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Tuesday, May 12, 2009

HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ OBRERO

1 de mayo de 2009
Mons. Hugo Barrantes Ureña
Arzobispo de San José

En Costa Rica se celebra hoy el Día del Trabajo. En esta misma fecha la Iglesia celebra a San José como “modelo de los obreros y de los trabajadores”. San José sostuvo la familia de Nazareth con el trabajo de sus manos. Este carpintero silencioso y trabajador dio a Jesús la categoría social, la condición económica, la experiencia profesional, el ambiente familiar y la educación humana. Las lecturas que hemos proclamado nos ayudan a descubrir la verdadera dimensión del hombre trabajador, del cual San José es un ejemplo.

El relato del Génesis nos dice que el hombre y la mujer tienen una característica singular y única: entre todas las criaturas son los únicos que han sido creados “a imagen de Dios”. Una de las razones que los llevan a ser “imagen de Dios” es por su autoridad sobre el universo, por su inteligencia creadora a semejanza de la inteligencia divina, con la que ha sido puesto en condiciones de dominar la naturaleza, desarrollarla y transformarla.

San Mateo nos habla del rechazo por parte de los habitantes de Nazareth, negando a Jesús su lugar como líder religioso, pues dicen que sólo es “el hijo del carpintero” del pueblo. Así consta que realmente Jesús asumió el trabajo y reafirmó con su testimonio que el trabajo humano es un bien, es un deber y un derecho.

Para ayudarnos a entender el verdadero sentido del trabajo humano la Iglesia habla del “Evangelio del Trabajo”. El valor del trabajo humano no está, en primer lugar, en el tipo de trabajo que se realiza, sino en el hecho de que quién lo ejecuta es una persona. En una palabra: ante todo, el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo.

1. La crisis financiera.

“Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn. 10, 10). Cristo nos trajo la vida, y la misión de la Iglesia es anunciar el “Evangelio de la Vida”, luchar por “hacer la vida humana más humana” (G.S. 38). Vemos en la actual crisis financiera una amenaza a la vida, una expresión de la anti-cultura de la muerte. Por eso, como cristianos, nos sentimos en este momento profundamente interpelados.

En el origen de la actual crisis, que se inicia en el sector financiero de la economía más grande del mundo y que está afectando la producción, la inversión y el empleo, hay un evidente descuido de la persona humana. En este momento estamos descubriendo hasta dónde faltó la ética o moral en la toma de las grandes decisiones económicas o financieras; la razón que ha prevalecido es el deseo desmedido de acumular riqueza es decir la avaricia. El origen de la crisis financiera y actual recesión económica por la que atraviesan todos los países del mundo está en la deshumanización de los procesos económicos y financieros utilizados para la generación de riqueza. Se entiende que la crisis que vivimos tiene mucho que ver con esa anti-cultura de muerte, cada vez más presente en la sociedad moderna y que ignora la primacía de la persona humana, el bien común, la solidaridad y el destino universal de los bienes, principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia que tendrían que ser la plataforma sobre la que el mercado funcione y sobre la que se construyan las relaciones sociales y las relaciones económicas (producción, comercialización y consumo).

2. La crisis en Costa Rica

¿Qué ha pasado en Costa Rica?
¿cómo estamos siendo afectados?

En el caso específico de CR la crisis ha empezado a percibirse: se anuncia ya oficialmente la recesión, es decir, la falta de crecimiento de la producción, la disminución del ingreso de inversiones, el declive del número de turistas que vienen al país y, sobre todo, los despidos de trabajadores o la reducción de sus horas contratadas con la consiguiente merma de su ingreso familiar. Los sectores productivos, hasta ahora, más afectados aparentemente son: el turismo, la producción de alimentos, la industria, la construcción de viviendas, que vienen impactando el empleo y en algunos casos el tema ambiental.

En cuanto a los grupos sociales más afectados se deben considerar: los desempleados, especialmente personas con menor escolaridad y capacitación; los empleados de zonas rurales donde el turismo se ha visto reducido, y algunos grupos de agricultores. Esto porque además del desempleo y la disminución del ingreso, ya mencionados, el aumento de los precios de los alimentos golpea con más fuerza a los sectores de menor ingreso que gastan en alimentación la mayor parte de sus ingresos.

No tenemos información de cómo se está afectando a otros sectores sociales, como por ejemplo a los altos ejecutivos de grandes empresas, a los receptores de las utilidades del capital o a los propietarios de tierra. Suponemos que están siendo impactados también, porque es una crisis que atañe al conjunto de la economía. Es necesario saber, desde una perspectiva de justicia y equidad, y pensando en la propuesta de soluciones locales, si todos son afectados en la misma proporción.

Nos preguntamos: ¿y las soluciones que se presentan ante la crisis tienden a favorecer solo al capital? Porque si se trata de salvar la economía y a los agentes económicos no se puede salvar solo el capital. ¿Solo se busca salvar a las empresas? ¿Pero qué pasa con todos los actores que se involucran ahí? Porque si se busca salvar las empresas eso quiere decir salvar a todas las personas que la integran. Todo esto son inquietudes claves para la Iglesia, pues para la comunidad eclesial el trabajo es el factor fundamental. ¿Pero lo es para todos los que buscamos dar alternativas y criterios para la acciones en este momento?

En la actual coyuntura, ha habido iniciativas valiosas de parte del Gobierno, de UCAEP, así como de otros sectores sociales. Tienen aspectos positivos que es preciso resaltar, pero no existe una propuesta nacional donde converjan los intereses de todos los grupos del país. En una situación de la magnitud de esta crisis, parece necesario construir una iniciativa nacional, que involucre el estudio y valoración de las diversas propuestas y mediante un necesario e impostergable “diálogo nacional” construir una Iniciativa Nacional.

3. Diálogo Nacional.

En este momento considero impostergable un diálogo nacional. No dejemos para mañana lo que puede hacerse hoy. Se trata de un diálogo constructivo para lograr los necesarios consensos sociales. Pablo VI nos ofrece algunas características del verdadero diálogo. La claridad: lo cual exige clarificar previamente los conceptos, los temas del diálogo. Mansedumbre: el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es imposición, es exposición de la verdad. Confianza: confianza en la propia palabra y en la palabra del interlocutor. Prudencia: la prudencia pedagógica que tome en cuenta las condiciones concretas del que escucha. En el diálogo hay que unir la verdad, la caridad, la inteligencia y el amor. (Ver Ecclesiam Suam 75).

Mi propuesta es un diálogo nacional centrado en la actual crisis económica. Para que sea un verdadero diálogo constructivo, que nos lleve realmente a alcanzar los necesarios consensos sociales, requiere la aclaración de algunos aspectos.

A. Es fundamental una agenda previamente consensuada, hay que fijar temas y establecer plazos.
B. El objetivo de este diálogo: establecer políticas públicas y medidas concretas.
C. Designar posibles participantes: Cámaras empresariales, Colegios Profesionales, Universidades, Organizaciones Sociales, Gobierno, Iglesias. También pequeñas y medianas empresas, grupos ambientalistas, partidos políticos. La lista queda abierta.

No existe un proyecto nacional que oriente las acciones necesarias que hay que hacer en este momento de una crisis profunda. Necesitamos una estrategia integral, que enfrente la crisis en todas sus dimensiones y desde la perspectiva de todos los grupos afectados, en especial de los más débiles y de los excluidos de los beneficios del sistema. En este diálogo hay que considerar temas como el de los salarios, la protección y promoción del empleo, la política económica, particularmente lo relativo a las tasas de interés que rigen actualmente, tanto en el sector productivo, como en las tarjetas de crédito. En este sentido es necesario reprogramar las condiciones de los créditos otorgados.

Esta estrategia no puede diseñarse sino de una manera profundamente democrática, con el apoyo de todos para responder a los intereses y necesidades de todos. Por eso, insisto, es clave para este propósito la realización de un proceso de diálogo social.

Nos comprometemos, como Iglesia, para contribuir, junto a otros actores, a la creación de espacios para este diálogo social y animar a la participación en el mismo.

En la definición de ese proyecto país debería considerarse la distribución de las cargas de la crisis, proporcionalmente, entre todos los sectores sociales.

No basta con pedir que se bajen los salarios altos, sin extender el llamado a quienes disfrutan de otras fuentes de ingreso distintas de sueldos y salarios, por utilidad del capital o renta de la tierra. La solidaridad debe ir no sólo en el tema de salarios sino incluir las necesidades básicas y capacidad de renunciar a lo que yo tengo, por derecho de justicia, para que se convierta en un bien para los otros. Los que más tienen ingresos los tienen normalmente por ganancias de capital y no sólo por los salarios. El sector financiero, la banca pública y privada, debe repensar y asumir su responsabilidad social.

Uno de los ejes a considerar en el diálogo social, es la forma de mitigar el hecho de que las personas queden desempleadas, y por otro lado, cómo proteger a las familias de esos desempleados, sobre todo en aspectos como alimentación, salud y vivienda. Lo anterior significaría fortalecer las instituciones nacionales que tienen la responsabilidad pública por la salud, la educación y la vivienda de interés social.

En el proyecto país hay que buscar la protección específica de los actores sociales más desprotegidos. Por ejemplo mantener los servicios e ingresos básicos a nivel familiar. Buscar que los salarios mínimos alcancen para una vida digna, satisfaciendo las necesidades básicas. Que los ingresos de los estratos más bajos estén acordes al crecimiento en los precios de los productos básicos alimenticios.

En las circunstancias actuales, no sólo la empresa privada sino también el Estado deberán contribuir a la creación de empleo, quizás como se ha hecho en otras partes del mundo impulsando la obra pública a nivel nacional y municipal. Son obras que quedarán como una inversión para las mismas comunidades. En todo caso, que el empleo creado sea “empleo decente” en el sentido que lo define la O.I.T.

4. Las Municipalidades.

En el ámbito cantonal por medio de los municipios, sería deseable que también existiera ese diálogo social para la resolución de los problemas derivados de la crisis. Por ejemplo, pensemos en los cantones que viven sólo del turismo, qué pueden hacer para enfrentar la emergencia nacida de esta crisis, sobre todo para que no afecte a los más débiles.

5. La Pastoral Social Arquidiocesana.

Si la Arquidiócesis de San José quiere ser fiel al Señor, tenemos que asumir la actitud del Buen Samaritano para dar una respuesta inmediata en la situación que nos plantea la actual crisis. En nombre del Señor debemos ser acogedores y misericordiosos para con los más pobres y necesitados de consuelo y ayuda. No olvidemos que la caridad es una actividad de la Iglesia como tal y que forma parte esencial de su misión originaria, al igual que el servicio de la Palabra y los Sacramentos.

Para la Pastoral Social de las Parroquias este es un momento para desarrollar mucha sensibilidad, creatividad y compromiso, para los que resulten más afectados en la presente crisis. La Iglesia es comunión, es espacio para la comunión, es constructora de comunión. En este momento las parroquias deben asumir o reforzar el diálogo social; hay que convocar a los responsables de las Instituciones Públicas, Asociaciones y demás líderes locales para identificar las consecuencias reales de la crisis, y, sobre todo, para fomentar el desarrollo local como la mejor solución a la crisis. Hay que impulsar los mercados solidarios. Hay que buscar la comercialización de los productos, también con la intervención del Estado. En este sentido, la Vicaría de Pastoral Social puede ofrecer apoyo a las parroquias. A su vez, la Pastoral Social Nacional cuenta con un Centro de Derechos Laborales que ofrece asistencia legal, capacitación en derechos laborales y protección y promoción del trabajo decente de trabajadores y trabajadoras. Este Centro significa también una fortaleza para las parroquias.

6. Dignidad del Trabajo.

Hay que insistir en la dimensión ética del trabajo.

Si en los orígenes de la actual crisis hay aspectos éticos, en la búsqueda de soluciones necesariamente hay componentes también éticos. Es el trabajo el que permite a las personas alcanzar la realización de su humanidad, de lograr la perfección de su vocación de persona.

Por esta razón creemos que toda actividad económica, y toda acción a favor de encontrar soluciones a esta crisis deben estar al servicio de un proceso de humanización de todos los hombres y de todas las mujeres.

Desde esta perspectiva es que valoramos todas aquellas iniciativas que superan la visión reduccionista de considerar al trabajador y a la trabajadora, al trabajo mismo, como mercancía, o como una anónima fuerza necesaria para la producción, como un instrumento de producción, como un activo. Más bien aplaudimos propuestas que expresen un modo más humano de pensar, y valoran al hombre y a la mujer como un sujeto creador, eficiente, y como el autor y artífice de bienes y servicios, en una palabra como el verdadero fin de todo el proceso productivo. Esto nos ayudará a ir más allá de la búsqueda de soluciones centradas únicamente en políticas financieras y economicistas.

Considero que esta es la visión que debe ser el centro y el fundamento para hacer un esfuerzo político, social y económico que le de soluciones posibles y deseables a esta crisis.

Es claro que esta visión del trabajo es la que nos puede permitir buscar un desarrollo humano, integral y solidario, capaz de lograr que todo ser humano alcance condiciones más humanas de vida.

7. Solidaridad.

En este momento de crisis se requiere para llevar a cabo un desarrollo con rostro humano, además de técnicos, de pensadores de reflexión profunda que busquen un nuevo humanismo, el cual permita al hombre y a la mujer de hoy hallarse a si mismos asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación. Así se podrá realizar, en toda plenitud, el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas. (Cfr. PP 20.21).

El otro elemento que requiere este desarrollo cimentado sobre una adecuada concepción del hombre y la mujer trabajadores es la solidaridad. La solidaridad de frente a esta crisis asume una dimensión fundamental. Esto significa que no podemos dar marcha atrás en los logros alcanzados por nuestro querido país como estado social de derecho. No podemos retroceder en las condiciones de vida de las y los trabajadores y de sus derechos. En este momento es clave la unión de todos, empresarios y trabajadores, academia, diversos sectores sociales, gobierno, en un gran esfuerzo de solidaridad, que sepa conservar los logros alcanzados y evitar el detrimento de estos avances históricos. Hay que encontrar autopistas para la iniciativa económica de las empresas, donde se valore el trabajo humano, por el hecho de que es una persona quien lo realiza, y no un simple instrumento de producción. Una gran iniciativa solidaria donde el capital sea lo que es un instrumento, un factor importante de producción, pero no el factor eficiente y fin de la producción.

Termino mi mensaje con una propuesta: a la crisis actual respondamos con la civilización del amor: sus fundamentos son la paz, la solidaridad, la justicia y la libertad.

Que San José interceda por nosotros.

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Jornada mundial de oración por las vocaciones

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
PARA LA XLVI JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.
3 DE MAYO DE 2009 – IV DOMINGO DE PASCUA


Tema: « La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana.»

Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas

Con ocasión de la próxima Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que se celebrará el 3 de mayo de 2009, Cuarto Domingo de Pascua, me es grato invitar a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, 26).

La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera. El apóstol Pablo, al que recordamos especialmente durante este Año Paulino en el segundo milenio de su nacimiento, escribiendo a los efesios afirma: «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1, 3-4). En la llamada universal a la santidad destaca la peculiar iniciativa de Dios, escogiendo a algunos para que sigan más de cerca a su Hijo Jesucristo, y sean sus ministros y testigos privilegiados. El divino Maestro llamó personalmente a los Apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios» (Mc 3,14-15); ellos, a su vez, se asociaron con otros discípulos, fieles colaboradores en el ministerio misionero. Y así, respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una multitud innumerable de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio. Damos gracias al Señor porque también hoy sigue llamando a obreros para su viña. Aunque es verdad que en algunas regiones de la tierra se registra una escasez preocupante de presbíteros, y que dificultades y obstáculos acompañan el camino de la Iglesia, nos sostiene la certeza inquebrantable de que el Señor, que libremente escoge e invita a su seguimiento a personas de todas las culturas y de todas las edades, según los designios inescrutables de su amor misericordioso, la guía firmemente por los senderos del tiempo hacia el cumplimiento definitivo del Reino.

Nuestro primer deber ha de ser por tanto mantener viva, con oración incesante, esa invocación de la iniciativa divina en las familias y en las parroquias, en los movimientos y en las asociaciones entregadas al apostolado, en las comunidades religiosas y en todas las estructuras de la vida diocesana. Tenemos que rezar para que en todo el pueblo cristiano crezca la confianza en Dios, convencido de que el «dueño de la mies» no deja de pedir a algunos que entreguen libremente su existencia para colaborar más estrechamente con Él en la obra de la salvación. Y por parte de cuantos están llamados, se requiere escucha atenta y prudente discernimiento, adhesión generosa y dócil al designio divino, profundización seria en lo que es propio de la vocación sacerdotal y religiosa para corresponder a ella de manera responsable y convencida. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda oportunamente que la iniciativa libre de Dios requiere la respuesta libre del hombre. Una respuesta positiva que presupone siempre la aceptación y la participación en el proyecto que Dios tiene sobre cada uno; una respuesta que acoja la iniciativa amorosa del Señor y llegue a ser para todo el que es llamado una exigencia moral vinculante, una ofrenda agradecida a Dios y una total cooperación en el plan que Él persigue en la historia (cf. n. 2062).

Contemplando el misterio eucarístico, que expresa de manera sublime el don que libremente ha hecho el Padre en la Persona del Hijo Unigénito para la salvación de los hombres, y la plena y dócil disponibilidad de Cristo hasta beber plenamente el «cáliz» de la voluntad de Dios (cf. Mt 26, 39), comprendemos mejor cómo «la confianza en la iniciativa de Dios» modela y da valor a la «respuesta humana». En la Eucaristía, don perfecto que realiza el proyecto de amor para la redención del mundo, Jesús se inmola libremente para la salvación de la humanidad. «La Iglesia –escribió mi amado predecesor Juan Pablo II- ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación» (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 11).

Los presbíteros, que precisamente en Cristo eucarístico pueden contemplar el modelo eximio de un «diálogo vocacional» entre la libre iniciativa del Padre y la respuesta confiada de Cristo, están destinados a perpetuar ese misterio salvífico a lo largo de los siglos, hasta el retorno glorioso del Señor. En la celebración eucarística es el mismo Cristo el que actúa en quienes Él ha escogido como ministros suyos; los sostiene para que su respuesta se desarrolle en una dimensión de confianza y de gratitud que despeje todos los temores, incluso cuando aparece más fuerte la experiencia de la propia flaqueza (cf. Rm 8,26-30), o se hace más duro el contexto de incomprensión o incluso de persecución (cf. Rm 8, 35-39).

El convencimiento de estar salvados por el amor de Cristo, que cada Santa Misa alimenta a los creyentes y especialmente a los sacerdotes, no puede dejar de suscitar en ellos un confiado abandono en Cristo que ha dado la vida por nosotros. Por tanto, creer en el Señor y aceptar su don, comporta fiarse de Él con agradecimiento adhiriéndose a su proyecto salvífico. Si esto sucede, «la persona llamada» lo abandona todo gustosamente y acude a la escuela del divino Maestro; comienza entonces un fecundo diálogo entre Dios y el hombre, un misterioso encuentro entre el amor del Señor que llama y la libertad del hombre que le responde en el amor, sintiendo resonar en su alma las palabras de Jesús: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16).

Ese engarce de amor entre la iniciativa divina y la respuesta humana se presenta también, de manera admirable, en la vocación a la vida consagrada. El Concilio Vaticano II recuerda: «Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, pobreza y obediencia tienen su fundamento en las palabras y el ejemplo del Señor. Recomendados por los Apóstoles, por los Padres de la Iglesia, los doctores y pastores, son un don de Dios, que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre» (Lumen gentium. 43). Una vez más, Jesús es el modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que toda persona consagrada ha de mirar. Atraídos por Él, desde los primeros siglos del cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones, riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en escuela de santidad radical. Todavía hoy muchos avanzan por ese mismo camino exigente de perfección evangélica, y realizan su vocación con la profesión de los consejos evangélicos. El testimonio de esos hermanos y hermanas nuestros, tanto en monasterios de vida contemplativa como en los institutos y congregaciones de vida apostólica, le recuerda al pueblo de Dios «el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero que espera su plena realización en el cielo» (JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, 1).

¿Quién puede considerarse digno de acceder al ministerio sacerdotal? ¿Quién puede abrazar la vida consagrada contando sólo con sus fuerzas humanas? Una vez más conviene recordar que la respuesta del hombre a la llamada divina, cuando se tiene conciencia de que es Dios quien toma la iniciativa y a Él le corresponde llevar a término su proyecto de salvación, nunca se parece al cálculo miedoso del siervo perezoso que por temor esconde el talento recibido en la tierra (cf. Mt 25,14-30), sino que se manifiesta en una rápida adhesión a la invitación del Señor, como hizo Pedro, que no dudó en echar nuevamente las redes pese a haber estado toda la noche faenando sin pescar nada, confiando en su palabra (cf. Lc 5, 5). Sin abdicar en ningún momento de la responsabilidad personal, la respuesta libre del hombre a Dios se transforma así en «corresponsabilidad», en responsabilidad en y con Cristo, en virtud de la acción de su Espíritu Santo; se convierte en comunión con quien nos hace capaces de dar fruto abundante (cf. Jn 15, 5).

Emblemática respuesta humana, llena de confianza en la iniciativa de Dios, es el «Amén» generoso y total de la Virgen de Nazaret, pronunciado con humilde y decidida adhesión a los designios del Altísimo, que le fueron comunicados por un mensajero celestial (cf. Lc 1, 38). Su «sí» inmediato le permitió convertirse en la Madre de Dios, la Madre de nuestro Salvador. María, después de aquel primer «fiat», que tantas otras veces tuvo que repetir, hasta el momento culminante de la crucifixión de Jesús, cuando «estaba junto a la cruz», como señala el evangelista Juan, siendo copartícipe del dolor atroz de su Hijo inocente. Y precisamente desde la cruz, Jesús moribundo nos la dio como Madre y a Ella fuimos confiados como hijos (cf. Jn 19, 26-27), Madre especialmente de los sacerdotes y de las personas consagradas. Quisiera encomendar a Ella a cuantos descubren la llamada de Dios para encaminarse por la senda del sacerdocio ministerial o de la vida consagrada.

Queridos amigos, no os desaniméis ante las dificultades y las dudas; confiad en Dios y seguid fielmente a Jesús y seréis los testigos de la alegría que brota de la unión íntima con Él. A imitación de la Virgen María, a la que llaman dichosa todas las generaciones porque ha creído (cf. Lc 1, 48), esforzaos con toda energía espiritual en llevar a cabo el proyecto salvífico del Padre celestial, cultivando en vuestro corazón, como Ella, la capacidad de asombro y de adoración a quien tiene el poder de hacer «grandes cosas» porque su Nombre es santo (Cf. Lc 1, 49).

Vaticano, 20 de enero de 2009

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