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Wednesday, July 26, 2006

Vida Comunitaria Escolapia

DEL YO INDIVIDUAL AL NOSOTROS COMUNITARIO
(Vida comunitaria escolapia)
Jesús María Lecea, Escolapio
Padre General
Salutatio julio-agosto 2006


Para unos, los del hemisferio norte, estos meses de julio y agosto son meses de vacaciones escolares; para otros, los del hemisferio sur, son meses de actividad normal. A unos y a otros va dirigido igualmente el saludo cordial y fraterno: buena salud, el ánimo fervoroso, la entereza firme, tanto en la dificultad como en el éxito; que no decaiga el empeño diario por una vida escolapia vigorosa y una misión bien cumplida.

Vuelvo sobre un tema que siempre es de interés para nuestra vida y al que la Orden ha querido dar prioridad de tratamiento en el sexenio presente, cuando ya hemos pasado su ecuador. En las líneas generales de acción marcadas por el Capítulo General de 2003, encontramos estos planes operativos: “Testimoniar la vida escolapia en el seguimiento de Cristo, poniendo especial atención en el cuidado de las personas y de las comunidades”. “Crecer en la vivencia de la espiritualidad calasancia y en la vida fraterna de comunidad: favorecer entre nosotros experiencias de fe, con actitudes de escucha y silencio, para crecer en la conciencia de ser comunidades de fe”. Todo esto tiene que ver lógicamente con la vida de comunidad, tal como viene descrita en nuestro proyecto escolapio de vida (Constituciones, cap. III: Nuestra vida comunitaria y cap. IV: Comunidad de oración). El tema no es en sí problema. El problema se da, a veces, en las personas cuando éstas se ven interpeladas a insertarse individualmente en la comunidad y no encuentran las razones y los modos. La interpelación está dirigida a todos por el sólo hecho de querer ser escolapios. La voluntad de serlo está pidiendo formar parte de la comunidad escolapia. Es así como cada uno afronta el camino de pasar del yo al nosotros para la vida escolapia.

Advierto de entrada que la manera de hablar de la Orden sobre el tema es una manera integradora de aspectos. No se queda en lo sociológico y psicológico o lo puramente antropológico. Junto a esto, se habla además de espiritualidad y de comunidades de fe. Al capítulo de las Constituciones sobre la vida de comunidad sigue efectivamente el de la comunidad de oración.

Como el yo individual sigue su proceso de personalización, que cada uno lleva más o menos bien, para llegar al yo libre y responsable, el nosotros comunitario necesita igualmente de un proceso que va de lo primero a lo segundo.

No se marca aquí un itinerario cronológico, por supuesto; porque la maduración personal va conjuntada con la maduración comunitaria y viceversa. Sin embargo, podemos quedarnos toda la vida fijados en el yo individual sin abrirnos al nosotros comunitario. Nos atrae fuertemente referir todo lo que acontece, ya sea cerca o lejos, a nuestro propio yo. Queda convertido el yo en medida de todo: una cosa o un acontecimiento son buenos o estupendos, porque en ellos es reconocido mi yo; al contrario, son malos y merecedores de descrédito, porque en ellos siento que no se me reconoce o aprecia. ¿Son así de simples las cosas cuando damos nuestros juicios sobre personas, hechos, procedimientos? Pues no. Porque sólo está actuando el yo individual. Hay que salir de ese yo y ponerse en la piel del otro para adquirir la ponderación justa de nuestros juicios. Hay que considerar el nosotros comunitario, de lo contrario todo vale o no vale si se trata de mí o de mi utilidad o no se trata de mí o de mi conveniencia.

Al plantear esto no pretendo un discurso filosófico sobre personalismo o comunitarismo. Seguramente habría que hablar de uno y de otro al mismo tiempo.

Se trata, en efecto, de ser personas en la línea del más sano personalismo, que no es el individualismo obsesivo, ni el egocentrismo egolátrico, ni tampoco un difuminado impersonal. Se trata de ser comunidad, un nosotros integrado, que no es comunitarismo, ni colectivismo, ni borreguismo. De todas formas, no entro en una consideración abstracta sobre persona y comunidad. La vida comunitaria está hecha de minucias en lo cotidiano.

Hay quien actúa por libre, aún estando con los demás. Hubo en el pasado una acentuación de la formación como autorrealización que trataba de fraguar la propia personalidad aun fuera de la comunidad. Esta pasaba a ser una circunstancia que podía estar o no. Lo importante era ser uno mismo, aun sin comunidad. El nuevo estilo formativo, que responde mejor a las nuevas generaciones, tiene otro enfoque en el que se trata de equilibrar lo personal con lo comunitario, poniendo las dos realidades en estrecha relación y complementación. Entramos, pues, en modos de ser, en sensibilidad o talante para hacer funcionar, junto al yo personal, el nosotros comunitario. Es este talante, requisito importante si nos planteamos, como lo hace el proyecto de vida escolapio, una vida de comunidad. Llegamos a ser sensibles a lo comunitario si conseguimos salir del yo para pasar al nosotros. Para ello se requiere todo un ejercicio de ponerse en la situación de los demás, que no es ser indiscretos ni meterse donde a uno no le llaman. Darse cuenta de que, estando en comunidad, no funciona sólo mi yo, sino también y junto a mi yo, el tú de los otros. Es como un pasar del sólo al coro.

En la práctica se distingue quien ha ido adquiriendo hábitos comunitarios de quien no lo ha hecho. Pasa aún en la misma oración común: el individualista, que participa en la oración común, hace más bien sus actos personales de piedad junto a los otros y no con los otros. Se advierte tantas veces en los tonos, el ritmo, actitudes. Hace de solista o de voz fuera de coro. Muy al contrario, el nosotros lleva a la voz coral, la de todos, la que aúna en una sola voz común la voz de muchos. Lo que supone escuchar al de al lado y no desentonar. Es evidentemente una parábola. Pero desentonamos a veces por exceso de egolatría no sólo en la oración común, sino en el trabajo, en la vida de la casa, en las relacionesinterpersonales, en las reuniones de comunidad, en las celebraciones...

¿Y qué pasa, si entramos, como también sucede con frecuencia, en conflictos comunitarios? Aquí tocamos fondo. Se rompen con frecuencia las buenas relaciones comunitarias. El aire comunitario queda enrarecido por las posturas intolerantes y poco comunicativas que adoptamos. También reconozco –y lo hago con gozo y agradecimiento- que nuestras comunidades abundan en buenos hermanos que se quieren de verdad entre sí y son modélicos en comunión y amor mutuo. Junto a ello, sin embargo, no podemos ocultar –porque a veces hasta transciende fuera de los ámbitos comunitarios- las desavenencias de algunas de nuestras comunidades. ¿Cómo superar eso para llegar a la comunión fraterna? ¿Cómo evitar que los enfrentamientos, además de ser un mal ejemplo y un antitestimonio, acaben empobreciendo la calidad de nuestra vida escolapia y la misión se sienta frenada o empobrecida?.Aquí no hay recetas que ofrecer. Sólo la sana orientación de invitar a ir pasando progresivamente de un yo individualista a un nosotros comunitario. ¿Hay estrategias, pedagogías o métodos para conseguirlo? Sí las hay. Encontramos ayuda en la sociología y la psicología. Estas nos ilustran sobre cómo son nuestros mecanismos humanos, personales y de grupo. Conociéndolos y conociéndonos podemos caminar más fácilmente hacia la convivencia sana y positiva en la comunidad. Pero no nos podemos quedar solamente ahí. Decía al principio que es un acierto de nuestro proyecto de vida escolapio conjuntar en la comunidad todas las dimensiones en las que nos toca vivir (relaciones humanas, virtudes y valores, referencias evangélicas, oración y trato). Voy a subrayar solamente una.

Teniéndola muy asumida mentalmente, la solemos arrinconar cuando se nos presentan los conflictos. Es un grave error a mi modo de entender. Me refiero a la estrategia de hermandad que nos ofrece la vida religiosa misma, que se inspira en el evangelio. Aquí me sumo a cuanto escribe San Pablo: “Cuando explicamos verdades espirituales –añado: ser hermanos en Cristo es una verdad espiritual- a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu. A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu” (1 Co 2, 13-14). Va mi consideración espiritual a hombres espirituales que sois vosotros. La tomo de una de las antífonas de la fiesta de la Santísima Trinidad: “El Padre es amor, el Hijo es gracia, el Espíritu Santo es comunión, oh Santa Trinidad”. Si todo en Dios es comunión ¿cómo se puede mantener una postura apoyada –se dice- en Él cuando ésta crea separación entre los hermanos? Nuestras divisiones se curan con bálsamo de Espíritu o no se curan jamás.

El evangelio nos invita a mostrarnos conciliadores: “Muéstrate conciliador con el que te pone pleito, sin perder tiempo, mientras todavía estás de camino” (Mt 5, 25). Es decir, ponte de acuerdo enseguida con quien consideras que es tu contrario. La justicia humana es justiciera, es decir, fuerza a pagar todo sin clemencia alguna, porque siempre se mezcla en ella algo de venganza. No así la justicia de Dios, revelada para que la imitemos. Esta invita al arrepentimiento y sugiere el perdón. Será mejor para nosotros, que todos faltamos, acogernos a la segunda con un acto de amor, reconciliándonos lo antes posible, porque así pasará Dios por encima de nuestros pecados.

Del yo al nosotros, un itinerario espiritual que os invito a recorrer estemos en periodo de vacaciones o de trabajo normal.

Tuesday, July 04, 2006

Las campanas repican a Pascua

Jesús María Lecea, Escolapio,
Padre General
Salutatio abril, 2006.


El aleluya se entremezcla con el sonido del voltear a fiesta de las campanas la noche de Pascua. Cristo ha resucitado y vive para siempre.

Año tras año, la Iglesia se viste de novia para festejar al esposo triunfante. Lo sabe y reconoce también doliente: distan pocos días, pasos, entre Viernes Santo y Domingo de Pascua. La comunidad cristiana celebra la Pascua de resurrección del Señor, culminando así las celebraciones de su pasión y muerte. Es la memoria anual del Misterio Pascual, centro del año litúrgico.

Muerte y vida, fracaso y éxito, despojo y prosperidad amasan la vida de las personas y de las instituciones, nuestras vidas y la vida misma de nuestra Orden. Contemplamos siempre con la mirada de la fe, que adora, el Misterio Pascual de Cristo para proyectarlo como experiencia de nuestro itinerario por la historia con la esperanza de que también lo nuestro pueda llegar a la misma meta. “Muerte y vida entraron en duelo y muerto, el que es la vida, triunfante se levanta”, se canta en la liturgia pascual.

No debe extrañar al cristiano, lo mismo al escolapio, que su vida y la de la Orden puedan estar marcadas por el Misterio Pascual. De alguna manera, todos pasamos por ahí. ¿Dónde colocamos el hoy de la Orden? ¿Hemos llegado a la estación de pasión y muerte? Si es así, ¿miramos resucitar?.

Se me ha ocurrido para esta salutatio entrar en esta consideración de acercar lo celebrado en el Triduo Pascual, el Misterio de muerte y resurrección de Cristo o Misterio Pascual, a lo que estamos viviendo como Orden. Me parecía, por otra parte, que a esto o cosas parecidas somos invitados todos los creyentes al celebrar la Semana Santa. ¿Nos da miedo enfrentarnos con la muerte del Señor, aún en la fe de que el resucitado es el mismo que murió? Claro que son niveles de percepción distintos: la muerte pertenece a nuestra historia, la resurrección -aun confesándola histórica- traspasa el umbral de lo comprobable. Es normal, por tanto, que nos conmueva más la muerte que el pensamiento de resucitar. Con todo, el realismo de la fe nos lleva a darle entrada en nuestros afanes por la vida, por su presente y su futuro. ¿Cómo se ve la Orden a la luz del Misterio Pascual de Cristo?.

Son sólo consideraciones que me hago y que trato de compartir fraternamente con todos vosotros. Vuelvo a la pregunta: ¿dónde colocamos hoy la Orden a la luz del misterio de muerte y resurrección? La visión más inmediata y la opinión más socorrida están en constatar el declive de la Orden, claramente observado en la disminución numérica de los religiosos en las Demarcaciones que en el pasado tuvieron mayor número de vocaciones. Es un dato indiscutible. Cuando me toca a veces hablar con las Comunidades a lo largo de la Visita a la Orden me gusta dar ánimos y motivar la esperanza. Creo en ello. Pero algunas veces, sobre todo cuando la Comunidad está formada por religiosos con muchos años, con algún que otro más joven solamente, siento como si las palabras de llamada a la esperanza se me quedaran vacías ya en los labios. Pienso, en estos casos, que bastaría anunciar que en la Provincia han entrado seis o más jóvenes al Noviciado para que sobraran todas las exhortaciones a la esperanza. Con sólo este hecho estoy seguro que la esperanza iba a tomar mayor fuerza en ellos, sin necesidad especial de exhortaciones. Pero eso no depende de mi voluntad, ni de la de nadie. Tampoco la esperanza es resultado del voluntarismo. La esperanza es virtud teologal, nos dice la teología de siempre; es decir, se motiva desde y por Dios. Aunque nosotros debamos estar preparados siempre para dar razones de ella (cfr. 1 Pe 3, 15).

Vamos, pues, a aceptar que a la Orden le toca vivir un momento de sufrimiento y pasión. No tengamos miedo, incluso, de hablar de muerte.

Quizás hacerlo nos despierte y libere de cierto determinismo que nos invade o de la inconsciencia que oculta el darse cuenta, con lucidez, de la situación.

Faltaría a la verdad si dijera que todas las situaciones de la Orden son así. Hay lugares donde la Orden crece y crece con fuerza. También digo que, aun en donde se debilita en el sentido numérico de los religiosos, las instituciones y obras tienen una gran vitalidad, gozan de buena imagen y cumplen ejemplarmente con su misión. Hasta se da la paradoja, en algún caso, de crecer en presencias de Obras aun habiendo disminuido en personas. Lo que ya nos indica que hay que ser cautos a la hora de diagnosticar situaciones. Un juicio definitivo no puede venir teniendo en cuenta un solo elemento.

Las presencias más recientes son las que van creciendo ahora con mayor fuerza vocacional. Todavía, sin embargo, estamos entrando en una etapa de consolidación y no de despegue. Pero es una realidad que resitúa la otra en clave de esperanza y anuncio de resurrección. No en vano el Capítulo General pasado ha hablado de reestructuración de la Orden pero con tres palabras: unificación, consolidación y expansión. Las tres nos dan un retrato más perfecto de la situación de la Orden. En las tres dimensiones tratamos de trabajar, impulsando la vida y misión de la Orden. Habrá que unificar, hay que consolidar y pensemos también en expansionarnos.

La Orden, en efecto, vive esta triple situación. No son palabras sin contenido como para endulzar el amargor de la realidad, que merma y disminuye. Los números estadísticos sabemos que pueden ocultar una realidad concreta, a base de cálculos de media. Para una Demarcación no es lo mismo estar en la media teórica y global de la Orden de cinco novicios y no tener ninguno que tenerlos realmente, por debajo o por encima de la media. Consuela saber, también es cierto, que los cinco que uno no tiene y le tocarían en media, los tienen otros, sin duda aumentados, para que las estadísticas cuadren.