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Wednesday, October 29, 2008

Homilía con ocasión del inicio del curso escolar 2008

Mons. Bosco Vivas Robelo
Comisión diocesana de educación
Diócesis de León, Nicaragua
León, 19 de Enero de 2008

Señor Vicario General; Mons. Ariel Ortega; queridos Monseñores, Presbíteros, Diáconos, Religiosas, Religiosos; mis queridísimos Maestros, Maestras, personal de nuestros Colegios Católicos:

En el Evangelio se nos presenta a Jesús que camina, y, mientras va pasando (como dirá después San Pedro resumiendo la actividad de Jesús), va haciendo el bien. En este caso del Evangelio, ese bien lo hace Jesús a aquel hombre llamado Leví, conocido también como Mateo, y que es hoy uno de los Apóstoles a los cuales la Iglesia honra como santos, como amigos predilectos de Jesús. Resulta que Jesús pasa y llama a Leví; San Agustín, en la meditación de este texto, tiene unas palabras muy interesantes, se pone a explicar el santo cómo todas las actividades que Jesús realizó, aunque efectivamente esas actividades ya pasaron (se realizaron en el tiempo en que Él las ejecutó), sin embargo, ese Jesús, que es el mismo ayer, hoy, y lo será para siempre, pasa ahora con esas mismas gracias junto a cada uno de los seres humanos; En algunos momentos, sobre todo. Y, dice San Agustín, refiriéndose a él mismo: “Yo temo a Jesús que pasa junto a mí. ¿Por qué? Porque ese paso de Jesús junto a mí, en mi vida, yo lo puedo pasar desapercibido o yo no lo voy a aprovechar. Y, ¡pobre de mí, si habiendo pasado Aquel que hace el bien yo no estuve en ese instante en la disponibilidad de acogerlo!. Temo a Jesús que pasa.”

Hoy Jesús pasa, también, junto a nosotros, hermanas y hermanos, que estamos aquí reunidos con motivo del Taller que hemos realizado para prepararnos al Año Escolar 2008, para disponernos espiritualmente a nuestros trabajos enriqueciéndonos espiritualmente de tal manera que podamos, después, durante el año, poder servir mejor, cumplir mejor la misión que tenemos encomendada como docentes, como transmisores de enseñanzas, y, sobre todo, transmisores de experiencias de fe a los demás. ¡Ojalá sepamos aprovechar el paso de Jesús en nuestra vida, a nuestro lado!.

Así como Jesús miró a Leví y lo invitó a seguirlo, así también somos invitados, hoy, nosotros, a seguir a Cristo en el cumplimiento de nuestros deberes. A Leví lo llamó para iniciar una nueva vida. A nosotros nos llama para iniciar una nueva etapa de nuestra vida, que ya es vida cristiana, porque ya nosotros hemos creído en el amor, hemos creído en Él.

Sin embargo, cada día es una llamada a una toma de conciencia de nuestra condición de cristianos, de discípulos de Jesús, de misioneros enviados para anunciar la Buena Noticia de la salvación a todos.

El campo de la educación (al cual el Señor nos ha enviado a través de las circunstancias por las cuales hemos descubierto nuestra vocación, nuestra llamada a este apostolado), es fundamental para nosotros los cristianos (para la Iglesia), especialmente si nos colocamos, como tenemos que hacerlo, dentro del tiempo que nos toca vivir y en el lugar donde Dios quiere que transcurramos nuestra existencia en estos momentos, aquí y ahora, en el Colegio, con las personas que nos rodean; en el Colegio donde ejercitamos esta misión y este Apostolado Educativo.

Yo decía el primer día del año, que mi deseo más grande es que toda la Iglesia Diocesana tome conciencia del amor que Dios nos tiene, y nos ha tenido, a nosotros, hasta hoy, para unirnos en la misión sagrada de anunciar la Buena Nueva del Evangelio. E, incluso, me permitía, allí, pedirle a todos los miembros de la Iglesia, comenzando, naturalmente, por los que tenemos responsabilidades directas de guiar a la Iglesia: Obispos, Presbíteros (colaboradores del Obispo), comenzando por nosotros, a buscar la unidad junto con todos los que trabajan en las Parroquias y en los Colegios, y ponernos juntos el mismo objetivo: ¡Anunciar a Jesucristo!.

Es verdad que ustedes, mis queridos educadores, tienen un campo muy propio. Dentro de ese campo tienen ustedes a personas a las cuales tienen que prestarles un servicio: El servicio de capacitarlas para enfrentar lo duro de la vida, para enfrentar los retos de mejorar el mundo, que se van poniendo en las manos a cada generación. Ustedes tienen esa misión de darle a estas generaciones -niños, jóvenes-, las posibilidades de salir adelante, de mejorar el mundo, de ir abriendo caminos donde quizás las generaciones anteriores no hemos logrado descubrirlos o hacerlos, o, lo que es mas empeñativo: Reabrir caminos donde nosotros los cerramos.

Eso no es tan fácil, no es tan fácil... Miren: Hay dificultades, hay problemas, y nosotros los tenemos, también ahora. La Educación siempre ha encontrado obstáculos por ser una obra grande, valiosa, naturalmente que tiene dificultades para poder realizarse. Dificultades que hemos experimentado podrían ser: El verificar cómo la Educación Católica va como queriendo ser instrumentalizada por fuerzas adversas al Evangelio, o atacada por estas fuerzas. ¿En qué sentido? -En el sentido de vaciar a nuestra Educación Católica de lo que es fundamental, como es la realidad de Cristo en la vida del ser humano. Puede ser que hablemos de Jesús, pero no es asunto sólo de palabras: Es asunto de transmisión de una experiencia de amistad. Y ¿Cuándo lo tendremos que hacer, nosotros, ese trabajo? -Durante todo el ejercicio de la misión educativa. ¿Es que, acaso, hay que estar hablando de Jesús en vez de explicar las Matemáticas, las Ciencias, los Idiomas, etc.? No. Es necesario, sencillamente, mientras cumplimos esa misión de entregar sabiduría y de capacitar a los demás, a la juventud, a los niños-, entregándoles un derecho que tienen: De capacitarse; Mientras les damos la Ciencia, repito, les tenemos que dar también (si no es posible todo el tiempo con la palabra expresa y explicita, sí con un comportamiento digno, respetuoso hacia el alumno), “algo” que valoriza incluso la sabiduría y las ciencias humanas, ese “algo” es “alguien”: Es Jesucristo. Sin Él, la Ciencia misma no conseguirá objetivos que mejoren el mundo, la experiencia nos lo dice.

Fíjense ustedes, una persona muy bien capacitada puede, sin embargo, convertirse en un egoísta que sólo busca aprovechar esa Ciencia que tiene para incensarse él mismo vanidosamente o para adquirir más dinero, más bienes, en este mundo aún a costa de pasar encima de sus semejantes. ¿Por qué? -Porque esa Ciencia no les ha enseñado a que es una razón para servir más y no para servirse de los demás. Y eso es lo que da Jesucristo: La lucidez para poder usar todas esas riquezas que conseguimos con una educación de altura buscando cómo ponerlas siempre al servicio de la superación de los demás y de mejoría del mundo. Cuando una Ciencia se vacía de Jesucristo, repito, no consigue el objetivo de elevar el mundo; Elevará el nivel económico de algunas personas, y nada más. Y eso no es objetivo para que nosotros dediquemos una vida: Para envanecer a pocas personas y para darles la posibilidad de enriquecerse ellas a costa de desvalorizar a los demás, no es un objetivo atractivo para la Educación Católica, todo lo contrario.

Podríamos, también, vaciar nuestra educación de una solidez, como la que debe de tener, si es que, olvidándonos de Jesús, nosotros nos acomodamos a las circunstancias que vivimos; Y, entonces, preparamos al alumno de acuerdo a las necesidades que se van teniendo, de acuerdo a la mentalidad, a la moda de cada instante. Y, entonces, una Educación así, oportunista, de quedar bien, una educación así, tampoco es atractiva; Porque así vemos nosotros cómo pasan las modas, y las circunstancias, y los regímenes, y, de acuerdo a los regímenes: Las ideologías. Y, si ponemos nuestra Educación Católica al servicio de las ideologías, de la moda, de lo que piensa hoy el mundo (olvidándonos de Jesucristo), podríamos ser aplaudidos y hasta tener medallas que nos dan los Gobiernos de turno, pero no tendríamos el reconocimiento de Jesús, que es lo que nos debe interesar a nosotros como educadores, como servidores, en esa formación integral del ser humano, no lo olvidemos. El ser Humano es, para nosotros, un valor que defender, un valor por el cual bien merece luchar y entregar nuestra vida. Y ese ser humano sólo encuentra su realización plena y total en Jesucristo. De allí la convicción de que tenemos que hablar y actuar con los sentimientos de Cristo “a tiempo y a destiempo”. De allí la urgencia de no avergonzarnos ni ocultar nuestra identidad católica.

Tampoco es asunto de convertir esta identidad católica en un arma de batalla o para privilegios, en algunos momentos, pero, tampoco, repito, podemos ni debemos ocultar que estamos al servicio del Señor Jesús. Y que ese servicio es, precisamente, el que nosotros queremos ejercitar en favor de aquellos a quienes vamos a preparar integralmente para la vida entregándoles valores, entregándoles, a ellos también, este respeto al ser humano; Este respeto y amor a la vida; Este respeto y amor al Creador y Señor nuestro: Dios.

Tenemos, pues, como vemos, una misión maravillosa que cumplir, no exenta de problemas, pero, al fin y al cabo, cuando se ama, como dice también San Agustín, en el mismo esfuerzo que hacemos nosotros encontramos razones para aumentar el amor. Las dificultades, más bien, nos harán más amantes de Jesucristo y más entusiastas propagadores de su Evangelio.

Yo quisiera, pues, que estos días que hemos vivido hoy preparándonos, como digo, espiritualmente, a ejercer esta misión, nosotros no dejemos de darle a estos días continuidad. Sigamos cerca unos de otros, sobre todo en momentos difíciles, en momentos de crisis; La unión siempre hará la fuerza. Y unidos podemos enfrentar problemáticas en busca de soluciones adecuadas. Ese es el camino. Yo les propongo permanecer unidos en la Iglesia. Estar cerca unos de otros todos los que integran la familia educativa en cada Centro.

De allí la necesidad de que si, por una parte, nosotros, como Autoridad de la Iglesia, tenemos que acompañarles (y me he propuesto que así sea, me he propuesto hacerlo así, y así se lo he pedido al Encargado, a Mons. Ariel Ortega), así se lo he pedido, que tenemos que demostrar que la Educación es una prioridad, y que tenemos que apoyarla, se lo he dicho al Clero, también, en diversas ocasiones: Que no debemos dejar solos ni solas a las personas que están en este servicio tan importante. Pero también, mis queridos hermanas y hermanos, yo quisiera pedirles a ustedes que, junto con nosotros, también llamemos a una colaboración a los Padres de Familia. Ustedes podrían idear la mejor manera de establecer contactos con los Padres de Familia; Sé que no es nada fácil y, hasta hoy, creo que no hay Centro que pueda decir que ha logrado la fórmula ideal, lo cual nos obliga a seguir pensando y buscando caminos.

¿No podría ser, me pregunto yo, que, en vez de llamar, nosotros estableciéramos algún programa de visitar, nosotros, hogares? -Sé que es una cosa, difícil de realizarse (dificilísima), porque son tantos los alumnos y tan pocos los que rigen o los que llevan un Colegio. Pero bien valdría la pena que se establecieran grupos que, por lo menos, se encontraran con aquellas familias cuyos hijos están presentando mayores necesidades y urgencias de cualquier índole, a esas familias visitarlas, sin dejar de invitarlas, naturalmente, al Colegio, para que asistan a las reuniones que se tengan establecidas.

Pero, en fin, lo que quiero decir con esto es, que: Tenemos que ser creativos, no vivir lamentándonos de que no nos producen efecto los pasos que hemos dado, si éstos no producen efecto, no nos llevan a donde quisiéramos, busquemos otras maneras. Les dejo a Uds. esa inquietud, de tal manera que no dejemos que las familias, o lo que queda de cada familia, porque estoy consciente que éste es uno de los problemas más serios y graves que podemos tener en el Iglesia y en la sociedad en general, lo que queda de las familias, en todo caso, que encuentren en el Colegio, también (o en las personas que integran la Dirección, el trabajo de un Colegio), amigos que les hagan sentirse miembros de la misma comunidad eclesial, porque todos somos de la familia grande, que es la Iglesia. No dejarlos solos. Acompañarnos mutuamente, este sería un objetivo que tendríamos que buscar cómo lograrlo.

Bien, habría tantas cosas más que decirles... Yo confío en Dios que tendremos la oportunidad, en este año, de volvernos a encontrar, quizás más adelante, porque, como les expresaba, mi deseo es acompañar este proyecto educativo lo más que podamos. Pero yo les deseo a ustedes, pues, que crezcan en conocimientos, que busquen cómo irse preparando más con la lectura asidua de la Palabra de Dios, la meditación, la oración... Ir ustedes mismos ejercitando su apostolado en su propio hogar de tal manera que el servicio en la Escuela sea como una continuidad de ese servicio amoroso que ustedes prestan en sus propios hogares y a sus seres más queridos: A sus familias

Vean a éstos que están en las aulas, y que Dios ha puesto junto a ustedes, como una extensión de su propia familia.

Y yo les voy a garantizar una cosa, de parte de Dios: Cuanto mayor sea la entrega y el servicio amoroso y sacrificado hacia el alumnado, más gracias tendrán ustedes para poder superar sus propios problemas familiares, que yo sé que los tienen, porque todo hogar los tiene. Quizás no hemos logrado encontrar el camino de la mejoría de nuestro propio hogar. Un camino para lograrlo es la caridad vivida, hasta el sacrificio, en favor de los demás. Quien trabaja por el prójimo sacrificadamente, debe creer que Dios piensa en bendecir a aquellos que están más dentro del corazón de quienes prestan estos servicios: Sus seres queridos no quedarán desamparados. Y ustedes, así, encontraran en sus hogares motivación para servir mejor, y no como sucede a veces, que los problemas del hogar repercuten en el aula de clases con mal humor y con otras cosas. Todo lo contrario, la armonía del hogar facilitará el servicio en las aulas de clases; Y la entrega en el aula de clases será para ustedes, también, motivo de honda satisfacción que les va a dar a ustedes el gozo de que al llegar a su hogar encontrarán que Dios también ha puesto su parte en favor de ustedes.

Que nuestra Madre, la Virgen Santísima, nos ayude a todos. No la olvidemos a ella. Ella es el camino más seguro para que nosotros podamos conseguir objetivos, sobre todo cuando estos objetivos no son nada fáciles. Pongamos, junto a nosotros, la ayuda de la omnipotencia suplicante para conseguir, si es necesario, prodigios como el de Caná de Galilea, conseguir que las obras de Dios se adelanten o se hagan de una manera mucho más eficaz de lo que podían ser con nuestros solas y pobres trabajos y realizaciones.

A la Madre de Dios, le ruego, pues, a San José y a los Santos protectores de las diversas comunidades que nos acompañen en este año para que podamos dar la Gloria a Jesucristo cumpliendo con nuestra misión, que, como discípulos, tenemos, de transmitir la experiencia entusiasta de nuestra fe a los demás.

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