Escuelas Pías de las misiones (JMLecea IV07)
P. Padre General
Abril, 2007
El Calendarium de la Orden señala el día 2 de abril como Jornada Misionera Escolapia. Se da esta fecha, con la posibilidad de celebrar la jornada en otro día más adecuado si el calendario escolar u otras razones de programación pastoral y educativa lo requieren. Se advierte, sin embargo, que se haga memoria del nexo que hay entre el 2 de abril y la Jornada. Este recuerda que dicho día partieron de Roma, como misioneros a las tierras de Bohemia, territorio de la actual República Checa, los primeros escolapios, enviados personalmente por S. José de Calasanz. Fueron ocho, seis profesos y dos novicios. Al frente de ellos iba el P. Pellegrino Tencani. Tardaron dos meses en llegar a destino, la ciudad de Nikolsburg –actualmente Miculov- donde abrieron las escuelas pías. Fue un envío misionero explícito en la mente de todos, Fundador y enviados, porque aquellos territorios estaban entonces bajo la tutela directa de la Congregación para la Propagación de la Fe, recientemente creada en Roma, por estar bajo la influencia protestante.
Los archivos de la Congregación vaticana, ahora Congregación para la Evangelización de los pueblos, conservan diversos pliegos de aquella época bajo el epígrafe de Religiosi Ordinis Scholarum Piarum. El Secretario de la Congregación, Mons. Ingoli, fue uno de los amigos más fieles a Calasanz hasta su muerte y luchó con él para que la Orden fuera restablecida después de la reducción inocenciana de 1646.
Está demostrado que uno de los factores decisivos para la rehabilitación de la Orden fue precisamente el fervor misionero y la vida ejemplar de aquellos escolapios misioneros en Centro Europa.
La Jornada Misionera Escolapia fue instituida en 1996 por el P. General José María Balcells. Tiene como finalidad ser instrumento para animar y potenciar el espíritu misionero de la vocación escolapia. Desconozco si su celebración ha calado o no en nuestras obras y comunidades, si es tenida en cuenta a la hora de programar anualmente las actividades educativas y pastorales, si se le da el requerido relieve que provocó su institucionalización para toda la Orden. Sabemos bien que, como en todo o casi todo, se requiere tiempo para que una novedad penetre hasta llegar a ser cosa adquirida o tradición en una institución. Conozco Demarcaciones que la tienen en cuenta y le dan su realce como campaña misionera de la familia escolapia y calasancia.
Más allá del acordarse de celebrarla o de su olvido, está el cultivo entre nosotros del espíritu misionero. Es la finalidad de la Jornada y lo más importante: crecer en él.
Atendiendo a las finalidades, me parece que la Orden ha crecido en espíritu misionero.
No hay hoy tensiones entre si las misiones entraban o no en nuestro ministerio específico. Es mentalidad común que las así llamadas tradicionalmente misiones son hoy un lugar muy adecuado para nuestra misión evangelizadora y educativa. La mayoría de los países que entran en dicha denominación son países pobres, en los que se da la misma situación de pobreza que describe Calasanz cuando funda las Escuelas Pías para enseñar a los niños pobres la piedad y las letras. “Y como en casi todos los Estados la mayoría de sus ciudadanos son pobres y sólo por un breve tiempo pueden mantener a sus hijos en la escuela, cuide el Superior de designar un maestro diligente para estos muchachos” (Constituciones de 1621, N. 198). La situación de pobreza generalizada es la situación actual en la mayoría de los países aludidos. Son lugares, pues, donde el carisma fundacional escolapio es tan necesario y útil como en sus orígenes.
No pierde sentido nuestra misión en otros lugares donde estamos implantados desde hace años. Adquirir, sin embargo, esta nueva sensibilidad misionera nos lleva a ampliar los horizontes de la misión y nos motiva a secundar en las nuevas situaciones de hoy en los países pobres la inspiración genuina calasancia de educar preferentemente a los niños pobres. Debe hacerse con realismo, sensatez, prudencia pero también con audacia. El espíritu misionero llama a nuestras puertas con la petición de atender las necesidades educativas de aquellos pueblos donde la pobreza generalizada está impidiendo que los niños reciban adecuada educación.
Sin desmotivar, por lo tanto, a nadie sobre la misión escolapia que desempeña allí donde está, llevado por la obediencia religiosa, el sentido misionero nos abre a nuevas sensibilidades para atender a los niños pobres y revive en nosotros el frescor originario de la vocación escolapia. El espíritu misionero en nosotros no merma la conciencia de nuestra misión y la entrega a la misma donde ya estamos; por el contrario, le da mas fuerza y vitalidad para lanzarlo a nuevas realidades. Refuerza nuestro espíritu ministerial específico en vez de desvirtuarlo. Porque cuando la Orden “va a misiones” no va para realizar otro ministerio diverso, sino para ejercer allí el de siempre: evangelizar educando a los niños pobres. En la gran mayoría de estos países la Iglesia está ya instituida; en algunos son Iglesias jóvenes que van organizándose y consolidándose. No es ya la etapa de primera evangelización o, al menos, no la única.
En esta nueva etapa de crecimiento eclesial lo primero que piden sus Obispos es educación cristiana. Si llaman a nuestras puertas es para pedirnos que vayamos a sus tierras a educar a sus niños y jóvenes, que tanto lo necesitan. Vamos, pues, a misiones como escolapios. No existe, por tanto, ninguna confrontación entre ministerio escolapio y ministerio misionero en las condiciones citadas.
La Orden ha crecido en espíritu misionero, pero debe seguir creciendo todavía más. Aquellas invitaciones de hace unos años, a que cada Demarcación hiciera una presencia misionera fuera de su territorio, han producido sus frutos. Los podemos ver en la actualidad. El rostro, incluso, de las Escuelas Pías está cambiando de color. La Orden se ha hecho más internacional y personas nuevas por su procedencia, etnia y cultura forman parte de ella. Un regalo de Dios, sin duda, a la audacia misionera que ha realizado la Orden. Se cumple la verdad de la conocida frase de que “dar de su pobreza, redunda en beneficio de quien da”. La Orden no está en las mejores circunstancias de número de personas religiosas como para lanzarse a nuevas presencias. Pero esta situación tan precaria no debe cerrarnos a la generosidad, aunque debamos tomar todas las medidas para hacer las cosas bien, pensando en la utilidad a prestar.
Muchas de nuestras Demarcaciones han ido fuera de su territorio para atender necesidades educativas más apremiantes. Lo han hecho o fundando allí o enviando a algún religioso o laico escolapio a ayudar en misiones de otra Demarcación. Ambas son maneras buenas de “salir a misiones”. Abundemos en ello, si cabe; es un buen camino.
Me atrevo a decir que es un camino de los que hoy el Espíritu señala a la vida religiosa, a nosotros escolapios. Sueño con que todas las Demarcaciones, todas sin dejar una, tengan su proyección misionera fuera de su territorio. Sigamos dando de nuestra pobreza. No vamos a ganar a Dios en generosidad. Además ¿quién sabe si los caminos de reestructuración y de revitalización de la Orden, si no todos, pero si algunos, van por esa ruta?.
Abril, este año, es mes en el que celebramos la Pascua, los misterios centrales de nuestra fe cristiana. Revivimos un año más el misterio de pasión, muerte y resurrección del Señor. El día dos cae dentro mismo de la Semana Santa. Seguramente no podremos hacer especial memoria de nuestra Jornada Misionera. Pero hay una gran afinidad entre lo que celebramos en Pascua y cuanto significa caminar en la vida con espíritu misionero. Escuchaba hace unos días a un misionero de África, en donde su misión había sufrido abandono y destrucción. El misionero –dijo- va a esos lugares, que son normalmente “de frontera”, con esta actitud: “dispuesto a arriesgar mucho y sabedor de que puede perder todo, pero siempre dispuesto a recomenzar”. Nuestros religiosos “en misiones” viven también situaciones parecidas. La Jornada anual Misionera Escolapia nos recuerda que debemos estarles cercanos, sentirnos solidarios con ellos ayudándoles, animarles en las dificultades que encuentran para que el desaliento no cunda, rezar por ellos y mantener la conciencia viva de que la misión es compartida, porque el mismo espíritu misionero anima su vida y la de los demás en toda la Orden.