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Monday, November 12, 2007

COMUNIDADES INTERNACIONALES

Salutatio noviembre y diciembre 2007
(Presente y futuro)
Jesús María Lecea, Sch. P.
Padre General

En la visita a los hermanos de Japón viví una experiencia curiosa de internacionalidad e intercongregacionalidad. Fue en noviembre de 2004.

Nuestro colegio de Yokkaichi lleva por nombre Kaisei, estrella del mar. Es un colegio singular en muchos aspectos. Su hermosa realidad se debe al tesonero afán y a los desvelos de nuestros primeros misioneros enviados a Japón a mediados del siglo pasado.

Es un colegio que acoge alumnos de la escuela primaria superior y de la media. Son unos mil cuatrocientos; sólo varones, como sigue siendo muy común en el país. Católicos son muy pocos, pero todos saben que frecuentan un colegio católico, lo aman y son respetuosos al máximo con esta identidad que se manifiesta públicamente tanto en signos externos como en actos particulares a lo largo del año.

Los Profesores son más de noventa. Además de nuestros religiosos, unos cinco, trabajan dos salesianos, un pastor protestante, cuatro o cinco laicos católicos; todos los demás no son cristianos. Pero, como sucede con los alumnos, también los profesores son conscientes de que educan en un colegio católico, asumen su identidad y la respetan al máximo. El colegio siempre ha mantenido más o menos esta configuración.

Hoy llama la atención, quizás, por estar de moda hablar, escribir y debatir sobre multiculturalidad, multirreligiosidad, diálogo interreligioso... Sin duda que esta realidad rompe los esquemas comunes de mayor homogeneidad entre nosotros en la mayor parte de países donde estamos. Es, con todo, una realidad hermosa por saber convivir en comunidad educativa unitaria con vivencias religiosas tan diferentes. Una hermosa lección en tiempos inclinados a los fanatismos y fundamentalismos religiosos.

Junto al colegio se construyó una amplia casa para la comunidad escolapia. Ahora viven en ella un grupo de escolapios, una comunidad salesiana y los postulantes salesianos, que estudian en nuestro colegio. En aquel momento eran 19 muchachos. Vivían en la casa 26 personas, en total, de distintas nacionalidades. Los salesianos, religiosos y postulantes, provenían de Japón, Corea, Vietnam y Ruanda. Los escolapios de Filipinas y Polonia.

Otros escolapios españoles vivían en la casa parroquial, junto a la iglesia que también está encomendada a nuestra cura pastoral. Un grupo religioso verdaderamente internacional; viviendo, además, con mutuo respeto y fraternamente. Simple anécdota: la noche que me despedía, cenamos toda la casa juntos y los postulantes prepararon cantos y representaciones para acabar interpretando en claro castellano el himno a Calasanz “¡Salve, José, los cánticos oye de nuestro amor!”.

Los escolapios, por cultura y tradición, somos muy de patria geográfica. La misma misión educativa nos hace arraigar hondamente en cada lugar donde estamos o procedemos. Está muy bien; lo requiere así la tarea educativa.

Educamos a los niños en su circunstancias personales, familiares, culturales y locales. Al estar y vivir muy en nuestro ambiente geográfico, se hace difícil entrar por el fenómeno nuevo de tener que convivir con personas de otros países y culturas; vivir en comunidad internacional. Un fenómeno ya muy frecuente en la vida religiosa actual. La vida religiosa, junto a la sociedad, está asistiendo no sólo a la globalización o mundialización, sino también a situaciones nuevas de desplazamiento de un país a otro.

La Orden, en su expansión, ya en sus orígenes y en su historia posterior, ha vivido la realidad de abandonar el propio país de origen e ir a fundar Escuelas Pías en otros lugares, algunos muy lejanos geográficamente y diferentes de la cultura propia del misionero. Los “fundadores” han sido y son personas a quienes, con admiración y estima, debemos manifestar todo nuestro reconocimiento y agradecimiento. Gracias a ellos la Orden goza hoy de una implantación mundial.

Pero el fenómeno nuevo de las comunidades internacionales es hoy otra cosa. La composición de la comunidad por miembros de distintos países pasa a ser algo común y normal. Si entre nosotros todavía esta realidad no es muy frecuente, se prevé –como está sucediendo en otros Institutos religiosos- que podrá ser bastante común. Mejor es, pues, preverlo y prepararse para ello. En el presente tenemos ya casos y se intuye un incremento.

Yo miro este acontecimiento de internacionalidad como un bien para la Orden; aunque, siendo cautos como conviene, el hecho revista sus dificultades de todo género. No caigamos, pues, -yo el primero- en fácil y dulzona literatura. La internacionalidad es un desafío que ha de abordarse sin idealizaciones. Con todo, si somos capaces de enfocarlo bien y de vivirlo mejor, redundará en un bien por ahora impensable para la Orden.

Nos es más fácil convivir entre los de la misma cultura, aunque siempre queda el factor temperamental y caracterial, que a veces dificulta las cosas.

Al juntarnos en comunidad, llevados por este normal espíritu de pertenencia, nos “ofendemos” y defendemos ante los demás porque –decimos- soy de otra sensibilidad cultural. Pensemos, más bien, en clave comunitaria; en lo que somos. La constatación de experiencias de contraste, si se abordan desde la convivencia en comunidad religiosa, lleva a plantearse cómo aprender las peculiaridades del otro para respetarle y complacerle, si fuera preciso.

Sugiriendo al mismo tiempo la contrapartida de que también él aprenda las características mías para respetarnos mutuamente. Si, como debiera ser, llegamos a la total gratuidad del dar sin pedir recompensas, tanto mejor. Es lo cristiano correcto. Para que esta interacción sea posible, hay que dejarse “invadir” por los otros en nuestro propio campo, para que lo conozcan y aprecien. ¿Por qué declararme yo el único conocedor de lo propio (historia, patrimonio cultural, idiosincrasia... )? Va bien dejarse conocer por los otros y hasta que lleguen a formarse su idea sobre nosotros.

Es posible convivir como familia religiosa en comunidad, siendo de pueblos diferentes. Pero para ello hay que abrirse humilde y generosamente a un intercambio de dones. Todos podemos dar y recibir de todos. Alguno señala, incluso, que se le abre así a la vida religiosa una nueva significabilidad: la de mostrar que la diversidad geográfica puede vivirse en comunidad de hermanos. La vida religiosa se transformaría en escuela de comunión en el ámbito de un mundo intercultural como el nuestro.

Cambiar de mentalidad y abrirse a lo nuevo no es fácil. El escolapio, por su dedicación profesional, suele estar muy metido en lo suyo. Desde esta realidad es difícil avanzar en línea “inter” (internacionalidad, interdemarcacionalidad... ), fijados como estamos en la diferenciación de las patrias y culturas. Así vemos más lo costoso del convivir en dicha clave que su conveniencia. Cabría, quizás, ir abriendo el mismo concepto de pertenencia o de “patria”, dando entrada a ser “patria escolapia”. En esta perspectiva, fijándonos más en lo que nos une que en lo que nos diferencia y separa, veríamos menos dificultad para estar juntos los de nacionalidades distintas.

Somos de patrias geográficas diferentes, pero somos de una patria común, las Escuelas Pías.

Por todo ello, no me parece descabellado, si sabemos llevarlo bien, el que en las nuevas comunidades -¿y por qué no en las antiguas?- juntemos, con flexibilidad, gentes de diversos países, que encarnen el proyecto de vida común escolapia, convivan juntos, se formen juntos, sean escolapios juntos, lleven la misión escolapia juntos.

Copié, no sé de dónde, esta frase: “Una sociedad sólo es viable desde
el momento en que lo común triunfe sobre la expresión de las divisiones; en caso contrario se va hacia la confrontación disgregadora”. Al copiarlo, me hacía esta lectura “escolapia”: la Orden, como cuerpo escolapio, se abrirá camino desde el momento en que lo común triunfe sobre la expresión de las diversidades, si no divisiones.

Termino esta vez con un poema de León Felipe, ex-alumno:

“Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.

Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.”