nos mandó celebrar,(en la Eucaristía) en el cual, por lo demás, se llega al colmo del amor que consiste el unirse al Amado comiéndolo sacramentalmente y haciéndose así una sola cosa con El. (Cf. Cor.11, 26)
Fue precisamente para esta HORA que el Verbo se hizo Carne (Jn.1, 14) tal como Jesús lo afirmó en diversas oportunidades (Cf. Jn. 2, 4; Jn.3, 19; 8, 21; 11, 9).
3. La Fe de la Iglesia
Esta es una enseñanza segura que, si la hacemos nuestra por la fe y el amor, es capaz de salvarnos: la Cruz es Sabiduría de Dios y es Fuerza de Dios que nos consigue el perdón y la vida eterna. Si con El morimos, viviremos con El (2 Tim. 2, 11).
La Iglesia siempre ha enseñado, fundamentando su Magisterio en la Biblia, que si es cierto que el pecado nos hace desagradables para Dios e incluso nos aleja de Él, los infinitos méritos de Cristo son más poderosos que todos los males y que todos los pecados y, por lo tanto (dados esos meritos a nosotros por la Gracia y Sacramentos de la Iglesia) son capaces de conseguir para nosotros el perdón y hacernos así no sólo agradables en su presencia sino también participes de su naturaleza divina (Cf. 2 Ped. 1, 4).
Por lo tanto, estemos convencidos de que todo lo que pueda darnos miedo o perturbar nuestra vida o hacer nuestra existencia desdichada o amargarnos el alma, no puede ser mayor que el Amor de Jesucristo que nos asegura el remedio y la salvación de todos los males señalados.
Quien tuvo amor para perdonar a quienes lo crucificaban con mayor razón tendrá amor para recibir y perdonar a quienes lo miramos elevado en la cruz y lo invocamos con confianza. (Cf. Lc. 23, 34; Lc. 23, 40-43)
II PARTE: LA CRUZ SABIDURIA DIVINA
Quien contempla a Cristo crucificado con fe viva se pone en camino seguro para llegar a conocer las insondables riquezas del Corazón de Jesús y experimentar la fuerza que tiene esa “locura divina” que es más sabia que los hombres y esa “debilidad divina” que es más fuerte que los hombres” (1 Cor. 1, 25).
La Cruz: Secreto Divino
Pero una vez que hemos mirado a Aquel que fue traspasado por nuestros delitos y hemos conocido por sus llagas la inmensidad de su caridad para con nosotros, es indispensable implorar, en oración constante y confiada al Espíritu Santo, el don de la perseverancia en el amor a Dios y la gracia de la fortaleza para testimoniar que somos discípulos de Cristo, haciendo que sea realidad en nosotros la salvación que Jesucristo quiere darnos y que tanto sufrimiento le acarreó (Cf. 1 Tim. 2, 4-4) (Cf. Col. 4, 2-5).
Estas verdades meditadas y aceptadas en el corazón nos darán mucha serenidad y nos irán conduciendo a la paz interior, de tal manera que aunque ruja la tormenta de traiciones, tentaciones, dudas y problemas, la barca de nuestra existencia estará protegida por la paternal Providencia de Dios y hasta podremos llegar a decir con San Pablo; “nada ni nadie nos podrá apartar del Amor de Dios manifestado en Cristo Nuestro Señor” (Rom. 8, 35-39) “Por lo demás, hermanos y hermanas, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom. 8, 28).
Maestra excepcional por su experiencia única en vivir la Palabra (Cf. Lc. 38; Lc. 1, 45; Lc. 11, 27-28) es la Madre del Señor; Ella es además, por voluntad de Jesús, Madre nuestra que nos mira, nos ama y nos ayuda. De nadie mejor que de Ella podemos aprender a escuchar y a poner en práctica la Palabra de Dios. Nadie mejor que ella nos conseguirá la dicha de encarnar en nosotros la Palabra.
Dice Jesús que el PADRE revela sus secretos más íntimos a los humildes. (Cf. Mt. 11, 25-26). Conocer los secretos divinos es la verdadera Sabiduría que Dios da a los que llama al seguimiento de su Hijo. Se puede decir que es el ESPIRITU SANTO el que nos hace vivir en CRISTO. Es tan grande esta dicha de la comunión con Cristo que, quien la consigue, está dispuesto a perderlo todo antes que perder o traicionar al Señor (Cf. Rom. 8, 14-15) (Cf. Fil. 3, 7-11).
La Cruz: Camino de Santidad
Pues bien, un camino de salvación que no se presta a engaño a causa de la profunda humildad que exige y que por lo tanto, es imposible que el demonio, espíritu esencialmente soberbio, pueda falsearlo o falsificarlo, es el amor a la Santa Cruz de Jesucristo; mejor aun: El amor a Jesucristo crucificado. Esta es una constatación que los santos y santas de la Iglesia Católica nos ofrecen.
San Juan de Ávila escribe que si alguien se condena no es porque no tenga quien le libere de la eterna ruina. En efecto, Jesucristo nos consiguió el poder ser liberados del mal y de la perdición, si tomamos para nosotros sus méritos infinitos y los hacemos nuestros por la fe, la esperanza y la caridad.
En la cruz demostró Jesús que nos amo más de lo que sufrió, es decir, que tenia amor suficiente para padecer hasta el fin del mundo si hubiera sido necesario. Así explican algunos escritores de la Iglesia la herida del Corazón de Cristo causada después de su muerte por la lanza del soldado; herida de la que salió Sangre y agua y que fue la manifestación de que nos seguía amando aun después de muerto. (Cf. Jn.19, 34).
San Francisco de Sales dice que el amor de Jesús fue tan intenso que, si nos acercamos a El, sentiremos que ese amor tiene una fuerza tal que nuestros corazones se oprimirán de tal modo que de ellos tendrá que salir un amor tan violento que cuanto es más fuerte es tanto más deleitoso.
San Alfonso María de Ligorio por su parte explica la institución de la Eucaristía, memorial de su Pasión, como el más amoroso invento del Redentor a favor de sus criaturas humanas ya que por la Santa Misa podemos realmente hacer nuestro el Amor de Jesús.
Hermosa es en este sentido, la enseñanza del Papa Juan Pablo II en su Carta sobre la Eucaristía: “En el memorial del Calvario esta presente todo lo que Cristo hizo en su Pasión y con su muerte. Por lo tanto no falta lo que Cristo ha realizado también para con su Madre en nuestro favor. A ella en efecto, le entrega a su discípulo predilecto y, en ese discípulo, nos entrega a cada uno de nosotros diciéndole “He ahí a tu Hijo: De la misma manera nos dice a cada uno de nosotros: He ahí a tu Madre”. (J.P.II, EE, 57).
III PARTE: LA CRUZ BUENA NUEVA
Dios no prueba a sus hijos más allá de lo que puedan resistir ni permite que la tentación sea más fuerte que su gracia. La razón de esto es porque Dios es un Padre Bueno que da su Espíritu Santo y con El, todos los bienes necesarios para la salvación a sus hijos que le piden esos dones en nombre de su Hijo Jesucristo.
La Cruz es Medicina
Por lo tanto, hermanas y hermanos, no debemos ni siquiera pensar jamás, habiendo muerto Jesucristo por nosotros, que Dios se comporte como si fuéramos sus enemigos, o que su mirada nos vigila para descargar su castigo sobre nosotros en el instante que fallamos o caemos en el pecado. Tampoco es cierto que a Dios le agrade vernos sufrir.
Según la Biblia Dios es un “Padre rico en misericordia, lento a la cólera y rápido para perdonar”. Si, como Buen Padre que es, tiene que corregir nuestros errores lo hace “no como merecen nuestros pecados”. Sus sanciones siempre serán medicinales para curarnos de nuestras enfermedades espirituales y para fortalecernos cuando nos toque llevar la cruz detrás de Jesús.
Este amor se hace incluso misericordia cuando Dios trasforma nuestros males (los sufrimientos, dolores, caídas en el pecado, vicios, limitaciones de toda índole y hasta la misma muerte), en bienes (la virtud, la purificación espiritual, la liberación del pecado, la alegre experiencia de la gracia y también los dones del Espíritu Santo, la devoción mariana y hasta la vida eterna).
Dios es capaz, pues, de sacar el bien aún del mal. Saber esto debe levantar los corazones a la esperanza…. Todo es posible para quien, como la Virgen Maria, cree en la Palabra de Dios y se entrega en obediencia de amor a servir al prójimo.
La Cruz es Vida
Para toda persona que se acerque a Cristo hay un ofrecimiento de vida abundante. Para darnos esta Vida vino Jesús al mundo. (Cf. Jn.10, 10).
Estemos, pues, convencidos de que a mayor acción del demonio, más fuerte será la ayuda divina y la acción de su gracia en nuestros corazones, en nuestras familias y nuestra Diócesis y en todo el País.
Se puede afirmar también que en toda crisis hay algún aspecto que puede considerarse positivamente ya que nos ofrece la ocasión de realizar acciones solidarias en favor de los demás y de dialogar leal y sinceramente para llegar a consensos que nos permitan superar obstáculos de cualquier clase y prevenir situaciones extremas. De este modo podemos “vencer el mal con el bien” (Rm. 12, 21).
Puedo asegurar que si nos revestimos de humildad nos estamos colocando en el camino adecuado para vislumbrar soluciones realistas y eficaces. Así será con la bendición del Señor, cuyo Pueblo somos.
Cierto es que el esfuerzo que tengamos que hacer nos exige sacrificios; sacrificios que, a veces, podrían ser como pesadas cruces. No olvidemos, sin embargo, que esa cruz, esa carga se hará ligera y llevadera si la asumimos como una manera de responder al Señor Jesucristo que nos invita a ir hacia El en los cansancios y agobios. (Cf. Mt. 11, 28-30). Bien dijo S. Teresa de Jesús que si nos resistimos a llevar la cruz nos será muy pesada pero que si nos decidimos a tomarla, es cierto que se nos hace llevadera.
Quizás nos sorprenderíamos de lo que es capaz la acción de Dios cuando un pueblo (Cf. Sal. 81, 14-15) que cree en El, da testimonio de su fé. Seriamos testigos de verdaderos milagros si realmente creemos. (Cf. Sal. 81, 14-15)
Entonces con la admiración de sentir a nuestro Dios actuando visiblemente en nuestra historia, confesaríamos con el apóstol: “Lejos de nosotros gloriarnos en otra cosa que no sea la cruz de Jesucristo” (Gal. 6, 14)
La Cruz es Luz
Nos levantará el animo saber que aunque el pecado, desgraciadamente, llegara a entrar en nuestra vida, en nuestro hogar y en la sociedad eclesiástica o nacional no llegará nunca el demonio a posesionarse totalmente ni del alma, ni de la familia, ni de las comunidades eclesiales o grupos sociales si, como la Iglesia lo pide (sobre todo en estos días de cuaresma y pascua), buscamos al Señor y, con María Santísima, nos colocamos junto a la cruz en perseverante oración.
Sabiendo, pues, que el Evangelio como luz que es, brilla más en las tinieblas; así también debemos estar ciertos que la Buena Nueva se escucha mejor en épocas difíciles como la nuestra. Les animo por tanto a seguir trabajando para llevar a feliz culminación el II Sínodo Diocesano y a no dejar pasar oportunidades de dar testimonio de Cristo y de invitar a todos con alegría y audacia, a poner la mirada en Cristo muerto y Resucitado que es el único que tiene Palabra de Vida eterna (Cf. Jn. 6, 67-68).
Nuestro anuncio debe hacerse no como lo hacen los enemigos de la cruz del Señor ofreciendo riquezas, bienes materiales o felicidades falsas fundamentadas en sabiduría y bienes mundanos que terminan decepcionando a quienes han puesto su esperanza en esas cosas, sino más bien proclamando valientemente a Cristo crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
Les repito que la verdad del amor de Dios, su misericordia para con nosotros, se prueba con la verdad de la pasión y de la muerte en Cruz de su Hijo. También nosotros tenemos que demostrar nuestro amor al Señor llevando (con su gracia que nunca nos falta) grabada en nuestro espíritu la Pasión de Cristo.
Apostolado de la Cruz
Nunca se pierde, pues, el trabajo y los sufrimientos padecidos con amor. Por el bautismo llegamos a hacer nuestra la muerte de Cristo (muriendo al pecado) e igualmente su resurrección (la vida de la gracia que es semilla de vida eterna).
Además por el bautismo y la confirmación podemos estar ciertos que todo lo que hacemos, sufrimos y trabajamos, llega a ser no solo bendecido por Dios, sino una actividad santa y santificadora para nosotros y para el prójimo.
Habiendo nacido por el bautismo a la vida de la gracia se nos invita a ponernos a salvo de la perversidad del mundo y esto lo hacemos mediante el cumplimiento de los compromisos bautismales. Este tiempo de cuaresma y el tiempo Pascual especialmente son propicios para revisar nuestro compromiso con Cristo y con la Iglesia (Cf. Hech. 2, 37-40).
Siguiendo el ejemplo de la primitiva Iglesia dispongámonos a cumplir la misión encomendada por el Señor, no nos ausentemos de nuestras Asambleas Eucarísticas para que así no decaigamos en la caridad y en el servicio eclesial siempre bajo la mirada de María, la Madre de Jesús. (Cf. Hech 1,14).
Sabiendo que un corazón enamorado es el más dispuesto a sacrificarse si fuera necesario por el ser querido, amemos a Jesucristo y cumpliremos mejor con el apostolado misionero. Pero también es cierto que si trabajamos en la misión eclesial ese mismo trabajo, hará más intenso nuestro amor al Maestro.
Les recuerdo que tendremos que dar cuenta a Dios de los dones recibidos entre los que el ser cristiano católico es un don de privilegio. ¡Hay de nosotros si no evangelizamos ¡(Cf. 1, Cor. 9, 16)
IV PARTE: JUNTO A LA CRUZ ESTABA SU MADRE
Nadie como la Santísima Virgen María está unida a la Cruz de Cristo, su Hijo. Cuando el anciano Simeón anuncio a la Madre de Jesús la Pasión que le esperaba al Niño Dios, le dio a conocer el lugar que ella debía ocupar, por voluntad de Dios, en el misterio de la Redención: su dolor unido al de Jesucristo y causado precisamente por el mismo Hijo que sufre, era parte del plan de Dios que la quería corredentora junto a la cruz. (Cf. Lc. 2, 34-35)
La Virgen en el Misterio de Cristo.
Aunque Jesucristo realiza la Salvación del género humano Él solo y aunque su obra redentora tiene una capacidad infinita de salvación, no obstante, el designio divino era que la Madre del Mesías que le dio al Verbo la naturaleza humana capaz de sufrir y morir, debía unirse (obediente a la voluntad divina) al sacrificio de Jesús, dejando a un lado sus derechos de Madre y aceptando positivamente la pasión y muerte de su Hijo. (Cf. LG, 58; Jn, 1, 12; Jn. 19, 25;)
Bellísima es la afirmación del Papa Juan Pablo II que escribe en su Encíclica sobre la Madre del Redentor: “Su Hijo agoniza en la cruz….¡Cuan grande, cuan heroica de esos momentos es la obediencia de la fe demostrada por María ante los insondables designios de Dios! ¡Como se abandona en Dios sin reservas, prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad de Aquel cuyos designios son inescrutables! Y, a la vez, ¡cuán poderosa es la acción de la gracia en su alma! ¡Cuán penetrante es la influencia del Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza! (RM 18).
En la Encíclica sobre el dolor humano el Papa escribe que en Nuestra Señora “los numerosos e intensos sufrimientos fueron prueba de su inquebrantable fe, fueron también una contribución a la redención de todos”….Fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo” (SD,25).
En palabras de S. Luis de Montfort “Dios Hijo comunicó a su Madre todo lo que El había adquirido por su vida y su muerte, sus infinitos méritos y sus virtudes admirables y la hizo tesorera de todo cuanto el Padre le había dado en herencia”.
La Virgen Madre de la Iglesia
Porque las obras de Dios son perfectas y armónicas la maternidad proclamada por Jesús desde la cruz al decir “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre” (Jn.19, 26-27) no tiene fin y se continua ahora con nosotros como una “Mediación Materna” (RM 40) ya que, como enseña el Concilio Ecuménico Vaticano II: “con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada” (LG. 62)
Muchas veces en mis años de Obispo de esta amadísima Diócesis de León y Chinandega les he hablado y escrito acerca de la Virgen María, Nuestra Señora. No me es posible, ni lo deseo, callar lo que considero que es parte importante del Evangelio: La presencia de la Virgen Inmaculada en la vida de Cristo y en su actividad redentora; la presencia de la Madre de Jesús en la vida y acción de la Iglesia Católica (Hch. 1,14); la presencia maternal y el socorro eficaz de la que es invocada confiadamente por los que caminan hacia la imitación de Cristo y por los que quieren salir del pecado y soltar las amarras de los vicios que les impiden caminar hacia el Señor.
Dan testimonio de todo esto las generaciones cristianas representadas por los que han vivido el Evangelio: los santos y santas de la Iglesia.
No olvidemos que es voluntad de Cristo que le hagamos a la Madre suya y nuestra, un espacio importante en nuestra vida y que es el mismo Espíritu Santo quien nos hace clamar a Dios llamándolo “Padre” (Gal,4, 6-7), el que nos da sentimientos filiales hacia la Madre del Señor y Madre de la Iglesia ( Cf. LG.53 y 61) poniendo en nuestros labios y el corazón la palabra “Madre”.
Pues bien, hermanos y hermanas: como la Virgen María estuvo al pie de la cruz para recibir de su Hijo y Maestro las últimas lecciones que El impartía desde la cátedra y altar del sacrificio, busquemos siempre, como el discípulo amado y las piadosas mujeres, la compañía de Santa María para contemplar al Divino Salvador del mundo en la cruz y escucharle y para que, (siempre que nos sea posible) conversemos con Jesús sacramentado y nos unamos a El en la celebración Eucarística, memorial de la muerte y Resurrección del Señor Jesús.
CONCLUSION: EL CRUCIFICADO HA RESUCITADO. ¡¡ALELUYA!!
Meditando la pasión y muerte de Cristo, hermanas y hermanos, se produce en nosotros los cristianos estupor pero no miedo; conmoción pero no repugnancia; dolor pero no desesperación. Al contemplar con amor al Crucificado desearíamos tener la capacidad de sostener la mirada de fe hasta entrar a través de la herida del costado (Jn. 19, 31-36) y permanecer en el Corazón de Jesús y esto que digo no es porque el dolor y el sufrimiento sean por si mismos atractivos, ni porque ante tanto conflicto y situaciones limites del corazón humano queramos evadirnos; todo lo contrario: del reposo en el Corazón de Cristo con María (que vive en ese Corazón), sacaremos con gozo (Cf. Is. 12, 3) el agua – que nos recordará el Bautismo y la fuerza para cumplir los compromisos adquiridos en el sacramento - y la Sangre para purificarnos en el Sacramento de la penitencia y para darnos en la Eucaristía los sentimientos del mismo Cristo en la lucha por la transformación del mundo. (Cf. Fil. 2,5)
Para el que no tiene fe, el ver a Cristo crucificado le puede producir un sentimiento espantoso – aun en estos tiempos en los que nos estamos acostumbrando a ver en las noticias sensacionalistas, en las distracciones y las películas y en los que se catalogan juegos para niños- imágenes aberrantes, monstruosas, repulsivas y hasta satánicas. Aun ahora la Cruz es escándalo y locura para el mundo (Cf.1 Cor.1, 18) como lo era en tiempos del apóstol Pablo. Pero para nosotros, los que tenemos fe y creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, la meditación y la representación en imágenes o pinturas, de Cristo en agonía, muerto en la cruz o en brazos de su Madre, suscita – y esto es una muestra de lo que puede la fe,- paz, dulzura, confianza, satisfacción ante una belleza sobrehumana, fuerza para realizar obras que realmente contribuyan al cambio social, político y económico del país y a un compromiso eclesial humilde y alegre.
Precisamente este cambio y trasformaciones de que hablo deben ser la manera mas decisiva para que los cristianos demos testimonios de la victoria sobre la muerte, es decir de la Resurrección de Cristo.
Toda la luz que irradiaba la vida y la enseñanza de Cristo; luz que momentáneamente se oscureció en las horas de la pasión y muerte y sepultura del Señor, llega a ser en su Resurrección una claridad triunfal y apacible, indescriptible por su capacidad de alumbrar sin dañar (a pesar de su potencia) hasta las fibras mas intimas del ser humano y de producir gozo, fortaleza y una sensación maravillosa de libertad interior, todo lo cual es la mejor disposición para trabajar en la Misión que consiste en entregar a otros la luz de la fe.
Cristo esta vivo. Si El no hubiera resucitado vana seria nuestra fe. Si hemos muerto con Cristo al pecado por el Bautismo, también por ese mismo sacramento o por el sacramento de la Reconciliación, resucitaremos a una vida nueva.
Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza (Col. 3, 16).
Con la mirada puesta fijamente en Cristo podemos decir con la Iglesia “Feliz la culpa que nos mereció tal Redentor”.
Con mi bendición,
FELICES PASCUAS DE RESURECCION
León 3 de Abril de 2009
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