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Thursday, December 30, 2010

MENSAJE DE NAVIDAD DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI (XII.2010)

BENDICIÓN «URBI ET ORBI»
Balcón Central de la Basílica Vaticana
Sábado 25 de Diciembre de 2010
http://www.ssbenedictoxvi.org/

«Verbum caro factum est» - «El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14).

Queridos hermanos y hermanas que me escucháis en Roma y en el mundo entero, os anuncio con gozo el mensaje de la Navidad: Dios se ha hecho hombre, ha venido a habitar entre nosotros. Dios no está lejano: está cerca, más aún, es el «Emmanuel», el Dios-con-nosotros. No es un desconocido: tiene un rostro, el de Jesús.

Es un mensaje siempre nuevo, siempre sorprendente, porque supera nuestras más audaces esperanzas. Especialmente porque no es sólo un anuncio: es un acontecimiento, un suceso, que testigos fiables han visto, oído y tocado en la persona de Jesús de Nazaret. Al estar con Él, observando lo que hace y escuchando sus palabras, han reconocido en Jesús al Mesías; y, viéndolo resucitado después de haber sido crucificado, han tenido la certeza de que Él, verdadero hombre, era al mismo tiempo verdadero Dios, el Hijo unigénito venido del Padre, lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14).

«El Verbo se hizo carne». Ante esta revelación, vuelve a surgir una vez más en nosotros la pregunta: ¿Cómo es posible? El Verbo y la carne son realidades opuestas; ¿cómo puede convertirse la Palabra eterna y omnipotente en un hombre frágil y mortal? No hay más que una respuesta: el Amor. El que ama quiere compartir con el amado, quiere estar unido a él, y la Sagrada Escritura nos presenta precisamente la gran historia del amor de Dios por su pueblo, que culmina en Jesucristo.

En realidad, Dios no cambia: es fiel a sí mismo. El que ha creado el mundo es el mismo que ha llamado a Abraham y que ha revelado el propio Nombre a Moisés: Yo soy el que soy… el Dios de Abraham, Isaac y Jacob… Dios misericordioso y piadoso, rico en amor y fidelidad (cf. Ex 3,14-15; 34,6). Dios no cambia, desde siempre y por siempre es Amor. Es en sí mismo comunión, unidad en la Trinidad, y cada una de sus obras y palabras tienden a la comunión. La encarnación es la cumbre de la creación. Cuando, por la voluntad del Padre y la acción del Espíritu Santo, se formó en el regazo de María Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, la creación alcanzó su cima. El principio ordenador del universo, el Logos, comenzó a existir en el mundo, en un tiempo y en un lugar.

«El Verbo se hizo carne». La luz de esta verdad se manifiesta a quien la acoge con fe, porque es un misterio de amor. Sólo los que se abren al amor son cubiertos por la luz de la Navidad. Así fue en la noche de Belén, y así también es hoy. La encarnación del Hijo de Dios es un acontecimiento que ha ocurrido en la historia, pero que al mismo tiempo la supera. En la noche del mundo se enciende una nueva luz, que se deja ver por los ojos sencillos de la fe, del corazón manso y humilde de quien espera al Salvador. Si la verdad fuera sólo una fórmula matemática, en cierto sentido se impondría por sí misma. Pero si la Verdad es Amor, pide la fe, el «sí» de nuestro corazón.

Y, en efecto, ¿qué busca nuestro corazón si no una Verdad que sea Amor? La busca el niño, con sus preguntas tan desarmantes y estimulantes; la busca el joven, necesitado de encontrar el sentido profundo de la propia vida; la busca el hombre y la mujer en su madurez, para orientar y apoyar el compromiso en la familia y en el trabajo; la busca la persona anciana, para dar cumplimiento a la existencia terrenal.

«El Verbo se hizo carne». El anuncio de la Navidad es también luz para los pueblos, para el camino conjunto de la humanidad. El «Emmanuel», el Dios-con-nosotros, ha venido como Rey de justicia y de paz. Su Reino —lo sabemos— no es de este mundo, sin embargo, es más importante que todos los reinos de este mundo. Es como la levadura de la humanidad: si faltara, desaparecería la fuerza que lleva adelante el verdadero desarrollo, el impulso a colaborar por el bien común, al servicio desinteresado del prójimo, a la lucha pacífica por la justicia. Creer en el Dios que ha querido compartir nuestra historia es un constante estímulo a comprometerse en ella, incluso entre sus contradicciones. Es motivo de esperanza para todos aquellos cuya dignidad es ofendida y violada, porque Aquel que ha nacido en Belén ha venido a liberar al hombre de la raíz de toda esclavitud.

Que la luz de la Navidad resplandezca de nuevo en aquella Tierra donde Jesús ha nacido e inspire a israelitas y palestinos a buscar una convivencia justa y pacífica. Que el anuncio consolador de la llegada del Emmanuel alivie el dolor y conforte en las pruebas a las queridas comunidades cristianas en Irak y en todo el Medio Oriente, dándoles aliento y esperanza para el futuro, y animando a los responsables de las Naciones a una solidaridad efectiva para con ellas. Que se haga esto también en favor de los que todavía sufren por las consecuencias del terremoto devastador y la reciente epidemia de cólera en Haití. Y que tampoco se olvide a los que en Colombia y en Venezuela, como también en Guatemala y Costa Rica, han sido afectados por recientes calamidades naturales.

Que el nacimiento del Salvador abra perspectivas de paz duradera y de auténtico progreso a las poblaciones de Somalia, de Darfur y Costa de Marfil; que promueva la estabilidad política y social en Madagascar; que lleve seguridad y respeto de los derechos humanos en Afganistán y Pakistán; que impulse el diálogo entre Nicaragua y Costa Rica; que favorezca la reconciliación en la Península coreana.

Que la celebración del nacimiento del Redentor refuerce el espíritu de fe, paciencia y fortaleza en los fieles de la Iglesia en la China continental, para que no se desanimen por las limitaciones a su libertad de religión y conciencia y, perseverando en la fidelidad a Cristo y a su Iglesia, mantengan viva la llama de la esperanza. Que el amor del «Dios con nosotros» otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a comprometerse por el pleno respeto de la libertad religiosa de todos.

Queridos hermanos y hermanas, «el Verbo se hizo carne», ha venido a habitar entre nosotros, es el Emmanuel, el Dios que se nos ha hecho cercano. Contemplemos juntos este gran misterio de amor, dejémonos iluminar el corazón por la luz que brilla en la gruta de Belén. ¡Feliz Navidad a todos!

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

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La gratuidad del don de Dios (P. Aguado XII.2010)

Carta a los Hermanos
Pedro Aguado, escolapio. Padre General
Diciembre de 2010
Ephemerides Calasanctianae

“Obra de Dios y del afortunado atrevimiento y tesonera paciencia de San José de Calasanz” (C 1).

Sobre la gratuidad del don de Dios y el papel del fundador en la vida de las Escuelas Pías.

Queridos hermanos, escribo esta “salutatio” convencido de que necesitamos hablar, pensar y profundizar en las “fuentes de la vida” de las Escuelas Pías. A lo largo de estos meses, y muy particularmente en el último Consejo de Superiores Mayores de la Orden, hemos hablado de aquellas opciones fundamentales que provocan vida en las Escuelas Pías, pues estamos comprometidos y deseosos de que nuestra Orden experimente un proceso de revitalización. Hemos hablado y trabajado sobre pastoral vocacional o sobre la identidad de nuestro ministerio o sobre el carisma compartido con los laicos. Sin duda que todas ellas –y unas cuantas más- son opciones de vida. Pero no podemos perder de vista dónde está la Vida, dónde está el centro o el eje de nuestra revitalización. De esto os quiero escribir.

Lo reconocemos en nuestras Constituciones y lo repetimos en numerosos escritos y reflexiones que compartimos entre nosotros. Estamos ciertos de que las Escuelas Pías son obra de Dios y del afortunado atrevimiento y tesonera paciencia de San José de Calasanz.

Por encima de todo, y dando sentido a todo, aquí está nuestra Vida y aquí radica nuestro hecho fundacional y, por lo tanto, nuestra capacidad de seguir viviendo y de seguir fundando, nuestra posibilidad real de ser y vivir como escolapios.

Sin duda que necesitamos hacer planificaciones que nos den vida y que ésta permanezca, y yo soy el primero que insisto en esto con ocasión y sin ella, pero nada de todo ello tiene sentido ni provoca vida separado de su eje y de su origen.

Somos obra de Dios. El carisma de San José de Calasanz, encarnado por las Escuelas Pías, es don de Dios. Eso, y no otra cosa, es lo que quiere decir la palabra carisma. Don que es acogido y encarnado por un hombre capaz de definir absolutamente su vida y su obra desde el querer de Dios. Y capaz de dar una respuesta absoluta, completa, integral y portadora de un don que Dios quiso dar a la Iglesia y al mundo, especialmente a los niños y jóvenes, a través de él.

Somos fruto del afortunado atrevimiento y tesonera paciencia de un hombre concreto, San José de Calasanz. Las dos afirmaciones que hacemos de él nos ofrecen una pista certera de cómo hemos de situarnos para acoger el don de Dios: con atrevimiento y con paciencia. Abiertos a su voluntad y seguros de que hay que cuidarla y hacerla fecunda con el trabajo de cada día.

Atentos a lo que nos dice a través de la realidad, sobre todo a través de los niños y pobres, y trabajadores esforzados para dar respuestas dignas de la propuesta recibida y de quien la propone. Audaces para entender las prioridades que nuestra vocación tiene en cada momento histórico y llamados a vivir con celo apostólico –qué bella expresión, preñada de pasión por la misión- a favor de aquellos a quienes servimos y la causa (el Reino) por la que nos entregamos.

Por todo ello, creo sinceramente que la Orden y todos los que somos y nos sentimos escolapios, estamos invitados a reflexionar, a seguir reflexionando, sobre el papel del fundador en la vida de las Escuelas Pías. Este es el objetivo de esta breve carta que, con todo afecto, me atrevo a dirigiros.

1-Decía el P. Camilo Macise,
religioso carmelita que fue Superior General de su Orden y presidente de la Unión de Superiores Generales, que la especificidad de la vida consagrada procede de su origen. Esta es una afirmación que siempre me ha parecido importante y sobre la que creo que debemos reflexionar con detenimiento. Siendo cierto que debemos saber colaborar con todos y compartir con otras muchas formas de vida consagrada y diversas comunidades e instituciones, también lo es que en las Escuelas Pías debemos tener claro que tenemos un “código genético” definido, vivido y ofrecido por el santo fundador.

La identidad propia de nuestro ser escolapios procede de Calasanz y de cómo supo situarse, dar respuestas y tomar decisiones, siempre en fidelidad a la voluntad de Dios.

No estoy invitando a la Orden a vivir en actitud de “somos diferentes”, pues eso sería peligroso y negativo en esta Iglesia de comunión que debemos construir.

Pero sí estoy pidiendo que vivamos desde la convicción de que tenemos algo propio que aportar, algo que nos identifica –que no significa que nos separa- y viviendo desde ahí, plantarlo y cuidarlo como semilla que engendra Reino: nuestro propio carisma. Esta es, hermanos, la principal fuente de nuestra vida y de nuestra renovación.

2-Sabemos que San José de Calasanz sigue velando
y protegiendo su obra. No tenemos ninguna duda de ello y lo sentimos y experimentamos con claridad. Pero también es cierto que algo tendremos que poner de nuestra parte. Pienso que una de las claves de nuestra Orden es que los escolapios sepamos situarnos, con compromiso y esperanza, desde las opciones que asumió el fundador. Me atrevo a sugerir, a modo de ejemplo, algunas actitudes calasancias que nos pueden ayudar en este hoy de nuestra Orden y que debemos intentar vivir y potenciar.

a-Descubrir lo que Dios nos pide
a través de la realidad en la que nos encontramos. Discernir desde nuestra propia realidad y la de los niños y jóvenes a los que somos enviados. Esta ha de ser una de nuestras actitudes permanentes.

Hemos de superar la tentación de que “ya sabemos lo que tenemos que hacer” o el riesgo de “no enterarnos de lo que nos pasa” o de lo que necesitan los jóvenes. Calasanz nos enseña que saber leer la realidad y tomar decisiones ante ella es fuente de vida y de fundación para las Escuelas Pías.

Hemos dedicado mucho esfuerzo este año a leer la realidad de las Escuelas Pías.

Pues bien, no basta. Hemos de convertirla en discernimiento. Yo os aseguro que las llamadas de la realidad nos deben poner en movimiento. Cito algunas, pensando sólo en nosotros mismos, en nuestra Orden. Son simples ejemplos sobre los que hemos reflexionado en este último Consejo de Superiores Mayores: Los jóvenes escolapios plantean que quieren vivir desde nuevos horizontes y tienen miedo de que lo que sueñan de jóvenes y aquellos valores en los que se forman luego no los puedan vivir con la plenitud que esperan. Y lo dicen con claridad. Piden participar en la construcción de nuevos horizontes para la Orden.

Los religiosos expresamos que necesitamos que nuestras comunidades sean en verdad espacios de encuentro con Dios, de apoyo fraterno y de envío a la misión. Tenemos “nostalgia de una vida comunitaria mejor”.

El número de personas laicas que viven integradas carismáticamente con la Orden y la calidad de esa integración, crecen progresivamente y nos plantean, gracias a Dios, nuevas preguntas y posibilidades.

El valor en el que más tenemos que crecer como escolapios –eso dicen al menos nuestras encuestas y escritos- es “crecer en mentalidad de Orden”.

Estos y otros muchos aspectos de nuestra realidad deben ser leídos como llamadas vocacionales que piden respuestas. Los escolapios estamos concebidos así: como personas que tienen en cuenta la realidad y toman decisiones. Lo mismo podríamos decir de los datos “externos a la Orden”, de las llamadas que nos hacen la sociedad y la juventud de hoy. Desbordaría las pretensiones de esta carta desarrollar este apartado. Sólo quiero resaltar una clave de fidelidad al fundador que debemos vivir: estar atentos a la realidad y atrevernos a dar respuestas, y a darlas con tesonera paciencia.

b-Somos hijos de un hombre obediente a la voluntad de Dios,
al que se le van cerrando sus primeras opciones y se le van abriendo otras nuevas, diferentes, que Dios le tiene reservadas. Si eso no hubiera sido así, no existirían hoy las Escuelas Pías. Pues bien, hemos de estar convencidos de que tampoco existirán en el futuro, al menos como las quería Calasanz, si sólo piensan en sí mismas y en sus circunstancias (endogamia), si sólo dan cauce a lo seguro (conservadurismo), si sólo dan las respuestas que siempre se han dado (inmovilismo), si absolutizamos nuestras propias sensibilidades o convicciones (egocentrismo) o si funcionamos como si no tuviéramos una identidad clara y definida (indefinición). Nada de esto hace bien a la Orden, nada de esto provoca vida.

Calasanz recorrió un camino nuevo. Pero no se perdió en él. La novedad la supo vivir desde la identidad. No estamos llamados a inventarnos nada, sino a vivir desde la fidelidad creativa. Esta es la guía del camino de Calasanz. Este ha de ser nuestro hilo conductor. Es Dios el que va cambiando la vida de Calasanz a través de sus búsquedas, opciones, fracasos y descubrimientos.

c-Sin duda que podríamos añadir más “actitudes fundacionales”
de Calasanz que dan vida a su obra. No es el momento. Podríamos hablar de las mediaciones que utilizó para consolidad su obra (fue un hombre que supo buscar apoyos para dar con las repuestas que debía dar) o de su capacidad de intuir el futuro (fue un hombre que supo tomar las decisiones que eran posibles en el presente y que hacían viable el futuro –ese es el arte del gobierno-) o de su vivencia de la sencillez y de la pobreza (fue un hombre que transformó la vida de quienes le conocieron porque era realmente un hombre de Dios). ¡Tantas cosas! Lo que realmente quiero decir es que las Escuelas Pías deben seguir siendo obra del atrevimiento y de la paciencia de Calasanz. Y sólo lo serán si tenemos este “chip” en nuestros trabajos, en nuestra vida, en nuestro quehacer diario, expresado en tantas intuiciones que han hecho fortuna entre nosotros y que debemos esforzarnos en hacer reales, como, por ejemplo, “Calasanz nos une” o “Arraigados en Calasanz”.

3-La Orden debe poner todo su esfuerzo
en seguir profundizando sobre la vida, la persona, la obra y el carisma de Calasanz. No podemos permitirnos ni ser superficiales en el conocimiento del fundador ni carecer de personas que nos ayuden y acompañen en esto ni dejar de tomar aquellas opciones y decisiones que cuiden de esta “clave de vida de las Escuelas Pías”. Invito a los jóvenes a profundizar en el conocimiento de todas las dimensiones del fundador e invito a la Orden a tomarse en serio este desafío.

El Consejo de Superiores Mayores acaba de aprobar, a propuesta de la Congregación General, la creación de un “Secretariado Calasancio”. Estos son los objetivos iniciales con los que nace dicho Secretariado, que deberá estar formado por religiosos y laicos: impulsar el papel central del Fundador, en todas sus dimensiones, en la vida y revitalización de las Escuelas Pías / impulsar la formación calasancia en la Orden / suscitar y acompañar vocaciones de especial interés por lo calasancio en el conjunto de las Escuelas Pías / proponer acciones y dinámicas formativas en algunos núcleos fundamentales de nuestro carisma.

Sin duda que le añadiremos más objetivos, pero es importante que este Secretariado nazca bien y ofrezca a la Orden nuevas posibilidades de seguir viviendo desde el fundador.

4-El impulso de “lo calasancio” no es algo teórico.
No se trata sólo de que hagamos cursos o de que publiquemos artículos, siendo ambas cosas fundamentales. No se trata sólo de “saber”, de “conocer”, sino de “vivir”. Pero caeríamos en un grave error si separáramos estos verbos. Debemos saber más de Calasanz, necesitamos profundizar más en las claves de su identidad carismática –motor de las Escuelas Pías-, es fundamental abrir nuestro carisma, de modo exigente, a las personas que lo descubren como propio. Pero el impulso de “lo calasancio” es mucho más que todo eso y por todos los lugares de la Orden experimentamos que así es.

Cuando anhelamos poner en red nuestras obras populares estamos diciendo que hay que potenciar más la identidad común. Cuando definimos los elementos de identidad de una obra escolapia (acabamos de aprobar, con rango capitular, los diez elementos básicos de la identidad calasancia de nuestro ministerio) estamos diciendo que por ahí circula nuestra mejor aportación. Cuando decimos que tenemos que formar a los formadores en aquellos aspectos que nos proporcionen más comunión estamos diciendo que deseamos ser una Orden más identificada con su propia naturaleza y razón de ser. Cuando proclamamos que debemos “crecer en mentalidad de Orden” estamos diciendo que sólo desde ahí podremos dar las respuestas que deseamos dar. Cuando insistimos en hacer posible la integración carismática de los laicos, desde opciones que supongan compromisos importantes y cambios de vida, estamos diciendo que vivir el carisma calasancio supone que el eje vital de las personas queda tocado por él y, por lo tanto, las personas viven un proceso de transformación. La vida real de las Escuelas Pías, hermanos, es Calasanz. Él palpita en nuestra realidad y la llama a revitalizarse.

Tengamos ojos para ver y oídos para escuchar.

Termino. Seamos agradecidos a Dios por enriquecer a San José de Calasanz con caridad y paciencia para poder entregar su vida a la educación cristiana de los niños. Y pidámosle que nos ayude a conformar nuestra vida desde la claves de aquél que es para nosotros maestro de sabiduría.

Recibid un abrazo fraterno
Pedro Aguado, escolapio. Padre General

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