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Saturday, April 11, 2009

LA OTRA FECUNDIDAD DE LA VIDA

[“Plantados en la casa del Señor ... seguirán dando fruto” (Sal 92, 14)]
Jesús Ma. Lecea, escolapio. P. General
Salutatio abril 2009

Este año celebramos la Pascua de Resurrección del Señor en el mes de abril. Durante la Cuaresma nos hemos preparado a esta celebración culminante de todo el Año litúrgico. La Resurrección es retomar la vida y, en el caso del Señor, retomarla con mayor fuerza porque ya es una vida para siempre. Jesús, por el Misterio de su Resurrección, es llamado “el que vive”. La fe cristiana, inspirándose en San Pablo, dice de cada bautizado que al morir con El, con Cristo, también resucitaremos con él. El bautismo, siguiendo la exposición de San Pablo, es como “morir en Cristo” para resucitar con él. La vida religiosa viene interpretada como un reforzamiento especial, por la consagración total al Reino de Dios, del bautismo. La Resurrección del Señor es la fiesta de cada cristiano, es la fiesta de cada religioso.

Para esta salutatio, se me ha ocurrido acercarme al voto de castidad por el Reino desde la contemplación del Misterio de la Resurrección del Señor y de la nuestra.

Resurrección, vida eterna o del más allá, “vivir como ángeles en el cielo” (condición de la existencia humana en la vida futura y de resurrección) ... son temas sobre los que no solemos detenernos ni en meditación ni en predicación. Un pastoralista los calificó hace unos años como “temas malditos” para el predicador, por incómodos y por no saber exactamente qué decir y cómo ponerlos en relación con la vida terrena. Sin embargo, es tema socorrido en los evangelios y en el Nuevo Testamento (cfr. Mt 19, 12; Lc 20, 27-40). El Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen gentium dedicó un capítulo a la “índole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial” (nn. 48-51). Refiriéndose, más en concreto, a los religiosos dijo también el Concilio: “Como el Pueblo de Dios no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura, el estado religioso, por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas, cumple también mejor, sea la función de manifestar ante todos los fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celeste” (LG 44). En los años cercanos al evento conciliar, tanto antes como poco después, se publicaron libros, muchas de cuyas ideas pasaron también a la cultura común de eclesiásticos y no sólo, donde se explicaba la dimensión escatológica de la Iglesia, como un “si, pero todavía no” y clasificando la misma escatología en “escatología realizada” (que ya tiene una constancia real cumplida), “escatología del presente” (que lo que ahora se hace tendrá proyección en el futuro) y “escatología futura” (la que coincidirá con el final de los tiempos o parusía). Debió resultar un discurso difícil de digerir por la gente y, de hecho, parece borrado hoy día del discurso pastoral, e incluso teológico. Son olvidos, sin embargo, que pueden crear vacíos a lamentar después. De todas formas, toda esta digresión –que quizás resulte extraña- viene a explicar que hay razones para implicar mutuamente el Misterio de la Resurrección del Señor con la vida del cristiano, concretamente con la vida del religioso.

Siguiendo la inspiración evangélica, esta mutua implicación parece tener una manifestación significativa en el celibato por el Reino y en el voto de castidad de los religiosos, que es una forma de dicho celibato. “En esta vida los hombres y mujeres se casan ... (otros) ni tomarán mujer ni tomarán marido ... son hijos de la Resurrección” (Lc 20, 36). “Hay quienes se hacen eunucos por sí mismos por el Reino de Dios. El que pueda con eso, que lo haga” (Mt 19, 12). Esta frase última es la traducción en clave operativa del dicho de Jesús: “el que sea capaz de entender, entienda”. El conocer bíblico sabemos que significa más un conocimiento de relación personal que un conocimiento intelectual. La opción de celibato por el Reino sólo tiene sentido y viabilidad por una relación de amistad profunda con la persona de Cristo. La amistad con Cristo es un don hacia nosotros: “ya no os llamo más siervos ... os llamo amigos; no me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros” (Jn 15, 15-16; cfr. 1 Jn 5, 10). La castidad por el Reino viene a veces definida, con toda verdad, como un amor indiviso.

El Concilio Vaticano II habla así de la castidad del religioso: “(Entre los múltiples consejos evangélicos) destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cfr. Mt 19, 11; 1 Co 7, 7) para que se consagren a sólo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene más fácilmente indiviso (cfr. 1 Co 7, 32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo” (LG 42).

Las bíblicas y las conciliares son palabras que hemos oído muchas veces y, quizás, hemos encontrado dificultad siempre para proyectarlas incisivamente en nuestra vivencia personal dentro de las circunstancias concretas, internas y externas, que nos toca vivir. Pueden sonar a palabras bellas, pero inalcanzables en su significado práctico de la vida de cada día. Está nuestra naturaleza corporal, nuestra sensualidad, el impulso de la sexualidad del propio cuerpo, la afectividad que necesita un encauzamiento especial en la vida del célibe y que busca siempre los caminos trillados de la experiencia humana. Están los estímulos externos y la invitación erótica, obsesiva a veces, de ambientes sociales que fácilmente invaden nuestra privacidad (Internet) o que nos invade como por ósmosis ambiental.

No ha sido fácil, y menos espontáneo, vivir el celibato; lo es menos, quizás, en nuestros días por el pansexualismo que invade la sociedad y la prioridad, presentada como indiscutible y sin freno, puesta en el placer. El celibato es una opción contra la corriente. Ser célibe, aun en el sacerdocio, no es una posición privilegiada hoy día en muchas sociedades, aun de tradición católica. Hay riesgo, en su vivencia, de un lado y de otro. Está el riesgo, por defecto, de vivir un celibato como una afectividad y sexualidad reprimidas o de una forma reducida, cuando la vocación religiosa es para vivirse en plenitud: se renuncia para optar por otro modo que realiza totalmente a la persona. Está el riesgo, por exceso, de hacer concesiones contra el celibato, llevando una segunda vida. También podemos caer en la vida satisfactoria o reprimida del solterón. Ninguno de estos tres caminos conduce a la vida satisfactoria de un auténtico celibato por el Reino.

El texto de LG 42 citado arriba, acaba diciendo que el voto de castidad es “un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo”. Optar por la castidad consagrada no es optar por una esterilidad absoluta y total. Todo lo contrario, en la vivencia del celibato debe entrar una fecundidad (paternidad o maternidad) realizada.

La Resurrección es plenitud de vida. La Resurrección de Cristo da continuamente hijos a su Iglesia. Nuestra resurrección, prefigurada en el celibato por el Reino, debe darnos hijos espirituales. Comprendemos bien todos lo que esto significa. ¡Cuántos ecolapios lo han experimentado!. Me emociono enormemente de alegría, cuando un escolapio me habla de sus alumnos y exalumnos como si fuera realmente su padre. Tanto amor pone en ellos. O cuando veo que un escolapio mayor guarda con todo cuidado un montón de cuadernos con las listas de alumnos que ha tenido. Los recuerda como hijos; y lo son.

Se cumple, sin duda, la promesa del Señor: “Plantados en la casa del Señor ... seguirán dando fruto” (Salmo 92, 14). Se nos puede presentar la nostalgia de la fecundidad cuando todo parece estéril. “Si yo no tengo hijos y soy estéril ¿quién me los engendrará?” (Is 49, 20-25). Tenemos la respuesta en la misma profecía de Isaías: “Ni tampoco el eunuco debe decir: yo soy como un árbol seco. Porque así dice el Señor: a los eunucos que observan mis sábados, que eligen cumplir mi voluntad y perseverar en mi alianza, los haré en medio de mi pueblo más célebres y poderosos que si tuvieran hijos e hijas. Los haré eternamente famosos y nunca serán olvidados” (Is 56, 3-5). La fecundidad está prometida. A nosotros toca abrirnos a ella en fidelidad a la opción hecha y confiando siempre en la gracia del Señor, “origen de toda paternidad”.

Este mes son seis los Escolapios que festejan un acontecimiento especial. A todos ellos mi felicitación gozosa y agradecida. Al P. Enric Dordal que cumple noventa años.

Ad multos annos, in gratia Dei et salute! A los que celebran cincuenta años de sacerdocio: los Padres Giancarlo Rocchiccioli, Sesto Pieroni, Alessandro Tarquini, Salvador Vallés, Carlos Izco y Josep Duart. Me uno a ellos en su “misericordias Domini in æternum cantabo!”. A vosotros también el agradecimiento de la Orden por vuestro sacerdocio escolapio, pleno en fecundidad.

Y a todos mi felicitación de Pascua “florida”. Surrexit Christus spes mea ... præcedit vos in Galilea! Resucitó el Señor, mi esperanza, y os precede en Galilea (Liturgia pascual). El anuncio a los discípulos fue como la invitación a retomar el camino donde todo empezó, la Galilea. Pero ya a recorrerlo ellos solos. Eso sí, con la compañía permanente del Resucitado desde el cielo: “Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Volver a retomar el camino de Jesús Resucitado. Esto puede tener significados de hoy o del pasado reciente como “adecuada renovación de la vida religiosa”, “reforma de la vida religiosa”, “refundación ... reestructuración”. El Resucitado no nos deja tranquilos en la ociosidad. Nos sobresalta cada año con su Resurrección mandando ponernos en camino: a Galilea, a Peralta ...

Aquí somos invitados este año a retomar camino escolapio, “allí me veréis”. Allí también nos espera Cristo Resucitado y su fiel discípulo José de Calasanz.

Jesús María Lecea, escolapio
Padre General

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