“DADLES VOSOTROS DE COMER” (Mt 14, 16) - M.General - J.M.Lecea
Jesús María Lecea Sch. P.
Padre General
La urgencia de ir acabando la Visita Canónica a la Orden ha provocado una agenda abultada de viajes y ausencias de Roma desde octubre pasado hasta hoy. Me ha sido difícil encontrar un tiempo para escribir la “salutatio” de este mes de enero de 2008. Pido comprensión por el retraso a los redactores de Ephemerides Calasanctianae. Me pesa haber sido causa de la tardanza en la salida de la revista.
Pensé este tema de los pobres para el mes de diciembre, con motivo de la Navidad. La iniciativa de juntar en uno los números de noviembre y diciembre, para dar cabida a una amplia información del Consejo de Superiores Mayores y de las celebraciones institucionales del 450º Aniversario del nacimiento de S. José de Calasanz, tenidos en octubre pasado en Peralta de la Sal, ha desplazado la “salutatio” prevista para diciembre al mes de enero. He querido, sin embargo, mantener el tema pensado. Lo había motivado el hecho del contraste tremendo de celebrar el nacimiento del Hijo de Dios en un pobre portal (Lc 2, 6-7) con el modo desmesurado, que roza el despilfarro, de celebrarlo en tantos lugares de nuestro mundo. ¿Qué va quedando del Jesús pobre, nacido en Belén, en las manifestaciones festivas de la Navidad? Casi nada. Todo se va convirtiendo en comercio, gasto y consumo, aliñado con un poco de nostalgia sentimental. Para un cristiano el contraste es tremendo. Hay que rescatar la Navidad del secuestro del consumo. El mundo denuncia la pobreza, intenta luchar contra ella y ésta no acaba de ser desarraigada. ¿Molestan los pobres? ¿Hay que ignorarlos, como si no existieran? Por el contrario, su presencia hiriente ¿no está diciendo que muchas cosas de nuestro mundo no funcionan?
Jesús nació pobre en Belén de Judá. En su predicación posterior señaló con fuerza la contraposición entre Dios y el dinero: no se puede servir a dos señores (Mt 6, 24). Anunció bienaventuranza a los pobres, que eligen serlo para rescatar a otros de la pobreza, como él lo hizo: “se despojó de su grandeza y se hizo semejante a los hombres” (Flp 2, 7). Dejó a sus discípulos el reto permanente de atender al pobre: “los pobres los tendréis siempre con vosotros” (Mt 26, 11). La pobreza existe hoy; los pobres existen también hoy.
Y son muchos. Aterran las estadísticas. Sólo un dato: todavía un 19 % (son datos del 2004) de la población mundial vive con menos de un dólar por día, lo que supone unos 985 millones de personas viviendo en extrema pobreza.
Comencé a escribir esta “salutatio” en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, mientras asistía a la celebración de la 20ª reunión africana de la Familia Calasancia, acogida esta vez por la Comunidad de PP. Cavanis. El aspecto de Kinshasa es desolador a causa de su actual estado de abandono y degrado, que alcanza niveles indescriptibles. La situación de pobreza generalizada está igualmente presente en otras zonas del África sub-sahariana. Otro dato escalofriante: la pobreza obliga a trabajar a 218 millones de niños en el mundo (datos de la Organización Mundial del Trabajo –OIT- de 2007).
Al salir del aeropuerto de Kinshasa se me acercó un niño de unos nueve años. Pedía unos céntimos para comprarse un cuaderno e ir a la escuela. Pasaba hambre. El impacto en un corazón escolapio es fuerte. Quizás me dejo llevar por la emotividad. También sé que algunos mendigan por profesión y explotan a terceros, sobre todo a niños. Pero es evidente que los pobres existen y que nos interpelan. ¿Qué hacer? No lo sé. Se escapa a nuestras manos el resorte para vencer la pobreza. Pero he visto durante la Visita a la Orden que los Escolapios están en esas fronteras. Y me alegra constatarlo. Y los animo y confirmo en su intento, marcado sin duda por el evangelio.
¿Qué hacer? Las Naciones Unidas urgen a los pueblos y a sus gobiernos a luchar contra la pobreza. La superación de la pobreza está en el horizonte de comienzos de Milenio, señalada entre los objetivos de la Sociedad de Naciones: lograr reducir a la mitad la pobreza para el 2015. Extraordinario.
Hay que apoyarlo y contribuir a ello. El Catecismo de la Iglesia lo recuerda: “las naciones ricas tienen una responsabilidad moral grave respecto a las que no pueden por sí mismas asegurar los medios de su desarrollo o han sido impedidas de realizarlo por trágicos acontecimientos históricos” (N. 2439).
Como discípulos de Jesús somos además invitados a descubrir su rostro y presencia en los pobres. Calasanz lo vivió con pasión, reflejándolo en los niños. Hizo suyo el “pidieron pan y nadie se lo dio” del libro de las Lamentaciones (4, 4). A los pequeños seré yo a darles el pan de la piedad y de las letras, se dijo a sí mismo como opción definitiva para su vida. Su opción es nuestra opción como escolapios.
Ante una realidad tal de índices de pobreza, vienen los contrastes.
Copio algunos titulares recientes de los periódicos. “El coste de las guerras en África supera el importe de toda la ayuda al desarrollo recibida por el continente”. “Casi 10 millones de niños menores de cinco años mueren cada año por enfermedades evitables”. “Se pierden 443 millones de días escolares al año a causa de enfermedades relacionadas con el agua. Millones de niñas faltan a la escuela porque diariamente van a buscar agua a acequias, ríos y pozos”.
Ante tales desequilibrios y contradicciones, uno cae en el pesimismo de que no hay nada que hacer o en la sensación de impotencia de ‘todo esto me sobrepasa’. En situaciones así me viene a la memoria una frase del Abbé Pierre, fundador de los “traperos de Emaús”: “Cessez de vous sentir impuissants devant tant de souffrances” (dejad de sentiros impotentes ante tanta calamidad). La misma invitación hacía D. Federico Mayor Zaragoza, ex-Director de la UNESCO, en el Acto conmemorativo del 450 año del nacimiento de Calasanz, en octubre pasado, en Barbastro: “Ante los problemas enormes que suscita el conseguir escuelas y formación para toda la población infantil del mundo entero, nadie puede considerarse inútil. La aportación de cada uno es necesaria e indispensable”.
¿Qué concluir de todo esto? Para el escolapio, el niño pobre sigue siendo “lugar teológico”, es decir, lugar de encuentro con Cristo. No desertemos de aprovechar esta posibilidad tan importante. Estar ahí, con los pobres, es buen camino. A caminar, pues.
Con afecto y estima a comienzos de este año 2008. Que sea año de gracia para todos.
Jesús María Lecea Sch. P.
Padre General