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Wednesday, September 26, 2007

UN GESTO DEFINIDOR - JMaLecea

(Sobre el servicio de autoridad comenzando cuadrienio)
Jesús María Lecea, Escolapio. Padre General
Salutatio septiembre y octubre 2007

Un gesto vale más que mil palabras. El gesto que traigo esta vez a la salutatio es el gesto de Jesús en el momento de iniciar la cena pascual, lavando los pies a los discípulos (Jn 13, 1-17). Este pasaje de la vida de Jesús puede ser muy bien el “icono” donde mirarse todo discípulo, también el que ejerce el servicio de autoridad en la comunidad religiosa, el superior. Es una meditación que trato de hacerme a mí mismo, mientras la comparto con cuantos en nuestra Orden han sido llamados a ejercer el mismo servicio a los hermanos. Estamos comenzando cuadrienio, celebrados todos los Capítulos locales y demarcacionales. Los Superiores Mayores y sus respectivas Congregaciones inician su mandato de cuatro años, unos son nuevos en esto, otros repiten. A todos, a mí el primero, va bien reflexionar sobre cómo acertar lo mejor posible con el servicio encomendado, de modo que redunde, al estilo de Calasanz, sólo para gloria de Dios y utilidad de los hermanos.

Al servicio de autoridad –así he querido llamar al cargo de superior- va dedicada la salutatio, pensando prioritariamente en la figura del Superior Mayor. Como ya es sabido, todos los Superiores Mayores de la Orden están convocados en Peralta de la Sal para celebrar Consejo. Este se tendrá de los días 12 al 20 de octubre, llegando todos a Peralta para la noche del 11. El 20 por la tarde y el 21 por la mañana se tendrá el Acto institucional de toda la Orden para celebrar los 450 años del nacimiento de nuestro Fundador, San José de Calasanz. Los Actos del sábado y de la mañana del domingo se desarrollarán en Barbastro, ya que la Casa de Peralta no puede acoger a tanta gente. Al final de la mañana del domingo se tendrá también, en ámbito reducido, una ofrenda en el Santuario.

Los Superiores Mayores de la Orden están convocados para tratar dos temas importantes de la vida de la Orden, tomados de las cinco grandes líneas de acción que el Capítulo General de 2003 marcó para este sexenio: el ministerio escolapio y la relación con los laicos. Se hablará también de algunos otros temas “menores” y de algún asunto concreto. La Congregación General quiere recabar su opinión sobre una serie de consultas, especialmente sobre los dos temas principales. Trataremos de ofrecer amplia información a todos a través de nuestra web y de Ephemerides Calasanctianae.

Pero volvamos al gesto de Jesús de lavar los pies a los discípulos. El evangelista Juan le da un especial relieve significativo. “Era la víspera de la fiesta de la Pascua y Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. El siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin (...) sabiendo que había venido de Dios, que volvía a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad, se levantó de la mesa (...) y comenzó a lavar los pies de los discípulos” (Jn 13, 1-5). Un pórtico demasiado solemne, de no estar indicando ya la importancia grande de lo que viene a continuación: “... si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo os he hecho (...) Dichosos vosotros, si entendéis estas cosas y las ponéis en práctica” (Jn 13, 12-17). Uno lee esto para sí mismo y trata de aplicárselo, buscando entender para ser dichoso. Después hace de su pensamiento un principio general, no al revés. Nunca el evangelio es lanza arrojadiza contra el hermano. Jesús está hablando para todos. Cada uno, como cristiano, es servidor. Es vocación común y universal. Hay, además, en las palabras de Jesús que explican su gesto, una magnífica claridad de cómo es la vida fraterna. Yo lo aplico a nuestra vida en común. Para mejor entenderlo, recomiendo poner al lado del texto de Juan una frase de San Pablo: “No hagáis nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad; y considere cada uno a los demás mejores que él mismo (otros traducen superiores a vosotros mismos). Que nadie busque su propio bien, sino el bien de los otros” (Flp 2, 3-4).

En otro pasaje evangélico Jesús dice: “Sabéis que, entre los paganos, los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos (...), pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que entre vosotros quiera ser grande, que sirva a los demás; y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 25-27). No está comprobado que esto sea dicho pensando sólo en los que presiden. Más bien queda dicho para los que buscan sobresalir, destacar. Cosa legítima, si ayuda a servir mejor al prójimo. Qué distinto del “en comunidad no muestres tu habilidad”. Esta es otra sabiduría; no la evangélica. Pero, vamos a aplicarlo al “religioso que preside” (cf. Constituciones 81), en todas sus acepciones, sobre todo en la de Superior Mayor.

Nuestro proyecto de vida en común, resalta el perfil del superior como pastor. No excluye otros aspectos como presidente, animador, gestor, guía... ; pero sin duda la misión es sobre todo pastoral (C 84). En todo, sin embargo, prima el estilo de servidor; realiza un servicio a los hermanos. También en la dirección. Aun en el campo profano de la dirección de instituciones bien variadas, el que dirige es persona que se pone al servicio, animador que escucha, une y motiva a los demás para impulsar la vida y la misión. No se trata tanto de “saber mandar”. El superior viene llamado a cuidar pastoralmente de la comunidad y de sus miembros, a animar la vida común encaminándola hacia una fraternidad espiritual auténtica, a impulsar la corresponsabilidad en el discernimiento. Su misión no queda ni neutralizada por secundar más o menos hábil e indoloramente el status quo, devorada por un afán desmesurado de iniciativas y proyectos. Más bien, su misión será la de hacer crecer a las comunidades y a todos los hermanos y colaboradores en la fidelidad al carisma escolapio para encarnarlo en el momento presente. El servicio de autoridad es delicado y complejo. También necesita ambiente, un ambiente religioso y de comunión. A crearlo contribuimos todos. De parte de quien preside, pero igualmente necesario de parte de la comunidad y de sus miembros. El superior es motor de comunión, juntamente con los demás; aunque si a él le corresponde liderarla. Si llega a faltar acción de cohesión por parte del superior para crear comunión en la comunidad o se da dispersión o rechazo entre sus miembros y en relación a él, puede quedar bloqueada la demarcación o resentirse fuertemente el bien común. Va bien recordarlo para que se produzca lo contrario. Disponibilidad y no cerrazón es lo que fomenta el buen ambiente para vivir cada cual en el seno de la comunidad su función.

Manifiesto mi convencimiento de que sigue actual el significado de la obediencia religiosa, que requiere disponibilidad y voluntad de servir a la comunidad con generosidad y sacrificio. No es cosa fácil e indolora. Tenemos una manera de ser, de pensar y de actuar. Es parte de nuestra vida tender a apegarse al puesto, a las personas y a las cosas. Todo esto es real y puede causar sufrimiento el tener que desapegarse. Pero sin reciprocidad será difícil caminar adelante en la Demarcación.

Una referencia también a la Congregación demarcacional. Su misión primera es la de trabajar juntos y formar equipo, incluso comunidad. Lo que significa practicar el reconocimiento de los valores de los otros y de animarlos a poner sus cualidades al servicio de todos. Al Superior Mayor corresponde reconocer los dones presentes en el Consejo y a éste asesorar o consensuar con sinceridad y libertad responsable en el respeto de las funciones de cada uno. La reserva es necesaria siempre, lo mismo que conseguir que “el lavado de lo manchado” quede en casa, sin airearlo fuera.

Acabo recordando el sabio principio que ofrece Calasanz para el ejercicio de la autoridad en la comunidad escolapia, que ha sido también incorporado a las actuales Constituciones. Comienza haciendo una llamada al realismo sobre nuestra condición humana para recomendar que “sirve más la dulzura del consejo que la severidad del mandato” (C 86); incluso, cuando se trata de corregir defectos. Calasanz ahonda más todavía, indicando a los superiores que sepan “aunar la autoridad con la prudencia y discreción” y practicar “más la humanidad aconsejando que la severidad mandando” (CC 111). A él le tocó muchas veces amonestar a unos y a otros. A los religiosos recuerda que “el Señor suele probar con frecuencia a los súbditos (...) Cuando no se tiene en cuenta esta consideración, el enemigo hace ver y juzgar que, según la prudencia humana, muchas de las determinaciones del superior son errores (...) y así son pocos los que descubren el “tesoro escondido” (carta 1127). A los superiores advierte que la impaciencia suele causar efectos diversos en los súbditos, no siempre buenos. Por ello, procurarán ser siempre pacientes y hacerse obedecer con afectuosidad y no con rigor. “Para conseguir que un súbdito sea diligente, el superior debe practicar mucho, sobre todo, importunar al Señor con oraciones fervorosas para que le conceda el espíritu para ejercer bien su mandato. No se olvide de realizar algunos actos de mortificación y de humildad cuando caiga en la impaciencia, como decía S. Pablo: me he hecho todo para todos para ganarlos. Conseguirá mucho más con una advertencia paternal hecha en la habitación que con muchas hechas en público, porque quien no está bien predispuesto, con los avisos en público se endurece más, y el virtuoso adelanta en la perfección. En esto consiste en gran parte el buen gobierno del superior” (carta 1191).

Buen acierto a cada uno, mientras comenzamos juntos nuevo cuadrienio. Yo último bienio. Cometeremos equivocaciones. Que sepamos aprender de los errores para mejorar el servicio pedido para utilidad de los hermanos.

Jesús María Lecea, Escolapio
Padre General