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Friday, December 25, 2009

Natividad del Señor - Homilía del santo padre Benedicto XVI, 24.XII.09

Solemnidad de la natividad del señor
Misa de Nochebuena
Homilía del santo padre Benedicto XVI
Basílica Vaticana
24 de diciembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas

«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5). Lo que, mirando desde lejos hacia el futuro, dice Isaías a Israel como consuelo en su angustia y oscuridad, el Ángel, del que emana una nube de luz, lo anuncia a los pastores como ya presente: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). El Señor está presente. Desde este momento, Dios es realmente un «Dios con nosotros». Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Cristo resucitado lo dijo a los suyos, nos lo dice a nosotros: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Por vosotros ha nacido el Salvador: lo que el Ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio del Evangelio y de sus mensajeros. Ésta es una noticia que no puede dejarnos indiferentes. Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a mí. Y, entonces, también yo debo decir como los pastores: Vayamos, quiero ir derecho a Belén y ver la Palabra que ha sucedido allí. El Evangelio no nos narra la historia de los pastores sin motivo. Ellos nos enseñan cómo responder de manera justa al mensaje que se dirige también a nosotros. ¿Qué nos dicen, pues, estos primeros testigos de la encarnación de Dios?

Ante todo, se dice que los pastores eran personas vigilantes, y que el mensaje les pudo llegar precisamente porque estaban velando. Nosotros hemos de despertar para que nos llegue el mensaje. Hemos de convertirnos en personas realmente vigilantes. ¿Qué significa esto? La diferencia entre uno que sueña y uno que está despierto consiste ante todo en que, quien sueña, está en un mundo muy particular. Con su yo, está encerrado en este mundo del sueño que, obviamente, es solamente suyo y no lo relaciona con los otros. Despertarse significa salir de dicho mundo particular del yo y entrar en la realidad común, en la verdad, que es la única que nos une a todos. El conflicto en el mundo, la imposibilidad de conciliación recíproca, es consecuencia del estar encerrados en nuestros propios intere¬ses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros. Despertad, nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran verdad común, en la comunión del único Dios. Así, despertarse significa desarrollar la sensibilidad para con Dios; para los signos silenciosos con los que Él quiere guiarnos; para los múltiples indicios de su presencia. Hay quien dice «no tener religiosamente oído para la música». La capacidad perceptiva para con Dios parece casi una dote para la que algunos están negados. Y, en efecto, nuestra manera de pensar y actuar, la mentalidad del mundo actual, la variedad de nuestras diversas experiencias, son capaces de reducir la sensibilidad para con Dios, de dejarnos «sin oído musical» para Él. Y, sin embargo, de modo oculto o patente, en cada alma hay un anhelo de Dios, la capacidad de encontrarlo. Para conseguir esta vigilancia, este despertar a lo esencial, roguemos por nosotros mismos y por los demás, por los que parecen «no tener este oído musical» y en los cuales, sin embargo, está vivo el deseo de que Dios se manifieste. El gran teólogo Orígenes dijo: si yo tuviera la gracia de ver como vio Pablo, podría ahora (durante la Liturgia) contemplar un gran ejército de Ángeles (cf. In Lc 23,9). En efecto, en la sagrada Liturgia, los Ángeles de Dios y los Santos nos rodean. El Señor mismo está presente entre nosotros. Señor, abre los ojos de nuestro corazón, para que estemos vigilantes y con ojo avizor, y podamos llevar así tu cercanía a los demás.

Volvamos al Evangelio de Navidad. Nos dice que los pastores, después de haber escuchado el mensaje del Ángel, se dijeron uno a otro: «Vamos derechos a Belén… Fueron corriendo» (Lc 2,15s.). Se apresuraron, dice literalmente el texto griego. Lo que se les había anunciado era tan importante que debían ir inmediatamente. En efecto, lo que se les había dicho iba mucho más allá de lo acostumbrado. Cambiaba el mundo. Ha nacido el Salvador. El Hijo de David tan esperado ha venido al mundo en su ciudad. ¿Qué podía haber de mayor importancia? Ciertamente, les impulsaba también la curiosidad, pero sobre todo la conmoción por la grandeza de lo que se les había comunicado, precisamente a ellos, los sencillos y personas aparentemente irrelevantes. Se apresuraron, sin demora alguna. En nuestra vida ordinaria las cosas no son así. La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas. Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente. En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Esto – se piensa – siempre se podrá hacer. Pero el Evangelio nos dice: Dios tiene la máxima prioridad. Así, pues, si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios. Una máxima de la Regla de San Benito, reza: «No anteponer nada a la obra de Dios (es decir, al Oficio divino)». Para los monjes, la liturgia es lo primero. Todo lo demás va después. Y en lo fundamental, esta frase es válida para cada persona. Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida. Ésta es la prioridad que nos enseñan precisamente los pastores. Aprendamos de ellos a no dejarnos subyugar por todas las urgencias de la vida cotidiana. Queremos aprender de ellos la libertad interior de poner en segundo plano otras ocupaciones – por más importantes que sean – para encaminarnos hacia Dios, para dejar que entre en nuestra vida y en nuestro tiempo. El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas.

Algunos comentaristas hacen notar que los pastores, las almas sencillas, han sido los primeros en ir a ver a Jesús en el pesebre y han podido encontrar al Redentor del mundo. Los sabios de Oriente, los representantes de quienes tienen renombre y alcurnia, llegaron mucho más tarde. Y los comentaristas añaden que esto es del todo obvio. En efecto, los pastores estaban allí al lado. No tenían más que «atravesar» (cf. Lc 2,15), como se atraviesa un corto trecho para ir donde un vecino. Por el contrario, los sabios vivían lejos. Debían recorrer un camino largo y difícil para llegar a Belén. Y necesitaban guía e indicaciones. Pues bien, también hoy hay almas sencillas y humildes que viven muy cerca del Señor. Por decirlo así, son sus vecinos, y pueden ir a encontrarlo fácilmente. Pero la mayor parte de nosotros, hombres modernos, vive lejos de Jesucristo, de Aquel que se ha hecho hombre, del Dios que ha venido entre nosotros. Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo. Dios debe impulsarnos continuamente y de muchos modos, y darnos una mano para que podamos salir del enredo de nuestros pensamientos y de nuestros compromisos, y así encontrar el camino hacia Él. Pero hay sendas para todos. El Señor va poniendo hitos adecuados a cada uno. Él nos llama a todos, para que también nosotros podamos decir: ¡Ea!, emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese Dios que ha venido a nuestro encuentro. Sí, Dios se ha encaminado hacia nosotros. No podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta. La senda supera nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro. Él ha hecho el tramo más largo del recorrido. Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo. Venid a ver que yo estoy aquí. Transeamus usque Bethleem, dice la Biblia latina. Vayamos allá. Superémonos a nosotros mismos. Hagámonos peregrinos hacia Dios de diversos modos, estando interiormente en camino hacia Él. Pero también a través de senderos muy concretos, en la Liturgia de la Iglesia, en el servicio al prójimo, en el que Cristo me espera.

Escuchemos directamente el Evangelio una vez más. Los pastores se dicen uno a otro el motivo por el que se ponen en camino: «Veamos qué ha pasado». El texto griego dice literalmente: «Veamos esta Palabra que ha ocurrido allí». Sí, ésta es la novedad de esta noche: se puede mirar la Palabra, pues ésta se ha hecho carne. Aquel Dios del que no se debe hacer imagen alguna, porque cualquier imagen sólo conseguiría reducirlo, e incluso falsearlo, este Dios se ha hecho, él mismo, visible en Aquel que es su verdadera imagen, como dice San Pablo (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15). En la figura de Jesucristo, en todo su vivir y obrar, en su morir y resucitar, podemos ver la Palabra de Dios y, por lo tanto, el misterio del mismo Dios viviente. Dios es así. El Ángel había dicho a los pastores: «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12; cf. 16). La señal de Dios, la señal que ha dado a los pastores y a nosotros, no es un milagro clamoroso. La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor.

Cuánto desearíamos, nosotros los hombres, un signo diferente, imponente, irrefutable del poder de Dios y su grandeza. Pero su señal nos invita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así. Él tiene el poder y es la Bondad. Nos invita a ser semejantes a Él. Sí, nos hacemos semejantes a Dios si nos dejamos marcar con esta señal; si aprendemos nosotros mismos la humildad y, de este modo, la verdadera grandeza; si renunciamos a la violencia y usamos sólo las armas de la verdad y del amor. Orígenes, siguiendo una expresión de Juan el Bautista, ha visto expresada en el símbolo de las piedras la esencia del paganismo: paganismo es falta de sensibilidad, significa un corazón de piedra, incapaz de amar y percibir el amor de Dios. Orígenes dice que los paganos, «faltos de sentimiento y de razón, se transforman en piedras y madera» (In Lc 22,9). Cristo, en cambio, quiere darnos un corazón de carne. Cuando le vemos a Él, al Dios que se ha hecho niño, se abre el corazón. En la Liturgia de la Noche Santa, Dios viene a nosotros como hombre, para que nosotros nos hagamos verdaderamente humanos. Escuchemos de nuevo a Orígenes: «En efecto, ¿para qué te serviría que Cristo haya venido hecho carne una vez, si Él no llega hasta tu alma? Oremos para venga a nosotros cotidianamente y podamos decir: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)» (In Lc 22,3).

Sí, por esto queremos pedir en esta Noche Santa. Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado.

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana


http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2009/documents/hf_ben-xvi_hom_20091224_christmas_sp.html

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Thursday, December 24, 2009

¡Cómo no escribir por Navidad!

Francisco Montesinos, P. Provincial
Valencia 18 de diciembre de 2009

A los hermanos de la Provincia.

¡La paz del Señor que viene!

¡Cómo no escribir por Navidad! ¡Feliz Navidad, hermanos!

Feliz Navidad después de un Adviento intenso, en la liturgia que se repite cada año y en la vida de nuestra Provincia que lo ha vivido de forma extraordinaria este año. Nuestras vidas han vivido, y siguen haciéndolo, con intensidad la espera. Una espera que en la liturgia termina con el nacimiento del Salvador y que en nuestra Provincia, todos queremos que concluya en la venida de la luz para todos.

Estas letras quieren mostrar sentimiento y fe. Sentimiento que nace de la fraternidad, de sentirnos todos hijos de un mismo Padre y hermanos del Hijo. Fraternidad por haber descubierto y seguido cómo vivió eso mismo nuestro Padre Calasanz. Cuando el sentimiento lo aparcamos nos convertimos en estatuas de mármol de difícil modelación. Cuando el sentimiento forma parte de nuestras vidas, nos convertimos en seres sensibles y veraces al que está cercano y a lo que nos rodea. Desde el sentimiento podemos amar y perdonar. Y ello, desde lo más sensible de nuestro ser: el corazón.

Y junto al sentimiento que nace de la humanidad, la fe que nace de la confesión de Jesucristo. En estos quince días que he ido recorriendo las Comunidades junto al P. General, he tenido ocasión de escuchar a personas y comunidades. En una ocasión escuché “sin confianza, nuestras relaciones serán de poder” y más de uno me llamaba a vivir desde parámetros más profundos que los humanos.

Parece que nos falta fe. “Señor danos la fe”, hemos escuchado y orado, muchas veces. La Navidad es el tiempo de la fe. La fe de María que escuchó al ángel y creyó en lo que le anunciaba. La fe de José que no abandonó ante lo que suponía la noticia que le acababan de dar. La fe de los pastores que creyeron el anuncio de aquellos ángeles celestiales. La fe de los magos que dejaron sus lugares y marcharon hacia otro al que no habrían llegado si no hubiera sido por aquella estrella. Parece que no acabamos de creernos que con una fe activa podemos salir de cualquier oscuridad, incluso de la nuestra.

Unos y otros se creyeron la voz de los ángeles y de los hombres. Ambos anunciaban la Buena Noticia de la Redención. Unos y otros superaron el “lógico” escepticismo de aquellas situaciones, más propensas al escepticismo que las que podamos vivir entre nosotros ante nuestros problemas y diferencias. En ellos imperó la fe, nosotros la tendremos que pedir.

“Tú el Dios leal, nos salvarás” (S. 30), dice el Salmista. Dios fue leal con los hombres y les envió a su Hijo. Hoy, este Hijo nos pide a nosotros reciprocidad en la lealtad. En la Encarnación todo es auténtico, nada es falso ni hay doblez. El Señor viene con una Palabra veraz para que en nosotros viva la verdad y nunca doblez ni falsedad. Nuestro particular adviento ha sido una llamada a buscar, personal y comunitariamente, dónde está la verdad para que seamos veraces. Hoy en Navidad, necesitamos pedir al Señor que nos dé la fe y el amor por la verdad. La de María y José, la de los pastores y los magos.

Con María y Calasanz.

Francisco E. Montesinos Ortí
P. Provincial

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Monday, December 21, 2009

MANDATOS SINODALES REFERENTES A EDUCACIÓN

(Tomado de Decretos Sinodales, 21 de noviembre del 2009)
León, Nicaragua


A.- EN SITIOS DISTINTOS AL DECRETO XX: “EDUCACIÓN CATÓLICA, PASTORAL EDUCATIVA, PASTORAL UNIVERSITARIA”

DISPOSICIONES:

001.- Que la Comisión de Educación y la Comisión de Cultura de la Diócesis formen un equipo de redactores para elaborar la historia de nuestra Diócesis.

003.- Que los Responsables de Educación y de Cultura de la Diócesis dirijan un centro de información diocesana con un personal adecuadamente preparado en la historia de nuestra Iglesia, y elaboren folletos que orienten e informen sobre nuestra riqueza histórica y testimonios de vidas ejemplares, en toda la Diócesis.

005.- Que la Comisión de Educación actualice el Proyecto Educativo Diocesano e incorpore en el pensum la educación en la fe de los colegios católicos la historia de nuestra iglesia diocesana.

060.- Que en las Parroquias, Colegios Católicos e Instituciones Eclesiales se establezcan centros de apoyo para la formación permanente de los fieles (Bibliotecas parroquiales o zonales) de tal manera que se consiga la mejor formación de los laicos católicos.

125.- Que en las Parroquias donde hay Vicarios, éste sea ubicado en un lugar con mayor necesidad como son los Centros de Educación Católica o responsabilidades eclesiales especiales. En las parroquias donde hay vicarios, se logre el trabajo fraterno y se dividan las tareas de la pastoral. El Párroco deberá cuidar el bienestar espiritual y material de su Vicario.

141.- Que en las Parroquias y los colegios católicos se informe a los fieles sobre la vida y obra del Seminario Mayor y Menor, para promover, apoyar y valorar las vocaciones a la vida sacerdotal.

180.- Que en las parroquias y colegios católicos y en las visitas a los hogares se instruya sobre la importancia y el sentido del nombre del niño o de la niña que serán bautizados, procurando que no se impongan nombres ajenos al sentir cristiano (cfr. can. 855).

204.- Preparen los sacerdotes, catequistas, directores y profesores de Colegios Católicos a quienes van a recibir el Sacramento de la Confirmación con catequesis adecuadas que les motiven a renovar los compromisos bautismales y para dar testimonio de vida cristiana.

223.- Fórmese debidamente a los catequistas destinados para la catequesis de Primera Comunión sea a quienes presten el servicio en la Sede Parroquial, como a los que sirven en este servicio en los colegios, templos filiales y hogares.

224.- Esfuércense los padres de familia o responsables del hogar para acompañar a los hijos o familiares que reciben catequesis de primera confesión y comunión asistiendo a las reuniones a las que invite el párroco o catequista de la parroquia o colegio.

264.- Deben colocarse avisos y anunciarse públicamente los horarios de confesiones en cada parroquia y colegios o institución eclesial. Así mismo debe el párroco, si por otro camino no se cumple, ofrecer el servicio de confesiones en hospitales, cárcles, asilos de niños, ancianos que estén en su jurisdicción parroquial.

318.- Que las Comisiones de Educación y de Cultura dela Diócesis se interesen en educar sobre el arte y música sagrada en las escuelas parroquiales y organizando conferncias y actividades culturales en las parroquias.

330.- Eduquen los Párrocos a los agentes pastorales sobre el ser y quehacer de la Comisión Familiar parroquial la cual debe mantener permanente coordinación con la Pastoral Juvenil, Pastoral Vocacional y Pastoral Educativa.

335.- Acostumbren los padres de fmilia y los encargados de la educación de los niños y niñas a que realicen obras de caridad y de servicio a favor de los demás, especialmente hacia los más pobres, enfermos y ancianos.

349.- Los párrocos y directores de colegios e instituciones católicos diocesanos deben promover acciones que ayuden a reconocer que la etapa de la niñez en la vida humana, es decisiva y reuiere de un especial cuidado por parte de la iglesia, de la sociedad y del estado.

355.- Orienten los párrocos y responsables de la educación cristiana de los niños a los fieles sobre la importancia que tiene para la vida de los niños, el ejemplo de oración de sus padres y abuelos, quienes tienen la misión de enseñar a sus hijos y nietos las primeras oraciones.

357.- Foméntese en las parroquias y colegios católicos la institución de la Infancia Misionera, valorando la capacidad que tienen los niños de evangelizar a otros niños y a sus padres.

367.- Que la Pastoral Juvenil junto con los párrocos y directores de colegios católicos velen para que los jóvenes en las diversas actividades pastorales y sociales asuman libremente comportamientos que no contradigan el nombre Cristiano.

401.- Instrúyase que toda catequesis, ya sea que se imparta en las parroquias mismas, en Colegios o Rectorías, o en hogares sea antes aprobada por la autoridad competente y quede bajo la responsabilidad del Párroco.

482.- Promuévase en las parroquias y colegios e instituciones católicos peregrinaciones a los santuarios marianos de la diócesis en todo tiempo, sobre todo en ocasión de las fiestas más relevantes de la Santísima Virgen.

EXHORTACIONES:

067.- Participen activamente los laicos en las instituciones eclesiales y en la vida social y política así como en instituciones educativas y culturales y en los medios de comunicación social de acuerdo a su vocación y preparación.

068.- El laico que se desempeña como profesor o maestro interésese en formarse en la fe y esté dispuesto a dar testimonio de ella valientemente.

376.- Que la Pastoral Juvenil con la orientación del párroco o director de colegio católico promueva la participación de los jóvenes en peregrinaciones y jornadas nacionales y mundiales de la Juventud; procurando que cuenten con la debida preparación espiritual y misionera y la compañía de sus pastores.


B.- TEXTO ÍNTEGRO DEL DECRETO “XX.- EDUCACIÓN CATÓLICA, PASTORAL EDUCATIVA, PASTORAL UNIVERSITARIA.”

XX,. EDUCACIÓN CATÓLICA, PASTORAL EDUCATIVA, PASTORAL UNIVERSITARIA.

La Educación Católica debe auxiliar efectivamente la labor familiar de la formación cristiana de los niños y jóvenes, cumpliendo con el compromiso de no traicionar la intención principal de los padres de familia que confían en una educación que no sólo inculque valores cristianos, sino que también eduque para vivir la fe valientemente.
La Dctrina y la Moral de la Iglesia Católica tendrán que ser la base sobre la cual se apoye el testimonio de los maestros para hacer lo posible en los alumnos un encuentro personal y vivo con Cristo. (cf. Homilía del Obispo de León 01-01-2006 “V” pág. 251)

DISPOSICIONES

416.- El primero objetivo de toda Pastoral Educativa Católica es servir a la causa de la Evangelización (anuncio del Evangelio) para ser de verdad discípulos de Jesucristo en este mundo, sin perder de vista el llamado divino a la Bienaventuranza eterna con Dios.

417.- La Comisión Diocesana de Educación mediante las Reuniones periódicas con los directores de colegios y escuelas católicos entregue al Obispo sugerencias y consejos para la buena marcha de la Comunidad Educativa Diocesana.

418.- La Comisión de Educación coordine la Pastoral Educativa de conjunto en los Colegios y Escuelas católicos de la Diócesis.

419.- La Comisión de Educación estudie la posibilidad de conformar una Parroquia o Capellanía Universitaria que acompañe la vida y el caminar de todos los miembros de la Comunidad Universitaria, promoviendo un encuentro personal y comprometido con Jesucristo.

420.- Que la Comisión de Educación vea la manera de fundar en la Diócesis una Escuela Pedagógica, para dar el apoyo necesario a nuestros Educadores.

421.- Que la Comisión de Vocaciones busque el apoyo de la Comisión de Educación para ayudar a los aspirantes católicos a la carrera de Magisterio a discernir la vocación que han decidido seguir, para que una vez formados puedan desempeñarla con firmeza en la fe, responsabilidad y amor.

422.- Que la Comisión de Educación y la Comisión de Catequesis se encarguen de la capacitación de los docentes para la educación en la fe en los colegios y escuelas católicos.

423.- La Comisión de Educación debe velar para que la selección y formación del Claustro de Profesores en las Escuelas e instituciones educativas católicas, ponga especial atención en su idoneidad y en su buen testimonio de vida humana y cristiana.

424.- No falte en las aulas de nuestros Colegios Católicos el crucifijo, la imagen o cuadros de la Virgen Santísima y de los Santos Patronos de cada centro escolar.

425.- Iníciese y finalícese las actividades escolares con alguna oración y algunos pensamientos de saludo o despedida tomados de la Biblia.

426.- La Comisión de Educación promoverá anualmente eventos de capacitación y de formación para el profesorado católico de los Colegios y Escuelas presentes en la Diócesis.

427.- Vélese para que en los Colegios y Escuelas católicas la educación sexual que se imparta sea según la doctrina de la Iglesia y forme a los jóvenes de ambos sexos para la vivencia de sanas relaciones afectivas y una recta sexualidad según las enseñanzas del la Iglesia en esta materia.

428.- Los Directores de Centros de Educación Católica deben ejercer una sana vigilancia sobre las actividades escolares y extraescolares para que estas no sean manipuladas con prácticas anticatólicas o en contra de la moral.

429.- Que los Centros de Educación Católica orienten sus políticas educativas según el Ideario Educativo y el Reglamento General de la Diócesis de León para los Centros de Educación Católica.

430.- Ningún centro de Educación Católica debe ser abandonado sin consulta previa al Ordinario del lugar. Todo arreglo sobre el funcionamiento de estos centros que se realice con el Ministerio de Educación, debe también contar con el visto bueno de la autoridad de la Iglesia.

431.- Por ningún motivo nuestros colegios y Centros de Educación Católica deberán patrocinar ni organizar actividades en las que se expenda y consuma licor y se hagan espectaculos opuestos a la enseñanza moral católica.

432.- Que los padres de familia apoyados por educadores católicos formen en los estudiantes de nuestra diócesis un espíritu crítico y eduquen su conciencia de manera que puedan discernir con claridad entre el bien y el mal y tomar con firmeza y alegría decisiones acertadas para construir su propia historia de vida y sentirse así artífices de la historia y devenir de Nicaragua.

433.- Que la Comisión de Educación y la dirección de los centros de Educación Católica de la Diócesis estudien la manera de apoyar convenientemente al sostenimiento de la misma Comisión y ayudar otros objetivos pastorales de la Diócesis en el campo de la Educación.

EXHORTACIONES

434.- A los alumnos no católicos de nuestros centros educativos no se les obligue a participar en actos católicos, pero sí a respetar lo propio de la fe católica del centro que les ha acogido.

435.- Que en cada uno de los colegios, institutos y escuelas católicos de la diócesis exista una biblioteca ajustada a las necesidades de la respectiva Comunidad Educativa.

436.- Exhortamos al Gobierno de la República a conocer mejor, valorar y estimar los principios de la Educación Católica, dándole la oportunidad real a los padres de familia de ejercitar el derecho propio de escoger el tipo de educación que desean para sus hijos. Este es el auténtico fundamento de la subvención estatal en nuestro Centros cuyos maestros tienen derecho a salarios dignos y justos de acuerdo a la realidad nacional.

Gentileza Ariel Ortega

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Discernir a la luz de las Constituciones y de la palabra de Calasanz

CARTA A LOS HERMANOS
Pedro Aguado, Padre General
XII.09

Queridos hermanos:

Os saludo con afecto, deseando para todos vosotros que este Adviento que nos disponemos a iniciar sea para todos una oportunidad de auténtico encuentro con el Señor, al que esperamos porque le necesitamos como respuesta a nuestras esperanzas.

El Adviento nos impulsa a profundizar en nuestra fe, porque nos ayuda a comprendernos en lo que somos: personas buscadoras de plenitud y necesitadas de la presencia de Dios. Os deseo que viváis estas semanas como un itinerario de fe, sabiendo acoger personal y comunitariamente al Dios que se hace niño y que, en su pequeñez, nos ayuda a entender a Dios.

En esta carta mensual que os escribo quisiera presentaros un pequeño proyecto que hemos preparado en la Congregación General como una sencilla aportación al camino de fidelidad que entre todos vamos recorriendo como escolapios. Pienso que necesitamos mediaciones y recursos que nos ayuden en nuestro crecimiento vocacional y que faciliten nuestra formación personal y comunitaria. Os explico brevemente el proyecto y ya desde ahora os pido vuestras sugerencias.

Quisiéramos ofreceros algunas publicaciones en las que reflexionemos sobre los desafíos fundamentales que tenemos como escolapios, iluminándolos desde las Constituciones de la Orden y desde los escritos de San José de Calasanz. Buscamos hacer una lectura de nuestras Constituciones actuales y de las escritas por Calasanz, pero desde la óptica de algunas preguntas de fondo que tenemos planteadas como religiosos escolapios.

Por lo tanto, es un proyecto que trata de conjugar dos dinamismos. Por un lado, deseamos poner nombre a algunos de los principales retos que tenemos. Por otro, deseamos impulsar con decisión la lectura y reflexión sobre nuestras Constituciones, pues en ellas se encuentra nuestro proyecto de vida, intentando también animar al estudio y conocimiento de los textos de Calasanz, cuya riqueza sigue inspirando nuestra vida cotidiana. Deseamos buscar respuestas a nuestras preguntas desde nuestras propias opciones de vida.

Si todo va bien, cada año recibiréis un folleto en el que desarrollaremos un desafío y lo trataremos de iluminar desde las Constituciones. Como os digo, es sólo una pequeña aportación, pero la consideramos importante y os quiero explicar brevemente las razones.

a) En primer lugar, este proyecto nos recuerda que vivimos en un mundo y en un contexto que nos plantean retos y preguntas. Hemos de saber reconocerlos, ponerles nombre, describirlos y discernir sobre ellos. Esta es ya una tarea que nos puede ayudar a ser conscientes de que no podemos vivir “con el piloto automático”, sin
tratar de comprender los dinamismos en los que nos movemos, las preguntas que se nos hacen o los retos que se nos plantean. Por lo tanto, hermanos, abramos los oídos y escuchemos con atención lo que resuena en nuestro interior.

b) En segundo lugar, deseamos incentivar una lectura de las Constituciones que nos ayude a vivir con más autenticidad nuestra vida religiosa. Pienso que tenemos que hacer un esfuerzo mayor por interiorizar las Constituciones y vivir desde ellas, y por eso vamos a intentar estudiarlas desde la referencia de lo que estamos viviendo.

c) Finalmente, nos gustaría que fuéramos capaces de conjuntar ambos dinamismos: iluminar lo que ansiamos vivir desde el proyecto desde el cual definimos nuestra vocación. Pienso que de este modo podremos caminar con más fidelidad y capacidad de respuesta.

Esto nos ha supuesto hacer un trabajo de discernimiento sobre algunos de los desafíos fundamentales que tenemos planteados y que, probablemente, son comunes al conjunto de la Vida Religiosa. Pero nosotros los queremos iluminar desde Calasanz. Estos son los seis retos que hemos elegido:

una vida en proceso de fidelidad vocacional
centrados en Jesucristo
la pasión por la misión
la significatividad de nuestra vida
la oración que nos centra y nos fortalece
la revitalización de nuestra Orden

Ciertamente que hay muchas más áreas de nuestra vida y misión sobre las que necesitamos reflexionar. Os invitamos a todos a hacerlo, convencidos de que de este modo podremos ayudarnos mutuamente. Pero hemos hecho un proyecto de sexenio y hemos elegido seis. En nuestra elección hay ya una lectura de nuestra realidad, sin duda. De modo sintético, os resumo lo que quiero decir con cada uno de ellos.

“Una vida en proceso de fidelidad vocacional” A lo largo de estos meses estoy hablando con muchos religiosos, bastantes de ellos jóvenes que están iniciando su camino. Con todos ellos me gusta reflexionar sobre una de las claves escolapias de las que estoy más convencido: una cosa es la entrega incondicional de la primera opción y otra la fidelidad vocacional del día a día, aunque las dos tienen la misma raíz. ¿Cómo vivir el día a día con la plenitud de la generosidad con la que hacemos nuestra primera profesión?. Somos llamados a vivir en proceso de fidelidad. Este es el secreto de la formación permanente y, más aún, el secreto de la renovación de nuestra Orden: “Yo soy quien os ha elegido y destinado a dar fruto, un fruto que dure” (Jn 15, 16).

“Centrados en Jesucristo”. Esta es nuestra primera y definitiva opción: somos seguidores de Jesús. Sólo lo seremos si hacemos de Él el centro de nuestra vida. O es el único Señor, o estaremos descentrados. Por eso, “le seguimos como a lo único necesario” (C 16). ¿Qué dinamismos tenemos que cuidar para ser, en verdad, seguidores de Jesús y sólo de Jesús?. No olvidemos nunca que también nosotros podemos ser como aquel discípulo que decía honestamente “te seguiré adondequiera que vayas” y que obtuvo como respuesta “los zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 57-58).

“La pasión por la misión”. No hay duda de que las Escuelas Pías somos para la Misión. Para ella fuimos engendrados y a ella somos permanentemente enviados. Pero esta convicción se puede vivir, se vive, de muchas maneras. Deseamos invitaros a vivirla y encarnarla con verdadera entrega, discernimiento y entusiasmo, a pesar de que en ocasiones no es fácil. Necesitamos fundamentar esta convicción y hablar de esto entre nosotros. “Anunciar el Evangelio no es para mí mérito alguno, sino mi obligación.

¡Pobre de mí si no anunciara el Evangelio!” (I Cor 9, 16).

“La significatividad de nuestra vida”. Todos sabemos que la vida religiosa tiene que ver, sobre todo, con la dimensión del signo. Estamos para ser signos transparentes del mensaje de Jesús. Pero en muchas ocasiones no sabemos seguir más adelante, describiendo aquellos procesos que necesitamos impulsar para poder ser, en verdad, signos creíbles de un propuesta nueva. Nos gustaría ofrecer algunas reflexiones que nos ayuden en esta tarea. Posiblemente también nosotros necesitamos tomar decisiones significativas que transformen la vida, como la mujer que pensó que “si le toco la túnica, mi vida puede cambiar” (Mc 5, 21-34).

“La oración que nos centra y nos fortalece”. Es claro que esta es una de las dimensiones de nuestra vida en la que más insistió Calasanz y en la que más tenemos que pensar como escolapios. Hemos de hablar de nuestra vivencia espiritual, de la oración personal y comunitaria, de los espacios y momentos de los que nos dotamos para vivir y experimentar esa oración que nos transforma y fortalece. Cuidar nuestra oración es cuidar nuestra vocación en su mayor autenticidad. “Tú, cuando ores, entra en tu habitación y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6).

“La revitalización de nuestra Orden”. Nuestro Capítulo General colocó este tema como el hilo conductor de nuestro momento actual como Orden. ¿Qué significa para nosotros buscar renovar nuestra vida y nuestra misión?. ¿Qué nos puede sugerir Calasanz para ayudarnos en este camino?. ¿Cómo entienden nuestras Constituciones este anhelo de mayor fidelidad y vida escolapia?. “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2, 22.)

Dentro de unos meses recibiréis el primero de los folletos qaue estamos preparando. Ya desde ahora agradezco a quienes van a colaborar con nosotros para escribirlos y a todos vosotros por vuestra acogida y vuestro trabajo. Ojalá sepamos vivir siempre tratando de responder nuestras preguntas y buscando también respuestas en quien nos engendró.

Recibid un abrazo fraterno y mis mejores deseos para todos. Os deseo que el Adviento que comenzamos sea para todos camino de conversión y encuentro con Dios.

Pedro Aguado
Padre General

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Declaración ante la crisis moral y económica (27.XI.09)

Conferencia Episcopal Española
XCIV Asamblea Plenaria

Editorial EDICE • Madrid 2009
Madrid, 27 de noviembre de 2009

© Conferencia Episcopal Española.
© Editorial EDICE.

INDICE
Causas y víctimas de la crisis
No hay verdadero desarrollo sin Dios
Estamos llamados a tomar decisiones y a aliviar la miseria
Nuestro compromiso permanente como Iglesia

«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» 1

Ante las dificultades económicas y sociales de tantas familias y víctimas de la crisis, nosotros, pastores de la Iglesia que peregrina en España, con esta declaración queremos transmitir una palabra de aliento y de esperanza. Animamos a las comunidades cristianas y a todos los hombres de buena voluntad a discernir el momento presente y a comprometerse con generosidad y solidaridad.

Conscientes de nuestra misión pastoral, nos proponemos más adelante ofrecer una reflexión más amplia y profunda sobre la actual crisis moral y económica.

La crisis económica que vivimos tiene que ser abordada, principalmente, desde sus causas y víctimas, y desde un juicio moral que nos permita encontrar el camino adecuado para su solución.

No tenemos soluciones técnicas que ofrecer, pero sí entra dentro de nuestro ministerio iluminar con la doctrina social de la Iglesia el grave problema de la crisis, teniendo presente la verdad sobre el hombre, «porque la cuestión social se ha convertido en una cuestión antropológica» (2) Sólo de esta manera podemos afrontar su auténtica solución.

Causas y víctimas de la crisis

Somos conscientes de la gravedad de la situación en la que nos encontramos, por causas que tienen su origen en la pérdida de valores morales, la falta de honradez, la codicia, que es raíz de todos los males, (3) y la carencia de control de las estructuras financieras, potenciada por la economía globalizada. Todo ello ha provocado la situación actual, cuyas repercusiones llegan a diversos ámbitos de la vida social y afectan gravemente a los más débiles, con especial incidencia en los países en vías de desarrollo.

• Es especialmente significativa la incidencia de la crisis en las familias, sobre todo en las familias numerosas y en los jóvenes, como bien atestiguan los últimos estudios realizados por Cáritas.(4) El contexto socioeconómico actual nos muestra una tasa de desempleo disparada, hasta el punto de que hay muchos hogares que tienen a todos sus miembros activos en desempleo, que no reciben ingresos ni del trabajo ni de las prestaciones sociales.

La escasa protección social de la familia y las políticas antinatalistas son perniciosas para la sociedad y tendrán efectos económicos perjudiciales para las generaciones futuras. El juicio de la reciente Encíclica del Papa ilumina y orienta nuestra situación en este ámbito: «La apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica.

Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar». (5)

• Los pequeños y medianos empresarios, así como los agricultores y ganaderos, viven en una angustiosa situación económica, asistiendo con impotencia a la destrucción de empleo y cierre de sus empresas, perjudicando gravemente a sus familias, su patrimonio y al mismo progreso de la sociedad.

• Otro grupo de importancia notable es la población emigrante procedente de países pobres: «Se trata de personas, para nosotros hermanos, que un día vinieron invitados, contratados, o simplemente atraídos por la fascinación de un soñado paraíso. Muchos de ellos han colaborado con su trabajo y con sus servicios, en tiempos de prosperidad, a nuestro desarrollo y bienestar, aumentaron considerablemente los recursos de nuestro país, de la caja de la hacienda pública y de la Seguridad Social, animaron el consumo, el mercado de la vivienda y la vida laboral en general. Ahora, en momento de crisis, de paro y de recesión, no podemos abandonarlos a su suerte». (6)

Es evidente que la crisis está infundiendo miedo al futuro no sólo por la inseguridad respecto al posible mantenimiento del Estado de Bienestar, sino también por las consecuencias que genera, al aumentar la tasa de desempleo y reducir la actividad económica. Con todo, el desarrollo ha sido y sigue siendo un factor positivo. Nuestro país ha experimentado un alto bienestar durante estos últimos años; bienestar que no siempre ha sido administrado correctamente y que nos ha llevado a vivir por encima de nuestras posibilidades.


No hay verdadero desarrollo sin Dios

«Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de “ser más”». (7) La raíz de nuestros problemas no está sólo, ni principalmente, en las dificultades económicas para seguir manteniendo un crecimiento y bienestar en un mundo sometido a crisis periódicas: «el primer capital a salvar y valorar es el hombre, la persona, en su integridad». (8) El verdadero desarrollo debe alcanzar a todo el hombre y a todos los hombres. (9) Inevitablemente debemos preguntarnos: ¿qué hombre queremos promover con el estilo social que estamos procurando? ¿Podemos considerar como desarrollo verdadero el que cierra al hombre en un horizonte intraterreno, hecho sólo de bienestar material, y que prescinde de los valores morales, del significado trascendente de su vida? ¿Puede conseguirse el verdadero desarrollo sin Dios? Ante todo, es necesario decir en estas circunstancias que el hombre que ha conocido a Cristo se sabe responsable del cambio social en su auténtica verdad: «El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y hombres políticos que vivan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común». (10). Esto demanda un mayor compromiso en el mundo de la educación y en la vida pública, para erradicar en todo momento la corrupción, la ilegalidad y la sed de poder.


Estamos llamados a tomar decisiones y a aliviar la miseria

El espectáculo del hombre que sufre toca nuestro corazón de creyentes. Dios mismo nos empuja en nuestro interior a aliviar la miseria. No basta contemplar la realidad compleja, sometida a una crisis muy grave; ni basta tomar conciencia de los problemas que está ocasionando. Es imprescindible un profundo sentimiento de solidaridad con todos los que sufren. Hay problemas derivados de esta crisis que están exigiendo una respuesta inmediata.

Una de las preocupaciones más graves tiene que ver con la ocupación y el empleo. No son fáciles ni de aplicación inmediata soluciones que sean verdaderamente eficaces. La pobreza y el desempleo degradan la dignidad del ser humano. Por ello es necesario impulsar un nuevo dinamismo laboral que nos comprometa a todos en favor de un trabajo decente que «sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación». (11)

Pedimos un trato humano y solidario con los emigrantes, pues la recién aprobada Ley de Extranjería restringe derechos que afectan decisivamente a su dignidad como personas. Una sociedad con un objetivo de auténtico progreso humano se preocupa por el bien de todos y de cada uno. (12)


Nuestro compromiso permanente como Iglesia

La Iglesia realiza el servicio al mundo y a su progreso como exigencia de la misión que ha recibido. A través de su doctrina social ilumina con una luz que no cambia los problemas siempre nuevos que van surgiendo13 y anima a comprometernos de forma más urgente en estos ámbitos:

• La aspiración a lograr un desarrollo integral requiere una renovación ética de la vida social y económica que tenga en cuenta el derecho a la vida: «La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social». (14)

• En un mundo globalizado, donde los pobres sufren la peor parte, la Iglesia renueva su compromiso con ellos. Y lo hace porque este compromiso brota de su misma entraña de misericordia, de la fe y de su misión evangelizadora. En efecto, Jesús vino a anunciar la Buena Nueva a los pobres, reclamando también de ellos la conversión y la fe. Jesús nos ha revelado que Él es servido y acogido en los hambrientos y forasteros. (15) «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Cor 8, 9). Debemos sentirnos Iglesia samaritana y solidaria con los pobres ante la angustia de tantas familias, jóvenes y desempleados.

• La Iglesia ha tenido siempre entre sus compromisos la lucha contra la pobreza como una exigencia de la caridad, pues «el amor –caritas– siempre será necesario incluso en la sociedad más justa»; (16) y, especialmente, en momentos en los que los más débiles se encuentran expuestos a cargar con el precio de las consecuencias de la crisis.

• La comunidad cristiana, y en particular Cáritas, Manos Unidas y otras instituciones de caridad de la Iglesia, están atendiendo y acompañando a los más necesitados de nuestro país y de los países en vías de desarrollo, víctimas, también, de la crisis económica global y de la recesión. Agradecemos este signo de solidaridad a quienes lo hacen posible: voluntarios, socios, donantes; y les animamos a seguir en esa lógica del don y de la gratuidad como expresión de fraternidad.

La crisis debe ser una ocasión de discernimiento y de actuación esperanzada para cada uno de nosotros, para los responsables públicos y para las instituciones que pueden contribuir a una salida de ella. Pero, sobre todo, la crisis debería ayudarnos a poner en Dios la referencia verificadora de nuestras actitudes y comportamientos. Sólo teniendo en cuenta la dimensión trascendente de la persona, podemos lograr un desarrollo humano integral: «Ante los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Y nos anima: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo” (Mt 28, 20).

Ante el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia». (17)


Llamada final

Queremos finalizar esta declaración haciendo una llamada a las comunidades cristianas y a todos los hombres y mujeres que deseen unirse en un compromiso decidido para salir de la crisis, sabiendo que es prioritaria la conversión del corazón para obtener los cambios sociales18. A este respecto, apuntamos:

• El momento actual requiere tomar conciencia del sufrimiento de nuestros hermanos más afectados por la crisis, y un compromiso más solidario de todos, especialmente de los que tienen más capacidad para poner a disposición de los demás los bienes y recursos recibidos de Dios.

• Es urgente un discernimiento sobre las decisiones de gasto tanto de los poderes públicos como de las familias y de cada uno en particular.

• Fomentar la responsabilidad hacia el bien común y hacia las víctimas más afectadas por esta situación.

• Promover actitudes cristianas para el compartir es especialmente necesario en esta coyuntura. Por ello, urgimos a las comunidades cristianas a que compartan sus bienes con los afectados por la crisis. Algunos ya lo han hecho donando el 1% de sus ingresos como un signo de su compromiso con los pobres. Por nuestra parte, la Conferencia Episcopal Española, a través de Cáritas, se dispone a entregar un porcentaje que este año será del 1,5% del fondo común interdiocesano.

• Aun cuando la responsabilidad primera de promover soluciones para salir de la crisis le corresponde a los poderes públicos, sin embargo será preciso también que como Iglesia samaritana colaboremos con otras instituciones y organizaciones sociales en la solidaridad con las víctimas de la crisis.

• El momento actual requiere tomar conciencia del sufrimiento de nuestros hermanos más afectados por la crisis, y un compromiso más solidario de todos, especialmente de los que tienen más capacidad para poner a disposición de los demás los bienes y recursos recibidos de Dios.

• Es urgente un discernimiento sobre las decisiones de gasto tanto de los poderes públicos como de las familias y de cada uno en particular.

• Fomentar la responsabilidad hacia el bien común y hacia las víctimas más afectadas por esta situación.

• Promover actitudes cristianas para el compartir es especialmente necesario en esta coyuntura. Por ello, urgimos a las comunidades cristianas a que compartan sus bienes con los afectados por la crisis. Algunos ya lo han hecho donando el 1% de sus ingresos como un signo de su compromiso con los pobres. Por nuestra parte, la Conferencia Episcopal Española, a través de Cáritas, se dispone a entregar un porcentaje que este año será del 1,5% del fondo común interdiocesano.

• Aun cuando la responsabilidad primera de promover soluciones para salir de la crisis le corresponde a los poderes públicos, sin embargo será preciso también que como Iglesia samaritana colaboremos con otras instituciones y organizaciones sociales en la solidaridad con las víctimas de la crisis.


Notas

1 CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 1.
2 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 75.
3 Cf. 1 Tim 6, 10.
4 Cf. CÁRITAS ESPAÑOLA, VI Informe FOESSA, 2008.
5 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 44.
6 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Comisión Episcopal de Migraciones, Mensaje de la Jornada Mundial de Migraciones, 18-I-2009.
7 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 29.
8 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 25.
9 Cf. PABLO VI, Carta encíclica Populorum progressio, 14.
10 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 71.
11 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 63.
12 Cf. JUAN PABLO II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 39.
13 Cf. BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 12.
14 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 28.
15 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Reflexiones en torno a la «eclesialidad» de la acción caritativa y social de la Iglesia, 12.
16 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 28.
17 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 78.
18 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1888.

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Carta a los sacerdotes de León (B. Vivas, 27.IX.09)

CARTA DEL OBISPO DE LEON
A LOS SACERDOTES Y FIELES DE LA DIÓCESIS
CON MOTIVO DEL AÑO SACERDOTAL
Bosco Vivas, obispo
DIÓCESIS DE LEÓN
NICARAGUA

León, Nicaragua
27 de noviembre de 2009

CARTA DEL OBISPO DE LEON
A LOS SACERDOTES Y FIELES DE LA DIÓCESIS
CON MOTIVO DEL AÑO SACERDOTAL


INTRODUCCION

Hermanos y hermanas:

Ha sido deseo expreso del Papa Benedicto XVI que celebremos en la Iglesia un año dedicado al sacerdocio católico con motivo del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, Cura de Ars (Francia) y patrono del Clero Diocesano de todo el mundo.

Se nos ofrece, pues, una oportunidad de reflexionar acerca de la importancia del sacerdote en la comunidad eclesial y de la necesidad que tenemos del servicio sacerdotal los hombres y las mujeres que hemos sido llamados por Dios a formar parte de su Pueblo Santo.

Los sacerdotes de manera especial, al reflexionar acerca del Don recibido, de la grave responsabilidad que implica el sacerdocio y al implorar la ayuda divina y el socorro maternal de María Santísima, tenemos una ocasión privilegiada para animarnos en el ejercicio de nuestro ministerio o para recuperar el amor a Jesucristo que teníamos el día de nuestra ordenación si es que nos hemos enfriado en esa amistad santa y santificadora.

Por otra parte, hemos vivido en nuestra diócesis una expe¬riencia realmente alentadora, pentecostal, es decir: llena del Espíritu Santo. Acabamos de celebrar el II Sínodo Diocesano en un ambiente de jubilosa comunión eclesial y de búsqueda serena de la Divina voluntad para con nuestra Iglesia Particular.

Fruto de la oración y del trabajo realizado bajo la mirada de la Madre Santísima de la Iglesia y de la acción vivificadora del Espíritu Santo es el documento que contiene las disposicio¬nes y exhortaciones sinodales.

Todos los que formamos parte de esta diócesis estamos llamados al cumplimiento de estos decretos. Sin embargo, son los ministros ordenados, los sacerdotes, quienes deberán guiar a la feligresía en la explicación y en la ejecución de las normas y esto deberán hacerlo con autentico espíritu de padres y pastores acordes con el Corazón de Jesús, El Buen Pastor y Sumo y Eterno Sacerdote.

Otro motivo para escribirles esta carta es la situación de Nicaragua que esta urgiendo la salvación de parte de Jesucristo ya que solo El puede concederla. Para lograr esta gra¬cia es indispensable la ayuda del sacerdote ya que es él, por voluntad del mismo Cristo, el dispensador de los dones divinos. (cf. 1 Cor. 4, 1)

Además, me impulsa a escribirles acerca del sacerdocio el hecho de haber sido llamado por pura bondad divina a este ministerio sagrado hace ya casi cuarenta años, tiempo largo en toda vida humana.

MI TESTIMONIO

Escribir sobre el sacerdocio Católico es para mí una manera de agradecer este Don que Dios nuestro Señor me ha concedido por la intercesión maternal de la Santísima Virgen María. Si algo tengo claro de mi vocación al sacerdocio es que se me ha dado gratuitamente por pura bondad de Jesucristo y de que la Purísima Madre del Señor –aunque no tengo palabras para explicarlo convenientemente– ha tenido que ver en la mirada con la que Jesús me llamó invitándome a seguirlo.

Si de algo soy plenamente conciente como Sacerdote y Obispo es de que mi respuesta no ha estado a la altura del Don recibido y de que ésta respuesta mía ha sido deficiente de tal manera que, puedo decirlo con toda verdad: si he perseverado hasta hoy ha sido por pura misericordia del Señor Jesucristo y debido a la protección que he recibido de la Bendita Madre de Dios y Madre nuestra.

Cuanta verdad es, hermanos y hermanas, que el tesoro de toda gracia y especialmente el regalo que es el sacerdocio, lo llevamos en los vasos frágiles que son nuestra condición de seres humanos y para colmo, pecadores. Pero ésto, precisamente, es lo que nos debe convencer que todo lo bueno que hacemos, con el inmenso poder espiritual que tenemos, es obra de Dios y no nuestro. (cf. II Cor. 4, 7)

Conviene pues que todos en la iglesia conozcamos la obra Divina que es el Ministerio Sacerdotal, para que siempre la agradezcamos a Dios misericordioso y que, los sacerdotes sobre todo, reconocidos a Quien nos llamó a ser sus Amigos dándonos una dignidad inefable por la intimidad con Jesucristo que supone; No olvidemos que este oficio sagrado se nos entregó en beneficio de todo el Pueblo de Dios.

Los fieles por su parte, agradecidos al Señor por hacerse presente entre ellos sobre todo por la Eucaristía que celebran los sacerdotes, rueguen al mismo Señor por estos hombres que han dado su vida para seguirlo y hacerlo amar con su apostolado y encomiéndenlos al cuidado maternal de nuestra Señora la Virgen Maria para que perseveren fieles al encargo recibido.

Yo, por mi parte estoy conciente de que el motivo más decisivo para haber perseverado hasta hoy en el ministerio sacerdotal ha sido la confianza que Dios me ha dado en su Madre Santísima a la que me ha hecho conocer y recibir como Madre verdadera.

La razón más fuerte para luchar victoriosamente en las tormentas ideológicas, en las penumbras, en las tentaciones y caídas ha sido el no abandonar la oración suplicante y fiel a la Madre Santísima del Señor.

La alegría más pura de mi vida sacerdotal, ha sido el estar con Ella e ir conociéndola y amándola cada vez más. La fuerza que ha impedido que mi existencia fracase estrepitosamente es el haber buscado confiadamente y perseverantemente morar en su Corazón y desde su Inmaculado Corazón contem¬plar a Jesús.

Con esto quiero decirles, no que todos los sacerdotes estén llamados a recorrer este mismo camino, ya que Dios lo da a quien quiera dárselo, pero sí quiero afirmar que el sacerdote no debe prescindir de la presencia de la Madre Santísima en su vida y en su Ministerio. La experiencia nos dice que no perseverará en su fidelidad a Jesucristo el que concientemente aparta de su vida a la Madre Bendita.

La Virgen Maria por lo tanto no solo asiste y cuida a los sacerdotes, sus hijos predilectos, sino que consigue gracias especiales que hacen eficaz su misión sacerdotal de acuerdo al querer divino.

EL SACERDOTE NO ES DEL MUNDO

Desde hace algunas décadas el Sacerdocio Católico ha venido siendo con más intensidad que antes un “signo de contradicción” (Lc. 2, 34-35)

No podría ser de otra manera ya que el sacerdote es el continuador de la misión redentora de Jesucristo que pasó por el mundo haciendo el bien y vino a “salvar lo que estaba perdido”, a destruir el poder del diablo y a dar la vida abundante, es decir, la que no se acaba; sin embargo, muchos no lo recibieron bien y lo trataron como malhechor condenándolo a muerte de cruz. (cf. Hech. 10, 38; Lc. 19, 10; Lc. 4, 34-35; Jn. 10, 10; Mc. 15, 29)

Mientras la Iglesia en su Magisterio fundamentado en las Sagradas Escrituras considera la vocación al Sacerdocio como un ministerio indispensable y necesario dentro del Plan de Salvación de Dios para la humanidad, los adversarios de la Iglesia Católica desvalorizan y hasta consideran inútil al sacerdote en el mundo actual. El celibato por el Reino de los cielos es incomprendido y ridiculizado, a pesar que es una gracia divina. Ciertamente no es esencial para el sacerdocio, pero es, no obstante un signo santo que proclama la radicalidad de la entrega al Evangelio para imitar al mismo Jesucristo y es también un anuncio necesario para los hombres y mujeres de estos tiempos invitándolos a no perder de vista los valores del Reino de Cristo, valores que presagian y preparan la plenitud de la bienaventuranza eterna en el cielo con Dios.(cf. Mt. 19, 11-12)

La piedad del pueblo católico asistido por el Espíritu Santo ha comprendido bien la gran dignidad del sacerdote. Saben que él es un administrador de las cosas santas, es cabeza y guía del Pueblo de Dios en las cosas referentes a la salvación eterna, es representante de Jesucristo en cuyo Nombre y con cuyo poder proclama la palabra de Dios, perdona los pecados y ofrece el Santo Sacrificio de la Eucaristía que también es alimento que da vida eterna (cf. Mt. 28, 16-20; Jn. 20, 21-23; Lc. 22, 19-20; Jn. 6, 56).

Es consolador saber hermanos y hermanas que Jesucristo se nos hace sensible de alguna manera en sus ministros sagrados a quienes El llamó AMIGOS. (cf. Jn. 15, 14-15)

Que fracaso más grande sería para el Sacerdote no trabajar para quitar el pecado del mundo, no entregar los tesoros de gracia a quienes los están necesitando para vencer el mal con la fuerza del Bien.

El Sacerdote, por vocación, debe relacionarse con Dios a quien ha entregado su vida ya que sabe que en esta entrega al Señor consiste su mayor dicha; pero si enfría el amor a Cristo en su corazón, el sacerdote, sin dejar de serlo jamás, puede fracasar arruinándose él y haciendo sufrir a la Iglesia.

Para evitar esta dolorosa situación en la Iglesia hay que orar perseverantemente ya que es a la oración a la que Dios ha dado el poder de lograr todo lo bueno y lo santo que El quiere dar a todos.(cf. Lc. 11, 9-13)

El Sacerdote además como persona de fe que cree en la Palabra de Dios sabe que el apostolado y la misión consiguen su objetivo no principalmente con técnicas, poderes y riquezas de la tierra, sino con el poder del Espíritu Santo que se le ha dado en la unción sacerdotal y que hace eficaz su predicación y sus celebraciones litúrgicas y sacramentales.

Es verdad que los tesoros de los sacramentos que administra el sacerdote, tienen asegurada la gracia por el poder del mismo Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Todos debemos orar, sin embargo por la santificación del Clero para que los sacerdotes sean canales limpios del amor de Dios y para que, por el ejercicio sacerdotal, encontremos, todos, aumento de fe, esperanza y caridad.

Siguiendo el ejemplo del Señor, los sacerdotes tenemos que ser maestros de oración; debemos enseñar a nuestros fieles a orar, a hablar con Dios (cf. Lc. 11, 1).

Invocar a la Virgen, orar con Ella o desde el Corazón de la Madre contemplando a su Hijo Jesucristo y encomendando a la Mediación de la Virgen las intenciones de la Iglesia es tarea bella que nos llenará de confianza y nos animará en todo tiempo y en cualquier circunstancia por muy difícil que ésta sea.

EL SACERDOTE DEBE ESTAR EN EL MUNDO

La razón de ser del sacerdote católico, lo he dicho antes, es perpetuar en la tierra la obra redentora que Jesucristo realizó en la Cruz.

Es por esto que se puede decir que así como Jesucristo entregó su vida para salvar al género humano, así debe el Sacerdote identificado con Jesucristo, entregarse totalmente al servicio de los hombres y mujeres de la tierra. El servicio del Sacerdote, como el de Jesús, debe hacerlo entregando su vida si es necesario. (cf. Mc. 2, 17; Lc. 5, 31-32; Lc. 19, 10)

Sabiendo esto se comprenderá mas fácilmente que la misión sacerdotal influye verdaderamente en la marcha del mundo ya que por su oración, por sus catequesis sobre la doctrina de la iglesia, y sobre todo, por los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía el sacerdote rompe cadenas y hace libres con la libertad de los hijos de Dios a quienes están llamados a cambiar las estructuras injustas y a construir una civilización de paz y de amor. Sabemos que este trabajo de justicia social y económica, de construir la paz con verdad y libertad, que corresponde sobre todo a los laicos hombres y mujeres no está exento de riesgos, de peligros personales o familiares. La ayuda de Dios y la fortaleza de su Espíritu que asisten al sacerdote vendrán también, a través del ministerio sacerdotal, en auxilio de quienes en este mundo tratan de ser fieles a las gracias bautismales y de la confirmación.

Porque conozco la gravedad de la situación del país, se que necesitamos de sacerdotes santos, profetas valientes que se revistan de fe, que se fortalezcan en la esperanza y que se armen de caridad. Es urgente el testimonio del sacerdote, hombre de Dios y en comunión sincera con sus hermanos.

El sacerdote debe alentar la esperanza de quienes están con miedo al porvenir, cansados de esperar y en la terrible sensación de que el avance del mal es imparable y de que no queda sino guardar en el corazón odios y resentimientos. (cf. Mt. 11, 28-30)

La verdad es que sin Jesucristo -y sin santos sacerdotes que son canales de su amor misericordioso– no tendremos cambios en los corazones humanos, en la familia y en la sociedad eclesial y terrenal.

El Señor Jesús por medio de sus sacerdotes, que actúan en su nombre, encenderá la luz para disipar estas densas oscuridades del mal.

La Palabra de Dios que anuncia el sacerdote sobre todo en la Liturgia eclesial, es capaz de sanar la corrupción generalizada y de avivar la caridad que libera al ser humano del egoísmo y la soberbia.

Nuestra Señora, la Virgen Madre que proclamó la grandeza del Señor que exalta a los humildes y sencillos y anunció la derrota del poder del mundo y del orgullo, es siempre la Estrella que guía a la Iglesia entera y es la Madre que cumple con el encargo que le dio Jesucristo en el Calvario de velar por todos sus hijos haciéndolos obedientes a la voluntad de Dios (cf. Lc. 1, 46-55).

LA VIDA DEL SACERDOTE

En este momento quisiera dirigirme especialmente a los sacerdotes para recordarles fraternalmente la obligación sagrada que tenemos de vivir como Aquel que nos escogió desde el seno de nuestras madres y nos llamó a compartir su sagrada misión agregándonos al número de sus íntimos y haciéndonos participar de su único y Eterno Sacerdocio.

Pobreza Sacerdotal:

“Jesucristo siendo rico se hizo pobre” (2 Cor. 8, 9). Esta pobreza asumida libremente por el sacerdote se convierte en un señorío que le da al ministro de Dios una libertad total para hablar la verdad del Evangelio y para testimoniarla con la fuerza del Espíritu Santo ante los poderes de este mundo.

La pobreza vivida con gozo por el sacerdote animará para que los hombres y las mujeres luchen contra la codicia, la avaricia y el egoísmo que son las raíces de los males que destruyen al ser humano conduciéndolo a su ruina eterna. “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde?” (Mc. 8, 36).

Junto a la Virgen María acostumbrémonos a hacer que Jesucristo llene totalmente nuestro ser.

b) Caridad Pastoral:

Por la caridad pastoral del Sacerdote toda su actividad y sus acciones por muy pequeñas que sean, son santas y santificadoras para el mismo sacerdote y para los demás. No se debe olvidar que el amor no termina nunca (2 Cor. 13, 13) y es el que da valor de eternidad a toda actividad y vivencia humana (cf. Mt. 25).

Pero la gracia pide la colaboración de quien la recibe y por eso la santidad o el pecado del sacerdote, su virtud o maldad, influyen en lo que realiza para el bien o para el mal de los demás. De aquí sacamos la tremenda responsabilidad que tiene aquel que ha sido puesto en una dignidad tan alta. No podemos los que representamos al Buen Pastor y lo hacemos pre¬sente en nuestros altares y ante la comunidad eclesial, actuar como patronos abusivos de los demás hermanos ya que eso seria olvidar que nosotros hemos sido elegidos libremente por el Señor para servir y que hemos sido perdonados misericordiosamente por El gratuitamente para enseñarnos a perdonar. (cf. Jn. 10, 11-18; Mt. 18, 21-35)

c) Castidad Sacerdotal:

El sacerdote es sobre todo para la Eucaristía. Hacia este sacramento se ordena su misión y esta misión llega a su cumbre en la Santa Misa (cf 1 Cor. 11, 23-29).

Celebrar la Misa, realizar la Eucaristía es algo tan sublime y santo que pide del Sacerdote un amor a Jesucristo indiviso que se manifiesta en el celibato que es, en sí mismo, una entrega total a Aquel que nos llamó a estar con El de manera particular y a unirnos a El de tal manera que lo reproducimos en nosotros y continuamos su obra salvadora con sus poderes que nos fueron dados.

d) Obediencia Sacerdotal:

“Jesucristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz por nosotros” (Filip. 2, 8-10) “Quien no se niegue a si mismo y cargue su cruz detrás de mi no es digno de mi” (cf. Lc. 9, 23) dijo el Señor. Este negarse a si mismo se refiere principalmente a la obediencia que es la virtud por la cual se entrega al Señor la propia voluntad y el criterio personal (cf. Mc. 10, 28). Es precisamente por medio de la obediencia como las demás virtudes se fortalecen. Por lo demás, esta virtud que prometimos cumplir el día de nuestra ordenación sacerdotal nos pone en camino de perfección si la cumplimos y además hace fuerte el testimonio de la Iglesia que se presenta al mundo como un Cuerpo unido (cf 1 Cor.12, 12-13 ;Rm. 12, 4-6; Lc. 11, 17)

Mejor es la obediencia que el sacrificio (1 Sam. 15, 22) (cf. Fil 2, 8-10). El obediente cantará victorias. (Prov. 21, 28) Debemos estar convencidos de que si no obedecemos hacemos un gran mal a la Iglesia ya que creamos el caos (que es del demonio) en la casa de Dios, que es la Iglesia.

CONCLUSION: LOS SEMINARISTAS

No hay duda que los años de seminario son muy importantes ya que encauzan la vida de los seminaristas hacia la entrega generosa en el ministerio sacerdotal, siempre y cuando el ambiente del seminario sea de verdadera oración, de meditación diaria de la Palabra de Dios y de humilde practica del amor fraterno y servicial; siempre y cuando el equipo formador de los seminarios esté integrado por sacerdotes equilibrados, sacrificados y alegres en el trabajo eclesial encomendado a ellos.

En un ambiente así y con sacerdotes virtuosos se derrama abundantemente la gracia del Espíritu Santo que, como lluvia en terreno bien dispuesto, producirá frutos de santidad que al fin y al cabo son los frutos que necesitan la Iglesia y la humanidad.

Muchos fracasos sacerdotales son causados por la deficiente formación recibida en el aspecto humano, doctrinal y sobre todo en el campo espiritual durante los años del seminario.

Siendo la vocación una llamada del Señor, nuestra diócesis debe estar abierta para apoyar y cuidar con amor a los que se preparan al sacerdocio, así como también debe estar dispuesta a defender esta vocación de todo aquello que pretenda distanciarla o hacerla aparecer desligada de Cristo y privada de las exigencias que el mismo Cristo ha establecido a los que quie¬ran seguirlo. Estemos convencidos que no faltaran los sacerdotes necesarios y sobre todo santos en la Iglesia si lo pedimos en la oración, si trabajamos por la santificación de la familia, y si todos en la diócesis apoyamos espiritual y materialmente la obra de vocaciones sacerdotales.

Para terminar vuelvo la mirada nuevamente a la Mujer que dio el Sí más coherente que una criatura ha dado a Dios: La Virgen Inmaculada. Su disponibilidad fue total al misterio de la Encarnación del Verbo. Su fe fue única entre los seres humanos ante el altar del sacrificio de Cristo en la Cruz (cf. Lc. 1, 38; Jn. 19, 25).

Todo esto nos esta diciendo que la Iglesia necesita de la acción maternal de la Virgen María; que los sacerdotes debemos estar cerca de Ella en nuestra acción ministerial para beneficiarnos de su poderosa mediación ante su Hijo Jesu¬cristo, el obispo de nuestras almas y el Sumo y Eterno Sacerdote.

Queridos hermanos sacerdotes: Sean las últimas palabras de esta Carta para ustedes especialmente. Quiero hacer un reconocimiento a sus esfuerzos pastorales que realizan en la Diócesis a favor de las comunidades parroquiales, de la feligresía en general y particularmente de los laicos, hombres y mujeres, integrados en grupos de oración, misioneros, catequistas, asociaciones laicales, movimientos, apostolado de la familia, etc. Deseo testimoniarles a todos y cada uno de los sacerdotes diocesanos y religiosos mi agradecimiento.

Dios tiene en cuenta sus sacrificios y buenos deseos y El, que es rico en misericordia sabrá bendecirlos por medio del Espíritu Santo haciéndolos Buenos Pastores y Santos Sacerdotes a imitación de su Divino Hijo Jesucristo, muerto y resucitado para darnos Vida y para capacitarnos para que en su Nombre lo podamos dar a los demás.

Bajo el manto de Nuestra Señora María Inmaculada reafirmemos nuestro SI al Señor Jesucristo.

León, 27 de Noviembre de 2009
Fiesta de la Medalla Mila¬grosa.

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