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Monday, February 22, 2010

Respuesta del Santo Padre a la carta abierta de los 138 líderes religiosos musulmanes

Jueves 29 de noviembre de 2007
Su Alteza Real
Príncipe Ghazi bin Muhammad bin Talal
Palacio Real
Amman
Jordania

Su Alteza Real,

El 13 de octubre de 2007, una carta abierta dirigida a Su Santidad el papa Benedicto XVI y a otros líderes cristianos fue firmada por ciento treinta y ocho líderes religiosos musulmanes, incluyendo a Su Alteza Real. Usted, a su vez, tuvo la amabilidad de presentarla al Obispo Salim Sayegh, Vicario del Patriarca latino de Jerusalén en el Jordán, con el pedido de hacerla llegar a Su Santidad.

El Papa me ha pedido expresar su gratitud a Su Alteza Real y a todos aquellos que firmaron la carta. También desea expresar su aprecio profundo por este gesto, por el espíritu positivo que inspira el texto y por el llamado a un compromiso común para promover la paz en el mundo.

Sin ignorar ni minimizar nuestras diferencias como cristianos y musulmanes, podemos, y por lo tanto, debemos ver aquello que nos une, es decir, la creencia en el Dios único, el Creador providente y Juez universal que al final de los tiempos tratará con cada cual según sus acciones. Todos estamos llamados a disponernos totalmente a Él y obedecer su sagrada voluntad.

Consciente del contenido de su Encíclica Deus Caritas Est (“Dios es Amor”), Su Santidad se sorprendió de manera particular por la atención dada en la carta al doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo.

Como debe Usted saber, al inicio de su pontificado, el Papa Benedicto XVI afirmó: “Estoy profundamente convencido de que hemos de afirmar, sin ceder a las presiones negativas del entorno, los valores del respeto recíproco, de la solidaridad y de la paz. La vida de cada ser humano es sagrada, tanto para los cristianos como para los musulmanes. Tenemos un gran campo de acción en el que hemos de sentirnos unidos al servicio de los valores morales fundamentales.” (Discurso a los Representantes de algunas comunidades musulmanas, Colonia, 20 de agosto de 2005). Tal terreno común nos permite basar el diálogo en el efectivo respeto por la dignidad de toda persona humana, el conocimiento objetivo de la religión del otro, el compartir la experiencia religiosa, y finalmente, en el compromiso común para promover el mutuo respeto y la aceptación entre las generaciones más jóvenes. El Papa confía, que una vez alcanzado esto, será posible cooperar de un modo productivo en los campos de la cultura y la sociedad, y en la promoción de la justicia y la paz en la sociedad y en todo el mundo.

Con el propósito de alentar su loable iniciativa, tengo el agrado de comunicarle que Su Santidad desearía mucho recibir a Su Alteza Real y a un grupo limitado de los firmantes de la carta abierta, elegidos por usted. Al mismo tiempo, podría organizarse una reunión de trabajo entre su delegación y el Pontificio Consejo para el Diálogo interreligioso, con la colaboración de algunos Institutos Pontificios especializados, (como el Pontificio Instituto para estudios árabes e islámicos y la Pontificia Universidad Gregoriana). Los detalles precisos de estas reuniones podrían decidirse posteriormente, en caso que esta propuesta sea en principio aceptada por usted.

Aprovecho la ocasión para renovar y asegurar a Su Alteza Real mi más alta consideración.

Cardenal Tarcisio Bertone
Secretario de Estado
Traducción: ACI Prensa

http://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=127

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HOMILÍA DE LA MISA DE INICIO DE CURSO ESCOLAR 2010

Mnsr. Bosco Vivas
SÁBADO 23 DE ENERO 2010,
a las 10:00 a.m.
Catedral de León

(Misa de Santa María en Sábado.
1ª Lectura: Segundo Libro de Samuel 1,1-4.11-12.19.23-27.
Salmo 80(79),2-3.5-7.
Evangelio según San Marcos 3,20-21.)


Mis queridos hermanos Sacerdotes: Mons. Ariel [Ortega Gasteazoro], Padre [Manuel Ricardo] Sierra [Juárez], Padre Abelardo [Toval Ayestas], Mons. [Francisco Xavier] Leiva [Sánchez].
Hermanos y Hermanas: Religiosos [y Religiosas]; Maestras y Maestros;
hermanas y hermanos todos:

En torno a este Altar, hoy juntamos, todos, una intención para presentarla al Señor; esta intención es una ofrenda; Ponemos en Sus manos este año lectivo que está por iniciarse, en manos del Señor ponemos nuestros trabajos, nuestra propia familia, nuestro compromiso de educadores, y pedimos humildemente al Señor que al aceptar esta ofrenda de nuestra vida y nuestro trabajo, bendiga nuestras personas y a todas aquellas que durante el trayecto del año van a acercarse a nosotros, sea como hermanos con quienes compartimos nuestros afanes, como familia con la que compartimos la misma casa, alumnos, padres de familia..., en fin, que bendiga el Señor a todas las personas con las que vamos, en este año, a tener cierta relación de amistad y de compromiso en nuestra misión educativa.

Poniendo ante el Señor nuestra vida y nuestro ser y nuestro trabajo, poniéndolo en su corazón todo, dispongámonos a escuchar al Señor que quiere hablarnos. Es la Palabra de Dios la que tiene que ir iluminando nuestro caminar.

Esta palabra del Evangelio de San Marcos, que hoy la Iglesia nos ofrece, es muy breve, apenas unos dos versículos. Y, además, muy, muy resumida, en cuanto a la enseñanza que contiene, por lo menos en apariencia, porque nos vamos a dar cuenta que allí hay mucho, como toda Palabra de Dios, que puede ayudarnos a nosotros.

Se nos dice que Jesús, con sus Apóstoles, recibe en torno a Él (y a los Apóstoles), a una gran multitud de personas. Querían escuchar a Cristo y, por supuesto, beneficiarse, también, de su Poder Divino. Y es tal la cantidad de personas y la insistencia con la que lo rodean, y no lo abandonan ni de día ni de noche, que los parientes de Jesús tienen temor (se habla de los familiares según la carne), y entonces van en busca del Señor, según ellos, según estos parientes, para liberarlo de ese asedio que pone en riesgo su salud. Aquí podríamos preguntarnos: ¿Estaba la Virgen entre esas personas? Si nosotros leemos este Evangelio, más adelante, y además el Texto de San Lucas, que es paralelo a éste, se hace referencia a la Virgen también. Pero nosotros sabemos también, que cuando el Señor es requerido por su familia con la excusa de que está fuera de sí, en esa idea no entra su madre. Nosotros no podemos meter a la Virgen en ese pensamiento, en el grupo de los familiares que pensaban así. ¿Cómo lo sabemos? Porque la Tradición y la creencia de la Iglesia es que la Virgen es una mujer santa y totalmente dedicada a Dios, incapaz de pecar y, aún incapaz, de cualquier imperfección; Porque el buscar a Jesús para sacarlo afuera, pero con esa excusa, ciertamente que sería una imperfección en quienes están alentados por esas ideas; Y eso no lo podemos suponer de la Virgen. Pero la Iglesia llega a esta convicción, de que la Virgen no estaba en comunión con ese pensamiento, por lo que la misma Biblia dice. Porque la Santa Escritura, incluso en el texto de San Lucas a que hacía referencia, una mujer va a levantar la voz y va a bendecir a la Virgen por haber dado la naturaleza humana al Señor. Y Jesús va a completar aquella idea, no a contradecirla. “Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron”, dijo la mujer. Jesús dice: “Más bien...”, es decir: Está bien eso, pero es mejor lo que voy a decir: “Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”; Eso se refiere, en primer lugar, a su madre. Su madre ha aprendido, poco a poco, la lección del Divino Maestro: Que ella no sólo está llamada a ser la Madre de Jesús según la carne, sino, también, la Madre de Jesús espiritualmente hablando, y la Madre de todos aquellos que forman un Cuerpo con Jesús, es decir: Está llamada a una Maternidad Espiritual. Es Madre Carnal de Cristo, pero su vocación completa está en ser Madre Espiritual del mismo Jesús y de todos aquellos que están unidos a Jesús por la fe. La Virgen ha venido comprendiendo ese mensaje.

Desde que su hijo, a los doce años, le dijo: “¿Por qué me buscaban? ¿No saben que Yo tengo que estar en la Casa de mi Padre?” o “en las cosas de mi Padre”, como traducen otros. La Virgen, dice el Evangelio de San Lucas, en esa ocasión no entendió; José tampoco. Pero, refiriéndose a la Virgen, dice San Lucas: “Y la Madre conservaba todo esto meditándolo en su corazón.” La Virgen iba entendiendo, que ella, sí, tenía la misión de cuidar a Jesús, como su hijo carnal, pero, a la vez, tenía la misión de dejarlo en libertad y de acompañarlo, sencillamente, en la voluntad que Él tenía de salvar al mundo. Y eso lo da a entender la Virgen, ya como una cosa comprendida por ella, totalmente, a la luz del Espíritu, cuando está al pié de la Cruz. Cuando el Hijo le dice: “Mujer, allí tienes a tu hijo.” Ella comprendió que esa era “la hora” para la cual el Hijo la había venido preparando y que se lo había recordado, incluso, en Caná de Galilea, cuando le dijo: “No ha llegado Mi Hora”, como diciéndole: Cuando llegue “la hora”, entonces, no sólo vas a conseguir el milagro que estás pidiendo para los esposos de Caná, sino que vas a conseguir el milagro de cooperar conmigo en el renacimiento espiritual de la humanidad.

Pues, bien, es interesante, a partir de este Evangelio, que nosotros lo entendamos, que no vayamos teniendo ideas equivocadas, sino que, a la luz de la Tradición de la Iglesia y de las Enseñanzas de la Iglesia, nosotros vayamos dándole al Evangelio el verdadero mensaje querido por Dios. Y, en este caso, repito, allí, entre las personas que no son perfectas y que buscan cómo apartar a Jesús del camino del seguimiento de la Voluntad del Padre, no está Su Madre. Están sus otros parientes, pero no ella.

Pues, bien, dejando eso a un lado.

Nosotros vemos allí que Jesús está enseñando, y a enseñar el Señor dedica toda su vida, y esto nos viene bien a nosotros educadores. Podíamos decir, que: “Vocación de Jesús”, “Llamada para Jesús” de parte del Padre era salvar al mundo, pero enseñándole el camino al Cielo. Camino que será el mismo Cristo, la aceptación del mismo Cristo, ciertamente, pero también Camino que incluye las enseñanzas de Cristo. Porque si creemos en Cristo tenemos que creer en lo que Él enseña. A nosotros nos toca, después de creer en Cristo (somos creyentes católicos, Profesores, Maestros), a nosotros nos toca Enseñar a los demás la Doctrina de Jesucristo.

Miren: De dos maneras lo hacemos: Capacitando al niño, o a los jóvenes, para que puedan encontrarse con la Palabra o para que puedan, sencillamente, prepararse para enfrentar la vida, los problemas de la vida, armados de la fe, ya estamos, de esa manera, cumpliendo esta misión. Pero, también, hablando expresamente de Jesucristo cuando haya ocasión, e, incluso, como decía San Pablo, aún sin ocasión: Con ocasión o sin ella, el que ama a Cristo no puede callarlo, ni su Nombre ni el amor que le tiene. Y eso es lo que deberíamos de tener nosotros en el corazón, mis queridos Maestros, si hemos llegado a entender lo que es Cristo para nosotros, la belleza de ser continuadores de esa Misión Suya, de Educadores ¿Cómo vamos, entonces, a olvidarnos del Señor, cuando estemos cumpliendo nuestros deberes, nuestra vocación?

El Sínodo Diocesano, que, como todos sabemos, realizamos el año pasado, y cuyos Documentos, que han sido ya aprobados, van a comenzar a ponerse en práctica el día de la Asunción de María Santísima en este año, contiene enseñanzas que me interesa muchísimo que Uds. conozcan. Que, entre los libros que Uds. lean y vuelvan a leer otra vez, esté también el Texto de los Documentos Sinodales. No al mismo nivel que la Santa Escritura, ciertamente, pero sí sabiendo que ese Sínodo y los Decretos no se oponen a esa Palabra de Dios sino lo contrario: Será una ayuda para lo que Dios nos dice a través de su Palabra, explicada por la Iglesia, nosotros vayamos poniéndolo en práctica por caminos seguros como son las Normas Sinodales. Las Normas del Sínodo son pues, un camino seguro para cumplir lo que Cristo-Jesús quiere para su Iglesia Diocesana, aquí, en León y Chinandega, y en estos tiempos. Tengamos fe. Por lo tanto: ¡A tener nuestro Texto y a leerlo y releerlo!. Allí se contienen, también, algunas indicaciones expresas para los Educadores. Al leer Uds. el Capítulo de la Educación, de la Pastoral Educativa, Uds. se darán cuenta que el Primer Punto o la Primera Norma del Sínodo referente a la Educación es tener claro el objetivo por el cual nosotros estamos en la Iglesia ocupando ese lugar de Educadores: Para preparar a los niños y a los jóvenes a un encuentro con Jesucristo, a un encuentro con Jesucristo que incluye la capacitación para este mundo, para poder salir adelante en este mundo, bien capacitados, e, incluso, para que ellos, con su trabajo, vayan mejorando este mundo, pero sin olvidarnos de que toda esta capacitación, preparación, no puede ser desvinculada de la Luz de la Eternidad. Somos peregrinos en esta tierra. Y, nosotros, como dice el Apóstol San Pablo, no debemos olvidar eso, porque si somos peregrinos aquí, quiere decir que somos Ciudadanos del Cielo. Y no debemos tener pena, vergüenza, de confesar esta fe en la Vida Eterna.

En las Enseñanzas de Jesús, que son las que nosotros tenemos que proponer, está, siempre, ese punto claro: De que todo, absolutamente todo, conduce, o tiene que conducir, al encuentro con Dios. Encuentro con Dios que se da ya aquí, pero que llega a su cúlmen, a su perfección total, en la eternidad. Eso no lo podemos olvidar. Es asunto ya de prepararnos nosotros, porque si nosotros no estamos convencidos de estas realidades bellísimas de nuestra Santa Fe, no vamos a entusiasmar a los jóvenes y a los niños cuando les presentemos la Persona de Jesús y sus Enseñanzas como camino de realización aquí, en la tierra, y de plena felicidad en el Cielo.

Es verdad, también allí en las Normas que se contienen en el Documento Sinodal, es verdad que en nuestro trabajo debemos de tener mucho, mucho cuidado en cuanto a no olvidar que estamos cooperando con las familias. Somos colaboradores de la familia. Uds. mismos tienen sus propias familias. La familia, según la Enseñanza del Magisterio de la Iglesia, la familia está presente realmente en toda la Pastoral de la Iglesia, en toda. No hay aspecto de la Pastoral de la Iglesia que, de alguna manera, no lleve implícita allí la presencia de la familia.

La Educación, lo digo nuevamente, la Educación y la Pastoral Educativa es una manera privilegiada, que tiene la familia para que se le ayude en el sagrado deber o misión que tiene el padre y la madre de educar al hijo o a la hija. O, bien, la familia cuenta con la ayuda de nosotros para cumplir esa misión, siempre y cuando nosotros tratemos de mantener una relación con ella, en bien de los hijos que los Padres han enviado a nuestras Instituciones Educativas. ¿Ven? Entonces es importante esto. Yo sé que no es tan sencillo, y que se ha probado de muchas maneras este encuentro con los Padres de Familia. Y la verdad es que no hemos encontrado la mejor solución, en el sentido de que hay una respuesta ni del noventa, menos del cien por ciento (cuando llamamos a los Padres de Familia). Pero, entonces, es el momento de pensar, de reflexionar, como lo he dicho en otras ocasiones: ¿Por qué no pensar, nosotros, en algún equipo del Colegio, que se dedique a visitar a los familiares de los alumnos? Puede ser que esta sea una idea irrealizable en la práctica, de manera total y perfecta, pero, por lo menos, con aquellos alumnos con los cuales hay ciertas dificultades o algunas características especiales, y al hablar de “especiales” no hablaría solamente de aspectos negativos, -un niño, un joven conflictivo-, sino también de algo bueno, de algún joven o alguna joven que expresa alguna inclinación, alguna llamada hacia la consagración total a Cristo. Tener en cuenta estas cosas y visitar las familias. Compartir con ellos, con el padre y la madre, las inquietudes con respecto a aquel niño, a aquella joven o a aquel joven. En fin, es una idea, nada más. Pero si Uds. tienen esa voluntad de hacer que la Misión de Educadores sea cumplida por nosotros, encontrarán luces y encontrarán maneras, también, para poder llegar al Encuentro de la Familia.

La Pastoral Educativa, por otra parte, ya lo he dicho de algún modo, tiene sus relaciones con la Pastoral Vocacional, por lo tanto, también es necesario que Uds. estén atentos a ver cuáles son las inclinaciones del joven o de la joven, no sólo en el caso de que manifiesten que quieren ser Religiosos o Sacerdotes sino en el caso de cualquier trabajo o capacitación que quieran tener, ¿Saben para qué? Para que junto a los conocimientos que les tienen que ofrecer vaya, también, la motivación, de que lo que quieren ser lo sean pensando en el servicio a los demás. En otras palabras, ayudando al niño o al joven a irse liberando del egoísmo. Tenemos que ir formando al hombre y a la mujer con la novedad de Cristo, que es novedad de amor, de entrega, de sacrificio por los demás. Y como lo que se opone a esto es el egoísmo, sobre todo; El egoísmo que se acompaña de la ambición, de la codicia, pues, entonces, hay que ir ayudando al niño. Esa es una manera de apoyar una vocación cristiana: Ir liberando al niño, a la joven, de ese egoísmo: Abrirle el horizonte al servicio, desinteresado y total también, en el campo donde sientan que Dios los está llamando, no necesariamente en el campo Religioso o Sacerdotal.

Igual la relación de la Pastoral Educativa con la Pastoral de la Cultura. Allí tiene que haber también un encuentro de nosotros, Educadores, con el mundo. Entender..., Dialogar... Pero para estar preparados para este diálogo con el mundo, -y hablo del mundo en cuanto a ideas, costumbres y cosas que van entrando y que van haciendo la mentalidad más común en las personas de hoy-, para poder dialogar hay que estar convencidos de lo nuestro, -vuelvo a lo primero- hay que estar convencidos de que Cristo es realmente el tesoro más grande de nuestra vida y que sus enseñanzas son válidas, y serán válidas siempre, como la mejor solución, aunque la mayoría pudiera pensar (en esas culturas del mundo) que no es así. Tener el valor de decir: No veo claro que el mundo, con lo que me ofrece, pueda satisfacerme a mí o satisfacer a las generaciones que vienen. Ese diálogo, pues, que sea claro, respetuoso y valiente, por lo tanto, el encuentro con las culturas de hoy. El Papa Pablo VI decía que, es una tragedia este divorcio entre la fe y la cultura. Tenemos que buscar cómo la cultura, -que al fin y al cabo, cuando es “cultura”, es un “cultivo bueno”, viene de Dios- se encuentre también con la fe, que es también de Dios; Porque la fe es un Don de Dios, en primer lugar, no lo olvidemos. La fe no la hemos merecido, se nos ha dado, es un regalo de Dios. Que después tenemos que cooperar para no perder ese Don, es verdad, pero en principio es un Don de Dios. Entonces, si todo es regalo de Dios, quiere decir que hay “nexos”, no todo es opuesto. Pero así, como en la fe se meten errores, así, también, en la cultura se meten venenos, que en vez de “cultivar”, dar vida, matan al ser humano.

¡Saber dialogar...! Esto no es sencillo, pero, nosotros mismos, Profesores, tenemos que ir ya, en un mundo tan variado -¡Con tantas ideologías...! ¡Ideas que cunden...!- actuando como convencidos cristianos. Como seguidores, no de una idea o de una ideología, sino de “Alguien”, que es “La Verdad” y “La Vida”: ¡De Jesucristo!. Por lo tanto, sin complejos, sin creernos más –porque lo que tenemos se nos ha dado, ha sido recibido- pero, tampoco, sin complejos y creyéndonos menos.

Pues, bien hay tanto que hacer, hay tanto que hacer, mis queridos hermanos Maestros y Educadores, y tenemos que prepararnos.

Y, para terminar, también una idea, que creo que se contiene aquí, en el Evangelio de hoy. Es la relación entre la Misión que se cumple y la propia familia. En este caso, esos familiares de Jesús (repito, que no está su madre entre ellos) tienen ideas negativas, defectuosas. En este Evangelio, esa relación de Jesús con su familia, según la carne, ciertamente que viene como una tentación, de quererlo apartar de la Misión, de la Misión de Evangelizar, de anunciar el Amor de Dios: ¡La Salvación!. Miren que, también, a veces, nuestras propias familias serán un peso que nos quite el entusiasmo en la Educación; Puede ser..., por los mismos problemas que lleva consigo. Puede ser... que el asunto familiar nos agote tanto... que ya no tenemos paciencia para poder ejercer, con verdadero espíritu de servicio, la Misión de Educadores, o se nos aminora, por lo menos, el entusiasmo. ¿Qué hacer? ¡Elevar, también, el nivel de nuestro propio hogar... de tal manera que sea, no sólo “nuestra familia carnal”, sino, también, “nuestra familia espiritual”!. ¡Elevemos el nivel de nuestro hogar buscando cómo ser Apóstoles de nuestros seres queridos: La familia! Si todos, o algunos, por lo menos, se encuentran con Cristo y comulgan con nosotros en esta idea, entonces, el asunto de “la familia según la carne” no va a ser obstáculo para cumplir la Misión de Educadores. Todo lo contrario, como el hogar es un Oasis donde compartimos nuestra fe, entonces nos va a ir levantando el ánimo y el entusiasmo para que podamos cumplir, cada vez mejor, con más alegría la Misión Educativa.

Termino como comencé: ¡En el Corazón de Cristo ponemos nuestra vida y este año!. Y, para que esta entrega vaya embellecida, desprovista de nuestras limitaciones y pecados, nada mejor que implorar la ayuda de María Santísima. ¡Que ella purifique nuestras intenciones de tal manera, que las presente a Jesús libre de las mezquindades que podemos tener cuando ofrecemos nuestras cosas, que por ser fruto de pecadores también van un poquito sucias!. ¡Que la Virgen limpie estas intenciones para que sea digna esta ofrenda de unirla a la Ofrenda del mismo Jesús en este Altar!

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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2010

«La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22)
Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).

Justicia: “dare cuique suum”

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).

¿De dónde viene la injusticia?

El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

Justicia y Sedaqad

En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

Cristo, justicia de Dios

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo?

Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2009
BENEDICTUS PP. XVI

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

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Monday, February 08, 2010

44º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales


Mensaje del Papa Benedicto XVI
Sábado 23 de enero de 2010

"El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra."
16 de mayo 2010

Queridos Hermanos y Hermanas

El tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales - "El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra" - se inserta muy apropiadamente en el camino del Año Sacerdotal, y pone en primer plano la reflexión sobre un ámbito pastoral vasto y delicado como es el de la comunicación y el mundo digital, ofreciendo al sacerdote nuevas posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de la Palabra.

Las comunidades eclesiales, han incorporado desde hace tiempo los nuevos medios de comunicación como instrumentos ordinarios de expresión y de contacto con el propio territorio, instaurado en muchos casos formas de diálogo aún de mayor alcance. Su reciente y amplia difusión, así como su notable influencia, hacen cada vez más importante y útil su uso en el ministerio sacerdotal.

La tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos. La Iglesia, convocada por la Palabra, es signo e instrumento de la comunión que Dios establece con el hombre y que cada sacerdote está llamado a edificar en Él y con Él. En esto reside la altísima dignidad y belleza de la misión sacerdotal, en la que se opera de manera privilegiada lo que afirma el apóstol Pablo: "Dice la Escritura: 'Nadie que cree en Él quedará defraudado'... Pues "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará". Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo si no creen en Él? ¿Cómo van a creer si no oyen hablar de Él? ¿Y cómo van a oír sin alguien que les predique? ¿Y cómo van a predicar si no los envían?" (Rm 10,11.13-15).

Las vías de comunicación abiertas por las conquistas tecnológicas se han convertido en un instrumento indispensable para responder adecuadamente a estas preguntas, que surgen en un contexto de grandes cambios culturales, que se notan especialmente en el mundo juvenil. En verdad el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: "¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Co 9,16). Así pues, con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una "nueva historia", porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra.

Sin embargo, la creciente multimedialidad y la gran variedad de funciones que hay en la comunicación, pueden comportar el riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea, como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas "voces" surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis.

El sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios - adquirido también en el período de formación - con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la "red".

También en el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorienta de hoy que "Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente" (Discurso a la Curia romana para el intercambio de felicitaciones navideñas, 22 diciembre 2009).

¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro? Quien trabaja como consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo "digital" los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral.

La Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones y decir de nuevo: "Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos" (Ap 3, 20).

En el Mensaje del año pasado animé a los responsables de los procesos comunicativos a promover una cultura de respeto por la dignidad y el valor de la persona humana. Ésta es una de las formas en que la Iglesia está llamada a ejercer una "diaconía de la cultura" en el "continente digital". Con el Evangelio en las manos y en el corazón, es necesario reafirmar que hemos de continuar preparando los caminos que conducen a la Palabra de Dios, sin descuidar una atención particular a quien está en actitud de búsqueda. Más aún, procurando mantener viva esa búsqueda como primer paso de la evangelización.

Así, una pastoral en el mundo digital está llamada a tener en cuenta también a quienes no creen y desconfían, pero que llevan en el corazón los deseos de absoluto y de verdades perennes, pues esos medios permiten entrar en contacto con creyentes de cualquier religión, con no creyentes y con personas de todas las culturas. Así como el profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56,7), quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio - como el "patio de los gentiles" del Templo de Jerusalén - también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido.

El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios, por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la Iglesia para una comunión amplia y concreta; a ser testigos en el mundo actual de la vida renovada que surge de la escucha del Evangelio de Jesús, el Hijo eterno que ha habitado entre nosotros para salvarnos.

No hay que olvidar, sin embargo, que la fecundidad del ministerio sacerdotal deriva sobre todo de Cristo, al que encontramos y escuchamos en la oración; al que anunciamos con la predicación y el testimonio de la vida; al que conocemos, amamos y celebramos en los sacramentos, sobre todo en el de la Santa Eucaristía y la Reconciliación.

Queridos sacerdotes, os renuevo la invitación a asumir con sabiduría las oportunidades específicas que ofrece la moderna comunicación. Que el Señor os convierta en apasionados anunciadores de la Buena Noticia, también en la nueva "ágora" que han dado a luz los nuevos medios de comunicación.

Con estos deseos, invoco sobre vosotros la protección de la Madre de Dios y del Santo Cura de Ars, y con afecto imparto a cada uno la Bendición Apostólica.

Vaticano, 24 de enero 2010, Fiesta de San Francisco de Sales.
BENEDICTUS XVI

http://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=256

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