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Thursday, May 27, 2010

SIGNOS Y DECISIONES DE VIDA

P. Pedro Aguado, escolapio. Padre General
IV.2010

Queridos hermanos, escribo esta carta al mismo tiempo que recibís en vuestras comunidades la intimación de los próximos Capítulos Demarcacionales. Casi sin solución de continuidad entrelazamos el Capítulo General, las primeras planificaciones del nuevo sexenio y los procesos de revisión, elección y programación propios de los Capítulos Demarcacionales.

Los plazos en los que nos movemos en la Orden así lo disponen.

Aprovechémoslos como una oportunidad de mantener el ritmo y la disposición de caminar que nos es propia, no sólo por nuestra vocación, sino por el tiempo que nos ha tocado vivir.

Seguro que a lo largo de estos meses nos invitaremos unos a otros a profundizar en nuestras dinámicas de discernimiento, de búsqueda, de toma de decisiones. También desde la Congregación General trataremos de acompañar este proceso animando a todos a vivir desde actitudes de confianza y de apertura, de creación de un futuro mejor para nuestras Demarcaciones. Permitidme que en esta carta fraterna os proponga algunas claves que creo que nos pueden ayudar en este momento de la Orden. Todas ellas las explicaré brevemente, con el objetivo de que algunas de ellas os sirvan, personal o comunitariamente, para situaros mejor ante los procesos que vais a vivir. Las sugerencias que os hago las pienso desde el convencimiento de que nuestro momento –el momento general de toda la Vida Religiosa- supone una “etapa nueva”. A lo largo de estos años hemos hablado y escrito mucho sobre Vida Religiosa; ahora tenemos que movernos, convertir en vida y en proceso institucional las grandes convicciones desde las que nos estamos preguntando tantas cosas unos a otros. Esta es la misión de un Capítulo y del equipo que reciba el encargo de impulsar la Demarcación. Quizá no sea el momento de nuevos documentos, sino de pasos claros y decididos, aunque humildes, de nueva vida.

Nostalgia, memoria y creación de futuro.

En ocasiones, algunas de nuestras comunidades viven o alimentan nostalgias. Este es un sentimiento ambivalente. No podemos vivir desde la nostalgia de un pasado que no va a volver. Nuestros Capítulos, nuestras reuniones, reflejan claramente que nuestra realidad está en movimiento. No caigáis en el error de llenar de nostalgia vuestro recipiente. Debemos saber reconocer que hay dinámicas de nostalgia que nos fijan al pasado, pero hay otras que detectan nuestra sed, ofrecen elementos de vida. Nuestro desafío es discernirlas con claridad. Nos pasa lo mismo con la memoria. La memoria sólo nos vale si nos lanza a lo nuevo, como la memoria de Jesús. La memoria cristiana no se enriquece con la repetición, sino con la creatividad impulsada desde la fe.

Y todo esto con la misma convicción que manifiesta el autor de Hebreos (11, 13) cuando nos recuerda que “moriremos sin ver lo prometido, sólo saludándolo de lejos”. Siempre he pensado que ésta va a ser nuestra vivencia durante estos años de “gestación” de algo nuevo. Pero estoy agradecido y feliz de poder vivir una época en la que estamos convencidos de que engendramos algo nuevo, Dios quiera que también bueno.

Fidelidad desde el cambio y en movimiento.

Somos llamados a la fidelidad creativa, en feliz expresión acuñada por Juan Pablo II en “Vita Consecrata” (VC 37). Esta es la primordial fidelidad que somos llamados a vivir. Fidelidad es “movernos hacia todo lo que favorezca que corra la vida según el Evangelio”. Hemos de tratar de evitar una fidelidad sin radicalidad evangélica. Podemos ser personas responsables de nuestro trabajo, cuidadosas de su oración, fieles a los compromisos adquiridos, pero puede faltarnos el dinamismo de un impulso creciente. El crecimiento espiritual y apostólico puede tener el riesgo de adormecerse. En ocasiones podemos vivir una fidelidad excesivamente sensata, como si viajáramos con el motor en marcha, pero con el freno de mano echado, por si acaso… Quizá algunos de nosotros nos reconozcamos en este retrato.

La fidelidad evangélica nos exige una cierta audacia, y tomar decisiones en consonancia. Yo siempre insistiré (y disfruto de ver que hay muchos escritos y ponencias que lo subrayan) en la necesidad de exploradores, como hizo Josué al llegar a la tierra prometida. Estamos como ellos, abandonando los ajos y cebollas de Egipto y buscando nuevos caminos para llegar a lo que Dios nos ha pedido y ofrecido. Pero no llegaremos sin desierto y sin explorar sin miedos.

La fidelidad es un juego entre “mantenimiento” y “exploración”. También eso forma parte del “arte de gobierno y de toma de decisiones”. Y no olvidemos que, especialmente en tiempos capitulares, eso de tomar decisiones es cosa de todos.

Mirada creyente ante nuestra propia realidad, viendo y potenciando los signos del Reino.

Mi convicción es que este ejercicio es fundamental como dinámica de “nuevo nacimiento”. Hemos de ser capaces de ver los signos del Reino que aparecen en el conjunto de la Vida Religiosa y en lo concreto de las Escuelas Pías o de mi Demarcación. Si tenemos ojos para ver y oídos para escuchar, descubriremos pistas que nos ayuden a caminar. Yo os pongo dos simples ejemplos de este ejercicio que también es propio de los tiempos de búsqueda en los que nos vamos a embarcar en breve plazo, cuando vayamos dando forma a nuevas Provincias en la Orden.

A En primer lugar,
pensemos en lo que está pasando en el conjunto de la Vida Religiosa. ¿Qué nos quiere decir? No tengamos miedo a decir que formas históricas de Vida Religiosa están cambiando. Y formas nuevas están naciendo y viven ya, aunque sea de modo germinal, entre nosotros.

¿Qué signos del Reino, de nueva vida, aparecen? Por ejemplo: el deseo de incrementar la mística en la vida consagrada / la centralidad de lo relacional en nuestra vida / la pasión por la misión / la generación y acompañamiento de procesos personales y comunitarios / nuestra mayor implicación social / la gestión de los bienes a favor de los pobres / la profundización en nuestra identidad / el compartir con los laicos… Miremos a las Escuelas Pías con cariño y veamos lo que está pasando: nos llamamos a la centralidad de la misión y el cuidado del “celo apostólico”, trabajamos para crear un sujeto escolapio renovado y compartido, buscamos comunidades corresponsables y misioneras, deseamos crecer… Se marcan líneas y horizontes, no hay duda.

B No olvidemos que también hay contrasignos;
es bueno ser conscientes de ellos y reflexionarlos. Fue muy sugerente lo que nos dijo Dolores Aleixandre sobre los “maridos” que tenemos en la Vida Consagrada en el Congreso Internacional de Vida Consagrada de 2004 (haciendo referencia al texto evangélico de Jesús y la samaritana, del evangelio de Juan): el marido de la necedad desinformada y conformista que nos hace pensar que las cosas van a ser siempre así / el marido neoliberal y consumista que nos arrastra hacia un peligroso “ser como todo el mundo”, camuflado de la virtud de la prudencia / el marido individualista que nos impide el roce profundo con los otros / el marido secularista, que nos aleja del pozo auténtico / el marido espiritualista que nos empuja a seguir levantando santuarios y escapar a nuevas sacralizaciones / el marido idolátrico, que nos propone otros diosecillos / el marido de los “mil quehaceres” que nos hace depender sólo del trabajo / el marido de la vida fácil y poco apasionada, que nos hace ser del montón y vivir sin entrega / el marido de la falta de “celo apostólico”, de pasión por la misión / el marido del cotilleo de la superficialidad, de la pérdida de tiempo en lo que no importa, de la falta de visión / el marido de las formas clericales y lejanas, de la autocomplacencia, del “yo sé cómo hay que hacer las cosas” / el marido de la falta de “utopía real”. La propuesta es clara: trabajad con paciencia el proceso de ruptura con esos maridos y de encuentro con el auténtico, con Jesús. Dadle tiempo, pero manteneos en ese proceso. No tengáis miedo a dar nombre a la sed que os habita. Este es otro camino que nos puede ayudar a situarnos en lo que hoy pide nuestra Orden y cada una de sus Demarcaciones.

Construyendo futuro con “recursos teologales”.

No me resisto a recordar algo que ya dije en Peralta de la Sal, en las palabras de clausura del Capítulo General. Hemos de tener claro que la Vida Religiosa debe enfrentarse a profundos cambios si quiere crecer evangélicamente. Y esos cambios serán exigentes, sin duda, porque son evangélicos. Serán profundos o no valdrán.

Por eso, muchos de quienes piensan y escriben para animarnos nos recuerdan que necesitamos una “espiritualidad para el cambio”, es decir, “recursos teologales” que nos ayuden a discernir con lucidez evangélica. Hemos de insistir en la espiritualidad como fuente de renovación de nuestra Orden. Si no queremos decepcionarnos por nuestra incapacidad de hacer lo que aprobamos, debemos fortalecer a las personas con recursos teologales, necesarios para abordar renuncias y emprender nuevos caminos. Tenemos que tomarnos en serio lo que somos, la vida que hemos elegido, las razones por las que la hemos consagrado… o esto no funcionará. Hemos de ser fuertes en la fe y en la vocación. Y esto nos supone un trabajo que las Demarcaciones deben impulsar.

A modo de ejemplo, cito algunas áreas en las que necesitamos “fortalecernos teologalmente”: la profundización en la identidad carismática de la vida religiosa / la clarificación de lo que significa el desafío de la significatividad de nuestra vida / el tipo de institución que somos y que debemos ser / nuestra capacidad de construir, junto con otras vocaciones, un futuro compartido hecho de compromisos serios que nos transforman y enriquecen.

No podemos caminar por estas sendas sin profundidad.

Escuchando la brisa suave de lo esencial (I Re 19, 11-13).

Este texto del primer libro de los Reyes nos sitúa ante una actitud de fondo. Como a Elías, se nos dice: “Sal de la cueva, que el Señor va a pasar”. Somos invitados a salir de la cueva, aunque esto nos suponga vivir más desprotegidamente. Sólo desde ahí escucharemos la brisa suave que sopla entre nosotros. Esto supone una actitud espiritual. Nuestras preocupaciones no deben estar centradas en aspectos como nuestro número o nuestra media de edad, sino en la inercia con la que en ocasiones vivimos, metidos en la cueva. Salgamos y entremos en movimiento. Como le pasó a Abraham, que al escuchar el “sal de tu tierra” tuvo que afrontar desiertos, periferias (el lugar en el que nos encontramos con “los otros”) y fronteras. En definitiva, poner el acento en lo que Dios nos está pidiendo y poner los medios para escucharlo.

“Tienes que nacer de nuevo” (Jn 3, 3).

Este es nuestro lema, este es nuestro desafío. Lo que yo pienso es que tenemos que saber desencadenar procesos que nos ayuden en esta tarea. “Nacer de nuevo” no pasa de ser una frase bonita si no le ponemos carne. Y como somos débiles y frágiles, hay que marcar procesos y propuestas que nos ayuden. Lo esencial es seleccionar procesos concretos que nos den posibilidades de “abrirnos a lo nuevo”. Y procesos planeados y consensuados. Citaré sólo dos o tres a modo de ejemplo:

a) Procesos que nos ayuden en nuestro crecimiento espiritual. Por ejemplo:
una formación teológico-espiritual seria para nuestros jóvenes / impulsar experiencias prolongadas y fuertes de oración y de búsqueda de Dios / vivir un acompañamiento espiritual integral / tener experiencias comprometidas de misión entre los más pobres…

b) Procesos que nos ayuden a crecer en relaciones de reciprocidad, desde la formación inicial.
Impulsar dinámicas corresponsables / que desde el principio tratemos de crecer en conciencia política, en análisis de la realidad y en participación social y eclesial allí donde estemos…

c) Procesos que nos ayuden a establecer una reflexión sistemática sobre el desafío de la significatividad para nosotros,
marcando áreas, opciones, signos, propuestas que nos ayuden a concretar.

En actitud de discernimiento real (Rom 12, 2).

“Idos transformando con la nueva mentalidad para ser capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios”.

Estamos hablando de proceso (“idos transformando”), de camino de cambio.

El criterio es el Evangelio, el medio el discernimiento cristiano. La propuesta:
seamos “una Demarcación en discernimiento”. Sólo así podemos hacer las cosas bien. Y esto nos supone también un estilo de organización y de corresponsabilidad fraterna. Seguro que este tiempo capitular nos enriquecerá mucho si lo sabemos vivir desde esta perspectiva.

Queridos hermanos, os digo todo esto para pediros que este proceso capitular que empezaremos el próximo mes de agosto lo sepáis vivir en sintonía con las búsquedas que lleva adelante toda la Vida Religiosa en el seno de la Iglesia, y que lo hagamos en comunión con personas, comunidades y fraternidades escolapias que desean construir con nosotros un futuro nuevo. Estas actitudes, y otras muchas que vayáis proponiendo y asumiendo, nos ayudarán mucho.

Ojalá los diversos Ejercicios Espirituales que estos meses se realicen en las Demarcaciones puedan centrarse en la búsqueda de actitudes espirituales que nos sitúen con más apertura y docilidad ante la voluntad de Dios.

Os envío un abrazo fraterno junto a mi deseo de que estemos abiertos al Espíritu que se derrama sobre nosotros y que en el próximo Pentecostés celebraremos con alegría. No olvidemos nunca que Pentecostés, como todos los misterios de nuestra fe, no es un acontecimiento aislado, sino una manera de vivir desde Dios. No es un impulso inicial, sino un impulso sostenido. Sólo Él hace nuevas todas las cosas.

Pedro Aguado
Padre General

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HOMILÍA DEL PAPA EN LA EXPLANADA DEL SANTUARIO DE FÁTIMA - MAYO 2010

Viernes, 14 De Mayo De 2010

ZENIT nos ofrece la homilía pronunciada el jueves 13 de Mayo de 2010 por el Papa en la explanada del Santuario de Fátima, en la celebración del 10° aniversario de la Beatificación de Jacinta y Francisco.

Queridos peregrinos,

“Será conocida en las naciones su raza y sus vástagos entre los pueblos [...] son raza bendita del Señor” (Is 61, 9). Así comenzaba la primera lectura de esta Eucaristía, cuyas palabras encuentran admirable cumplimiento en esta asamblea devotamente reunida a los pies de la Virgen de Fátima. Hermanas y hermanos tan queridos, también yo he venido como peregrino a Fátima, a esta “casa” que María ha elegido para hablarnos en los tiempos modernos. He venido a Fátima para alegrarme de la presencia de María y de su protección maternal. He venido a Fátima, porque hacia este lugar converge hoy la Iglesia peregrina, querida por su Hijo como instrumento suyo de evangelización y sacramento de salvación. He venido a Fátima para rezar, con María y con tantos peregrinos, por nuestra humanidad afligida por miserias y sufrimientos. Finalmente, he venido a Fátima, con los mismos sentimientos de los Beatos Francisco y Jacinta y de la Sierva de Dios Lucía, para confiar a la Virgen la íntima confesión de que “amo”, que la Iglesia, que los sacerdotes “aman a Jesús” y desean tener los ojos fijos en Él, mientras se concluye este Año Sacerdotal, y para confiar a la protección maternal de María a los sacerdotes, los consagrados y las consagradas, los misioneros y a todos los agentes de bien que hacen acogedora y benéfica la Casa de Dios.

Éstos son la estirpe que el Señor ha bendecido... Estirpe que el Señor ha bendecido eres tu, amada diócesis de Leiria-Fátima, con tu Pastor monseñor Antonio Marto, a quien agradezco por el saludo que me dirigió al inicio y por toda la solicitud de la que me ha colmado, también mediante sus colaboradores, en este santuario. Saludo al Señor Presidente de la República y a las demás autoridades al servicio de esta gloriosa Nación. Idealmente abrazo a todas las diócesis de Portugal, representadas aquí por sus obispos, y confío al Cielo a todos los pueblos y naciones de la tierra. En Dios, estrecho en mi corazón a todos aquellos hijos e hijas suyos, particularmente a cuantos viven en la tribulación o abandonados, con el deseo de transmitirles esa esperanza grande que arde en mi corazón y que aquí, en Fátima, se hace encontrar de manera más palpable. Que nuestra gran esperanza eche raíces en la vida de cada uno de vosotros, queridos peregrinos aquí presentes, y a cuantos están con nosotros a través de los medios de comunicación social.

¡Sí! El Señor, nuestra gran esperanza, está con nosotros; en su amor misericordioso, ofrece un futuro a su pueblo: un futuro de comunión con él. Habiendo experimentado la misericordia y el consuelo de Dios que no lo había abandonado a lo largo del fatigoso camino de retorno del exilio de Babilonia, el pueblo de Dios exclama: “Con gozo me gozaré en el Señor, exulta mi alma en mi Dios” (Is 61,10). Hija excelsa de este pueblo es la Virgen Madre de Nazaret, la cual, revestida de gracia y dulcemente sorprendida por la gestación de Dios que se estaba realizando en su seno, hace igualmente propia esta alegría y esta esperanza en el cántico del Magníficat: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”. Al mismo tiempo, Ella no se ve como una privilegiada en medio de un pueblo estéril, al contrario, profetiza para ellos las dulces alegrías de una prodigiosa maternidad de Dios, porque “su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen” (Lc 1, 47.50).

Prueba de ello es este lugar bendito. Dentro de siete años volveréis aquí para celebrar el centenario de la primera visita hecha por la Señora “venida del Cielo”, como Maestra que introduce a los pequeños videntes en el íntimo conocimiento del Amor trinitario y les lleva a saborear a Dios mismo como lo más bello de la existencia humana. Una experiencia de gracia que les hizo convertirse en enamorados de Dios en Jesús, hasta el punto de que Jacinta exclamaba: “¡Me gusta tanto decir a Jesús que le amo! Cuando se lo digo muchas veces, me parece tener un fuego en el pecho, pro no me quemo”. Y Francisco decía: “Lo que más me ha gustado de todo fue ver a Nuestro Señor en esa luz que Nuestra Madre nos puso en el pecho. ¡Quiero tanto a Dios!” (Memorias de Sor Lucía, I, 42 y 126).

Hermanos, al oír estas inocentes y profundas confidencias místicas de los Pastorcillos, alguno podría mirarles con un poco de envidia porque ellos han visto, o quizás con la desilusionada resignación de quien no ha tenido la misma suerte, pero insiste en querer ver. A estas personas, el Papa dice como Jesús: “"¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios?” (Mc 12,24). Las Escrituras nos invitan a creer: “Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20, 29), pero Dios – más íntimo a mi de lo que soy yo mismo (cfr S. Agustín, Confesiones, III, 6, 11) – tiene el poder de llegar hasta nosotros, en particular mediante los sentidos interiores, de forma que el alma recibe el toque suave de una realidad que se encuentra más allá de lo sensible y la hace capaz de alcanzar lo no sensible, no lo visible a los sentidos. Con este objetivo se requiere una vigilancia interior del corazón que, durante la mayor parte del tiempo, no tenemos a causa de la fuere presión de las realidades externas y de las imágenes y preocupaciones que llenan el alma (cfr Comentario teológico del Mensaje de Fátima, año 2000). ¡Sí! Dios puede alcanzarnos, ofreciéndose a nuestra visión interior.

Aún más, esa Luz en lo íntimo de los Pastorcillos, que proviene del futuro de Dios, es la misma que se ha manifestado en la plenitud de los tiempos y que ha venido para todos: el Hijo de Dios hecho hombre. Que Él tenga el poder de inflamar los corazones más fríos y tristes, lo vemos en los discípulos de Emaús (cfr Lc 24,32). Por ello nuestra esperanza tiene fundamento real, se basa en un acontecimiento que se coloca en la historia y que al mismo tiempo la supera: ¡Es Jesús de Nazaret! Es el entusiasmo suscitado por su sabiduría y por su potencia salvífica en la gente de entonces era tal que una mujer en medio de la multitud – como hemos escuchado en el Evangelio – exclama: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!". Y sin embargo Jesús respondió: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11, 27.28). Pero ¿quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse fascinar por su amor? ¿Quién vela, en la noche de la duda y de la incertidumbre, con el corazón alzado en oración? ¿Quién espera el alba del nuevo día, teniendo encendida la llama de la fe? La fe en Dios abre al hombre el horizonte de una esperanza cierta que no decepciona; indica un sólido fundamento sobre el que apoyar, sin miedo, la propia vida; requiere el abandono, lleno de confianza, en las manos del Amor que sostiene el mundo.

“Será conocida en las naciones su raza y sus vástagos entre los pueblos [...] son raza bendita del Señor” (Is 61, 9) con una esperanza inquebrantable y que fructifica en un amor que se sacrifica por los demás pero que no sacrifica a los demás: al contrario – como hemos escuchado en la segunda lectura – “Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1Cor 13,7). De ello son ejemplo y estímulo los Pastorcillos, que hicieron de su vida una ofrenda a Dios y un compartir con los demás por amor de Dios. La Virgen les ayudó a abrir el corazón a la universalidad del amor. En particular, la beata Jacinta se mostraba incansable en compartir con los pobres y en el sacrificio por la conversión de los pecadores. Sólo con este amor de fraternidad y de compartir conseguiremos edificar la civilización del Amor y de la Paz.

Se engañaría quien pensase que la misión profética de Fátima haya concluido. Aquí revive ese designio de Dios que interpela a la humanidad desde sus inicios: "¿Dónde está tu hermano Abel? [...] Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gn 4, 9). El hombre pudo desencadenar un ciclo de muerte y de terror, pero no consigue interrumpirlo... En la Sagrada Escritura aparece con frecuencia que Dios está a la búsqueda de justos para salvar la ciudad de los hombres, y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando la Virgen pregunta: “Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera mandaros, en acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores?” (Memorias de Sor Lucía, I, 162).

Con la familia humana dispuesta a sacrificar sus vínculos más santos en el altar de estrechos egoísmos de nación, raza, ideología, grupo, individuo, vino del Cielo nuestra Madre bendita ofreciéndose para trasplantar en el corazón de cuantos se confían a ella el Amor de Dios que arde en el suyo. En ese tiempo eran solo tres, cuyo ejemplo de vida se ha difundido y multiplicado en grupos innumerables por toda la superficie de la tierra, en particular al paso de la Virgen Peregrina, los cuales se dedican a la causa de la solidaridad fraterna. Que estos siete años que nos separan del centenario de las Apariciones puedan apresurar el preanunciado triunfo del Corazón Inmaculado de María a gloria de la Santísima Trinidad.

[Traducción del original portugués por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]

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